—Por favor, Martha déjame aquí no quiero entrar al estacionamiento, ese lugar me da miedo— le pidió Rebecca bajando del coche de su amiga. —¿Quieres que te espere? — su amiga le sonrió y negó con la cabeza.
—No será necesario, no demoraré mucho— le respondió con una tierna sonrisa.
En ese mismo momento Arturo y Bruno llegaban del estacionamiento por la puerta interna del edificio, se dirigieron hacia los ascensores, pero antes ambos saludaron a Jeremy, cómo era de costumbre. Se disponían a bordar el ascensor cuando una voz los hizo girar a mirar a la dueña de las palabras.
—Buenos días, Jeremy ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu familia, todos bien? — le cuestionó Rebecca con una sincera sonrisa.
—Oh, buenos días, preciosa Rebecca. Estoy bien y mi familia se encuentra muy bien. Gracias por preguntar— respondió el conserje cerrando la gran puerta de la entrada mientras Rebecca pasaba por su lado e ingresaba a la recepción.
—Me alegra mucho. ¿El señor Maximiliano ya llegó? — preguntó la asistente girando sobre sus pies y parándose en seco cuando vio a su verdugo y su fiel escudero.
—¡Rebecca, Rebecca! — gritó Martha entrando azarada por la puerta principal. Desde que Martha entró a trabajar en la constructora nunca usó la entrada interna del estacionamiento, razón por la que ninguno de los empleados, incluyendo los jefes, sabían que Martha tenía coche. —Oh gracias a Dios no has subido todavía— Rebecca giró a ver a Martha con un aire de duda, pues no entendía la angustia de su amiga.
—Pero... ¿Sucede algo? ¿Por qué entras así? — la cara de Martha parecía como si hubiera visto un fantasma.
—Lo... sien...to... espéra...me un momento. ¡Uf! — La voz de Martha se entrecortaba por la fatiga de haber corrido para encontrar a su amiga. —Es que tengo algo que entregarte— dijo llevando una mano al pecho y respirando profundamente para calmar su agitación.
—¿Algo que entregarme? — contestó juntando el entrecejo mostrando incredulidad en sus palabras. —Pero, no hay razón para que me dejen algo ¿Qué es? — interrogó a su amiga tratando de no sonar ansiosa.
—No lo sé. Ayer vino un chico del servicio de mensajería y dejó esto para ti— habló abriendo un cajón con seguro de debajo de su escritorio y sacando una pequeña caja de regalo. —No tiene tarjeta, así que no me preguntes quien la envió— aclaró antes de entregarle la caja con una hermosa envoltura y un lindo moño.
No alcanzó a pronunciar palabra cuando ya su entrometido enemigo metió la lengua.
—Veo señorita Griffin, que sus servicios son bien agradecidos— expresó con un deje de amargura en sus palabras.
—Como que le quedaron gustando mis caricias señor Franco— dijo Rebecca con voz molesta apretando las manos en puño a cada lado de su cuerpo, mientras detrás de Arturo un Bruno se tapaba la boca con su mano y bajaba la cabeza para que no notarán sus ganas de reír.
—Para nada señorita Griffin, pero si quiere que le cumpla alguna fantasía solo avíseme, que estaré más que encantado en hacérselas realidad— dijo acercándose más de lo debido hacía "su fiera".
Los presentes abrieron los ojos con asombro por las palabras escuchadas, pero manteniéndose a la expectativa de lo que pudiese suceder, pues Rebecca era como un volcán activo que en cualquier momento haría erupción y Arturo un arrogante dispuesto a humillar a todo el que considere una amenaza.
Rebecca lo miró fijamente con un sentimiento de rabia que estaba empezando a crecer en su interior, pero al recordar dónde se encontraba trató de mantener la calma y no dejarse dominar por sus emociones.
—No se sienta tan afortunado señor Franco, alguien como usted no tiene la suficiente imaginación para complacer cada una de mis fantasías, y vea que son muchas— dijo mientras le guiñaba un ojo y con una mirada que solo mostraba deseo, abría un poco su boca para pasar su lengua con sensualidad sobre su labio superior y morder su labio inferior con el pretexto de incitarlo a pasar un mal rato.
Cosa que funcionó porque Arturo tragó grueso ante esa insinuación y aclaró su garganta tratando de no mostrar que se sintió excitado por el momento.
De los presentes se escuchó un jadeo que salió de los labios de Martha quien escuchaba con atención lo que sucedía con su amiga. Mientras Bruno daba la espalda a los dos contrincantes para no reírse a carcajadas de la despellejada que "la pequeña fiera" le estaba dando a su amigo.
