Capítulo 5

En ese momento, donde su cuerpo reaccionaba de una manera que no podía entender, las palabras del hombre nunca llegaron a sus oídos. Avery solo podía sentir como la parte más ancha de la regadera de mano se frotaba con suavidad y precisión entre sus piernas. La dureza del objeto contrastaba bajo el agua fría que, poco a poco, se calentaba.

Las sensaciones eran como estar en una montaña rusa. Desde la frialdad del agua hasta los espasmos que la atravesaban completa eran una total locura que jamás en su vida había experimentado antes. 

Se sentía sucia, pero a la vez el calor la gobernaba y la sensibilidad se adueñaba de sus nervios con cada roce. Soltaba gemidos que eran como una dulce melodía para el hombre, que la veía con fijeza mientras aceleraba el ritmo de su mano y presionaba la regadera, haciendo que la chica se sacudiera y se aferrara del borde de la bañera con todas sus fuerzas. 

Sus mejillas estaban rosadas y veía como se relamía los labios y tragaba saliva, tratando de contener los espasmos que la atravesaban y su dulce voz. La podía notar tensa y avergonzada, pese a que, lentamente y con el estímulo, se ponía más sensitiva.

—Nunca me prives de tu voz agitada y entrecortada —murmuró Jeray con la voz profunda y suave, casi enigmática y atrayente debido al deseo latente en su interior—. Ante el placer no debemos cohibirnos, mi ángel. Qué importa si te escuchan gritar mientras tengo mi polla dura dentro de ti o una simple ducha de mano te masturba así de rico —aceleró los movimientos, con la malicia de hacerla gemir por lo alto—. Que te escuchen, que se enteren que no puedes del placer que te brindo. 

La corriente que atravesó todo el cuerpo de Avery venía de la mano de un fuerte gemido que endureció un poco más al hombre si es que era posible.

Echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y separando sus labios para tomar algo de aire. No lo quería de manera arbitraria y sabía que no era más que su trabajo complacer al hombre, pero su cuerpo se estaba calentando a gran velocidad y su subconsciente estaba disfrutando de la estimulación que le estaba brindando con una simple ducha de mano, justo como él lo había dicho.

Jeray estaba a tope, duro como una roca y deseoso de hundirse en ese rosado y pequeño cuerpo como un animal. Quería romperla y escucharla gritar por lo alto mientras la hacía suya con todas sus fuerzas y en todas las posiciones que su retorcida mente se podía imaginar. Quería ver sus lágrimas, descubrir hasta dónde era capaz de soportar. 

Con esa ansiedad palpitando bajo sus pantalones, apartó la regadera de sus piernas y soltó una risita al escuchar su quejido en una respiración profunda. Se veía que estaba a punto de llegar a su éxtasis, pero no era de esa manera en que la quería hacer explotar.

Había otras formas más divertidas y excitantes, y él se las quería demostrar, hacérselas sentir todas. 

Acarició su rostro y sus ojos verdes brillaban de maldad y deseos contenidos. ¿Por dónde empezaría? La bestia que había en su interior se abría paso y tomaba el control de la situación. 

—Ven aquí, preciosura. 

Así, húmeda como se encontraba, sin importar que mojara su traje y sus carísimos zapatos de cuero, la alzó en sus brazos y la llevó hacia el enorme salón que tenía destinado para sus juegos. La acostó con ternura en el centro de la mesa e hizo extender sus extremidades. 

La cabeza de Avery se heló al contemplar todo lo que había allí. El calor que sentía en su cuerpo fue sustituido por una oleada de terror. Había cadenas que caían del techo, cuerdas sujetas de la pared, objetos extraños que no tenían forma para ella en ese momento y, sinceramente, no quería descubrir para qué se usaban. 

Giró la cabeza hacia el otro lado y su corazón se paralizó de temor al ver todo lo que había allí. ¿Qué clase de loco era aquel hombre? ¿Qué haría con ella? ¿Acaso todo eso eran sus fetiches y fantasías? Su cabeza explotó al fijar la vista en una silla que quedaba en lo alto, con reposaderas para sus brazos y pies donde había grilletes y cadenas.

En ese momento se olvidó de todo, incluso de cómo se llamaba, pues todo parecía salido de una tortura medieval, con varios instrumentos que reconoció y otros que no sabía que podían existir.

—¿Lo ves todo, ángel? —murmuró el hombre, acariciando su cabello con ternura—. Aunque pensándolo bien, en una sola noche no podría usar cada uno de mis instrumentos. 

El deseo de Jeray aumentó al ver sus lágrimas caer por sus mejillas. Las palpó con la yema de sus dedos y se mordió los labios, frotándose la erección por encima del pantalón, tratando de calmarse o explotaría antes de tiempo. 

—Y te aseguro, ángel, que quiero llenarte de placer con cada uno de ellos —se estremeció ante la mirada llena de miedo que la jovencita le dio—. O tomaste clases de actuación muy buenas o en realidad eres un bello ángel que acaba de caer del cielo y no conoce nada de maldad. Respóndeme una cosa, ángel, ¿es cierto que esta es tu primera vez con uno de los clientes? 

