3: Celos

Jessica

Sí, debo confesarlo, estaba muerta de celos. Yo sabía a ciencia cierta que Lana no hacía más que llamar la atención de Thomas. ¿Cuándo había necesitado ayuda para escribir un artículo? Jamás. Siempre se las arreglaba muy bien sola y justo en ese momento “estaba pegada” y no podía seguir. Ninguno de sus compañeros se levantó, ¿por qué tenía que ser él? ¿Es que acaso le gustaba esa mujer? Todos en la oficina sabíamos cómo era, lo retorcida que podía ser, por eso nadie la ayudó, pero no, él tenía que hacerlo, como buen compañero nuevo, se sintió en la obligación de ser amable. ¡Maldita Lana!

Respiré profundo para intentar serenarme, no podía pensar eso de Lana, ella era una chica sana y dulce, un poco loca y mentirosa compulsiva, pero en realidad, no le hacía daño a nadie. Además, ¿cómo iba a sentir celos de un tipo al que ni siquiera conocía? Por muy guapo que estuviera.

Me concentré en mi trabajo. A media tarde, entró Ryan sin autorización, pues Rhonda había ido al cuarto piso a buscar unos documentos y la entrada a mi oficina quedó libre. Todos podían entrar con libertad a mi oficina, menos él. Y lo sabía.

―¿Qué haces aquí? ―pregunté molesta cuando él cerró la puerta tras de sí.

―Quiero hablar contigo, quiero que sepas quién es el nuevo.

―¿Qué quieres decir?

―Jessica, cariño, ese tipo es un mujeriego de primera, después de que te fuiste a la hora de almuerzo, me habló de todas sus conquistas y aseguró que tú serías la próxima que cayera en sus brazos, que nadie se le podía resistir.

―Mira, Ryan, no me interesa saber nada de él, ¿qué parte de que no estoy interesada en nadie no te queda clara? No quiero nada con nadie. Mucho menos de esta oficina.

―Las mujeres no pueden estar solas y hombres como él las hacen caer como moscas a la miel.  

―Un comentario muy machista de tu parte. De todos modos, tú no sabes nada de mi vida privada.

―¿Me vas a decir que tienes pareja? Nunca se te ha conocido a nadie. Estable al menos ―terminó con suspicacia.

―No es de tu incumbencia, Ryan, retírate de mi oficina. No me gustan los chismes, lo sabes muy bien.

―Solo te estoy advirtiendo, quiero cuidarte.

―Soy muy capaz de cuidarme sola.

―Por favor, las mujeres necesitan a alguien que las cuide, que las proteja, sobre todo tú, que pareces de hielo por fuera, pero sé que por dentro tu corazón está hecho trizas.

―¿Ah sí? ¿Eso crees? Pues estás muy equivocado, soy muy capaz de estar sola y cuidarme. Ándate.

―Eso no te lo crees ni tú.

―Mira, Ryan, tú sabes que no me gustan los chismes, no me gustan tus intentos de seducción y mucho menos estos comentarios machistas y misóginos. Vete.

―Ya te vas a acordar de mí cuando caigas redondita en sus brazos y él solo juegue contigo. Ahí sí vas a querer venir corriendo a mis brazos.

―Sal de aquí, Ryan, ¡ahora!

―Yo solo quería advertirte, sabes que me preocupas, pero no importa, aquí estaré cuando te deje en el piso como un estropajo viejo.

El tipo salió, si no lo despedía era solo porque era uno de los mejores empleados del departamento, de otra forma, lo habría sacado hacía mucho tiempo. No me gustaba cómo hacía esos acercamientos, me hacía encerronas, por suerte para él, nunca había pasado más allá de palabras, porque si intentara alguna otra cosa, lo pondría de patitas en la calle sin contemplaciones.

Me concentré de nuevo en mi trabajo, o eso intenté, sus palabras taladraban mis sienes. ¿Thomas quería que yo fuese su próxima conquista? Pues se iba a dar contra el suelo, porque yo, con él, ni a la esquina. Era muy atractivo y sexi desde la cabeza a los pies, pero yo no me involucraba con compañeros, esa había sido mi política desde el colegio y nunca había fallado.

Rhonda volvió con los documentos y me quedó mirando con las carpetas en la mano.

―¿Pasa algo? ―me preguntó al fin.

―¿Por qué?

―Tienes una cara…

―Es la única que tengo ―repliqué enojada todavía, no estaba segura si era por lo que había pasado con Thomas y Lana, por lo que me dijo Ryan o porque Thomas esperaba que yo cayera en sus brazos.

