Madelaine
Observo a mi madre en su cama. Descansa luego de una agotadora sesión de quimioterapia. Su piel está demacrada, pálida, tan transparente que casi puedo ver sus venas. Siento que la estoy perdiendo, que cada día que pasa está más cerca de la muerte. El cáncer la está consumiendo poco a poco, absorbe cada resquicio de su vida, destruye su belleza.
Ya no recuerdo por cuenta propia como era su rostro antes de esto. Tengo que recurrir a fotografías para revivir la imagen en mi memoria. Cómo justo ahora, veo en mi teléfono su piel ligeramente bronceada, sus ojos color avellana vivaces y su pelo marrón brillante, ese que hoy en día ya no existe.
Un nudo se forma en mi garganta y una lágrima escapa de mi ojo derecho. Mi madre me está dejando y no quiero que eso suceda. Es lo único que tengo, ella y… miro a Noah. Mi hermano. Es tan pequeño e inocente, no puede perder a su madre tan pronto. Ha pasado tanto en su corta vida, el último año ha estado durmiendo en un incómodo sillón de hospital y conviviendo con desconocidos. No es justo para él, solo tiene cuatro años. Y no hay padre, pues ambos fuimos concebidos por inseminación artificial.
—Sé lo que piensas, Madelaine. —La voz de mamá, débil y cansada, llama mi atención. Ella me contempla, con rostro tranquilo y somnoliento— Deja de hacerlo. Estaré bien, la medicina me sostendrá.
— ¿Pero por cuánto tiempo, mami? Noah y yo te necesitamos por muchos años —se me quiebra la voz y tomo su mano huesuda. Sus dedos largos aprietan los míos—. En nuestras graduaciones, nuestras bodas, necesitamos que consientas a nuestros hijos —los ojos se me llenan de lágrimas y ella sonríe apenas—.
—Estaré en cada momento, lo prometo, mi amor.
Asiento apretando los labios. Sé que no es cierto, tiene Leucemia, tarde o temprano se irá. La medicina moderna solo nos puede regalar un par de años, no una vida entera. Meses si tomamos en cuenta que su último trasplante de células madres no está surgiendo efecto.
Recuerdo el momento en que encontraron ese veneno en su cuerpo. Ella era una mujer sana, feliz y alegre. Todo estaba perfectamente bien y de la nada, todo se vino abajo.
Flashback
Era mi graduación, pronto iría a la universidad y le daría un orgullo más a mi madre. Ella había dado todo por nosotros y algún día yo daría todo por ella. Quería que me viera crecer y convertirme en una gran enfermera. Ella y Noah, eran mi regalo más grande.
Éramos felices. Una familia de tres de un barrio de clase media alta de Londres. Nada podía ir mal.
Íbamos en el auto hacia la ceremonia, cuando lo noté en su muñeca. Otro moretón había aparecido en su cuerpo. Extendí mi mano y acaricié la mancha rojiza y violácea. Ella suspiró.
—Este es nuevo, mami —le dije y asintió—. Es raro. Deberías ir al hospital.
—Lo haré. No debe ser nada grave.
Torcí los labios. Esperaba que no, pero la había estado observando hacía semanas. Se cansaba mucho, se quejaba de dolores musculares y tenía fiebre algunas noches. No era doctora, pero sabía que eso podía ser malo.
Lo que no tenía idea en ese momento, es cuanto lo era.
Todo iba bien, era el día perfecto. Estaba en el escenario esperando ser llamada para recibir mi diploma, cuando la vi. Tenía a un Noah de un año en sus hombros y estaba sangrando por la nariz. De repente se desvaneció. Grité de horror y me olvidé de todo, corrí hacia mamá y tomé su cuerpo inconsciente en mis brazos, estaba ardiendo por la fiebre.
Lo único que impedía que me desmayara junto con ella, era el llanto de mi hermano, constante, fuerte. Tan asustado como yo.
La ambulancia llegó rápido, no me permitieron subir con ella, tuve que ir al hospital con los padres de mi mejor amiga, quienes a su vez eran los amigos de mi madre. Para cuando llegamos ya la habían ingresado y nadie tenía información para dar, más que estaban atendiéndola.
Pasaron dos largas horas donde le bajaron la fiebre y detuvieron el sangrado, también le habían hecho una prueba de hemoglobina. Cuando por fin estuve con ella, no la solté. Sabía que algo andaba mal y me aterraba no tenerla cerca.
—Todo estará bien —decía mientras me acariciaba el pelo—.
— ¿Me lo prometes?
