Nathan
Era de noche, estaba oscuro y el olor a gasolina y sangre era nauseabundo. No sentía el cuerpo, era como si flotara. Estaba de cabeza y no podía abrir bien los ojos, los sentía pesados y el mareo era incesante. Miré a mi alrededor, había humo, luces, sombras de personas. Las voces amortiguadas, trataba de aferrarme a ese sonido, pero entonces la vi. Mi querida Eleanor, golpeada, inconsciente, llena de sangre. Muerta.
Intenté llorarla, pero solo sentía como la oscuridad me arrastraba poco a poco, hasta que no sentí nada.
Me despierto sobresaltado. Cada p**a noche tengo el mismo sueño. Es un castigo por sobrevivir, no tengo dudas, debí morir en ese accidente junto con Eleanor.
No había esperanzas, me habían declarado muerto tras varias maniobras de reanimación. Hasta que mi corazón volvió a la vida por la estúpida tenacidad de uno de los paramédicos. Cuando desperté días después en el hospital, todo fue distinto.
Odio la vida que he llevado desde entonces, han sido cinco años de miseria. Sin Eleanor, sin voluntad propia, con la amargura conquistando cada parte de mi cuerpo. No hay peor manera de vivir, sin embargo no tengo la valentía suficiente para terminar con todo.
Me miro en el espejo cada día y no me encuentro a mí mismo, no reconozco al tipo que me devuelve la mirada. Mi único escape es el trabajo, el alcohol y el auto lamento. Lo sé, lo reconozco y me da igual. He perdido todo lo significante en mi vida, creo que perderme a mí mismo no tiene importancia.
Me estiro en mi cama todo lo que puedo para buscar el diario en mi mesa de noche, con él me recuerdo cada día que no debería estar respirando en el mundo de los vivos, sino que debería estar con ella. Con mi chica. Eleanor era una mujer hermosa, buena, demasiado para mí y aun así era mía. No merece estar muerta.
Busco su foto, torturarme con su imagen me hace sentir bien aunque suene masoquista. Sus ojos vivaces en la fotografía, su sonrisa contagiosa y atractiva, reemplazan el último recuerdo que tengo de ella. Llena de sangre y sin vida.
Acaricio sus letras plasmadas en el papel, paso las páginas hasta encontrar el anillo. Aprieto los labios al recordar cuando se lo di: el mismo día del accidente.
Quería casarme con ella, vivir una vida a su lado y todo se acabó en tan sólo segundos.
Cierro de golpe el libro y lo vuelvo a guardar en la mesa de noche. Paso mis manos por mi pelo, con ganas de arrancarlo. Despertar cada día es un martirio, hacer las actividades básicas de cada humano a diario, es un tormento.
Me ahoga, me duele verme inútil. No sirvo para nada, soy una carga para mi familia.
Decido levantarme, aunque decir esto es una ironía. Me apoyo en mis brazos y me deslizo fuera de mi cama hasta mi silla. Acomodo mis piernas inútiles en los pedestales y acciono el mando para activar las ruedas mecánicas, para dirigirme a mi pequeño bar. Necesito un trago para empezar el día. Es mi rutina diaria.
Perder la movilidad de mis piernas es nada comparado con todo lo que he perdido. Mi empresa, mi prometida, mi bebé. Ese del que no sabía su existencia hasta el día que me dieron la fatídica noticia. ¿Qué más puedo perder? ¿Cuánto más puedo sufrir? ¿Acaso encontraré alivio? Son las preguntas que me hacía cada día del primer mes, después entendí, que esto es mi infierno personal. Y lo acepto. Desde entonces mandé al diablo los tratamientos y los procedimientos para recuperarme.
—Señor Pierce, es hora de su medicamento —la voz de la enfermera que contrató mi madre, corrompe el silencio de mi habitación.
— ¿Cuántas veces debo decirte que toques la m*****a puerta? —Ladro furioso por su intromisión.
—Lo siento, señor Pierce —balbucea—, pero no respondía a mis llamados.
—Tal vez porque te estaba ignorando —le doy un sorbo a mi whiskey, haciendo una mueca de desprecio—.
Odio a los desconocidos, aunque mi familia se empeña en contratar a una nueva mujer cada vez que la anterior huye de mi carácter. No necesito alguien que me atienda, solo quiero que me dejen solo y en paz.
—Lo siento.
—Lárgate —le ordeno—. Escucho como me maldice entre dientes y sonrío levemente. Disfruto del pequeño placer de crear aversión hacia mí, ayuda a liberar un poco mi propia tarea.