―Ah, y de mal humor, ¿qué te dijo Ryan esta vez? ¿O es por Thomas?

―No, Ryan sigue esperando que le dé una oportunidad y me vino a hablar mal de Thomas.

―¿Qué te dijo?

―Que era un mujeriego y que después del almuerzo se ufanó con él de sus conquistas y que yo sería la próxima.

―¿Y le creíste?

―¡No! Tampoco me interesa creerle o no, pero me provoca náuseas cada vez que empieza con sus cosas, si no fuera porque es muy bueno en su trabajo, te juro que lo despediría ahora mismo.

―Tú no eres así, amiga, tú no despides a nadie, si no, hace rato lo hubieras sacado de aquí, tampoco es que sea una estrella en esta empresa.  

―Pero ahora lo haría, me tiene harta. Oye, ¿te fijaste si volvió Lana a trabajar?

―Sí, estaba muy concentrada en su puesto.

―¿Y Thomas?

―Igual, ni siquiera alzó la vista cuando yo pasé por su lado.

―Bien, al menos no es un vago.

―¿Por qué lo sería? ¿No viene recomendado?

―Sí, pero uno nunca sabe si los recomiendan por buenos o por necios.

―Eso es verdad. Al menos parece que sabe lo que hace.

―Ojalá así sea.

Rhonda salió de la oficina y yo seguí con mi trabajo, tan concentrada, que no me di cuenta de la hora si no hasta que mi amiga llegó a despedirse.

―¿Qué hora es?

―Faltan quince para las siete ―me respondió―. Ya es pasada la hora de salida, la mayoría ya se fue.

―¿Lana dejó su artículo?

―Se lo envió al editor antes de las seis, dijo que te había mandado una copia.

―No he revisado mi correo. Gracias.

―¿Ya te vas?

―Sí, guardo esto y me voy.

―Hasta mañana, entonces, cuídate.  

―Hasta mañana, amiga, recuerda que el sábado tenemos nuestra noche de chicas.

―No lo olvido. Nos vemos.  

Me puse a guardar y ordenar el desastre que tenía sobre el escritorio. Cuando salí ya no quedaba nadie en sus cubículos. Bajé por el elevador, no fui la única en salir tarde, pues el ascensor se fue llenando a medida que bajaba. Terminé en el último rincón, así que fui la última en salir.

Afuera estaba Ryan, quiso hablarme, pero yo no le hice caso, apuré mis pasos; me siguió.

―¿Hasta cuándo me vas a hacer la ley del hielo? ―espetó agarrándome del brazo para voltearme hacia él.

―¿Qué? ―repliqué y me solté de su agarre.

―Eso, sabes que me gustas y a ti parece no importarte.

―A ver, Ryan, sabes que tú a mí no me gustas y no quiero nada contigo, no sé en qué idioma quieres que te lo diga.

Me tomó con fuerza y me acercó a él, pero antes de llegar a mi boca, lo aparté y le di una bofetada.

―Ya basta, Ryan, una más y te vas despedido por acoso, ¿me escuchaste?

―Yo sé que te gusta jugar, Jessica, sé que esto no es más que para hacer más divertida la relación. ¿Quieres jugar a esto ahora? ―Me apretó de los brazos.

―¡Suéltame!

―Ya la escuchaste ―dijo Thomas detrás de mí.

―No te metas, no eres más que el nuevo.

―Al menos no soy un abusador ni ando hablando mal de las mujeres, ¿con cuántos hombres me dijiste que se había acostado Jessica para llegar hasta dónde está?

―¿Qué? ―grité espantada, ¿eso decía a mis espaldas?

―Me dijo que hasta te habías acostado con m… Con Rick Lennox.

―¿Eso dijiste, Ryan? ¿De verdad fuiste capaz de decir tamaña mentira?

No contestó. Yo me enojé más todavía.

―Claro, le mentiste a él igual como me mentiste de que Thomas era un mujeriego que esperaba que yo fuera su próxima conquista.

―¿Le dijiste eso? ―interrogó Thomas con más furia que la mía.

―Mañana preséntate a Recursos Humanos, estás despedido ―sentencié con firmeza, con la careta de mujer de hierro, por mí, lo hubiese agarrado a patadas, pero así no era yo.

―No puedes despedirme ―se burló.

―¿Ah, no?

