—Hoy viene un importante cliente al club, por lo que les pido encarecidamente que se pongan sus mejores trajes, arreglen sus cabellos y hagan sus uñas de ser necesario. Las quiero a todas convertidas unas verdaderas bellezas a las ocho en punto en la plataforma —explicó Ivanna, mirando a sus chicas con una mirada seria y fría—. Esta noche se irán tres.
Las doce chicas que trabajaban en el club nocturno asintieron al unísono con la cabeza, ignorando el hecho de que tres de ellas se irían a una mejor o peor vida y haciéndose las fuertes para no demostrar el temor que corría en su más profundo interior.
Avery tragó saliva, era la chica más nueva del club y aun no podía asimilar que cada mes se hiciera una especie de subasta, donde tres de ellas tendría que partir con su comprador. No tenía la menor idea de cómo había terminado en ese lugar, pero se lamentó haber tomado la primera oportunidad de trabajo que se le presentó.
Ella pensaba que sería una simple camarera, incluso le hubiese gustado solo ser la que se encargaba del aseo del lugar, pero cuando firmó aquel contrato y se presentó a su primer día de trabajo, el verdadero temor la gobernó.
No era una camarera común, de hecho, ninguno de las chicas hacía un trabajo normal. Atendían mesas, limpiaban el lugar, bailaban cuando se les pedía y hasta servían los tragos de aquellos clientes que así lo exigían. No era nada del otro mundo, pero debían usar trajes demasiado reveladores, donde las partes más íntimas de sus cuerpos debían quedar expuestas a aquellas miradas lascivas y llenas de morbo.
Pero eso no era lo más malo, lo peor era cuando un cliente quedaba prendado de alguna de ellas y la compraba sin remordimiento alguno. El club tenía aspecto de un bar refinado y demasiado elegante, pero los únicos que tenían permitido entrar eran los hombres y mujeres más ricos de la ciudad. Allí saciaban sus más oscuras fantasías, sin importarles un poco el daño que ocasionaban en sus elegidas.
—Avery —llamó la mujer y la chica se tensó, dando un paso al frente—. Hoy vas a participar. Ayúdala a prepararse, Deborah.
—Sí, señora —respondió la aludida y las doce chicas salieron de la instancia.
En completo silencio, cada una de las chicas entró a su camerino a prepararse, resignadas de su destino. Avery, por su lado, entró en compañía de Deborah con los nervios a flor de piel.
No quería estar allí, pero no podía irse cuando había firmado un contrato por un año completo. Había escuchado de una de las chicas que hacía dos años una de ellas se había atrevido a escapar, pero la encontraron muerta tres días después, y desde entonces, ninguna más se atrevió a huir del club.
Irse no era una opción, su vida valía más que nada. Además de que el dinero que había ganado durante esos dos meses que llevaba de prueba era más de lo que había imaginado y cubría todos los gastos médicos de su hermanito menor.
—Un vestido rojo o azul quedará perfecto con el tono de tu piel y acentuará el color de tus ojos —Deborah eligió dos vestidos de los colores mencionados y los puso sobre la cómoda—. No te tomes mucho tiempo, que también ir a prepararme.
Avery asintió y se apresuró a medirse los vestidos. El azul se ajustaba a su cuerpo y hacía juego con el color de sus ojos, pero no marcaba en definitiva sus bonitas curvas.
Deborah le hizo una seña para que se cambiara y se probó el rojo, llamando la atención de la pelirroja. El vestido le quedaba como una segunda piel, moldeando de manera sensual y elegante cada una de sus curvas. El escote profundo en su espalda dejaba a la vista un camino de pecas que adornaban su piel.
La pelirroja le dio una repasada profunda a la joven que la hizo sentir incómoda. La miró de espaldas y trazó su piel con sus uñas, provocando temblores en ella. Miró su trasero redondo y respingado, haciendo un gesto aprobatorio con la cabeza. Llevó el cabello de Avery hacía atrás y lo peinó con sus dedos, era sedoso y largo.
—Recógelo en una coleta a lo alto —indicó—. Tienes un cabello muy lindo y bien cuidado.
—Gracias...
—No uses sostén bajo el traje, ¿de acuerdo? —la mujer volvió al vestidor y buscó una lencería sensual—. Usa solo la parte de abajo y los manguillos.
