Capítulo 2

Con los nervios a flor de piel y el corazón latiendo muy a prisa, Avery caminó por el largo pasillo a medio iluminar hasta entrar al salón principal y hacerse en la plataforma junto al resto de las chicas. Todas estaban perfectamente alineadas y vestidas para la ocasión, resaltando sus atributos y la belleza innata de cada mujer.

Unas estaban impasibles, acostumbradas al tipo de trabajo que realizaban, y otras, como Avery, nerviosas por lo que se venía. No todas asimilaban que durante el tiempo que el cliente lo requiriera, pertenecían a ellos y debían cumplir sus más oscuras fantasías.

Unas querían ser elegidas para poder ganar dinero, otras querían salir corriendo a los brazos de sus padres y no volver a ese lugar nunca más en sus vidas. Pero no podían hacer más que afrontar su situación y aguardar a que sus contratos vencieran para poder tener paz en sus corazones y no vivir en aquellas pesadillas. 

La luz del salón se atenúo hasta quedar en mínima, apenas pegando contra las figuras de las chicas que esperaban de pie en la plataforma. El salón se dividía en dos; en uno estaban las chicas y en el otro, se reunían los clientes para elegir a aquella chica que cumpliera con sus expectativas y despertara sus más bajos deseos.

Del otro lado de aquel cristal polarizado se encontraba un hombre junto a sus dos mejores amigos, bebiendo y fumando mientras observaban con atención a las doce chicas. Todas eran hermosas, pero pocas llamaban la atención del cliente más importante del club privado. 

Jeray Le Bon, apagó el cigarro que fumaba con gracia y elegancia en el cenicero y se puso de pie con el vaso de cristal en su mano izquierda. Caminó firme e imponente hasta el cristal para poder observar de cerca las características físicas de cada chica. No le gustaba perderse ningún detalle, porque para él, las mujeres eran lienzos en blanco en los que podía pintar a su gusto y complacencia. 

A unas cuantas ya las había visto antes, así que pasó de ellas sin más, pero las que eran nuevas ante sus ojos, llamaron su atención. Observó una rubia de ojos grises, su cuerpo delgado denotaba ciertas curvas, pero no las suficientes para encenderlo. Tenía bonito rostro, pero no despertaba el animal que habitaba en su interior, por lo que pasó a la siguiente chica.

Dio un paso más y miró a una castaña de pies a cabeza. Le gustaba su cabello rizado y largo, pero la chica enfundada en un vestido dorado ceñido a su cuerpo le generaba aburrimiento. Sus labios destacaban, pero no podía imaginarlos haciendo nada sucio para él, así que siguió caminando y observando a las chicas, resaltando sus virtudes y opacándolas con sus defectos y lo que a él no le gustaba de ellas.

Siempre había sido un hombre exigente y para las mujeres no era la excepción. La mujer que lograra despertar sus fantasías más retorcidas y profundas, aquellas que escondía lo mejor que podía, conocería el cielo y el infierno bajo su poder.  

Pensó que no encontraría nada que le interesara y se sintió de mal humor. Había ido precisamente a sacarse de encima toda la tensión que estaba viviendo con una pequeña mujercita que lo tenía con la mente nublada y los deseos ardiendo en su interior, pero como no cedía a él, debía sacarse ese fuego que con su insolencia había provocado con una que sí estuviera a sus pies.

Se detuvo en la última chica sin darse cuenta y cerró los ojos, de mal humor y exasperado. Se bebió el trago que todavía no había probado de golpe y dejó que el calor y la amargura recorriera su garganta y su estómago. Era la última oportunidad para elegir, si no, tendría que recurrir a su amante habitual. Y, a decir verdad, ya se había aburrido de ella, pues sabía a lo que iba y lo complacía incluso con aburrimientos gestos de placer.  

Se fajó la corbata y observó a la chica ante sus ojos y pudo sentir como el calor lo recorría entero y el palpitar de sus fantasías se hacían presentes. La jovencita era bastante joven, pero no era eso lo que lo incitiva a seguir observándola.

Era el aura inocente que emitía su mirada azulada y las expresiones tensas de su rostro. Sus labios rojos eran pequeños y carnosos, como si se trataran de un dulce manjar que él podía usar y devorar a su antojo. Su cabello recogido lo disgustó, quería verlo suelto y libre por su cuerpo, cubriendo esa piel tan blanquecina y perfecta que se veía a la vista para mancillar con sus propias manos. 

