Con los nervios a flor de piel y el corazón latiendo muy a prisa, Avery caminó por el largo pasillo a medio iluminar hasta entrar al salón principal y hacerse en la plataforma junto al resto de las chicas. Todas estaban perfectamente alineadas y vestidas para la ocasión, resaltando sus atributos y la belleza innata de cada mujer.
Unas estaban impasibles, acostumbradas al tipo de trabajo que realizaban, y otras, como Avery, nerviosas por lo que se venía. No todas asimilaban que durante el tiempo que el cliente lo requiriera, pertenecían a ellos y debían cumplir sus más oscuras fantasías.
Unas querían ser elegidas para poder ganar dinero, otras querían salir corriendo a los brazos de sus padres y no volver a ese lugar nunca más en sus vidas. Pero no podían hacer más que afrontar su situación y aguardar a que sus contratos vencieran para poder tener paz en sus corazones y no vivir en aquellas pesadillas.
La luz del salón se atenúo hasta quedar en mínima, apenas pegando contra las figuras de las chicas que esperaban de pie en la plataforma. El salón se dividía en dos; en uno estaban las chicas y en el otro, se reunían los clientes para elegir a aquella chica que cumpliera con sus expectativas y despertara sus más bajos deseos.
Del otro lado de aquel cristal polarizado se encontraba un hombre junto a sus dos mejores amigos, bebiendo y fumando mientras observaban con atención a las doce chicas. Todas eran hermosas, pero pocas llamaban la atención del cliente más importante del club privado.
Jeray Le Bon, apagó el cigarro que fumaba con gracia y elegancia en el cenicero y se puso de pie con el vaso de cristal en su mano izquierda. Caminó firme e imponente hasta el cristal para poder observar de cerca las características físicas de cada chica. No le gustaba perderse ningún detalle, porque para él, las mujeres eran lienzos en blanco en los que podía pintar a su gusto y complacencia.
A unas cuantas ya las había visto antes, así que pasó de ellas sin más, pero las que eran nuevas ante sus ojos, llamaron su atención. Observó una rubia de ojos grises, su cuerpo delgado denotaba ciertas curvas, pero no las suficientes para encenderlo. Tenía bonito rostro, pero no despertaba el animal que habitaba en su interior, por lo que pasó a la siguiente chica.
Dio un paso más y miró a una castaña de pies a cabeza. Le gustaba su cabello rizado y largo, pero la chica enfundada en un vestido dorado ceñido a su cuerpo le generaba aburrimiento. Sus labios destacaban, pero no podía imaginarlos haciendo nada sucio para él, así que siguió caminando y observando a las chicas, resaltando sus virtudes y opacándolas con sus defectos y lo que a él no le gustaba de ellas.
Siempre había sido un hombre exigente y para las mujeres no era la excepción. La mujer que lograra despertar sus fantasías más retorcidas y profundas, aquellas que escondía lo mejor que podía, conocería el cielo y el infierno bajo su poder.
Pensó que no encontraría nada que le interesara y se sintió de mal humor. Había ido precisamente a sacarse de encima toda la tensión que estaba viviendo con una pequeña mujercita que lo tenía con la mente nublada y los deseos ardiendo en su interior, pero como no cedía a él, debía sacarse ese fuego que con su insolencia había provocado con una que sí estuviera a sus pies.
Se detuvo en la última chica sin darse cuenta y cerró los ojos, de mal humor y exasperado. Se bebió el trago que todavía no había probado de golpe y dejó que el calor y la amargura recorriera su garganta y su estómago. Era la última oportunidad para elegir, si no, tendría que recurrir a su amante habitual. Y, a decir verdad, ya se había aburrido de ella, pues sabía a lo que iba y lo complacía incluso con aburrimientos gestos de placer.
Se fajó la corbata y observó a la chica ante sus ojos y pudo sentir como el calor lo recorría entero y el palpitar de sus fantasías se hacían presentes. La jovencita era bastante joven, pero no era eso lo que lo incitiva a seguir observándola.
Era el aura inocente que emitía su mirada azulada y las expresiones tensas de su rostro. Sus labios rojos eran pequeños y carnosos, como si se trataran de un dulce manjar que él podía usar y devorar a su antojo. Su cabello recogido lo disgustó, quería verlo suelto y libre por su cuerpo, cubriendo esa piel tan blanquecina y perfecta que se veía a la vista para mancillar con sus propias manos.