—Claro que sí, mi amor.
Una hora más tarde llegó el doctor con los resultados, también con otro médico. Ambos estudiaron los moretones de mi madre, sus ojos y su garganta. Yo miraba la revisión expectante y me comía las uñas. Era estresante, sentía el dolor de cabeza punzando mi frente.
—Señora Lawrence, ¿quiere que hablemos en privado? —Dijo el médico que antes no había visto y me miró—.
Mamá suspiró y negó con la cabeza.
—Es mi hija, tenga lo que tenga, ella se enterará tarde o temprano. Dígame, doctor, ¿qué tengo?
Mi cuerpo comenzó a temblar involuntariamente, sentía las pausas de los doctores como una eternidad. Estaba a punto de desmayarme.
—Sus moretones creí que eran por abuso, pero me dijo que no tiene pareja. Por la fiebre y el sangrado nasal, le indiqué un examen de sangre —habló el médico de emergencias—. Los resultados de estos los he comentado con el doctor Mayer, es oncólogo.
Me tensé de pies a cabeza al mencionar esa última palabra. Sabía lo que era, yo quería estudiar para ser enfermera. Conocía el término y lo que conllevaba aquello. Comencé a llorar sin darme cuenta, adelantándome a los hechos. Pero no había esperanza, si un oncólogo estaba ahí, las noticias eran malas.
Él tomó las palabras:
—Señora Lawrence, he revisado sus estudios detenidamente y por lo que veo tiene niveles anormales de glóbulos rojos y blancos, lo que puede indicar un caso de leucemia.
Gemí. ¿Leucemia? Sentí la oscuridad cubrirme, el dolor dominarme. Mi madre tenía cáncer, la persona que más amaba y la única familia que tenía estaba muriendo. Ella me miró con pena y negué con la cabeza, no quería creerlo.
— ¿Y qué lo confirmaría? —Preguntó serena—. ¿Por qué estaba tan relajada? ¡Tenía cáncer!
—Un análisis de médula ósea. Te someteremos a un procedimiento para extraer una muestra de médula ósea del hueso de la cadera. La muestra se enviaría a un laboratorio para que investiguen la presencia de células cancerosas. De confirmarlo, entonces determinaremos qué tratamiento necesita y qué tipo de leucemia padece.
No pude seguir allí, no pude continuar escuchando como hablaban de la salud de mi madre de forma tan casual. Salí corriendo del hospital, lo más lejos que pude y grité, grité con tanta fuerza que sentí mi garganta lastimarse.
Fin del flashback
Desde ese momento nuestras vidas cambiaron. El hospital se volvió nuestro hogar y los efectos secundarios de la quimioterapia nuestro día a día. Hace tres años que estamos luchando con la leucemia, teniendo recuperaciones parciales y luego recaídas duras. Pero mamá se mantiene con vida, aunque no sabemos por cuánto.
Noah solo conoce esto, no recuerda a mamá como yo y daría mi vida entera porque la viera sana. Haría lo que fuera por eliminar el cáncer de su sistema.
Mamá aprieta mi mano llamando mi atención.
—Es hora de que vuelvan a casa.
—No quiero dejarte sola.
—Tienes que cuidar de Noah, solo te tiene a ti por ahora —niego con la cabeza—. Es nuestra pelea diaria, tener que volver a casa.
Soy más feliz cuando no está en el hospital, pero ha recaído, debe estar aquí mientras se vuelve a recuperar. Es doloroso tener que abandonarla, no puedo dormir pensando cosas malas, no puedo comer, ni pensar. Prefiero tenerla a la vista.
—Hazle caso a tu madre, Madelaine —levanto la mirada hacia el doctor Mayer. Él se ha vuelto parte de nuestro círculo, es un buen hombre y ama a mi madre, aunque lo niegue rotundamente.
—Aarón —me quejo y siento otro apretón de mamá—. Está bien. Pero me llaman ante cualquier situación —miro con severidad a Mayer y él asiente—.
—Sabes que lo haré.
Asiento y me levanto de la silla. Sin ganas de irme recojo mis cosas y luego voy por Noah. Lo tomo en brazos y se despierta de su siesta. Sus enormes ojos azules me miran con somnolencia y me brindan sosiego.
—Vamos a casa, peque —susurro—. Despídete de mami —le digo y él sonríe, provocando lágrimas en mi madre. Siempre llora cuando lo ve, teme perderse su crecimiento.
—Adiós, mami —se despide con su manita y mamá ríe—.
—Adiós, mi amor. Pórtate bien y cuida de Elle.
