Vomitar por estar ebria era horrible, pero vomitar y que un extraño te este sosteniendo el cabello era vergonzoso y horripilante. Pase casi dos horas arrodillada en el piso de mi baño, con el hombre que me trajo a casa cuidando de mí. Cada vez que creía que se había acabado, que podía ponerme en pie, los vómitos aparecían otra vez. Entre vomitada y vomitada balbuceaba palabras que ni yo misma entendía.
–Para que una mujer como tú se embriague de esta manera, tiene que existir una razón muy turbia –me paso un vaso con agua, le agradecí y me lo lleve a los labios, enjuagando mi boca para después escupirlo.
–Créeme… la hay– dije después de tener mi boca limpia.
–¿Puedes pararte?
–Eso creo– me puso las manos en la cintura.
–A las tres– asentí– uno, dos y tres– me ayudo a levantarme y salimos del cuarto de baño. –¿Dónde te dejo?
–En el sofá, no creo poder subir las escaleras.
–Gracias– le dije cuando me dejé caer en el sofá.
–Deberías hidratarte mucho.
–Sabes mucho de esto, no vacilaste ni una sola vez mientras estuve depositando todo en el baño.
–Tengo bastante experiencia con estas cosas, se podría decir que era un alcohólico en potencia. – lo mire de arriba abajo, parecía un hombre de clase, por su forma de hablar, aparte de que llevaba ropa de marca.
–No pareces ese tipo de persona. –él seguía de pie, cambio su peso de un pie a otro.
–Bueno… uno hace cosas cuando es adolescente y quiere llamar la atención de sus padres ausentes.
–Eso no fue mi caso.
–Bien por ti.
–¿Puedes sentarte? Me marea mirar hacía arriba para verte a la cara.
–No tienes que mirarme a los ojos para hablar conmigo– aun así, se sentó.
–Me gusta ver a la gente a los ojos cuando estoy teniendo una conversación con ellos.
–Es bueno saberlo, tienes una mirada que puede llegar a intimidar.
–Ya me lo han dicho.
–¿Quién es? – señalo una enorme foto que tenía colgando en la pared de Leia.
–Mi hija.
–¡Oh! ¿Cuántos años tiene?
–3, casi cumpliendo los 4.
–Es muy bonita.
–Gracias, se parece a su madre. –se rio entre dientes.
–¿Y donde esta ella hoy?
–En casa de su padre.
–Entonces, hay padre…– lo dijo de una manera extraña, como si quisiera que le hablara de él.
–Sí que lo hay.
–¿Es por él lo de esta noche? – le di una mirada de reojo, él levanto las manos en forma de defensa. –Mira, me he puesto muy ebrio por chicas, en muchas ocasiones. No te juzgo.
–Sí, es por él.
–Bueno, amiga. Bienvenida al club de los despechados– en su voz no se notaba una pizca de dolor al decir eso.
–¿Tienes un club o algo?
–Por supuesto, nos juntamos todos los jueves en la noche, te puedo llevar.
–Espero la invitación. – cerré los ojos un momento, o eso creí. Porque cuando volví a abrirlos la luz del sol entraba por las ventanas, me dolía el cuello al intentar moverlo, la cabeza me retumbaba y tenía el estomago revoloteado. Él seguía aquí, en la misma posición en la que yo estaba. Me estire y toda la espalda me repiqueteo, necesitaba café y algo que le cayera bien a mi estómago. Me levanté en silencio y fui al baño a lavarme los dientes antes de hacer el café. El primer sorbo me reanimo un poco, no tenía ni idea si él tomaba café, de cualquier modo, le serví una taza y se la lleve al salón, continuaba dormido, le puse la taza bajo la nariz y espere. Ese truco siempre funcionaba con Arturo. El corazón me dio un tirón al decir su nombre en mi cabeza y todos los sentimientos que experimente ayer después de su para nada alegre proposición revivió en mi cabeza. Él se movió en el mueble y alejé la taza, abrió los ojos despacio, le sonreí sin mostrar los dientes.