Descendió la mirada por su cuello y su pecho, imaginando deslizarse por el medio y quedar ajustado ante la presión. Su vestido rojo lo tentó a imaginar su piel y todo lo que cubría esa tela y en ese momento no estaba a su vista. La imaginó desnuda ante él, en una posición bastante perversa y sonrió. Se vería como un ángel, con su cabello negro cayendo por su piel blanquecina y los labios rojos y entreabiertos mientras sus ojos rebosaban de inocencia y temor.
Su hombría palpitó bajo sus pantalones y dio un toque al cristal, eligiendo a la chica que lo acompañaría esa noche a su dulce morada.
Aunque no podía verlo, le sonrió y murmuró una palabra incomprensible en su idioma natal antes de regresar a la mesa con sus socios y volver a encender el cigarrillo y darle caladas calmas y profundas. No pudo apartar la mirada de ella, así que vio como la asistente de Ivanna la llevaba a la sala donde se conocerían finalmente y pactarían un trato, solo que no estaba seguro si con una noche tendría suficiente para pintar cada rincón de su piel.
—Suelta su cabello —le ordenó a la mujer y ella asintió con una sonrisa, satisfecha y feliz de la elección del hombre.
—Elegiste a la más hermosa de todas, eso no es justo. Siempre que te quedas con lo mejor —se quejó Darius, su socio y amigo.
—Concuerdo contigo, hermano —le secundó Kian, quien había visto a la chica desde que entró y elegiría una vez lo hiciera Jeray.
—¿Era tu elección? —inquirió sin mirar a su amigo.
El rubio se encogió de hombros e hizo un gesto indiferente, deslizando sus ojos por el resto de las chicas con aburrimiento.
—Esta vez no elegiré a nadie. Ninguna me gusta.
—Bueno, yo sí elegiré y serán dos a falta de una. Faltaba más, para calentar mi cama necesito de dos o sencillamente no podré —Darius eligió a dos chicas y pronto las llevaron a otra sala.
—Prepara los contratos.
—Sí, Sr. Le Bon —respondió Ivanna y salió, dejando a los hombres beber y fumar.
Avery, por su parte, no entendía por qué la habían sacado del salón y llevado a una sala distinta. Aunque quiso preguntarle a la asistente de Ivanna, no dijo ni una sola palabra, Tomó el consejo de Deborah y prefirió no preguntar, ni indagar, ni objetar sobre nada. Se limitaría a callar y obedecer, después de todo, era la vida de su hermano la que estaba en riesgo.
Ivanna entró al reservado con una sonrisa de oreja a oreja y una carpeta en mano. Se acercó a la chica y se sentó en el amplio y costoso sofá de cuero negro. Le hice una seña para que tomara asiento y Avery así lo hizo, con el corazón latiendo de forma errática y manos sudorosas.
—Fuiste elegida por el Sr. Le Bon, así que lee el contrato con detenimiento y firma en la última casilla. Cabe resaltar que no puedes negarte a nada de lo que tu dueño temporal te ordene, ¿de acuerdo? —la miró con falsa dulzura—. Eres principiante y el miedo se puede apoderar de ti, por eso mismo nunca he lanzado una nueva al mar, pero eres la excepción. No me decepciones, Avery.
—Haré mi trabajo al pie de la letra, Sra. Ivanna —fue lo único que pudo responder la chica al entender la amenaza de su jefa.
—Es lo que espero de ti, porque sería toda una pena que Luca pagara los platos rotos ante tu falta de compromiso —deslizó el contrato hacia la chica y se puso de pie, caminando con elegancia hacía la salida—. Y suelta tu cabello.
Avery se soltó el cabello en cuanto la mujer salió del privado y lo peinó con sus dedos, antes de tomar el contrato en sus manos.
Un suspiro escapó de sus labios y lo abrió para leer cada línea, pero lo único que había era un corto párrafo, donde decía que debía obedecer sin objetar todo lo que su nuevo dueño quisiera hacer con ella. No decía cuanto tiempo sería, ya que el campo donde debería ir el tiempo estaba en blanco.