Tengo implementadas cámaras de vigilancia en toda la casa, por lo que sigo el recorrido de la incompetente enfermera hasta el comunicador del edificio. Como fiel perro faldero, va a quejarse con mi madre. ¿Cuántos años cree que tengo? ¿Cinco? Solo es la profesional que vela por mi intrascendente salud, no mi jodida niñera.
Acabo el trago de mi vaso y me sirvo otro cuando veo por los monitores en mi escritorio, que mi madre aparece tras las puertas del elevador. Hago un sonido de frustración. Es demasiado temprano para escuchar su voz recriminando mi actitud.
—Nathan —la escucho decir a medio camino antes de abrir la puerta.
—Otra que no sabe tocar la puerta —farfullo dando la vuelta en mi silla de ruedas—. Buenos días, madre.
—Apesta a alcohol aquí —lleva una mano a su boca y hace una mueca de desagrado—.
— ¿Por qué será? —Cuestiono con ironía antes de beber todo el contenido de mi vaso—.
—No puedes seguir bebiendo tan temprano, te vas a matar —me quita el cristal de la mano y arrastra mi silla lejos del mini bar. Ruedo los ojos—. Debes dejar que te cuidemos.
—Ese es el punto. No quiero que lo hagan —saco sus manos de mí y me acerco a mi otra silla, la que no es eléctrica. Necesito una ducha. —De hecho, me gustaría que no se inmiscuyan en mi vida y dejen de ser intrusos en mi casa —le espeto y ella aprieta sus labios—.
—No puedes ser un cretino lo que te queda de vida.
—Obsérvame —sonrío con malicia. Alineo las dos sillas y recurro a la fuerza de mis brazos para pasar de una a la otra. Por el rabillo del ojo veo a mi madre aproximándose y gruño—, ¡Yo puedo solo! —Le grito.
Ella se sobresalta y el horror nubla sus ojos azules. M****a. Me dejo caer y aprieto los ojos tomando algunas respiraciones para calmarme. Odio que me tengan lástima, pero a pesar de todo ella es mi madre.
—Lo siento, ¿bien? Pero déjame hacer las cosas por mí mismo, no me hagas sentir más inútil de lo que soy —murmuro con amargura.
—No eres inútil, Nathan. Solo te condenas a ti mismo —se acerca con pasos cautelosos y resignado permito que me ayude a moverme a la otra silla. Otra cosa que odio de todo esto es arrastrar a mi familia conmigo, hice que sus vidas se detuvieran sólo para que estén al pendiente de mí cada maldito día. —Mírame —me toma de la barbilla y clava sus profundos y amorosos ojos en mí, cala tan hondo que por un momento me arrepiento de todo los desplantes que le he hecho los últimos años. —Sé que tu dolor va a menguar un día y entonces te dejarás cuidar. Que necesites nuestra ayuda no es malo, Nathan. Lo malo es que quieras alejarnos cuando solo queremos atender a alguien a quien amamos.
Miro al suelo, no quiero sus palabras, no quiero que me consuele. Necesito que me odie por ser su carga permanente.
—Eso lo dices ahora, hasta que te canses —le espeto y ella sonríe dolida—.
—Lo diré siempre, porque eres mi hijo —se inclina y besa mi frente—. ¿Quieres que te ayude con tu ducha o puedes solo?
—Créeme, no quiero que mi madre me vea desnudo —le doy una mirada aburrida y ella asiente de acuerdo—.
—Te veré abajo, debes tomar tus medicinas.
Emito un sonido de afirmación solo para que salga de mi habitación. Cuando lo hace respiro hondo. Soy un imbécil, pero no puedo evitarlo. Las circunstancias me han vuelto un ser despreciable, y me agrada.
Entro a mi baño y lo contemplo desde la puerta, al igual que toda mi casa, ha sido modificado para mi desdichada condición. Tengo un apartamento completamente acomodado a mis necesidades, puedo valerme por mí mismo, aun no entiendo por qué permito que vengan personas a mi casa.
Y es que tal vez y solo tal vez, muy en el fondo, necesito verlos, necesito que estén aquí.
Hago deslizar las ruedas por todo el baño hasta la rampa que me da acceso a la ducha. No recuerdo la última vez que me di un baño, mi tina está inservible en una esquina del cuarto, y antes de esto, eran los asquerosos baños de esponja. Nada más insultante y denigrante que eso. Así que disfruto de esta privada libertad hecha a mi medida.