–Buenos días– me dijo, acepto la taza y de una vez probo el contenido– el néctar– susurro.
–De los dioses. –ambos nos reímos. –oye, ya que me cuidaste toda la mañana, lo de menos que puedo hacer es invitarte a desayunar. Entro a trabajar a las 10, así que tenemos tiempo.
–No se le dice que no a que una mujer te invite a desayunar.
–Me doy una ducha y nos vamos.
–Aquí te espero. –me puse en pie.
–Tengo cepillo de dientes y toallas limpias en el baño, también creo que tengo algo de ropa interior de hombre en alguna parte. Es nueva por si acaso– me miro levantando las cejas. Siempre tenía que explicar eso– me gusta dormir con ropa interior de hombre, es cómoda. Por esa razón la compro. Todos ustedes son iguales– él se rio a carcajadas.
–Gracias– también se puso en pie, fue detrás de mí a la cocina y dejamos las tazas en el fregadero.
…
La ducha termino de reanimarme, ponerme ropa limpia y sentir mi cuerpo limpio y fresco, le devolvió alegría a mi espíritu, bajé las escaleras con mis zapatillas en la mano y lo encontré mirando los libros de las estanterías.
–No pareces del tipo de persona que lee a Nietzsche, Camus, Zambrano, Kant, Descartes y todos estos autores– me acerque a él y mire los libros. Jamás podría deshacerme de ellos, ni en un millón de años– es sin ofender.
–No es ofensa, me gusta leer, pero soy más de novelas y libros sobre economía. Estos… no son mis libros.
–Así pues, el padre es un aspirante a filosofo.
–Lo es.
–Ya sabía yo.
–Que sí es filosofo, es licenciado en filosofía y va por su segunda maestría en letras, artes y filosofía.
–Ya sé porque lo quieres tanto.
–No tienes ni la menor idea, ¿nos vamos?
–Yo ya estoy listo. Una cosa muy importante– lo mire sobre mi hombro mientras cerraba la puerta de mi casa.
–¿Sí?
–No me has dicho tu nombre.
–Ni tú el tuyo.
–Y eso que ya dormimos juntos. – se rio con malicia. Cuando termine de cerrar me gire.
–Isabel.
–Un gusto Isabel– me tendió su mano y la acepte– Daniel.
–El gusto es mío, espero que estés cerca cada vez que me emborrache.
–Solo tienes que llamarme y voy al rescate– al estar junto a mi vehículo le pase mis llaves y le pedí que manejara. Le indique donde vivía Arturo, lo deje en el SUV y subí por mi hija. Me encontraba ansiosa al tocar el timbre. Pasaron casi dos minutos antes que él abriera la puerta, estaba vestido formal, siempre se me caía la baba al verlo antes de irse a trabajar.
–Hola– le dije, me dejo pasar, nos saludamos como siempre, con un abrazo y un beso rápido.
–Buenos días, Leia esta lista.
–Gracias por dejar que se quedara.
–No fue nada, sabes que si por mi fuera…
–Sí, lo sé– lo interrumpí. Escuche la voz de mi pequeña por el pasillo.
–¿Qué tal todo ayer?
–¿Qué?
–En el trabajo– reaccione a lo que estaba preguntándome.
–Todo bien.
–¡Mamá! – la niña corrió al verme, la sostuve a mitad de camino y la estreché en mis brazos.
–Te extrañe anoche.
–Yo también.
–¿Nos vamos? –asintió energéticamente con la cabeza, salió de mis brazos y fue a los de su padre, quien le devolvió el abrazo y la beso.
–Te amo– le dijo y ella le respondió que también lo amaba. La palabra que moría porque me dijera a mí. Cuando se despidieron LEIA ENTRELAZO SU MANO CON LA MÍA. –Hey– nos volvimos. –Esta semana tengo una conferencia y me gustaría que fueran, sé que estas muy ocupada con tu nuevo trabajo, pero es muy importante para mí que estés allí. Nunca he hecho esto sin que tú estés en primera fila– los ojos se me llenaron de lágrimas.
–Claro que estaré ahí, mándame toda la información.
