3. RECUERDOS

Capítulo dos: Recuerdos

*Narra Maia Miller*

Pensé que estaba preparada para este momento. En verdad me sentí lista para enfrentarme a él nuevamente, para tolerar su cercanía sin que cree estragos en mí... pero he fracasado de manera estrepitosa.

Me sudan las manos. El miocardio late tan fuerte dentro de mi pecho que casi puedo pensar que me está dando un infarto. Podría jurar que siento el bombear de la sangre en mis venas y todas mis arterias se ponen de acuerdo para latir descontroladas frente a él, el mismo hombre que no puedo olvidar y al que hace exactamente un año y dos meses, tuve enterrado profundo dentro de mí mientras ambos jadeábamos en la boca del otro.

—¡¿Bruce, estás bien? —su esposa le reclama y él parece no poder apartar sus ojos de los míos.

La mano de Gerald que permanece en mi espalda, avanza un poco hasta mi franja dorsal y presiona allí, en un intento por motivarme para que rompa el clima extraño que se ha creado a raíz de mi presentación.

Yo no creí que me recordara. Incluso ahora, viendo como sus ojos endemoniados me escrutinan sin compasión, dudo de que lo haga porque mi notable belleza le ha deslumbrado o porque en verdad me reconozca algo de lo que queda de la mujer que fui cuando él me conoció, me sedujo y me hizo suya... para luego escupirme lejos de su vida.

A pesar de lo que me produce su manera de observarme, adopto la frialdad que he aprendido a manejar y con la cual cuento para poder avanzar aquí, cumpliendo de paso con mi cometido.

—Maia Miller, señor —me presento con voz neutral—. Como ya ha dicho el señor Fox, soy su nueva agente de prensa.

Él luce fuera de lugar por completo y no puedo evitar la sonrisa que se dibuja en mi rostro, satisfecha de haber causado la impresión deseada. Un día Bruce Collins destruyó mi campo de fuerza... ahora me toca a mí.

Sin embargo, la victoria no dura mucho, puesto que pronto regresa a su expresión fría y penetrante, apuesto a que imaginando las mil y una maneras de rebanarme el cuello. Empodera su actitud mostrándose más controlado, pero su momento se ve cortado de pronto.

—Mucho gusto —intercede su mujer ante el tenso silencio—, yo soy Christine Collins, aunque todo el mundo ya me conoce. ¿Por qué no pasamos a la mesa?

Me mantengo estoica cuando él mantiene el contacto visual sin pronunciar una sola palabra y por unos instantes flaqueo, volviendo a sentirme un ave pequeña y herida. No obstante, aguanto el porte haciendo uso de todas mis fuerzas.

Intento centrar mi atención en su esposa, quien se ha tomado la tarea de intervenir por él y estiro mi mano para devolver con estudiada educación el saludo.

En mi mente tenía todo el plan creado. Sin embargo, es mucho más fácil pensar o decir qué hacer, que estar delante de las personas que menos me apetece ver.

—Mucho gusto, señora Collins —doy un apretón a su mano y no más de tres sacudidas cuando la suelto y culmino.

Le siento respirar de forma honda y es casi una mal educada reacción cuando sus sonidos salen demasiado fuertes, pero no puedo evitar reconocer ese jadeo, esa sensación de insatisfacción satisfecha. Algo paradójicamente nuestro...

Su alma de hierro se mantiene igual o peor que antes... así como su belleza arrebatadora.

—Espero sea competente, señorita...

El muy idiota trata de demeritar mi trabajo y mis intenciones nada más llegar.

Ha dicho eso simplemente para dejar muy en claro que no ha prestado atención al insignificante apellido de la mujer que le acaban de presentar y encima, es una manera de hacerme saber que no me lo va a poner fácil.

«Yo tampoco»

«Puedo con esto»

Le suelto la mano a su esposa y tomo la suya previamente estirada para mí, para posteriormente decirle con cuidada sorna:

—Miller, señor —puedo notar un temblor, aunque no logro definir si proviene de él o de mí—. Usted no se preocupe que justamente ese es mi trabajo: reponer las palabras que le falten a su boca.

En el mismo instante en que escupo semejante idiotez se le caen los párpados y su mano aprieta la mía.

No sé cómo me he atrevido a mencionar la palabra «boca» en su presencia. Lo que sí sé y me ha quedado muy claro, es que le ha surtido el mismo demoledor efecto que a mí.

¡Joder!

¡Nos recordamos demasiado bien!

¡Nos deseamos demasiado, a secas!

La mano de Gerald me aprieta un poco más en donde se halla y por fin le suelto la otra al futuro presidente. Él por su parte opta por mantenerse en silencio como yo... ni siquiera sé qué decir para salvar el momento.

—Bueno... —interviene Gerald tomándome por sorpresa—, en honor a la verdad, señor, a ella le gusta que la llamen señorita Miller cuando trabaja. Es muy dada a mantener su propia identidad en el ámbito laboral —todos lo observamos atentos —. Sin embargo, en buena ley y para el resto de los asuntos, es la señora Fox.