Tembló de miedo y de anticipación sin saber a lo que tendría que enfrentarse, mas no tenía otra opción o su hermano sería el más perjudicado. Firmó sin más, esperando que el hombre no fuese malo y no la obligara a hacer cosas indebidas.
Si aquel lugar le parecía monstruoso y que humillaban a las mujeres, poco sabía la chica que conocería el verdadero infierno...
Avery observó su firma por largos segundos, una parte de sí deseando romper la hoja en cientos de pedacitos y salir corriendo de ese lugar. No quería estar allí y cumplir los pedidos de un hombre que quizá fuese malo, pero no podía hacer nada al respecto, solo aceptar en lo que se había convertido su vida. Debía enfrentarse a su trabajo y hacer lo mejor que podía por su hermano, eso era algo que se repetía constantemente para no salir corriendo. Cerró los ojos por unos instantes, pensando en su hermano y en lo débil que se encontraba antes de que lo hospitalizara. Él era un chico fuerte que siempre le sonreía pese a no tener fuerzas para continuar, sin embargo, él de alguna manera quería demostrarle que estaba bien, que no sentía mayor dolencia para no preocuparla de más. Ver como la vida se iba del cuerpo de su hermanito menor en manos de una cruel enfermedad le arrugó el corazón y le dio esa fuerza que sentía perdida y tanto necesitaba en ese momento. Le dolía que estuviera sufrie
¿Qué otra opción tenía Avery? Ninguna, así que, cerrando los ojos y tomando una bocanada de aire, tomó la mano del hombre para salir del auto. Su corazón latía con fuerza, sus piernas se sentían temblorosas y su mirada no podía ocultar lo asustada que se encontraba. Caminó de la mano del hombre hasta llegar a la puerta de la mansión. En ese momento estaba tan asustada y alerta a lo siguiente que haría que no se fijó en la imperiosa casa que la había traído.Su mente se encontraba en blanco, siquiera sintió los pasos que había dado hasta la casa. Aún podía sentir las manos del hombre en su cuerpo y sus labios acribillando a los suyos arrebatando todo el aire de sus pulmones.Su cuerpo se sentía extraño, eran sensaciones que nunca había sentido antes. Era una mezcla de excitación y miedo que poco podía entender, pero era muy parecido a lo que sintió cuando su exnovio había despertado en una tarde que quiso ir más allá con ella, solo que aquella vez sí anhelaba entregarse al chico y no
En ese momento, donde su cuerpo reaccionaba de una manera que no podía entender, las palabras del hombre nunca llegaron a sus oídos. Avery solo podía sentir como la parte más ancha de la regadera de mano se frotaba con suavidad y precisión entre sus piernas. La dureza del objeto contrastaba bajo el agua fría que, poco a poco, se calentaba.Las sensaciones eran como estar en una montaña rusa. Desde la frialdad del agua hasta los espasmos que la atravesaban completa eran una total locura que jamás en su vida había experimentado antes. Se sentía sucia, pero a la vez el calor la gobernaba y la sensibilidad se adueñaba de sus nervios con cada roce. Soltaba gemidos que eran como una dulce melodía para el hombre, que la veía con fijeza mientras aceleraba el ritmo de su mano y presionaba la regadera, haciendo que la chica se sacudiera y se aferrara del borde de la bañera con todas sus fuerzas. Sus mejillas estaban rosadas y veía como se relamía los labios y tragaba saliva, tratando de conte
Avery despertó desconcertada y sin saber dónde se encontraba. Parpadeó varias veces seguidas, acostumbrando sus ojos a la radiante luz del sol que se filtraba por la ventana y golpeaba en su rostro. Se estiró y el dolor que sintió en su cuerpo, en especial en el medio de sus piernas, le trajo recuerdos de la noche anterior. Quedó sentada de un solo movimiento en la cama, mirando a su alrededor con los ojos bien abiertos y el corazón latiendo con mucha fuerza. Estaba sola en medio de la gran habitación, pero aun podía sentir la mirada de ese hombre sobre ella, sus manos por su piel y la forma en que la había humillado de todas las maneras que pudiesen existir y la avergonzaban.Miró su cuerpo desnudo y se envolvió con rapidez entre las sábanas. Seguía desnuda, la piel le ardía con fuerza debido a las marcas que habían dejado las sogas y sus pezones estaban tan sensibles que el roce de la tela la hizo soltar un quejido. Su entrepierna le dolía en demasía y se maldijo a sí misma. ¿Cómo