–Muchas gracias, Isabel– se adelantó y me envolvió en un fuerte abrazo– eres la mejor. – ¡Ay! Señor, apiádate de mí. Continuaba usando el perfume que le había regalado, ese olor varonil y seductor que me ponía las rodillas como gelatina. Me tragué las lágrimas y di un paso atrás, necesitaba algo de espacio.
–De nada, sabes que siempre te apoyare en todo– el corazón se me estrujo, se lo había prometido. Yo estaría para él cada vez que me necesitara, se lo prometí hace mucho tiempo y la única vez que no estuve allí para él intento… asentí con la cabeza para alejar esos pensamientos.
–Nos vemos el miércoles– otra de las cosas de las que estaba arrepentida, en nuestros planes porque Leia tuviera una feliz infancia, optamos por comer los tres juntos los miércoles, era el único día que los dos podíamos estar con ella al mismo tiempo, dos horas para dedicárselos a ella. Solos los dos, sin familia ni amigos. Desde que Remy regreso a su vida y él se mostraba más enamorado que nunca, me dolía a mares ver ese brillo en sus ojos, escuchar todo lo que me contaba sobre su relación. Para estar a la par con él, me inventaba citas que tenía con otros hombres. Intentaba ver un poco de celos en sus ojos. Me engañaba a mí misma, porque después de seis años conviviendo, luego de todas esas noches en la que me despertaba en sus brazos, posterior a nuestros encuentros sexuales, nuestras charlas, todos los consejos y el apoyo no logro amarme, menos lo haría ahora que tiene lo que siempre quiso. Quise llorar dentro del ascensor, aquel pequeño espacio se convirtió con el tiempo en mi lugar para llorar, pues desde que él se mudó, no hubo día en que saliera de su casa sin la necesidad de llorar. Odiaba que se mudara de nuestra casa, pero era lo mejor, creía que, con el tiempo, los dos viviendo lejos aquel sentimiento se me iría, seguía esperando ese momento. Que me subiera en este aparato y no quisiera llorar.
–Cariño. Mamá te llevara a desayunar con un nuevo amigo y luego te dejare en la escuela. –ella me miro a la cara, no sé qué le habían metido en la cabeza en la escuela, pero decía que yo era infeliz porque vivía sola, como lo era Arturo antes de que Remy volviera.
–Esta bien– dijo no muy convencida, no sé que tienen los niños que con cada generación son más sabios.
–Esta noche es para nosotras dos, ¿quieres? – le brillaron los ojos, dando saltitos salimos del ascensor, abrí la puerta trasera de mi Ford y la coloqué con cuidado sobre su silla.
–Hola– mire a Daniel, estaba medio girado en el asiento del conductor, sonriéndole a Leia. Ella me miro a mí, le guiñe un ojo, luego miro al hombre y le sonrío.
–Hola– le puso su voz de niña dulce.
–Eres más hermosa en persona que en fotos.
–Gracias– cuando estuve satisfecha le di un beso en la frente y cerré la puerta, me subí en el asiento del copiloto.
–¿Dónde vamos a desayunar?
–No sé, en el primer lugar que encuentres– se llevo de mi palabra, estaciono el vehículo en un restaurante bastante elegante a unas cuadras de la casa de Arturo, había venido antes con el susodicho, me gustaba el local, era bastante lindo y tranquilo. Saque a la niña de su silla, él espero por nosotras y le pidió una mesa para tres a la recepcionista, quien nos acompaño hasta la mesa.
El desayuno fue bastante bien, Daniel intento sacarle conversación a Leia, quien al principio se mostraba cohibida, yo quede casi en segundo lugar, pues la conversación era entre ellos. Él le preguntaba sobre la escuela, sus amigas, cuales dibujos animales le gustaba ver, si le gustaba escuchar música y a cuáles juegos jugaba. Aunque lo había invitado yo a desayunar, se opuso a que pagara el desayuno. Llevamos a Leia a la escuela y espere hasta que entro a clases para irme, él espero junto a mí en la puerta.
–Es una niña encantadora.