—Sí, señora.
Deborah era por mucho la que más tiempo llevaba trabajando para Ivanna. Parecía estar conforme con la vida que tenía en el lugar, quizás porque podía darse todos los lujos que tanto había querido y anhelado de niña. Poco le importaba si debía entretener a los clientes, acostarse con ellos o cumplir las fantasías más retorcidas del ser humano. Ella solo deseaba seguir con su vida llena de lujos y aparentar felicidad cuando por dentro su alma estaba demasiada podrida. Pero la jovencita frente a sí no quería más que salir adelante y poder pagar la operación de su hermanito que padecía de cáncer.
Al darse cuenta de la mirada temerosa y confusa de la chica, Deborah la tomó con cariño de los hombros y le sonrió con dulzura. Ella no era mala persona, solo que el tiempo y desagradables sucesos la habían hecho optar por llevar un caparazón en su alma.
—No tienes de qué preocuparte, puede que hasta el cliente de hoy no te elija. Somos doce y solo se llevarán a tres, así que puedes estar de suerte y no ser una de las elegidas.
—¿Y si soy una de ellas? —inquirió, asustada y consternada—. No quiero hacer todo lo que esos hombres digan. Este no fue el trabajo que deseé tener ni la vida que quiero llevar.
Deborah la miró con compasión.
—Es lo que nos toca hacer o será peor el castigo en manos de Ivanna. Mira, Avery, cumple los deseos de esos hombres y no pienses en nada más que en tu hermano. Él te necesita, depende ti. No quiero sonar cruel, pero ¿quieres que muera?
—Claro que no —los ojos de la pelinegra se llenaron de lágrimas tan solo de pensar que a su hermano podía pasarle algo malo.
—Entonces piensa en él y soporta los diez meses que te quedan de contrato por él. El tiempo es nuestro peor enemigo, pero si no te haces la vida más amena, diez meses serán todo un infierno. Hay clientes que no son tan malos y solo buscan liberar la tensión con un poco de sexo. Quizás el cliente de esta noche sea uno de ellos.
La chica no dijo ni una sola palabra, pero pensó en todo lo que la pelirroja le había dicho. No tenía más opción que actuar y dejarse llevar por el tiempo, deseando que los diez meses terminaran lo más pronto posible para salir de ese lugar y hacer su vida muy lejos de allí.
—Volveré en un rato para maquillarte —dejó un beso en la mejilla de la joven y salió, dejándola sola en su camerino.
***
Avery se miró al espejo y, contrario a lo que pensó, no se sintió un poco bella ni a gusto. El vestido retrataba su figura a la perfección, el peinado en lo alto le daba elitismo a su rostro angelical y sus ojos azules mostraban profundos y contradictorios sentimientos. El maquillaje sutil acentuaba su belleza y el color rojo de sus labios realzaba su piel blanquecina.
Dos golpes en su puerta la hicieron salir de sus pensamientos y se apresuró a abrir. Ivanna la contempló de pies a cabeza y sonrió satisfecha, pensando en todo el dinero que aquella chiquilla le haría ganar. Era preciosa y por esa misma razón la había hecho participar esa noche pese a ser una de las chicas nuevas, pues sabía que su belleza atraparía de inmediato a su mejor cliente, lo que la llevaría a ganar mucho dinero.
—¿Estás lista? —inquirió y la chica asintió, aunque en realidad quería salir corriendo—. Ven, acércate.
Avery tomó ambos lados de su vestido y se acercó a la mujer. Ivanna era intimidante, tenía una mirada cargada de malicia y perversión que no pasaba desapercibida.
—Eres muy bella —alabó—. Quedarán encantados contigo, no tengo ni la menor duda de eso.
—Sra. Ivanna, me gustaría saber cómo está mi hermano —ignoró las palabras de la mujer, pues si había que lanzarse a la boca del lobo, necesitaba saber cómo estaba su hermano.
— Las quimioterapias han sido intensas y no han sido tan favorables como esperábamos. El doctor me dijo que, si su cuerpo seguía rechazando el tratamiento y no se realizaba la operación a tiempo, él podría...
—Entiendo —zanjó la chica, luciendo una entereza que no sentía—. De ser una de las elegidas, ¿cuánto dinero ganaría esta noche?