Avery lloró hasta quedarse sin lágrimas, descargando al fin todo lo que la venía atormentando desde hace un tiempo y había sabido ocultar muy bien. Pero allí, en medio de aquel salón y con la dignidad mancillada y pisoteada, no se sentía tan fuerte como pensaba que era. Se limpió con brusquedad el rostro, soltando respiraciones lentas y profundas para tranquilizarse. Llorar no le servía de nada y tampoco haría que sus problemas se solucionaran. Lamentarse no hacía más que hundirla en el infierno que ya la había consumido. Fue necesario permitirse quebrarse por breves instantes para sacar las frustraciones de su pecho, pero no se quedaría allí sentada llorando de por vida. Haría amena su estadía en esa casa tan lujosa y en manos de ese hombre tan bipolar, pese a que desearía tener poderes sobrenaturales para desaparecer de ese lugar. Una vez se calmó, se fijó en la carpeta que estaba tirada en el suelo junto a un bolígrafo negro. Su corazón se aceleró de anticipación, suponiendo que
Durante tres días Avery se dedicó a conocer cada espacio de la enorme casa, ya que Jeray no la llamó y tampoco hizo acto de presencia, algo que la mantuvo tranquila y ansiosa a la vez.La casa estaba bien equipada y había mucho que hacer, pero ella no podía disfrutar cómodamente porque nada de lo que había allí era suyo. Se sentía incómoda y con temor a dañar algo, por eso pasaba los días en la amplia biblioteca, leyendo varios libros que llamaron toda su atención y siempre quiso tener.Le gustaba la lectura tanto como tomar una taza caliente de chocolate, por ello leía con calma, palpando las tapas duras y hermosas de cada libro con suavidad y llenándose los sentidos con el aroma de las hojas. No era que tuvieran algún olor en específico, pero sentía que el papel tenía un olor bastante particular y le resultaba agradable a su nariz.Aquellos días fueron iguales para ella, despertaba desde muy temprano y dedicaba parte de las mañanas a limpiar para no aburrirse. En la tarde leía sin p
El agua que caía en el cuerpo de Avery se mezclaba con sus lágrimas, descargando el dolor y las frustraciones en aquel lugar de la casa donde podía sentirse a gusto para llorar.La anoche anterior, cuando Jeray llegó y habló de su hermano y se veía tan tranquilo, tuvo una pequeña percepción de él, pero pronto murió cuando hizo con ella a su complacencia. No le importaba más que cumplir con sus fantasías, sentirse poderoso mientras la humillaba de diferentes maneras.El salvajismo de la noche anterior fue mayor que el de hace unos días. Las marcas en su piel empezaban a transformarse en pequeños moretones que se notaban demasiado debido al palidez de su piel. Miró los moretones con aflicción y quiso borrarlas de su piel, restregando todo su cuerpo con la esponja con una fuerza que le hacía arder, pero poco le importaba la fuerza que estaba ejerciendo en sí misma; lo único que deseaba era borrar el rastro de aquel hombre que estaba regado por todo su ser.El dolor que sentía en su cora
—Disculpe que lo interrumpa, Sr. Le Bon —se excusó la secretaria del hombre, más molesta de lo que estaba antes—, pero su hermano vino a hacerle una visita. Ya le dije... Sr. Le Bon, ¡no puede entrar sin permiso de...!—Déjalo, no importa —Jeray le respondió más tosco de lo habitual y el ceño de ella se endureció un poco más—. Y si no es para nada importante, será mejor que no me interrumpas. —Sr. Le Bon, déjeme decirle que...Pero el hombre no estaba de humor para oír razones, no estaba listo para escucharla hablar de lo que había sucedido horas antes en esa misma oficina y todavía seguía dándole vueltas.Jeray todavía se preguntaba por qué se encaprichaba tanto con ella, si durante meses lo había rechazado de formas poco formales y le había dejado en claro que estaba allí para trabajar y no entablar relaciones con sus jefes o compañeros.Su mal humor aumentó en cuanto recordó que la había besado contra la puerta mientras ella le correspondía con total naturalidad y luego le daba un