–Sí, sí que lo es– si de una cosa estaba orgullosa era de ella. –¿A dónde te llevo? – volvimos al auto y como ya me sentía mucho mejor conduje yo.
–Dejé mi auto en el estacionamiento del bar, ¿puedes llevarme allí? – conduje en silencio, pensando en la reunión que tenía ese día y en que lo había olvidado por completo. Daniel respiro hondo– mi auto sigue aquí. –miré hacia el estacionamiento, solo había un coche allí, abrí la boca sorprendida.
–¿Ese es tu auto?
–Sí, ¿Por qué? – lo mire fijamente.
–¿Sabes lo que cuesta ese Mustang?
–Por supuesto que sí, y tu mirada me deja saber que tú también lo sabes.
–¿Quién rayos eres? – me miró entre cerrando los ojos.
–Isabel, ha sido todo un placer. Ya nos veremos– salió de mi SUV sonriendo de oreja a oreja, sin darme ninguna explicación, por lo menos estaba en lo cierto al pensar que era un niño rico.
DanielMe vacíe los bolsillos y deje todo sobre la isla de la cocina, por un momento mi apartamento me pareció frio y solitario, cosa que nunca había sentido antes, pues, este lugar era mi refugio, mi lugar especial. Aquella mañana desperté con una mujer, pasé toda la noche con ella, cuidándola sin conocerla y era la primera vez que pasaba la noche con una mujer y no tuvimos nada de intimidad, aunque, que le hablara de mí se sintió como que compartimos una clase diferente de intimidad, eso me gusto. En el fondo, lo disfrute más que cualquier otra cosa, porque aquella mujer me dejo impactado desde que la vi.Fui a darme una ducha y sin molestarme en secarme o ponerme ropa me lancé en la cama, casi no dormí la noche anterior y me dolía toda la espalda por la forma en que dormimos en el sofá. Estuve dando vueltas por un rato, todo lo que pasó la noche anterior se manif
La risa de Leia se escuchaba por toda la casa y ese sonido era lo más maravilloso que uno pudiera escuchar. Estaba sobre el regazo de Arturo, quien le hacía cosquillas, ella se retorcía. Sonreí al verlos jugar. Era miércoles y los miércoles eran nuestros días, estábamos esperando a que la comida llegará para sentarnos a comer. Nuestra hija salió de los brazos de su padre y vino a mi refugio.–Me abandonas– él le puso carita triste y ella asintió con la cabeza. La abrace contra mi pecho. Arturo se acercó a mí en el sofá, poniendo su cabeza en mi hombro y acariciándole el cabello a Leia. Nos quedamos en esa posición hasta que llegó el repartidor –Ya voy yo– se levantó y camino hasta la puerta. Yo me puse en pie y dejé a la niña en el suelo para ir a acomodar la mesa, traje platos de la cocina y los acomod&eacu
Termine de ponerme el delineador en el ojo izquierdo, la conferencia de Arturo iba a hacer en una galería de arte, me decidí por un conjunto de blazer con solapa y pantalones a juego de olor menta y un top blanco debajo que dejaba ver mi firme abdomen, el cual tuve que trabajar muchísimo para que volviera hacer firme después del embarazo. De vez en cuando me gustaba lucirlo. Me senté en la cama para ponerme las botas a juego con el top. Me puse en pie e intenté peinarme el cabello, hacía un tiempo que no me lo cortaba y ya me llegaba más debajo de los hombros. No era una persona presumida, pero siempre he sabido que era guapa y que tenía buen cuerpo.–Isa– mire a Julia, quien era mi ayudante en la casa.–¿Sí?–El señor Daniel ha llegado.–Dile que bajo en 5 minutos.–Perfecto– Me volví a mirar en el espejo, quer&iacut