Cierro las mamparas y abro el paso de agua para dejar que esta caiga sobre mí, arrastrando la peste a alcohol y parte de mi permanente mal humor. Es en esta parte de mi rutina que me derrumbo cada día, que me permito llorar la muerte de Eleanor, que me dejo dominar por el dolor. Pero hoy no sucede nada, supongo que esa parte de mí está dormida por el momento.
Sin embargo los recuerdos siguen vívidos y me atacan en cuanto cierro los ojos.
Flashback
—Tu madre me odiará —se reía Eleanor mientras se recostaba en mi pecho—.
Sonreí de lado y la apreté más contra mi cuerpo. Era lo que más me gustaba de hacer el amor con ella, apretarla en un abrazo y quedarnos dormidos juntos.
—No digas eso, te ama.
—Nate, hice que nos escapáramos de su exposición. Es un evento importante para ella y nos fuimos. Estará furiosa —me incliné a besar su frente—.
—Se le pasará —murmuré—.
—Lo sé —ronroneó subiéndose a mi regazo. Su mirada era seductora, de lo más hermosa. Era mi locura—. Te amo.
—Yo también te amo.
Fin del flashback
Los momentos con ella eran perfectos. Nunca amé a una mujer como lo hice con Eleanor. Era gran parte de mi mundo, no sé cómo puedo continuar sin su presencia.
Termino de ducharme apartando los recuerdos, me cubro con mi toalla y seco la silla con otra. Me rio con ironía. Este pedazo de metal es parte de mí, es casi como mi cuerpo. Es ridículo.
Salgo del baño y gruño cuando encuentro a mi hermano sentado en mi cama. Sonríe al verme y le brindo una mirada furibunda.
— ¿Qué m****a haces aquí? Es mi casa, exijo un poco de privacidad, m*****a sea —escupo con cólera—.
—Buenos días para ti también, hermanito —sonríe tan galante como siempre—. Deberías afeitarte —señala mi barba y hago una mueca—.
Llevo mi mano a mi mandíbula y acaricio el vello abundante. Me gusta así. Me da una apariencia algo moribunda.
—No te metas en mis asuntos.
—Vine a tu revisión semanal. ¿Lo olvidaste? Seguro que sí —se sube las mangas de su camisa hasta los codos y se pone de pie—. No tengo mucho tiempo, tengo que irme a la clínica. Así que te ruego, hermano, que seas cooperativo.
Ruedo los ojos y niego con la cabeza. ¿Qué quiere comprobar? ¿Que mis piernas no tienen respuestas como cada día? ¿Que mis músculos se atrofian cada vez más? Sus consultas siempre tienen los mismos resultados: empeoro cada día.
—Que sea rápido —farfullo—.
Chandler abre su maletín y saca sus artilugios de tortura. Ni siquiera es médico en traumatología, es cirujano plástico, pero desde que dejé de visitar a mi doctor, siente que tiene la responsabilidad de chequear mi salud cada cierto tiempo. Lo detesto, pero sé que madre estará tranquila si lo dejo revisarme.
—Tu condición…
—Empeora, lo sé —lo interrumpo y él suspira—. Pero le dirás a madre que todo sigue igual.
—Eres un estúpido egoísta, Nathan, pero dejaré que tú mismo recapacites y veas que no solo te estás castigando a ti mismo con todo esto. Arrastras a todos los que te queremos.
Me quedo en silencio. No tengo el valor, ni las ganas de contestarle. Sé que tiene razón, pero el problema está en que no me importa. Nada lo hace. Bloqueé la parte que sentía empatía por los que me rodean.
Soy la peor versión de mí ahora y no quiero cambiarla.
MadelaineLa alarma suena a las seis de la mañana como cada día. Me cuesta levantarme de la cama, solo deseo, por una vez, quedarme acostada toda la mañana. Pedir pizza y beber soda hasta reventar, llamar a Giselle y ver juntas alguna serie. Quiero, desesperadamente, volver a ser una chica normal. Sin embargo eso no se puede ahora, así que me levanto a empezar un nuevo y largo día. Me cuesta despertar a Noah como siempre, y llevarlo a duchar, pero cuando lo tengo listo le doy un desayuno rápido y un rato más tarde estamos saliendo de la casa.Hoy a diferencia de los demás días, tengo que ir al restaurante antes que al hospital, pues toca hacer inventario y aunque el padre de mi amiga, el señor Coleman, es el encargado, debo estar presente en representación de mi madre.