El silencio se adueña de la situación y nos devora. Sus ojos astutos han vuelto a colisionar con los míos asombrados y siento que el corazón no responde a los latidos que quisiera marcar. Estoy absolutamente estupefacta.

Algo en su mirada me indica que no le importa el saber que ya me ha reconocido a pesar de todo. Por otro lado, la muestra de musculitos de mi esposo me ha tomado por sorpresa, teniendo en cuenta que no habíamos planificado hacerlo público aún.

—¡Ah, qué bien ! —su mujer suelta una especie de gritito forzado antes de aplaudir—. Te tenías muy callado el matrimonio, Gerald. Menudo pilluelo estás hecho.

En tanto ella trata de bromear con algo que no da risa, su marido me observa muy serio, el mío me aprieta cada vez más y yo no sé cómo sacarnos a todos de la situación.

Por suerte, la organizadora de la cena que nos salva la campana, llamándonos en el momento justo a tomar asiento en la mesa.

Debo reconocer que mi primer día de trabajo lo estoy haciendo fatal. No me estoy enterando ni una hostia de lo que se habla.

Si hubiese una hoja de reclamaciones para quejarse al destino, ya estaría redactando mi disconformidad.

De todo el santo espacio que había para sentarme, me han plantado el trasero en la silla justo a su lado.

¡Y es que hay que joderse!

Parece un jodido plan macabro del destino.

Si es que cuando yo lo digo..., me han sentado a su derecha y a Christine a su izquierda.

Podría estar el mismísimo Dios hablando aquí como si fuera la última cena y yo no le prestaría la menor atención.

Solo soy capaz de sentir la rodilla de Bruce tocando mi muslo por debajo de la mesa. Si se inclina, me roza. Si se mueve, me roza. Si habla, me roza. Si el muy puñetero respira, me roza... Es que si tan solo existe, también me roza. Esto es insoportable.

Trato todo el tiempo de apartarme y volvemos a tocarnos. Es como si lo hiciera a posta.

«Lo hace a posta, compañera», mi voz interna aclara con una disimulada tos.

Al ser una cena oficial, todo lo que se trata es de máximo interés y siendo su jefa de prensa debería estar tomando nota, aunque sea mental de cada acuerdo o debate que se tiene aquí, pero no puedo.

No me entero de una mierd@ y es muy abrumador para mí.

No me queda ninguna duda de que a él le pasa lo mismo, pues en cada ocasión que mis ojos se sienten invadidos, buscan los suyos y la conexión es inevitable. Lo cual dictamina que tampoco está tomando en serio la reunión.

—Necesitas controlarte —me llega un regalo susurrado de mi marido sentado justo a mi derecha —. Pide disculpas y vete al baño. Yo te cubro aquí. Y haz el jodido favor de ponerte a lo que estamos, Maia. Vas a joderlo todo.

No respondo nada porque tiene toda la razón, estoy hecha un manojo de nervios y no estoy siendo capaz de disimularlo para nada.

Me levanto y hago una mueca pobre para nadie en concreto, debido a que no encuentro muchos curiosos reparando en mí. Luego salgo de aquel sitio buscando el tocador.

Un camarero me indica el camino y mis tacones púrpura Chanel resuenan por el suelo a ritmo vertiginoso. Estoy hecha un volcán a punto de erosionar por dentro.

La casa es inmensa, pero llego sin grandes tropiezos hasta mi destino. Me espera una puerta de cristal de espejo y empujo para entrar...

Entonces, una fuerte mano se ancla a mi muñeca y soy arrastrada por una brutal fuerza a gran velocidad. No tengo idea de a dónde me lleva, pero sí sé muy bien quién...

—No tan rápido, bonita —la ironía en su voz no me pasa inadvertida.

—¡Suélteme, congresista! —mascullo con cinismo.

Unos pocos metros después soy empujada a gran velocidad dentro de una habitación, la cual obviamente desconozco y maniatada por sus propias manos en mis muñecas contra la puerta que nos encierra juntos, en Dios sabe dónde.

—Déjate de formalismos baratos conmigo, que te he foll@do las suficientes veces como para que me tutees en privado, Maia Fox.

Y ahí, justo cuando menciona mi apellido de casada y no de soltera, es cuando me demuestra que a pesar de todo todavía le importo y que este peligroso juego no ha hecho más que empezar.

—No recuerdo haberme acostado con un hombre tan arrogante como usted, señor —le espeto para picarlo todavía más—. A mí no me van los casados.

Acerca su rostro al mío —si cabe puesto que estamos muy cerca—. Lleva sus labios por las cercanías de mi mejilla hasta mi oreja, golpeándome la piel con su aliento.

—Eres una muy mala mentirosa, querida —su tono es tan amenazante como el día en que me alejó con aquel ultimátum—. Sabes a la perfección que puedo hacerte mía ahora mismo, enterrarme tan profundo en tu interior para comprobar en tus gritos... que no te acuerdas como se siente tenerme dentro, bonita.

Tiemblo como una hoja al mismo tiempo que lucho por recuperar el control de mi traicionero cuerpo.

Este juego de poder ha iniciado de forma oficial.

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