Daniel–Señor, Daniel– me giré de inmediato y le sonreí a la chica detrás del mostrador.–¿Sí? – no recordaba su nombre con exactitud, solo que comenzaba con C.–Su padre lo espera en la fábrica– maldije para mis adentros.–¿Te dijo para qué? – negó con la cabeza, me acerqué a ella y puse la maseta de la orquídea sobre el mostrador. –¿Puedes hacerle llegar esto a la oficina de la señorita Isabel?–Por supuesto– me fije en la placa que colgaba de su chaqueta.–Gracias, Carmen– mire la planta una última vez antes de marcharme, quería ser yo que se la llevara, pero no podía aparecerme en la fabrica con ella. En vez de tomar el ascensor, camine por el pasillo hasta la puerta de la parte detrás de la empresa, que era hermo
–Gracias por ir a la cena– Daniel alejo la taza de café de sus labios para sonreírme.–No fue nada, es nuestro acuerdo. Hablando de eso…– se calló cuando sonaron unos golpes en la puerta de mi oficina.–Adelante– dije y me puse en pie al ver quien era.–Buenos días, Isabel– el señor David Lopez de Haro era imponente para su edad, tenía una voz profunda y pausada, como si hubiera pasado años ensañándola. – ¿Daniel? – miro a su hijo sorprendido, este continúo bebiéndose su café muy tranquilamente.–Padre– mi jefe camino hasta ponerse al lado de su hijo, se sentó muy despacio en la silla vacía, yo me volví a sentar sin saber que hacer.–Es la tercera vez que me te veo en una oficina en la misma semana y que no es por algo personal.&
–Isabel, yo… tú sabes que sí. No era mi intención que pasara esto al venir aquí. –Lo sé. – me gire para no mirarlo. Los hombros me temblaban y las lágrimas no dejaban de salir. –Lo siento. –Deja de disculparte. –No sé qué más hacer para que no estes así. –Podrías no casarte, volver aquí con nosotras. –¡Oh! – puso sus manos en mis hombros. –No digas nada– me di vuelta lentamente– podrías hacer algo por mí. –Cualquier cosa que te haga sentir mejor. –Bésame– él abrió mucho los ojos y dio pequeños pasos atrás. –Isabel. –Por favor–le rogué. –No puedo, no sería justo para ti, ni para mí, estaría engañando a Remy. –Solo un beso– él se volvió a acercar a mí y me abrazo, con fuerza contra su pecho. Me había rebajado a rogarle, estaba en ese punto de desesperación, iba a perderlo para siempre y no quería, me rehusaba a perderlo– ¿Por qué diablos tuve que dejarte ir? – me alejó de su pecho,
–¡Madre mía! – Daniel me miro de arriba abajo.–¿Qué? – lo deje pasar. –¿No es adecuado para ir a ver a tus padres?–No es adecuado para mi salud mental. En serio me estoy conteniendo, pero tú no lo pones fácil.–¡Dioses! – fui en buscar de mis cosas.–Es en serio. – lo empujé para que saliera de la casa y cerré la puerta. –Déjame disfrutar de a vista.–Eres un idiota. ¿Quieres que maneje yo?–Sí, por favor, no creo que tenga todos mis nerviosos en sus lugares.–¿Podrías ser menos dramático? – me paso las llaves de su SUV.–¿No vas a llevar a Leia? – me pregunto dentro del auto.–No, tenía que ir a buscar a casa de Arturo y lo que menos quería era verlo. Además, le dije que se po
Me sentí mal todo el resto del día por la forma en la que Daniel salió de mi oficina… bueno, de nuestra oficina. Cuando llegué a casa lo primero que hice fue abrazar a Leia contra mi pecho.–Mamá.–¿Qué quieres hacer esta noche?–¿Podemos jugar con mis muñecas?–Por su puesto– ella corrió hasta su habitación y volvió con los brazos llenos de juguetes, me quité la chaqueta y los zapatos para estar más cómoda, nos sentamos en el suelo de la sala, ella dio varios viajes para traer más juguetes. Armamos su casa de muñeca, y le cambiamos la ropa varias veces. Inventamos un juego de que éramos mejores amigas e íbamos a todos partes juntos. Nos arrastramos por el suelo riendo, mientras yo le hacía cosquillas.Mi celular sonó avisándome que tenía un nuevo mensaj