CAPÍTULO 54

Las horas pasaron en un borrón de dolor y confusión. Sanem apenas era consciente de las voces que llegaban hasta ella, las preguntas y preocupaciones de quienes la rodeaban. Todo parecía distante, como si estuviera observando su propia vida desde lejos.

Finalmente, se volvió a levantar y se colocó una bata encima, y caminó por el palacio, notando que eran las diez de la noche. Le ardía la mano, pero fue hasta el espacio favorito de Kereem y se sirvió un trago.

—¿Necesitas algo, Sanem? —Sanem se giró de golpe para ver a Naim de pie, y fue cuando él vio la venda llena de sangre y un vaso lleno de licor en sus manos cuando frunció el ceño—. No puedes… estás tomando antibióticos…

—Que se jodan todos… no tomaré una pastilla más en mi vida, Naim…

Naim se metió las manos en los bolsillos, y bajó la mirada a su vestimenta.

—No deberías… —Sanem tomó un trago largo y rio. Pero algunas gotas cayeron de su boca.

—¿Deber? Estoy harta del deber, Naim… de hecho mi esposo ya pasó las reglas… ¿Por qué
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