—Sí, mami.
Él se remueve en mis brazos para que lo baje, cuando lo hago corre hasta nuestra madre y se trepa en su camilla para besar su mejilla. Es una imagen dolorosa, por lo que aparto la mirada.
—Es hora, Noah. Mañana volveremos.
Mi hermano vuelve ante mi orden y se agarra a mi mano. Salimos de allí para volver a casa. No queda muy lejos del hospital por lo que regresamos a pie.
Al llegar a nuestra calle, miro la estructura que forma nuestro hogar. Una casa para una familia de clase acomodada, mi madre la heredó de sus padres, así como el negocio familiar. Un pequeño restaurante que lo gestiona el mejor amigo de mamá y que debido a su enfermedad está pasando por su peor momento.
La casa no está mejor. Se nota abandonada, vacía y silenciosa. Como un cementerio.
Afianzo el paso al interior, mientras más rápido lo hagamos, más pronto llega el amanecer y podemos volver con mamá. Dejo nuestras cosas en el piso al lado de la puerta, tengo que preparar nuevas bolsas para mañana. Así como almuerzo para Noah. Es sábado y eso significa que todo el día estaremos en el hospital sin interrupciones por horario de visitas.
Si bien mi madre tiene habitación privada y contamos con la ayuda de Aaron, no somos inmunes a las reglas del centro médico.
—Elle, tengo hambre —me dice Noah y sonrío—.
—Ve a lavarte las manos, te haré un sándwich.
—No quiero más sándwiches, Elle —hace un puchero y suspiro—.
— ¿Qué quieres entonces?
—Macarrones con queso.
—Bien. Ahora ve.
Acaricio mis sienes, no tengo ánimos para cocinar. Pero, ¿cómo podría negarle algo a mi hermano? Vive una vida que ningún niño debería llevar. No tiene amigos, no va al jardín, no juega en el parque. Soy la peor persona por dejarlo criarse en un lugar tan deprimente. Pero tampoco puedo abandonar a mi madre.
— ¿Cuándo volverá mami a casa? —Su pequeña voz me distrae de mis pensamientos—.
—Pronto, peque.
Ya no sé qué más responder a sus preguntas, ya no sé qué hacer. Me estoy deteriorando junto con mi madre y no puedo permitirlo. Noah me necesita, no puede perderme a mí también.
Me vuelvo hacia él y le sonrío, una silenciosa promesa de que todo estará bien. Le doy su cena, lo baño y le pongo su pijama. Es nuestra rutina de las noches. Luego lo acuesto en mi habitación, conmigo.
Desde la primera noche solos sin mamá, hemos dormido juntos. Nunca nos separamos, me duermo aferrada a él, intentando palpar algo real y constante en mi vida. Noah es mi ancla, sin él a lo mejor ya me hubiera dejado vencer.
Pero cada noche, mientras abrazo su pequeño cuerpo, me recuerdo a mí misma que tengo que cuidarlo, criarlo y dar mi vida por la suya, mientras mamá no pueda hacerlo.
—Te amo, Elle —dice y se me escapan las lágrimas, como siempre.
—Yo también te amo, peque.
Beso su frente y me calmo escuchando su respiración pausada.
Sé que saldremos de esta, no puede empeorar. Ya hemos sufrido bastante. Venceremos la enfermedad de mamá y volveremos a tener una vida normal.
O al menos eso espero.
NathanEra de noche, estaba oscuro y el olor a gasolina y sangre era nauseabundo. No sentía el cuerpo, era como si flotara. Estaba de cabeza y no podía abrir bien los ojos, los sentía pesados y el mareo era incesante. Miré a mi alrededor, había humo, luces, sombras de personas. Las voces amortiguadas, trataba de aferrarme a ese sonido, pero entonces la vi. Mi querida Eleanor, golpeada, inconsciente, llena de sangre. Muerta.Intenté llorarla, pero solo sentía como la oscuridad me arrastraba poco a poco, hasta que no sentí nada.Me despierto sobresaltado. Cada puta noche tengo el mismo sueño. Es un castigo por sobrevivir, no tengo dudas, debí morir en ese accidente junto con Eleanor.No hab&ia
MadelaineLa alarma suena a las seis de la mañana como cada día. Me cuesta levantarme de la cama, solo deseo, por una vez, quedarme acostada toda la mañana. Pedir pizza y beber soda hasta reventar, llamar a Giselle y ver juntas alguna serie. Quiero, desesperadamente, volver a ser una chica normal. Sin embargo eso no se puede ahora, así que me levanto a empezar un nuevo y largo día. Me cuesta despertar a Noah como siempre, y llevarlo a duchar, pero cuando lo tengo listo le doy un desayuno rápido y un rato más tarde estamos saliendo de la casa.Hoy a diferencia de los demás días, tengo que ir al restaurante antes que al hospital, pues toca hacer inventario y aunque el padre de mi amiga, el señor Coleman, es el encargado, debo estar presente en representación de mi madre.