—El suficiente para costear la operación a tu hermano y vivir como una reina por el tiempo que el cliente lo dictamine.
—Perfecto.
Cerró los ojos, y luchando contra sus propios principios y valores, deseó ser una de las elegidas. No lo pedía por gusto, sino porque su hermano la necesitaba y ella no iba a permitir que esa enfermedad se lo llevara tal cual sucedió con su madre. Si en sus manos estaba la posibilidad de salvarlo, no le importaba lo que tuviera que hacer.
Con los nervios a flor de piel y el corazón latiendo muy a prisa, Avery caminó por el largo pasillo a medio iluminar hasta entrar al salón principal y hacerse en la plataforma junto al resto de las chicas. Todas estaban perfectamente alineadas y vestidas para la ocasión, resaltando sus atributos y la belleza innata de cada mujer.Unas estaban impasibles, acostumbradas al tipo de trabajo que realizaban, y otras, como Avery, nerviosas por lo que se venía. No todas asimilaban que durante el tiempo que el cliente lo requiriera, pertenecían a ellos y debían cumplir sus más oscuras fantasías.Unas querían ser elegidas para poder ganar dinero, otras querían salir corriendo a los brazos de sus padres y no volver a ese lugar nunca más en sus vidas. Pero no podían hacer más que afrontar su situación y aguardar a que sus contratos vencieran para poder tener paz en sus corazones y no vivir en aquellas pesadillas. La luz del salón se atenúo hasta quedar en mínima, apenas pegando contra las figura
Avery observó su firma por largos segundos, una parte de sí deseando romper la hoja en cientos de pedacitos y salir corriendo de ese lugar. No quería estar allí y cumplir los pedidos de un hombre que quizá fuese malo, pero no podía hacer nada al respecto, solo aceptar en lo que se había convertido su vida. Debía enfrentarse a su trabajo y hacer lo mejor que podía por su hermano, eso era algo que se repetía constantemente para no salir corriendo. Cerró los ojos por unos instantes, pensando en su hermano y en lo débil que se encontraba antes de que lo hospitalizara. Él era un chico fuerte que siempre le sonreía pese a no tener fuerzas para continuar, sin embargo, él de alguna manera quería demostrarle que estaba bien, que no sentía mayor dolencia para no preocuparla de más. Ver como la vida se iba del cuerpo de su hermanito menor en manos de una cruel enfermedad le arrugó el corazón y le dio esa fuerza que sentía perdida y tanto necesitaba en ese momento. Le dolía que estuviera sufrie
¿Qué otra opción tenía Avery? Ninguna, así que, cerrando los ojos y tomando una bocanada de aire, tomó la mano del hombre para salir del auto. Su corazón latía con fuerza, sus piernas se sentían temblorosas y su mirada no podía ocultar lo asustada que se encontraba. Caminó de la mano del hombre hasta llegar a la puerta de la mansión. En ese momento estaba tan asustada y alerta a lo siguiente que haría que no se fijó en la imperiosa casa que la había traído.Su mente se encontraba en blanco, siquiera sintió los pasos que había dado hasta la casa. Aún podía sentir las manos del hombre en su cuerpo y sus labios acribillando a los suyos arrebatando todo el aire de sus pulmones.Su cuerpo se sentía extraño, eran sensaciones que nunca había sentido antes. Era una mezcla de excitación y miedo que poco podía entender, pero era muy parecido a lo que sintió cuando su exnovio había despertado en una tarde que quiso ir más allá con ella, solo que aquella vez sí anhelaba entregarse al chico y no
En ese momento, donde su cuerpo reaccionaba de una manera que no podía entender, las palabras del hombre nunca llegaron a sus oídos. Avery solo podía sentir como la parte más ancha de la regadera de mano se frotaba con suavidad y precisión entre sus piernas. La dureza del objeto contrastaba bajo el agua fría que, poco a poco, se calentaba.Las sensaciones eran como estar en una montaña rusa. Desde la frialdad del agua hasta los espasmos que la atravesaban completa eran una total locura que jamás en su vida había experimentado antes. Se sentía sucia, pero a la vez el calor la gobernaba y la sensibilidad se adueñaba de sus nervios con cada roce. Soltaba gemidos que eran como una dulce melodía para el hombre, que la veía con fijeza mientras aceleraba el ritmo de su mano y presionaba la regadera, haciendo que la chica se sacudiera y se aferrara del borde de la bañera con todas sus fuerzas. Sus mejillas estaban rosadas y veía como se relamía los labios y tragaba saliva, tratando de conte
