—Arturo, me puedes explicar que fue lo que pasó allá abajo— todavía estaba desconcertado por lo sucedido en el ascensor, que no sabía que responderle a Bruno.
—Ni yo mismo lo sé— dijo con cara de desconcierto y caminando y mirando a todos lados como si buscara en su mente algo que lo hiciera salir de su ensoñación.
—Cómo que no lo sabes, crees que soy idiota... hasta Martha se dio cuenta de la tensión sexual que hay entre ustedes— dijo con un poco de enojo en su voz, por qué. —Te dije que te gustaba y me lo negaste, ten mucho cuidado, recuerda lo que pasó con Da...— Bruno no pudo terminar de hablar por mi confesión.
—La besé— dije casi en un susurro. Bruno seguía parloteando, pero mi mente estaba en otra parte.
—Maldita sea Bruno ¡¡LA BESÉ!!— grit&ea
1/3Me dirigía hacia la oficina de presidencia cuando la vi. Se dio la vuelta para no mirarme. «cómo que la dejé nerviosa, jajaja, suelo causar ese efecto», fui acercándome, tomándome mi tiempo, recorriendo su cuerpo con la mirada, ansiaba volverla a sentir, mi cuerpo anhelaba estar junto a ella. Estando a tan solo unos pasos pude sentir su aroma, y el deseo se presentó inminente, hasta que lo vi. Noté la tela negra de encaje quesobresalíadel bolsillo de su chaqueta. La curiosidad me mató.
Rebecca caminó media cuadra hasta que subió al auto de su amiga. Se dirigieron a su departamento con el fin de tomarse el resto de la mañana y la tarde para arreglarse para la gala. Prepararon el almuerzo entre risas y explicaciones que Martha le pedía con relación a lo sucedido esa misma mañana en la recepción.La mujer le contó todo a su amiga, desde los desafortunados encuentros con Arturo y Bruno hasta lo sucedido en el ascensor. Martha la miraba expectante y
Arturo hizo una señal para que la música siguiera mientras la pareja de mayores bajaba del escenario. Mientras él y Rebecca buscaban el lugar más apartado para charlar.—Pero no me empujes. Yo no tengo la culpa ya te lo dije—.
Rebecca despertó cerca de las 6 de la mañana, en su mente trató de ubicar el lugar donde estaba, algunos recuerdos le llegaron de golpe.Se sintió desnuda, —No puede ser, será que lo hice con él, no, no, no, no— pensaba mientras intentaba recordar lo que hizo después de quitarse el vestido.—Recuerdo que nos besamos... y que beso— se dijo mientras giraba su cabeza hacia el lado izquierdo de la cama viendo al hombre en cuestión dormido a su lado. Estaba casi desnudo, solo llevaba los bóxers y la sábana enredada entre las piernas.—Este hombre está como mandado a hacer, parece que lo hubieran tallado los mismos dioses en el Olimpo— pensó mientras bajaba su vista por sus ojos cerrados y apreciaba sus largas pestañas, su nariz y sus labios, mmm... esos deliciosos y hambrientos labios que la hicieron sentir nuevamente en calor.—
Los dos amantes despertaron abrazados. Rebecca alzó los brazos y se estiró, cosa que Arturo aprovechó y la abrazó.—Buenos días dormilona— sonrió la fierecilla ante el saludo.—Buenos días ogro durmiente— él la miró asombrado por el apodo recibido.—Con que ogro eh, pues este ogro... ¡te va a volver a comer.... grrrr! — se giró rápido encima de ella y empezó a morderla y hacerle cosquillas.—¡Aaaaaa...! No Arturo, cosquillas no... jajajaja... ¡No, no me muerdas así...! — gritaba la fierecilla entre risas y manoteos, retorciéndose debajo de él.—¿Entonces cómo te como? ¿Enséñame? — preguntó Arturo alzando una ceja de forma sugerente y con voz ronca excitado nuevamente.Rebecca lo miraba cautivada como niña ena
Arturo. Salimos de la ducha y llegamos a la habitación a vestirnos, pero no dejo de pensar en todo lo que hasta hace unas horas atrás ha sucedido «Por Dios esta mujer me encanta, es tan dulce y a la vez es como el fuego del mismo infierno, arrasadora, con ella me quemaría hasta los huesos». —¿Qué tanto piensas?— pregunta mi deliciosa fierecilla. —Pienso en ti— respondí mirándola embelesado. —Y qué piensas de mí, si se puede saber ¿o es secreteo?— preguntó con coquetería. —No es secreto, pienso que eres todo lo que realmente necesitaba mi vida— suspiré mirándola a los ojos. —Bueno en ese caso... ahora pienso que eres totalmente diferente a lo que me hiciste creer— se escuchaba sincera. —¿Y qué te hice creer? — ya me sembró la duda. —Que eres un hombre arrogante, orgulloso, caprichoso y petulante— pero vaya que la señorita tiene un mal concepto de mí. —Creo que todo lo dicho es un poco negativo hacia mi persona—
Rebecca. —Hola Martha, cómo estás— le pregunté a mi amiga apenas ingresé al departamento. —Tú y yo debemos hablar largo y tendido... ¿cómo es eso de que estás casada con Arturo Franco el imbécil más grande y para colmo te pierdes toda la noche con él? ¡Ah! y como si no fuese suficiente la señorita llama a.… a.… ¡a pedir ropa! Es enserio Rebecca, ¿Qué pasa contigo?— por Dios sí que estaba hecha una furia, pero no creo que no sea para tanto ¿O sí? —Hay Martha, cálmate por Dios, que intensa eres, pareces una mamá— Mientras iba a mi habitación por una maleta y por mis cosas, aproveché y le conté a mi amiga todo lo que había sucedido desde el viernes en la noche y de cómo había sucumbido a los encantos de Arturo Franco «cómo si hubieses puesto mucha resistencia» me reprende mi conciencia. —Martha... él... él quiere que viva con él— le confesé —¿Y le creíste... un buen polvo y caíste como quinceañera?... Rebecca eres una mujer adulta no está
Rebecca. Abrí un poco mis ojos y la luz de la mañana entraba por entre las cortinas de la habitación. Me removí un poco en la cama, sentía un peso en mi cintura y mis piernas y su respiración en mi cuello. Era agradable despertar en sus brazos, me sentía amada, deseada y protegida a la vez. Era un sentimiento de paz, de calma. Sentí como su mano se deslizaba suavemente de mi cintura a mi cadera y fue bajando hasta el interior de mis muslos y subiendo poco a poco hasta mis glúteos, su mano se deslizaba entre ellos haciéndome vibrar y humedecer. Me tocó con todos sus dedos y se frotó, metió dos dedos en mi entrada y jadeó conmigo. Se fue subiendo encima y me hizo dar la vuelta boca abajo. Con húmedos besos fue bajando por toda mi espalda hasta llegar a mis caderas y me hizo levantarlas un poco. Arturo besó y mordisqueó cada uno de mis cachetes, mientras me manoseaba a su antojo, repasó mi hendidura con su lengua y jugó con mi clítoris. Me sentía llena de