—Sí, señor —murmuró en un hilillo de voz—. Esta es mi primera vez. Llevo muy poco tiempo trabajando en el club. 

Jeray sonrió de oreja a oreja y se agachó para darle un fugaz beso en los labios, acariciando sus brazos, toda su piel.

—Vas a disfrutarlo mucho, ángel —derrapó los dedos más abajo de su ombligo, haciéndola tensar—. Y no querrás que ningún otro hombre te haga suya nunca más en tu vida. 

Eso le sonó demasiado posesivo y egocéntrico a la chica, pero no dijo nada. Se limitó a cerrar los ojos y tragar saliva, esperando que pronto acabara todo para volver a su casa y no salir de allí nunca más en su vida. 

Sintió al hombre alejarse, aún así, se mantuvo con los ojos cerrados y los sentidos alertas al siguiente movimiento que haría el loco que la había elegido. 

«¿Por qué demonios tuvo que ser un loco? ¿Por qué debo tener tan mala suerte», se lamento en su más profundo interior, sintiendo el cuerpo frío. 

—Abre los ojos y observa muy bien todo lo que vamos a hacer tú y yo. 

Contra su voluntad, obedeció sin rechistar, y un escalofrío la gobernó al ver que venía hacia ella con unas sogas en las manos y varios objetos más que no quería ni nombrar. 

Jeray dejó todo lo que necesitaba encima de la mesa, a un lado del cuerpo de la chica, y procedió a atarla con las sogas. 

Primero le amarró los brazos, dejándolos hacia atrás sin posibilidad alguna de moverlos y cruzando las sogas desde su pecho hasta su espalda, tan ajustado, que Avery no pudo evitar quejarse. Seguidamente, le cerró las piernas y las hizo doblar tan solo un poco, antes de atarlas con firmeza a la altura de sus muslos. 

Con una sonrisa sardónica en los labios y una concentración como si estuviera preparándose para dar a conocer la menor de sus obras, tomó el collar negro con un larga cadena y lo ajustó alrededor de su cuello, apretando lo suficiente para que no tuviera dificultad para respirar. 

Avery se encontraba completamente sometida y se sentía tan humillada, que se sintió poca cosa en manos de ese psicópata.

Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas. Las cuerdas estaban demasiado ajustadas a su cuerpo y empezaban a incomodarle y a lastimarle la piel. Se sentía imponente al no poder mover una sola parte de su cuerpo, defenderse de aquel loco y huir por su vida antes de que la destrozara como tanto le venía diciendo. 

El hombre era guapo, demasiado bello y lucía tan perfecto, que si en ese momento no estuviera siendo la principal testigo de su locura, no creería que una bestia sin escrúpulos y sedienta de inocencia se escondiera bajo la capa de un hombre bien vestido y adinerado.

Por último, tomó dos pinzas que estaban unidas por una cadena y las puso en cada uno de sus cimas erguidas, arrancándole un quejido y haciéndola retorcer al sentir el dolor en su piel. 

—Te ves muy encantadora, ángel —susurró, cubriendo sus manos con un par de guantes negros de látex—. Recuerda gritar mucho y no perderte ni un solo instante de lo que voy a hacerte, ¿entendido?

Asintió, pero él quería escuchar su voz, así que tiró con fuerza de la cadena hasta hacerla sentar en la mesa.

La chica ahogó un chillido por el brusco movimiento y el roce de las cuerdas en su piel. 

—Responde. Aunque seas mi perrita, me gusta tu voz —su mirada era tan distinta y aterradora en ese momento—. ¿Vas a perderte de mis atenciones, ángel?

—No, señor —su voz temblorosa y entrecortada lo llenó de satisfacción.

Le dio un beso en los labios como recompensa y la tendió de nuevo en la mesa, dejando su cuerpo en el medio para devorarla a sus anchas. 

Tenía tanto en su cabeza para hacerle y descargar, que sonrió ante su primero paso. En ese momento Avery era un manojo de nervios, miedo y dolor, por lo que empezaría a otorgarle el mejor de los placeres. 

—Eres preciosa —acarició su cabello, poco a poco, descendiendo las manos por su rostro—. Más que perfecta. No había visto tanto color antes en un lienzo en blanco. 

En la parte donde estaban las cuerdas se podía apreciar la carne rojiza de la chica y eso fue el detonante para Jeray. Para él se veía tan preciosa, tan angelical, tan perfecta, como si se tratase de la mejor obra de arte que había podido tener. De todas las chicas que habían estado en esa misma mesa y atadas a su entera merced, ella era la que más exudaba inocencia y pureza.

Aunque quería ir despacio y beberla centímetro a centímetro, realmente quería destrozarla con fuerza y salvajismo. 

Acarició sus labios temblorosos y suaves, sus mejillas rojas y llenas de lágrimas, su pequeña nariz, sus pómulos. La chica tenía todo lo que le gustaba y lo encendía a mil.

Avery mo sabía cómo describir lo que sentía en su interior y debía admitir que se sintió furiosa consigo misma. Su cuerpo era un traicionero, que se retorcía bajo el poder de la lengua de Jeray y del dolor producido por el tironeo de las pinzas. No sabía que una mezcla así pudiera hacerla estremecer de manera tan violenta. 

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