Avery despertó desconcertada y sin saber dónde se encontraba. Parpadeó varias veces seguidas, acostumbrando sus ojos a la radiante luz del sol que se filtraba por la ventana y golpeaba en su rostro. Se estiró y el dolor que sintió en su cuerpo, en especial en el medio de sus piernas, le trajo recuerdos de la noche anterior. Quedó sentada de un solo movimiento en la cama, mirando a su alrededor con los ojos bien abiertos y el corazón latiendo con mucha fuerza. Estaba sola en medio de la gran habitación, pero aun podía sentir la mirada de ese hombre sobre ella, sus manos por su piel y la forma en que la había humillado de todas las maneras que pudiesen existir y la avergonzaban.Miró su cuerpo desnudo y se envolvió con rapidez entre las sábanas. Seguía desnuda, la piel le ardía con fuerza debido a las marcas que habían dejado las sogas y sus pezones estaban tan sensibles que el roce de la tela la hizo soltar un quejido. Su entrepierna le dolía en demasía y se maldijo a sí misma. ¿Cómo
Avery lloró hasta quedarse sin lágrimas, descargando al fin todo lo que la venía atormentando desde hace un tiempo y había sabido ocultar muy bien. Pero allí, en medio de aquel salón y con la dignidad mancillada y pisoteada, no se sentía tan fuerte como pensaba que era. Se limpió con brusquedad el rostro, soltando respiraciones lentas y profundas para tranquilizarse. Llorar no le servía de nada y tampoco haría que sus problemas se solucionaran. Lamentarse no hacía más que hundirla en el infierno que ya la había consumido. Fue necesario permitirse quebrarse por breves instantes para sacar las frustraciones de su pecho, pero no se quedaría allí sentada llorando de por vida. Haría amena su estadía en esa casa tan lujosa y en manos de ese hombre tan bipolar, pese a que desearía tener poderes sobrenaturales para desaparecer de ese lugar. Una vez se calmó, se fijó en la carpeta que estaba tirada en el suelo junto a un bolígrafo negro. Su corazón se aceleró de anticipación, suponiendo que
Durante tres días Avery se dedicó a conocer cada espacio de la enorme casa, ya que Jeray no la llamó y tampoco hizo acto de presencia, algo que la mantuvo tranquila y ansiosa a la vez.La casa estaba bien equipada y había mucho que hacer, pero ella no podía disfrutar cómodamente porque nada de lo que había allí era suyo. Se sentía incómoda y con temor a dañar algo, por eso pasaba los días en la amplia biblioteca, leyendo varios libros que llamaron toda su atención y siempre quiso tener.Le gustaba la lectura tanto como tomar una taza caliente de chocolate, por ello leía con calma, palpando las tapas duras y hermosas de cada libro con suavidad y llenándose los sentidos con el aroma de las hojas. No era que tuvieran algún olor en específico, pero sentía que el papel tenía un olor bastante particular y le resultaba agradable a su nariz.Aquellos días fueron iguales para ella, despertaba desde muy temprano y dedicaba parte de las mañanas a limpiar para no aburrirse. En la tarde leía sin p
El agua que caía en el cuerpo de Avery se mezclaba con sus lágrimas, descargando el dolor y las frustraciones en aquel lugar de la casa donde podía sentirse a gusto para llorar.La anoche anterior, cuando Jeray llegó y habló de su hermano y se veía tan tranquilo, tuvo una pequeña percepción de él, pero pronto murió cuando hizo con ella a su complacencia. No le importaba más que cumplir con sus fantasías, sentirse poderoso mientras la humillaba de diferentes maneras.El salvajismo de la noche anterior fue mayor que el de hace unos días. Las marcas en su piel empezaban a transformarse en pequeños moretones que se notaban demasiado debido al palidez de su piel. Miró los moretones con aflicción y quiso borrarlas de su piel, restregando todo su cuerpo con la esponja con una fuerza que le hacía arder, pero poco le importaba la fuerza que estaba ejerciendo en sí misma; lo único que deseaba era borrar el rastro de aquel hombre que estaba regado por todo su ser.El dolor que sentía en su cora