Trató de disimular el mal momento arreglando su traje y retocando su cabello, pero al escuchar mi voz la hizo girar a verme.
—Veo que no pudo resolver su “asunto” de ayer por la tarde? Es más, creo que la dejo peor, porque, por más que se esmeró se nota que le hizo pasar una muy buena noche— dije seguro de que se iba a sentir avergonzada de que alguien más supiera de sus andadas.
Pero no, para mi muy mala suerte la muy maldita me miró con los ojos muy abiertos y trato de calmar la rabia que estaba naciendo en su interior
—No recuerdo haberle informado mi situación, pero noto su interés en saber más de lo debido, señor Franco— me contestó la muy descarada.
Lancé una carcajada sin gracia y me fui acercando más de lo debido levantando mis manos y colocándolas a cada lado de sus brazos con las palmas frente a la pared del ascensor hasta tenerla arrinconada.
Ella trató de disimular la sorpresa de mi atrevimiento y hasta me pareció ver que se sonrojaban sus mejillas por mi acercamiento, sentí como su cuerpo se estremeció un poco, mientras en el mío nacía un cosquilleo en mi estómago y sentía una corriente eléctrica que me hizo erizar la piel. Que mes estaba pasando, esta mujer no es nadie ni nada para que me haga sentir esto. Traté de mantener la calma y el control del desenfreno de mi corazón respirando calmadamente.
—No se crea tan importante señorita Griffin, usted no es alguien de mi interés, es más, creo que no es ni un tanto suficiente para alguien como yo— dije con prepotencia.
Ante las palabras dichas Rebecca se recuperó del encuentro y achinó los ojos manteniendo una mirada fría, se removió haciéndome retroceder y levantó el mentón con orgullo.
—Alguien como usted? — dijo levantando una ceja y alejándose un poco más de mí, pero acercándose a las puertas del ascensor.
—Sabe que sí— respondió sintiéndose valiente. —soy mucho más que “suficiente”, para alguien como usted, que, por su comportamiento arrogante considero que no es capaz de estar a mi altura— me respondió con suficiencia y soberbia en su voz.
—Que tenga un buen día señor Franco— terminó de escupir justo en el momento preciso en que las puertas del ascensor se abrían y salió con paso firme y seguro.
Maldita sea, la pequeña fiera sí que tiene carácter, me quedé unos cuantos segundos más en el ascensor calmándome antes de salir como alma que lleva el diablo hacia mi oficina.
Mientras sigo mi camino veo como un pequeño grupo de empleados me observan con asombro y curiosidad, pues notan mi humor de perros. Gracias a Dios que es más temprano de la hora habitual de entrada y no hay mucho personal porque de lo contrario sería la comidilla del día y quizás del resto de la semana.
Para colmo al entrar a mi oficina me encuentro con Bruno. Él nota mi malhumor así que sin tanto preámbulo le cuento todo lo sucedido con Rebecca en el ascensor.
—Vamos tranquilízate hombre que te va a dar algo y deja a esa mujer en paz— expresó con calma.
—Condenada mujer, te juro que me las va a pagar. Esto no se quedará así— dije con rabia en mi tono de voz.
–Sigo insistiendo en que todo es un malentendido, ella es un ángel, eres el único que no ha notado lo excelente mujer que es– aclaró.
Miré a mi compañero con ojos bien abiertos y creo que mi mandíbula estaba en el piso.
—No es ningún malentendido. Esa endiablada mujer con cara de niña buena la tendré en mi cama mucho antes de lo que te imaginas. Ya lo veras— aseguré con una sonrisa ladina.
—No digas eso Arturo— dijo acercándose a mí y tomándome del brazo para que lo viera a los ojos. —No le hagas daño. No lo merece—
Sus palabras me desconcertaron. Acaso el tenía o tiene algo con ella.
—¿Por qué tan preocupado, hay algo que quieras decirme? — pregunté.
—No digas estupideces Arturo. No hagas algo de lo que después te vayas a arrepentir— miré a mi amigo, era enserio.
—Arrepentir. Por qué lo dices, acaso te gusta Rebecca— inquirí.
—No. Claro que no. Pero si sigues así...—
—Si sigo así qué ¡Habla! —
—¡La lastimarás mucho y te terminará odiando! — miré a mi amigo sin entender su comportamiento.