—Alguien como yo— dijo Arturo recordando las palabra que ella misma le había dicho. —Sabe que sí— dijo acercándose aún más hasta que solo quedara un paso de distancia entre ellos. —Cumpliré una a una todas sus fantasías y usted quedará tan satisfecha que ni su propio nombre podrá recordar— confesó casi que, en un susurro, para que solo ella escuchara, con una voz ronca llena de lujuria y una mirada cargada de deseo que descolocó a Rebecca por un momento, haciéndola sonrojar y jadear por lo que se imaginaba.
No pudo pronunciar palabra, su mente quedó en blanco ante la confesión y una sensación de cosquilleo le recorrió el estómago hasta su intimidad. Sintió un pequeño palpitar en su centro y una debilidad en todo su cuerpo haciéndola retroceder torpemente.
Por un momento Rebecca recobró la compostura y se dio media vuelta para encaminarse rápidamente hacia el ascensor que se encontraba vacío y con las puertas abiertas como si esperase por ella.
Caminó a paso ligero casi que corrió hasta entrar sin pensar en las demás personas que presenciaron el incómodo encuentro.
Aún con la mente nublada por lo sucedido Rebecca no se percató de que su verdugo la había seguido, solo su perfume y su aroma varonil la hizo girar para confirmar que él estaba allí.
Arturo presionó el botón del piso de destino. Y con una mirada indescifrable se acercó a ella, tanto que casi la acorraló en una de las frías paredes. Estaba tan cerca que podía sentir su errático corazón y su agitada respiración. Noto como se sonrojaba nuevamente y como mordía con angustia su labio inferior.
Empezó a sentir como el deseo por besarla lo estaba cegando y como su excitación lo estaba llevando al abismo. Trató de apartarse, pero un nuevo jadeo de su fierecilla, lo hizo perder la poca cordura que le quedaba.
Llevó sus labios hacia los de Rebecca, esperando un golpe en respuesta, pero no, el rechazo nunca llegó, así que Arturo se dejó llevar por el fuego que lo consumía y por el deseo que sentía hacia la fierecilla, su fierecilla.
Rebecca no lo apartó y tampoco se negó al placer y el deseo que ese estúpido hombre le despertaba. No quería aceptarlo, pero quizás hasta estaba necesitada de ese primitivo instinto que tenía años sin sentir. Ese que no sabe de razones y que ciega la voluntad.
Dejó que su verdugo la besara con pasión, con hambre. Nunca un hombre la había besado de esa manera, nunca un beso la había hecho desear más. Sentía que su vida dependía de ese beso. Su mente no pensó solo su cuerpo reaccionó y su centro palpitó, su lívido estaba al límite.
Los brazos de Rebecca subieron hasta la nuca de Arturo y cerró el abrazo atrayéndolo más hacia ella, el hombre con sus manos apretó su cintura y con sus pulgares masajeó la zona, no quería espantarla, pero tampoco sabía cómo contenerse. Entrecortaron el beso solo para tomar aire y el aprovecho para llevar su mano a su espalda baja y acercarla más hacia él.
Ella sintió su erección en la parte baja de su estómago y ese fue el detonante para que su cordura cobrara vida. Lo apartó de ella con fuerza como si quemara al tacto, se notó agitada y en descontrol que sintió vergüenza por sus actos.
Arturo la miro dudoso esperando algo más en su reacción, pero con la respiración agitada no supo que decir. Solo la miró a los ojos tratando de descifrar su reacción, pero nada encontró. Quiso hablar, pero ella levantó la mano y el calló en el acto.
No hubo palabras solo miradas hasta que el elevador llegó.
—Arturo, me puedes explicar que fue lo que pasó allá abajo— todavía estaba desconcertado por lo sucedido en el ascensor, que no sabía que responderle a Bruno.—Ni yo mismo lo sé— dijo con cara de desconcierto y caminando y mirando a todos lados como si buscara en su mente algo que lo hiciera salir de su ensoñación.—Cómo que no lo sabes, crees que soy idiota... hasta Martha se dio cuenta de la tensión sexual que hay entre ustedes— dijo con un poco de enojo en su voz, por qué. —Te dije que te gustaba y me lo negaste, ten mucho cuidado, recuerda lo que pasó con Da...— Bruno no pudoterminar de hablar por mi confesión.—La besé—dije casi en un susurro. Bruno seguía parloteando, pero mi mente estaba en otra parte.—Maldita sea Bruno¡¡LA BESÉ!!—grit&ea
1/3Me dirigía hacia la oficina de presidencia cuando la vi. Se dio la vuelta para no mirarme. «cómo que la dejé nerviosa, jajaja, suelo causar ese efecto», fui acercándome, tomándome mi tiempo, recorriendo su cuerpo con la mirada, ansiaba volverla a sentir, mi cuerpo anhelaba estar junto a ella. Estando a tan solo unos pasos pude sentir su aroma, y el deseo se presentó inminente, hasta que lo vi. Noté la tela negra de encaje quesobresalíadel bolsillo de su chaqueta. La curiosidad me mató.