Descendió la mirada por su cuello y su pecho, imaginando deslizarse por el medio y quedar ajustado ante la presión. Su vestido rojo lo tentó a imaginar su piel y todo lo que cubría esa tela y en ese momento no estaba a su vista. La imaginó desnuda ante él, en una posición bastante perversa y sonrió. Se vería como un ángel, con su cabello negro cayendo por su piel blanquecina y los labios rojos y entreabiertos mientras sus ojos rebosaban de inocencia y temor. 

Su hombría palpitó bajo sus pantalones y dio un toque al cristal, eligiendo a la chica que lo acompañaría esa noche a su dulce morada.

Aunque no podía verlo, le sonrió y murmuró una palabra incomprensible en su idioma natal antes de regresar a la mesa con sus socios y volver a encender el cigarrillo y darle caladas calmas y profundas. No pudo apartar la mirada de ella, así que vio como la asistente de Ivanna la llevaba a la sala donde se conocerían finalmente y pactarían un trato, solo que no estaba seguro si con una noche tendría suficiente para pintar cada rincón de su piel. 

—Suelta su cabello —le ordenó a la mujer y ella asintió con una sonrisa, satisfecha y feliz de la elección del hombre.

—Elegiste a la más hermosa de todas, eso no es justo. Siempre que te quedas con lo mejor —se quejó Darius, su socio y amigo. 

—Concuerdo contigo, hermano —le secundó Kian, quien había visto a la chica desde que entró y elegiría una vez lo hiciera Jeray. 

—¿Era tu elección? —inquirió sin mirar a su amigo. 

El rubio se encogió de hombros e hizo un gesto indiferente, deslizando sus ojos por el resto de las chicas con aburrimiento. 

—Esta vez no elegiré a nadie. Ninguna me gusta.

—Bueno, yo sí elegiré y serán dos a falta de una. Faltaba más, para calentar mi cama necesito de dos o sencillamente no podré —Darius eligió a dos chicas y pronto las llevaron a otra sala. 

 —Prepara los contratos. 

—Sí, Sr. Le Bon —respondió Ivanna y salió, dejando a los hombres beber y fumar. 

Avery, por su parte, no entendía por qué la habían sacado del salón y llevado a una sala distinta. Aunque quiso preguntarle a la asistente de Ivanna, no dijo ni una sola palabra, Tomó el consejo de Deborah y prefirió no preguntar, ni indagar, ni objetar sobre nada. Se limitaría a callar y obedecer, después de todo, era la vida de su hermano la que estaba en riesgo. 

Ivanna entró al reservado con una sonrisa de oreja a oreja y una carpeta en mano. Se acercó a la chica y se sentó en el amplio y costoso sofá de cuero negro. Le hice una seña para que tomara asiento y Avery así lo hizo, con el corazón latiendo de forma errática y manos sudorosas.

—Fuiste elegida por el Sr. Le Bon, así que lee el contrato con detenimiento y firma en la última casilla. Cabe resaltar que no puedes negarte a nada de lo que tu dueño temporal te ordene, ¿de acuerdo? —la miró con falsa dulzura—. Eres principiante y el miedo se puede apoderar de ti, por eso mismo nunca he lanzado una nueva al mar, pero eres la excepción. No me decepciones, Avery. 

—Haré mi trabajo al pie de la letra, Sra. Ivanna —fue lo único que pudo responder la chica al entender la amenaza de su jefa. 

 —Es lo que espero de ti, porque sería toda una pena que Luca pagara los platos rotos ante tu falta de compromiso —deslizó el contrato hacia la chica y se puso de pie, caminando con elegancia hacía la salida—. Y suelta tu cabello. 

Avery se soltó el cabello en cuanto la mujer salió del privado y lo peinó con sus dedos, antes de tomar el contrato en sus manos.

Un suspiro escapó de sus labios y lo abrió para leer cada línea, pero lo único que había era un corto párrafo, donde decía que debía obedecer sin objetar todo lo que su nuevo dueño quisiera hacer con ella. No decía cuanto tiempo sería, ya que el campo donde debería ir el tiempo estaba en blanco.

Tembló de miedo y de anticipación sin saber a lo que tendría que enfrentarse, mas no tenía otra opción o su hermano sería el más perjudicado. Firmó sin más, esperando que el hombre no fuese malo y no la obligara a hacer cosas indebidas. 

Si aquel lugar le parecía monstruoso y que humillaban a las mujeres, poco sabía la chica que conocería el verdadero infierno...

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