—Y crees que me importa si me odia o no. Todas dicen la misma historia y mira, terminan en mi cama y buscándome de paso— expresé de forma despectiva. No me iba dejar intimidar por las palabras de mi amigo.
—Espero que no termines tragándote tus propias palabras. A veces la presa termina siendo el cazador— dijo mi amigo y salió de la oficina sin más.
Arturo continuó con sus labores terminando de preparar todo lo necesario para la reunión con los mexicanos, pero en otra parte del mismo piso y antes de la llegada de don Maximiliano, Rebecca ya organizaba la oficina de su jefe y le solicitaba a Amber, la secretaria de presidencia, que iniciara con los arreglos en la sala de junta para dicha reunión. Mientras ella volvía a su puesto por unas carpetas que hacían falta para la firma.
El mayor llegó como todos los días con su acostumbrada sonrisa, el hombre siempre llegaba con un elegante traje de diseñador y su característico porte de caballero. Rebecca lo recibió con una cálida y dulce mirada, ella lo estimaba como un padre y se lo demostraba en sus gestos y acogedoras palabras.
Don Maximiliano se acercó a saludarla y preguntar por su repentina salida el día anterior. Ella trató de esconder su rostro agachado su mirada, pero para el mayor ese gesto no pasó desapercibido y terminó por pedirle que lo acompañara a su oficina donde podían charlar con más clama sobre el tema.
Rebecca entró a la oficina seguida por su jefe quien aseguró la puerta para no ser interrumpidos. Ella no dio espera a acomodarse cuando se rompió en llanto, le narro todo lo acontecido el día anterior con su madre y el asunto de la deuda adquirida.
Mientras Rebecca narraba al mayor el suceso Arturo buscaba a Bruno en su oficina con el propósito de continuar con los preparativos para la reunión con los mexicano.
Arturo se disculpó con su amigo por la impertinencias de hace un momento, disculpas que su amigo aceptó y sin más los dos amigos mantuvieron el profesionalismo que siempre los caracterizaba y continuaron con los preparativos de la reunión.
Todos los departamentos de la constructora se encontraban ajetreados preparando los últimos detalles de la presentación que se realizaría para los inversores. Arturo y Bruno eran los directores del proyecto, por lo tanto, todo debía salir bien.
La mayoría de los empleados involucrados en el proyecto se encontraban subiendo todo el material tanto físico como digital que se usaría en la presentación, por lo que se dirigieron al piso de Presidencia donde se encontraba el auditorio.
El lugar ya había sido preparado por Amber y Rebecca, así que solo faltaba dejar listo el proyector con la presentación, las carpetas con la información del nuevo proyecto y el contrato para ser firmado.
El par de amigos bajaron entre risas y bromas hacia la oficina de don Maximiliano con la intención de llegar juntos a la sala.
Arturo fue el primero en salir del ascensor para dirigirse a la oficina de su padre. De camino no encontró a Rebecca en su lugar, pero le restó importancia a la situación y pasó de largo hacia Presidencia.
Al llegar no tocó solo intentó abrir, pero la puerta estaba asegurada. Situación que le pareció muy extraña, ya que su padre nunca aseguraba la puerta a menos que estuviera en algo muy importante y que requiriera el no ser interrumpido.
—Que extraño, papá no es de encerrarse— le comentó a su amigo que lo acompañaba.
Tocó un par de veces y esperó hasta que la puerta se abrió.
—¿Qué sucede? ¿Por qué estás encerrado? — preguntó a su padre que abrió la puerta de una forma muy cautelosa.
El mayor no tuvo tiempo para hablar por que ya Arturo había irrumpido de una manera muy violenta al interior de la oficina.
Bruno permaneció en todo momento en la entrada esperando la autorización de don Maximiliano para ingresar.
Arturo siguió hacia el centro de la oficina donde se topó con la imagen de la mujer de sus pesadillas, sentada en el sofá de la oficina, de espaldas hacia ellos y la cabeza gacha ajena a la presencia de ellos.
El hombre barrió el cuerpo de la asistente de arriba a abajo inspeccionando su aspecto. Por la forma en ella estaba sentada podía apreciar los tersos y blanquecinos muslos de la chica ya que la falda se alzaba un poco más de lo debido.
