CAPÍTULO 2. Un hombre sin corazón.

CAPÍTULO 2. Un hombre sin corazón.

Uno noventa de estatura, ciento cuatro kilos, con el cuerpo trabajado como un maldito gladiador y enfundado en un traje sastre hecho a medida de diez mil dólares.

Las mujeres se derretían por verlo sin ropa, pero la verdad era que quien quisiera salir beneficiada rara vez tendría el gusto, porque Grayson Blackwell no le ofrecía el frente a las mujeres que se follaba. Veinte minutos siendo destrozadas con la cara pegada al escritorio era lo más que podían obtener, eso y algún papel en cualquiera de las producciones que en ese momento estuvieran activas, pero nada más.

No le importaba su placer y ellas le importaban menos. No las buscaba, pero muy estúpido tenía que ser el depredador que rechazara la comida que se le ofrecía voluntariamente.

Así que esta vez fue Beatrice Harrison la que se levantó del escritorio con la mejilla enrojecida mientras Grayson se guardaba a su segundo mejor amigo y se cerraba el cinturón con un gesto de fastidio.

—Listo, servida. Ya te puedes ir —replicó tomando la pequeña tableta que Beatrice había puesto sobre la mesa al llegar, porque si era honesto, era lo único que le importaba.

—Grayson... ¿ni siquiera quieres que me quede un rato? —preguntó ella con un puchero, pero el hombre ni la miró.

—No, gracias, tengo mucho que hacer.

Su siguiente movimiento fue encender la tableta y repasar aquellas tomas.

—¡Pues igual no entiendo por qué tienes tanto interés en ella! ¡Es una doña nadie ahora! —espetó Beatrice con molestia—. ¡Nadie la quiere en los sets de grabación! ¡Solo le dan papeles por lástima... y por ahorrar!

—No sabía que Tim estuviera intentando ahorrar en sus producciones —replicó Grayson con sequedad, con los ojos concentrados en aquellos golpes que se repetían una y otra vez.

—¡Ay, por favor, sabes de lo que hablo! ¡La angelita se cayó de su nube cuando se enredó con el director de su película hace cuatro años! ¡Jerry Huxley era... bueno, todavía es un hombre casado! El escándalo casi destroza a su familia y Serena quedó exactamente como lo que es: una zorra rompe hogares que ahora tiene que mendigar papeles secundarios para sobrevivir. ¡Ella es mala publicidad, Grayson! ¡No quieres meter en tus producciones a alguien así!

Grayson respiró hondo y por primera vez se giró para mirarla.

—Beatrice... tú y yo hemos estado jugueteando desde hace tiempo, ¿cierto? —preguntó él frunciendo el ceño pensativo y ella casi se derritió.

—Sí querido. Dos años ya, ¿por qué? ¿Quieres que hagamos este jugueteo más oficial?

—No, solo me preguntaba si en ese tiempo alguna vez te he pedido consejo sobre cómo debería llevar mi Productora —sentenció él y ella contuvo el aliento—. ¡Ah, no, creo que no! Debe ser porque tu opinión me importa una puta m****a. —Grayson se levantó de su silla, abotonándose el saco y haciéndola mirar hacia arriba—. Tu única función en mi mundo es inclinarte sobre ese escritorio, abrir las piernas, y tratar de aguantar mientras te follo, nada más. Tu opinión para mí es tan irrelevante como tus orgasmos, así que tres puertas más a la derecha está la oficina de los directores de casting, allí es donde deberías estar ahora si es que esperas que tu carrera progrese. Que tengas buena tarde.

Y su voz era tan gélida que Beatrice pasó saliva, pero a pesar de su impotencia, sabía que hacerse la ofendida con él no funcionaba. Después de todo, Grayson Blackwell no tenía ni un rastro de corazón. Así que optó por obedecerlo, y él solo hizo un gesto de aburrimiento cuando la vio salir.

Por suerte, su enfoque estaba enteramente en aquella tableta, en aquellas actuaciones, hasta que la puerta abriéndose le dijo que su segundo mejor amigo estaba entrando. Después de todo, Kenneth Radley era el único que se atrevía a entrar sin tocar.

—¡Un día de estos me vas a encontrar follando, imbécil! —le advirtió Grayson y Kenneth se persignó de inmediato.

—No te preocupes, aplastar insectos es tu pasión, mi orgullo no sería nada diferente. Ahora... —Miró a la tableta sobre la mesa y respiró hondo—. ¿Ya la tienes donde la quieres?

—Todavía no —gruñó Grayson—. No la siento lo suficientemente... desesperada. Necesito algo más, otra raya para el tigre, otra gota para el vaso. Ya veré qué se me ocurre. Por lo pronto asegúrate de que Tim corte cualquier toma donde tenga poca ropa, no nos conviene que se le vea tanta piel en sus últimos papeles.

Kenneth asintió porque aunque la película de Tim Baldwing no pertenecía a su Productora, sabía que el poder de Grayson alcanzaba para lograr eso y un poco más. Sin embargo no se fue, sino que se cruzó de brazos y tomó aire porque sabía que aquella conversación con él siempre era difícil.

—Gray, ¿estás seguro de que quieres hacer esto? Serena Radcliffe…

—¡Serena Radcliffe le arruinó la vida a mi hermana! ¡A mi hermanita, Kenneth, a la que tú y yo vimos crecer! —espetó furioso porque lo que aquel hombre tenía de cruel lo tenía también de protector y le habían lastimado a la persona que más quería—. ¡Anabelle no es ni la sombra de lo que era hace cuatro años! ¡Ese maldito escándalo la destrozó, y no me importa lo que tenga que hacer para sacarla de ese pozo de miseria al que la mandó Serena Radcliffe! ¡Esa mujer me va a pagar con sus lágrimas cada una de las que ha derramado mi hermana, y no me importa lo que tenga que hacer para conseguirlo! ¿Entiendes?

Kenneth apretó los labios porque jamás lo había visto así. Para él Grayson siempre había sido un hombre justo, severo pero justo, sin embargo no era mentira que la infidelidad de Jerry había destrozado a Anabelle, y que el carácter de su mejor amigo había cambiado diametralmente después de eso. Así que salió de la oficina a cumplir con su orden, mientras Grayson se quedaba en aquella silla, mirando la imagen llorosa de la muchacha y preguntándose hasta dónde podría ser una excelente actriz.

Pero como en un disco rayado, a la cabeza de Grayson solo llegaban las imágenes de su hermanita llorando, las tantas veces que se había drogado para soportar la presión, las ocasiones en las que había tenido que internarla en una clínica de salud mental para que saliera de la depresión. ¡Alguien tenía que pagar por eso!

Su siguiente movimiento fue levantar el teléfono de su despacho y hacer un par de llamadas; tenía contactos por todos lados, eran muchos los hilos que podía mover para poner a Serena al borde de la desesperación, y a medida que le daban la respuesta que esperaba, aquella sonrisa cínica se iba ensanchando en su rostro.

—Bien, ocúpense de que el volante de ese anuncio llegue a su buzón —ordenó—. Después ya saben qué hacer.

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