MadelaineSalgo del restaurante con dolor de cabeza. Tengo una carga insoportable sobre los hombros que necesito delegar, lamentablemente no tengo a nadie más para hacerlo. Estoy sola y son demasiadas cosas que arreglar y pensar. Durante los últimos años he tenido que ajustarme a un ritmo de vida demasiado cambiante, con cada año de Noah he tenido que moldearme a sus necesidades sin descuidar a mamá. En resultado, me he olvidado de mí misma. Fiestas, universidad, parejas, amigos. Todo. No me arrepiento, pero a veces lo añoro.Ahora un problema más se suma a los que ya están presentes. El lugar que ha estado sosteniéndonos, se está derrumbando y debo hacer algo al respecto. Fue una larga mañana, con cuentas y números, para sólo llegar a fin de mes apenas. Ante todo esto he
MadelaineSin dejar de observarme, Gisselle busca la página web en mi computador. Teclea y clickea con tanta seguridad que aterra. ¿Cuántas veces ha hecho esto? Porque sabe por dónde ir y qué hacer exactamente.Me tenso cuando el inicio del sitio aparece en mi pantalla. No puedo procesar el hecho de que voy a vender mi cuerpo. ¿Y si el hombre que me toca es un maníaco? O peor, un asesino o secuestrador. ¡Si tiene una enfermedad venérea!—Gisse —me quejo abrazándome a mí misma, si tarda más me voy a arrepentir. O tal vez ya lo hice. —No qu
ChandlerMe subo al ascensor luego de salir de un tedioso día en mi clínica. Los senos son preciosos, tenerlos en las manos es un auténtico placer y ni hablar de probarlos en tus labios. Pero hacerlos… ahí está el problema. Operé a dos mujeres, que pasaron de ser copa A a una sensual copa D y el proceso fue largo debido a que ambas, casualmente amigas, tenían desajustes en su récord pues habían falsificado información. Como que eran menores de edad por ejemplo.Por suerte para mí, sus padres firmaron el poder para no perder tiempo ni dinero. Eso no quita lo cansada que se me hizo la jornada.Cuando entro al departamento lo primero que encuentro es a mi hermano, en mi sofá, bebiéndose mi cava importada de quinientos eur
MadelaineCamino de un lado a otro detrás de Gisselle y de vez en cuando observo la pantalla de su computador. La subasta sigue en aumento y mi estómago está sufriendo los estragos de mis nervios.No pude ir al hospital, tuve que desviarme a la casa de mi amiga para poder controlar la ansiedad que me había inundado. Estaba a nada de pertenecerle por una noche a un hombre y moría de miedo.—Abrirás un hoyo en el piso, Elle —me dice ella con aburrimiento en su voz, pero no puedo parar de moverme—.—
Madelaine— ¿Te he dejado muda, Elle?Jeremy Pierce suena juvenil y burlón para mi sorpresa, y la verdad es que sí me ha dejado sin palabras, pues no estaba preparada para un contacto tan pronto. Tengo miedo de lo que me pueda decir o pedir mi comprador, mi estómago protesta por la tensión a la que le he sometido las últimas horas, y tiemblo de solo imaginar todas las cochinadas que querrá hacerme.—Perdona —murmuro tímidamente—. Me ha sorprendido tu llamada. JeremyMi teléfono vibra sobre mi escritorio anunciando la entrada de una nueva llamada. No estoy acostumbrado a responder números sin identificar, pero este en particular que brilla incesantemente en la pantalla me hace sonreír pues reconozco el código numérico de la gatita.Theressa ha salido con ella hace unas horas a realizar la tarea que le di dos días atrás y que apenas hoy ha llevado a cabo. Y no la culpo, la mujer es una máquina de trabajo y yo no tengo compasión con ella. Es entretenido verla bufar disgustada pero incapaz de negarse a mis órdenes. En fin, está con ella o eso creo, no veo la necesidad de llamarme directamente.Casi sin ganas de hablar con el obsequio de cumpleaños de mi hermano, deslizo el dedo en la pCapítulo 9