En cuestión de segundos la mente de Arturo se llenó de miles de imágenes de él metido entre las piernas de la mujer, se vio saboreando la suave piel y deleitándose el sabor de su centro. Esa mujer debía ser deliciosa, por que toda ella le despertaba un morbo, que, ni en todo el tiempo que tenía de estar con mujeres, las otras le despertaban.
Una leve sonrisa se le marcó en la cara. Y así como llegó se esfumó al recordar el incidente de la mañana. Pero para tener un mal día hay es que levantarse primero, Arturo no dio espera y despotricó palabras hirientes y ponzoñosas contra la mujer que está en un acto de defensa terminó por girarle la cara con una fuerte bofetada.
La mujer entre dientes se defendió de las ofensas recibidas y sin más pasó de largo disculpándose con su jefe y saliendo de la oficina sin percatarse de la presencia de la otra persona.
—Aún sigues insistiendo que no eres un imbécil— dijo don Maximiliano mirando a su hijo con desilusión. —Tendrás que disculparte con ella, porque, aunque quieras o no, ella seguirá siendo la Asistente de Presidencia—
Rebecca salió de la oficina directamente hacia los baños. Se encerró tratando de calmar el dolor que sentía en su corazón. Llegó hasta el espejo frente al lavabo y cerró los ojos intentando controlar las lágrimas que salían solas y no pensar en lo sucedido, pero las palabras lanzadas por Arturo durante el día seguían repitiéndose una y otra vez en su mente.
Un lamento doloroso salió de boca y miró en el espejo su reflejo, un reflejo que mostraba a una mujer derrotada y miserable. Esa era su nueva vida, la vida que le dejó su exesposo.
Se había prometido no llorar más por él ni por nadie, pero le era casi imposible. Se sentía sin fuerzas y ánimos para seguir, se sentía morir, sentía que el mundo la quería destruir.
Nuevamente cerró sus ojos con la esperanza de que al abrirlos todo cambiara, pero no, nada cambió. Allí seguía ella frente al espejo con todos sus problemas. Después de un rato de reflexiones fallidas Rebecca se lavó la cara y se maquilló nuevamente, había olvidado que la reunión con los mexicanos no tardaría en empezar y lo más importante de todo que ella era la asistente del presidente, así que debía estar más que lista para la orden del día. Alzó los brazos y se estiró, se dio ánimo y rezó un poco. Total, debía continuar, no era una cobarde, eso jamás.
—Rebecca ¿estás bien? — la pregunta la hizo dar un brinco de sorpresa.
—Sí Amber, ya salgo, no me demoro, ya estoy lista— Amber asintió tras la puerta y se retiró para esperarla en su puesto.
Las dos mujeres ingresaron al gran salón detrás de sus jefes, estuvieron al pendiente de todo lo necesario en la reunión y tomaron apuntes de las aclaraciones y detalles que se harían al nuevo contrato.
Un poco más del medio día todos se levantaron de la mesa estrechado manos y dándose abrazos. Amber se hizo cargo junto con los del servicio de catering en recoger y organizar el lugar, mientras Rebecca asistía a su jefe con los últimos detalles del encuentro.
—Hijo, felicitaciones, me sorprendiste. Tú también Bruno– dijo el mayor dando un abrazo de felicitaciones a su hijo y a su ahijado, así era considerado Bruno para don Maximiliano. —Creo que este logro merece una celebración— dijo el mayor mirando a los presentes.
—Gracias papá, sabía que te iba a gustar, Bruno y yo hemos estado trabajando duro desde que el señor Miguel González nos contactó, bueno en realidad todo el equipo trabajó duro— explicó Arturo con una gran sonrisa de felicidad por el éxito logrado.
Don Maximiliano les abrazó nuevamente y los condujo hasta el ascensor para salir. Decidieron ir a un restaurante cercano, para no tener que ausentarse mucho. Ya que se debía finiquitar la celebración del viernes por la noche.
Por otro lado, Rebecca no asistió al almuerzo, no se sentía bien como para aparentar más de lo que ya lo estaba haciendo. Así que en su lugar le pidió a Amber asistir y estar al pendiente de los asistentes.