MadelaineSalgo del restaurante con dolor de cabeza. Tengo una carga insoportable sobre los hombros que necesito delegar, lamentablemente no tengo a nadie más para hacerlo. Estoy sola y son demasiadas cosas que arreglar y pensar. Durante los últimos años he tenido que ajustarme a un ritmo de vida demasiado cambiante, con cada año de Noah he tenido que moldearme a sus necesidades sin descuidar a mamá. En resultado, me he olvidado de mí misma. Fiestas, universidad, parejas, amigos. Todo. No me arrepiento, pero a veces lo añoro.Ahora un problema más se suma a los que ya están presentes. El lugar que ha estado sosteniéndonos, se está derrumbando y debo hacer algo al respecto. Fue una larga mañana, con cuentas y números, para sólo llegar a fin de mes apenas. Ante todo esto he
MadelaineSin dejar de observarme, Gisselle busca la página web en mi computador. Teclea y clickea con tanta seguridad que aterra. ¿Cuántas veces ha hecho esto? Porque sabe por dónde ir y qué hacer exactamente.Me tenso cuando el inicio del sitio aparece en mi pantalla. No puedo procesar el hecho de que voy a vender mi cuerpo. ¿Y si el hombre que me toca es un maníaco? O peor, un asesino o secuestrador. ¡Si tiene una enfermedad venérea!—Gisse —me quejo abrazándome a mí misma, si tarda más me voy a arrepentir. O tal vez ya lo hice. —No qu
ChandlerMe subo al ascensor luego de salir de un tedioso día en mi clínica. Los senos son preciosos, tenerlos en las manos es un auténtico placer y ni hablar de probarlos en tus labios. Pero hacerlos… ahí está el problema. Operé a dos mujeres, que pasaron de ser copa A a una sensual copa D y el proceso fue largo debido a que ambas, casualmente amigas, tenían desajustes en su récord pues habían falsificado información. Como que eran menores de edad por ejemplo.Por suerte para mí, sus padres firmaron el poder para no perder tiempo ni dinero. Eso no quita lo cansada que se me hizo la jornada.Cuando entro al departamento lo primero que encuentro es a mi hermano, en mi sofá, bebiéndose mi cava importada de quinientos eur
MadelaineCamino de un lado a otro detrás de Gisselle y de vez en cuando observo la pantalla de su computador. La subasta sigue en aumento y mi estómago está sufriendo los estragos de mis nervios.No pude ir al hospital, tuve que desviarme a la casa de mi amiga para poder controlar la ansiedad que me había inundado. Estaba a nada de pertenecerle por una noche a un hombre y moría de miedo.—Abrirás un hoyo en el piso, Elle —me dice ella con aburrimiento en su voz, pero no puedo parar de moverme—.—
Madelaine— ¿Te he dejado muda, Elle?Jeremy Pierce suena juvenil y burlón para mi sorpresa, y la verdad es que sí me ha dejado sin palabras, pues no estaba preparada para un contacto tan pronto. Tengo miedo de lo que me pueda decir o pedir mi comprador, mi estómago protesta por la tensión a la que le he sometido las últimas horas, y tiemblo de solo imaginar todas las cochinadas que querrá hacerme.—Perdona —murmuro tímidamente—. Me ha sorprendido tu llamada. JeremyMi teléfono vibra sobre mi escritorio anunciando la entrada de una nueva llamada. No estoy acostumbrado a responder números sin identificar, pero este en particular que brilla incesantemente en la pantalla me hace sonreír pues reconozco el código numérico de la gatita.Theressa ha salido con ella hace unas horas a realizar la tarea que le di dos días atrás y que apenas hoy ha llevado a cabo. Y no la culpo, la mujer es una máquina de trabajo y yo no tengo compasión con ella. Es entretenido verla bufar disgustada pero incapaz de negarse a mis órdenes. En fin, está con ella o eso creo, no veo la necesidad de llamarme directamente.Casi sin ganas de hablar con el obsequio de cumpleaños de mi hermano, deslizo el dedo en la pCapítulo 9
MadelaineEn mi vida me he topado con muchas personas de diferentes personalidades. Amables, divertidas, locas, y luego están los cretinos. Muchos de estos últimos he conocido, pero Jeremy Pierce se ha llevado el primer puesto. Entiendo que dude de mí, yo también lo haría en su lugar, pero espiarme, ordenarme cosas como si fuera su esclava y para colmo obligarme a ir con un doctor que no es el mío, es demasiado.Con cada minuto que pasa, me arrepiento de que sea mi comprador. Tal vez los otros eran menos complicados y exigentes que este. Desde el día uno solo he recibido órdenes y más órdenes de Pierce, ya estoy harta y el fin de semana aún no pasa.Espero impaciente a que el dichoso y absurdamente costoso doctor tenga