Rebecca caminó media cuadra hasta que subió al auto de su amiga. Se dirigieron a su departamento con el fin de tomarse el resto de la mañana y la tarde para arreglarse para la gala. Prepararon el almuerzo entre risas y explicaciones que Martha le pedía con relación a lo sucedido esa misma mañana en la recepción.La mujer le contó todo a su amiga, desde los desafortunados encuentros con Arturo y Bruno hasta lo sucedido en el ascensor. Martha la miraba expectante y
Arturo hizo una señal para que la música siguiera mientras la pareja de mayores bajaba del escenario. Mientras él y Rebecca buscaban el lugar más apartado para charlar.—Pero no me empujes. Yo no tengo la culpa ya te lo dije—.
Rebecca despertó cerca de las 6 de la mañana, en su mente trató de ubicar el lugar donde estaba, algunos recuerdos le llegaron de golpe.Se sintió desnuda, —No puede ser, será que lo hice con él, no, no, no, no— pensaba mientras intentaba recordar lo que hizo después de quitarse el vestido.—Recuerdo que nos besamos... y que beso— se dijo mientras giraba su cabeza hacia el lado izquierdo de la cama viendo al hombre en cuestión dormido a su lado. Estaba casi desnudo, solo llevaba los bóxers y la sábana enredada entre las piernas.—Este hombre está como mandado a hacer, parece que lo hubieran tallado los mismos dioses en el Olimpo— pensó mientras bajaba su vista por sus ojos cerrados y apreciaba sus largas pestañas, su nariz y sus labios, mmm... esos deliciosos y hambrientos labios que la hicieron sentir nuevamente en calor.—
Los dos amantes despertaron abrazados. Rebecca alzó los brazos y se estiró, cosa que Arturo aprovechó y la abrazó.—Buenos días dormilona— sonrió la fierecilla ante el saludo.—Buenos días ogro durmiente— él la miró asombrado por el apodo recibido.—Con que ogro eh, pues este ogro... ¡te va a volver a comer.... grrrr! — se giró rápido encima de ella y empezó a morderla y hacerle cosquillas.—¡Aaaaaa...! No Arturo, cosquillas no... jajajaja... ¡No, no me muerdas así...! — gritaba la fierecilla entre risas y manoteos, retorciéndose debajo de él.—¿Entonces cómo te como? ¿Enséñame? — preguntó Arturo alzando una ceja de forma sugerente y con voz ronca excitado nuevamente.Rebecca lo miraba cautivada como niña ena
Arturo. Salimos de la ducha y llegamos a la habitación a vestirnos, pero no dejo de pensar en todo lo que hasta hace unas horas atrás ha sucedido «Por Dios esta mujer me encanta, es tan dulce y a la vez es como el fuego del mismo infierno, arrasadora, con ella me quemaría hasta los huesos». —¿Qué tanto piensas?— pregunta mi deliciosa fierecilla. —Pienso en ti— respondí mirándola embelesado. —Y qué piensas de mí, si se puede saber ¿o es secreteo?— preguntó con coquetería. —No es secreto, pienso que eres todo lo que realmente necesitaba mi vida— suspiré mirándola a los ojos. —Bueno en ese caso... ahora pienso que eres totalmente diferente a lo que me hiciste creer— se escuchaba sincera. —¿Y qué te hice creer? — ya me sembró la duda. —Que eres un hombre arrogante, orgulloso, caprichoso y petulante— pero vaya que la señorita tiene un mal concepto de mí. —Creo que todo lo dicho es un poco negativo hacia mi persona—
Rebecca. —Hola Martha, cómo estás— le pregunté a mi amiga apenas ingresé al departamento. —Tú y yo debemos hablar largo y tendido... ¿cómo es eso de que estás casada con Arturo Franco el imbécil más grande y para colmo te pierdes toda la noche con él? ¡Ah! y como si no fuese suficiente la señorita llama a.… a.… ¡a pedir ropa! Es enserio Rebecca, ¿Qué pasa contigo?— por Dios sí que estaba hecha una furia, pero no creo que no sea para tanto ¿O sí? —Hay Martha, cálmate por Dios, que intensa eres, pareces una mamá— Mientras iba a mi habitación por una maleta y por mis cosas, aproveché y le conté a mi amiga todo lo que había sucedido desde el viernes en la noche y de cómo había sucumbido a los encantos de Arturo Franco «cómo si hubieses puesto mucha resistencia» me reprende mi conciencia. —Martha... él... él quiere que viva con él— le confesé —¿Y le creíste... un buen polvo y caíste como quinceañera?... Rebecca eres una mujer adulta no está