Pasó toda la tarde organizando la celebración de despedida con don Maximiliano y de paso la de bienvenida del señor Arturo. «Menudo jefe el que me va a tocar» pensó, mientras le confirmaban el salón para la fiesta.
No supo en qué momento la noche llegó, solo el hambre y el cansancio le avisaron que debía ser tarde. «Por Dios si son las 10 de la noche, en qué momento pasó el tiempo».
Rebecca dejó algunos pendientes para el día siguiente y se dispuso a salir. Llegó hasta el ascensor con paso cansino y cerró los ojos mientras esperaba a que llegara. Unos pasos tras ella le alertaron que no estaba sola. No prestó mayor atención a sus acompañantes, así que al abrirse las puertas entró sin percatarse de quienes eran.
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Rebecca.
Llegué a mi departamento cansada y furiosa por el comportamiento del imbécil del señor Arturo. «Pero qué se ha creído ese idiota, mira que venir a tratarme de arribista». El solo hecho de recordar sus palabras ya me estaba cabreando de nuevo.
Coloqué mi boso tras la puerta y me dirigí a mi habitación, en realidad necesitaba un baño.
—¡Ya voy, ya voy...! — le gritaba a mi móvil como si me fuera a escuchar. —Sí, Hola... ¿Martha? —pregunté asombrada por la hora de la llamada.
—Quién más tontita— me reí de su ocurrencia.
—Pero ¿Que ha pasado? ¿Por qué me llamas a estas horas? — pregunté curiosa por la llamada a esa hora de la noche.
—Hay amiga sí que estás mal. No recuerdas que quedamos de ver los vestidos para la fiesta de mañana por la noche— al escuchar eso, me tiré en la cama, no recordaba lo del vestido de mañana.
—La verdad lo había olvidado, será mañana en la hora del almuerzo que vaya por uno— dije con pesar, no tenía ánimos de mirar ningún vestido y mucho menos de comprar uno. No debía gastar el poco dinero que me quedaba en esas pequeñeces de una noche.
—Mañana no te dará tiempo de nada, así que abre la puerta para que pueda entrar y te los pruebes— me senté en la cama sorprendida por sus palabras y como un rayo corrí a la puerta para dejarla entrar.
Mi amiga llegó con unas bolsas protectoras en la mano.
—Hola Martha, sigue— nos saludamos y la hice pasar. —Pero... me has sorprendido. ¿De dónde sacaste esos vestidos? — una risita salió de sus labios y me tendió las bolsas que traía.
—Supuse que no los habías conseguido, te vi bastante atareada con lo de la junta y la nueva contratación, así que me dispuse a tomar unos de mi closet y traértelos para que te los pruebes. Se que te quedaran— la miré con desconcierto y suspiré con derrota. La verdad no tenía nada bonito que colocarme para la fiesta y tampoco ánimo para pensar en eso.
—¿Y cómo sabes mi talla? ¿Y si me quedan pequeños? Mira que tengo rollitos ¿Y no creo que mi busto entre allí eh? Me voy a ver chist...— su mirada asesina me hizo callar de inmediato y abrí las bolsas para no morir esa noche.
—Me he dado cuenta de que son perfectos— dije con una sonrisita pícara e inocente sacando el primer vestido de la bolsa.
Era un vestido azul noche hermoso, bastante largo, con escote reina anna y de encaje en la parte del busto y pedrería bajo la cintura, con una amplia falda que me daría movilidad.
El segundo, era uno gris claro, casi parecido al primero con mangas, toda la parte superior en encaje y pedrería y un cinto en el mismo color del vestido. Y por último un vestido negro igual de largo, pero en estilo túnica con cinto.
Con la ayuda de mi amiga me medí los tres vestidos, y nos decidimos al final por el azul. Era el que mejor me quedaba y se amoldaba a mi figura, palabras de mi amiga.
Como ya era pasada la medianoche, le propuse a Martha que se quedara a dormir y aceptó encantada.
Era la primera vez en mi vida que alguien diferente a Edwar y Aurora, dormían junto a mí. Me sentía un tanto incomoda, pero entre risas y bromas nos quedamos dormidas.
La alarma sonó a las 6 de la mañana, busqué el móvil para desactivarla y miré a mi lado en busca de mi amiga, pero no estaba, ¿será que se fue? Me levanté de inmediato y fui al baño, me duché rápidamente y salí en bata hacia la cocina para prepararme algo de desayuno.