―No, ¿tú te crees que no sé que a este tipo lo metiste tú a trabajar aquí? ¿Qué pasaría si el gran Rick Lennox se enterara de que trajiste a tu amante a la oficina? Podría llamarlo y contarle...

―Haz lo que quieras, Ryan, estás despedido.

Me zafé de su mano y comencé a caminar a paso rápido, quería llegar a mi casa lo antes posible. Yo sabía que, al tomar ese puesto, muchos iban a creer que lo había conseguido en la cama de alguno de los directores, nada más lejos de la realidad. Con esfuerzo y sudor lo había logrado y me daba rabia que a las mujeres se nos cuestionara tanto el subir de nivel, cuando en los hombres es lo que se espera y nadie pone en duda su capacidad.

Miré hacia atrás, pensé que Thomas me seguiría, pero no, justo en ese momento, se estaba separando de Ryan y entró a una pizzería.

Llegué a mi casa, pateé mis zapatos lejos, me desnudé mientras caminaba hacia el baño, abrí la llave de la tina y en tanto se llenaba me fui a la sala para servirme una copa de vino. Me metí al agua y me relajé con mi copa. Ese día había sido muy estresante. No solo por el tema de Ryan, la llegada de Thomas Wood me haría muy difícil la vida en la oficina.

¿Qué pensaría en ese momento de mí? No parecía creerle a Ryan, aunque claro, había dicho que Thomas era mi amante y que el señor Lennox no tenía idea de su llegada; menuda sorpresa se llevaría si lo llamara para decirle que Thomas era mi amante. Ojalá lo hiciera y que Rick lo pusiera en su lugar.

Pensé en Thomas, en esa masculinidad que expelía por los poros y sí, me dieron ganas de tener su cuerpo dentro de mí y quise usar unos de mis juguetes de bañera, el problema fue que Ryan y la discusión del almuerzo no me dejaron sentir. Me comporté como una completa imbécil con el tema de Erick, tenía mis razones, pero Thomas no tenía por qué saberlas y quedé como una mujer sin empatía frente a él.

Me mantuve tanto rato allí que el agua casi se enfrió. Saqué el tapón y abrí la ducha, dejaría que el agua caliente quitara todas las malas energías que había adquirido ese día. Me sentía muy cansada, ni ganas de comer tenía.

Salí de la tina y me sequé con frenesí. Pasaba del enojo a la tristeza en cosa de segundos, eso era muy extraño en mí, puesto que yo no era una mujer que se dejara llevar por emociones.

Me fui a la cocina y saqué una lasaña congelada del refrigerador, la puse a calentar en el horno de microondas, coloqué la cafetera y encendí un cigarrillo; necesitaba relajarme.

Pensé en Ryan, me juraba amor cada dos minutos, pero yo estaba segura de que él solo quería escalar a través de mí, cosa que no hubiese ocurrido, aunque hubiésemos sido amantes. Habría exigido privilegios, incluso, habría querido acceso a documentos que él no tenía derecho a ver. Sí, lo insinuaba de vez en cuando. Quería que formáramos “un equipo ganador”, donde la única perdedora habría sido yo.

El timbre del microondas me hizo dar un salto. Me fui a la cocina y comencé a comer despacio, sin ganas, le daba vueltas a mi comida y cada tanto, me echaba un bocado a la boca. Después de lavar lo que había ocupado, me tiré a la cama a revisar mis redes sociales. Busqué a Thomas Wood y no lo encontré en ninguna parte, no existía. Quizás era una de esas personas que odiaban la exposición, aunque, conociendo a Thomas, lo poco que lo conocía, dudaba que no le gustara ser el centro de atención, sobre todo de las mujeres.

Miré la hora, las nueve y veinte. Otro día cualquiera me hubiera puesto a escribir, leer o ver televisión, pero aquella noche no tenía ganas de nada, parecía que me habían absorbido todas las energías y no tenía fuerzas, solo quería quedarme en mi cama el resto de la vida.

Me llegó un mensaje a mi W******p, por el tono, era un número desconocido. Lo miré desde las notificaciones para no abrirlo.

“Disculpa por haberme entrometido entre Ryan y tú hoy”.

¿Thomas? ¿Cómo se había conseguido mi teléfono? No contesté, no supe que decir.

“De verdad lo lamento, nos vemos mañana”.

Sí, me recordó que sufriría una vez más la tortura de verlo.

Bloqueé mi móvil y lo dejé a mi lado en mi mesita de noche.

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