—¡Hola, señorita ronquidos! ¿Cómo dormiste? — abrí los ojos como platos por el apodo y tapé mi cara por la vergüenza que sentí.
—O por Dios Martha, no me digas que de verdad ronco. Qué vergüenza...— las risotadas de mi amiga no se hicieron esperar, la muy descarada se estaba burlando de mí.
—¡Jajajaja! Si fuera solo eso— ¡Qué! ¡¿era broma?! De verdad estoy escuchando lo que dijo.
—¿Cómo así? ¿Hice algo más? Hay no, no, no, no, no— no quería saber qué otra cosa pude hacer dormida. Pero en mi defensa estaba dormida e inconsciente, así que todo vale.
Mi amiga siguió riendo hasta llorar. Cuando se calmó me hizo sentir tonta por sus bromas. Esa era Martha, una mujer joven de unos 33 años, tez trigueña y cabello rubio hasta los hombros, unos hermosos ojos aceituna y nariz pequeña. Es un poco más alta que yo, pero loca, como ella solo sabe serlo.
Es hija única, así como yo. Vive con su padre el señor William Johnson, un pensionado del gobierno con muy buenos recursos económicos, pues su familia le ha dejado un buen legado, pero mi amiga no aparentaba nada de eso. Ella es de esas chicas que prefiere ganarse todo con sus propias manos y no usar el dinero de su familia.
Hace ya 5 años que decidió trabajar como recepcionista para FRANCO & D’ LUCCA CONSTRUCTORES, por el simple hecho de enojar al señor Johnson, pues él quería casarla con el hijo de un muy buen amigo y excompañero de trabajo. Pero con lo rebelde que es, se fue de la casa por dos días, cosa que enfureció al señor William, pero logró que el hombre no la acosara más.
—Tu y tus bromas pesadas, un día de estos te van a hacer pasar un mal rato— le reproché.
—Tranquila, ven rápido a desayunar que demos irnos. Recuerda que hoy es la fiesta en la noche y debemos organizar algunas cosas en la oficina primero— asentí y me dispuse a sentarme en la mesada de la cocina para desayunar.
Después del desayuno lavé la loza y organicé la cocina, ya Martha estaba lista con el uniforme que había traído la noche anterior junto con los vestidos. Me dirigí a mi habitación a vestirme y maquillarme. Ya listas salimos juntas en su auto, un lujoso Bentley Flying Spur que su padre le regaló para que accediera a sus caprichos de matrimonio.
Pero como ya les dije mi amiga es única. Su padre le dio el auto con la condición de que se comprometiera con otro hombre, también hijo de un amigo. Pero, ella no pronunció palabra y subió al auto yendo en busca del supuesto prometido.
En cuanto lo recogió en su casa tomaron camino hacia el aeropuerto y compró dos boletos con destino a Francia, con la excusa de que huirían a la ciudad del amor. Así que ella le pidió que se embarcara primero mientras iba al baño y compraba algo para pasar la noche allá. Ya se pueden imaginar lo que pasó. Sí, lo dejó en el avión y se regresó, el avión llegó a su destino, pero por mal tiempo no había más vuelos para el mismo día.
Matthew, así se llama el sujeto, volvió al día siguiente hecho una fiera y dispuesto a cobrárselas, pero el señor William habló con su amigo y lograron dejar las cosas en buenos términos hasta que los muchachos se calmasen, palabras del señor William, la calma de mi amiga nunca llegó.
Llegamos a la constructora y bajé del auto super feliz, me sentía mucho mejor que el día anterior. Pero para mí desgracia el señor Arturo fue quien me recibió.
Arturo. Llegué a mi departamento frustrado por la actitud de Rebecca. Esa mujer me estaba sacando de mis casillas. Me retaba con su altanería y me despreciaba como si tuviera lepra ¿Es que acaso no le parezco atractivo? Nunca había tenido que suplicar por la atención de una mujer, todas quisieran estar en su lugar. Ante mis frustrantes intentos por seducirla, la muy digna se da el lujo de llegar en el carro de su amante. Tenía deseos de reclamarle, pero Bruno no me dejó. Me detuvo diciendo que haría el ridículo y e
—Por favor, Martha déjame aquí no quiero entrar al estacionamiento, ese lugar me da miedo— le pidió Rebecca bajando del coche de su amiga. —¿Quieres que te espere? — su amiga le sonrió y negó con la cabeza. —Arturo, me puedes explicar que fue lo que pasó allá abajo— todavía estaba desconcertado por lo sucedido en el ascensor, que no sabía que responderle a Bruno.—Ni yo mismo lo sé— dijo con cara de desconcierto y caminando y mirando a todos lados como si buscara en su mente algo que lo hiciera salir de su ensoñación.—Cómo que no lo sabes, crees que soy idiota... hasta Martha se dio cuenta de la tensión sexual que hay entre ustedes— dijo con un poco de enojo en su voz, por qué. —Te dije que te gustaba y me lo negaste, ten mucho cuidado, recuerda lo que pasó con Da...— Bruno no pudoterminar de hablar por mi confesión.—La besé—dije casi en un susurro. Bruno seguía parloteando, pero mi mente estaba en otra parte.—Maldita sea Bruno¡¡LA BESÉ!!—grit&eaCapítulo 7.
1/3Me dirigía hacia la oficina de presidencia cuando la vi. Se dio la vuelta para no mirarme. «cómo que la dejé nerviosa, jajaja, suelo causar ese efecto», fui acercándome, tomándome mi tiempo, recorriendo su cuerpo con la mirada, ansiaba volverla a sentir, mi cuerpo anhelaba estar junto a ella. Estando a tan solo unos pasos pude sentir su aroma, y el deseo se presentó inminente, hasta que lo vi. Noté la tela negra de encaje quesobresalíadel bolsillo de su chaqueta. La curiosidad me mató.
Rebecca caminó media cuadra hasta que subió al auto de su amiga. Se dirigieron a su departamento con el fin de tomarse el resto de la mañana y la tarde para arreglarse para la gala. Prepararon el almuerzo entre risas y explicaciones que Martha le pedía con relación a lo sucedido esa misma mañana en la recepción.La mujer le contó todo a su amiga, desde los desafortunados encuentros con Arturo y Bruno hasta lo sucedido en el ascensor. Martha la miraba expectante y
Arturo hizo una señal para que la música siguiera mientras la pareja de mayores bajaba del escenario. Mientras él y Rebecca buscaban el lugar más apartado para charlar.—Pero no me empujes. Yo no tengo la culpa ya te lo dije—.
Rebecca despertó cerca de las 6 de la mañana, en su mente trató de ubicar el lugar donde estaba, algunos recuerdos le llegaron de golpe.Se sintió desnuda, —No puede ser, será que lo hice con él, no, no, no, no— pensaba mientras intentaba recordar lo que hizo después de quitarse el vestido.—Recuerdo que nos besamos... y que beso— se dijo mientras giraba su cabeza hacia el lado izquierdo de la cama viendo al hombre en cuestión dormido a su lado. Estaba casi desnudo, solo llevaba los bóxers y la sábana enredada entre las piernas.—Este hombre está como mandado a hacer, parece que lo hubieran tallado los mismos dioses en el Olimpo— pensó mientras bajaba su vista por sus ojos cerrados y apreciaba sus largas pestañas, su nariz y sus labios, mmm... esos deliciosos y hambrientos labios que la hicieron sentir nuevamente en calor.—
Los dos amantes despertaron abrazados. Rebecca alzó los brazos y se estiró, cosa que Arturo aprovechó y la abrazó.—Buenos días dormilona— sonrió la fierecilla ante el saludo.—Buenos días ogro durmiente— él la miró asombrado por el apodo recibido.—Con que ogro eh, pues este ogro... ¡te va a volver a comer.... grrrr! — se giró rápido encima de ella y empezó a morderla y hacerle cosquillas.—¡Aaaaaa...! No Arturo, cosquillas no... jajajaja... ¡No, no me muerdas así...! — gritaba la fierecilla entre risas y manoteos, retorciéndose debajo de él.—¿Entonces cómo te como? ¿Enséñame? — preguntó Arturo alzando una ceja de forma sugerente y con voz ronca excitado nuevamente.Rebecca lo miraba cautivada como niña ena