Infierno
Infierno
Por: Paola Arias
Capítulo 1

—Hoy viene un importante cliente al club, por lo que les pido encarecidamente que se pongan sus mejores trajes, arreglen sus cabellos y hagan sus uñas de ser necesario. Las quiero a todas convertidas unas verdaderas bellezas a las ocho en punto en la plataforma —explicó Ivanna, mirando a sus chicas con una mirada seria y fría—. Esta noche se irán tres. 

Las doce chicas que trabajaban en el club nocturno asintieron al unísono con la cabeza, ignorando el hecho de que tres de ellas se irían a una mejor o peor vida y haciéndose las fuertes para no demostrar el temor que corría en su más profundo interior. 

Avery tragó saliva, era la chica más nueva del club y aun no podía asimilar que cada mes se hiciera una especie de subasta, donde tres de ellas tendría que partir con su comprador. No tenía la menor idea de cómo había terminado en ese lugar, pero se lamentó haber tomado la primera oportunidad de trabajo que se le presentó. 

Ella pensaba que sería una simple camarera, incluso le hubiese gustado solo ser la que se encargaba del aseo del lugar, pero cuando firmó aquel contrato y se presentó a su primer día de trabajo, el verdadero temor la gobernó. 

No era una camarera común, de hecho, ninguno de las chicas hacía un trabajo normal. Atendían mesas, limpiaban el lugar, bailaban cuando se les pedía y hasta servían los tragos de aquellos clientes que así lo exigían. No era nada del otro mundo, pero debían usar trajes demasiado reveladores, donde las partes más íntimas de sus cuerpos debían quedar expuestas a aquellas miradas lascivas y llenas de morbo.

Pero eso no era lo más malo, lo peor era cuando un cliente quedaba prendado de alguna de ellas y la compraba sin remordimiento alguno. El club tenía aspecto de un bar refinado y demasiado elegante, pero los únicos que tenían permitido entrar eran los hombres y mujeres más ricos de la ciudad. Allí saciaban sus más oscuras fantasías, sin importarles un poco el daño que ocasionaban en sus elegidas.   

—Avery —llamó la mujer y la chica se tensó, dando un paso al frente—. Hoy vas a participar. Ayúdala a prepararse, Deborah. 

—Sí, señora —respondió la aludida y las doce chicas salieron de la instancia. 

En completo silencio, cada una de las chicas entró a su camerino a prepararse, resignadas de su destino. Avery, por su lado, entró en compañía de Deborah con los nervios a flor de piel.

No quería estar allí, pero no podía irse cuando había firmado un contrato por un año completo. Había escuchado de una de las chicas que hacía dos años una de ellas se había atrevido a escapar, pero la encontraron muerta tres días después, y desde entonces, ninguna más se atrevió a huir del club. 

Irse no era una opción, su vida valía más que nada. Además de que el dinero que había ganado durante esos dos meses que llevaba de prueba era más de lo que había imaginado y cubría todos los gastos médicos de su hermanito menor.  

—Un vestido rojo o azul quedará perfecto con el tono de tu piel y acentuará el color de tus ojos —Deborah eligió dos vestidos de los colores mencionados y los puso sobre la cómoda—. No te tomes mucho tiempo, que también ir a prepararme. 

Avery asintió y se apresuró a medirse los vestidos. El azul se ajustaba a su cuerpo y hacía juego con el color de sus ojos, pero no marcaba en definitiva sus bonitas curvas. 

Deborah le hizo una seña para que se cambiara y se probó el rojo, llamando la atención de la pelirroja. El vestido le quedaba como una segunda piel, moldeando de manera sensual y elegante cada una de sus curvas. El escote profundo en su espalda dejaba a la vista un camino de pecas que adornaban su piel. 

La pelirroja le dio una repasada profunda a la joven que la hizo sentir incómoda. La miró de espaldas y trazó su piel con sus uñas, provocando temblores en ella. Miró su trasero redondo y respingado, haciendo un gesto aprobatorio con la cabeza. Llevó el cabello de Avery hacía atrás y lo peinó con sus dedos, era sedoso y largo.  

—Recógelo en una coleta a lo alto —indicó—. Tienes un cabello muy lindo y bien cuidado. 

—Gracias...

—No uses sostén bajo el traje, ¿de acuerdo? —la mujer volvió al vestidor y buscó una lencería sensual—. Usa solo la parte de abajo y los manguillos. 

—Sí, señora.  

Deborah era por mucho la que más tiempo llevaba trabajando para Ivanna. Parecía estar conforme con la vida que tenía en el lugar, quizás porque podía darse todos los lujos que tanto había querido y anhelado de niña. Poco le importaba si debía entretener a los clientes, acostarse con ellos o cumplir las fantasías más retorcidas del ser humano. Ella solo deseaba seguir con su vida llena de lujos y aparentar felicidad cuando por dentro su alma estaba demasiada podrida. Pero la jovencita frente a sí no quería más que salir adelante y poder pagar la operación de su hermanito que padecía de cáncer.

Al darse cuenta de la mirada temerosa y confusa de la chica, Deborah la tomó con cariño de los hombros y le sonrió con dulzura. Ella no era mala persona, solo que el tiempo y desagradables sucesos la habían hecho optar por llevar un caparazón en su alma.   

—No tienes de qué preocuparte, puede que hasta el cliente de hoy no te elija. Somos doce y solo se llevarán a tres, así que puedes estar de suerte y no ser una de las elegidas. 

—¿Y si soy una de ellas? —inquirió, asustada y consternada—. No quiero hacer todo lo que esos hombres digan. Este no fue el trabajo que deseé tener ni la vida que quiero llevar.

Deborah la miró con compasión.  

—Es lo que nos toca hacer o será peor el castigo en manos de Ivanna. Mira, Avery, cumple los deseos de esos hombres y no pienses en nada más que en tu hermano. Él te necesita, depende ti. No quiero sonar cruel, pero ¿quieres que muera? 

—Claro que no —los ojos de la pelinegra se llenaron de lágrimas tan solo de pensar que a su hermano podía pasarle algo malo. 

—Entonces piensa en él y soporta los diez meses que te quedan de contrato por él. El tiempo es nuestro peor enemigo, pero si no te haces la vida más amena, diez meses serán todo un infierno. Hay clientes que no son tan malos y solo buscan liberar la tensión con un poco de sexo. Quizás el cliente de esta noche sea uno de ellos. 

La chica no dijo ni una sola palabra, pero pensó en todo lo que la pelirroja le había dicho. No tenía más opción que actuar y dejarse llevar por el tiempo, deseando que los diez meses terminaran lo más pronto posible para salir de ese lugar y hacer su vida muy lejos de allí. 

—Volveré en un rato para maquillarte —dejó un beso en la mejilla de la joven y salió, dejándola sola en su camerino.

*** 

Avery se miró al espejo y, contrario a lo que pensó, no se sintió un poco bella ni a gusto. El vestido retrataba su figura a la perfección, el peinado en lo alto le daba elitismo a su rostro angelical y sus ojos azules mostraban profundos y contradictorios sentimientos. El maquillaje sutil acentuaba su belleza y el color rojo de sus labios realzaba su piel blanquecina.

Dos golpes en su puerta la hicieron salir de sus pensamientos y se apresuró a abrir. Ivanna la contempló de pies a cabeza y sonrió satisfecha, pensando en todo el dinero que aquella chiquilla le haría ganar. Era preciosa y por esa misma razón la había hecho participar esa noche pese a ser una de las chicas nuevas, pues sabía que su belleza atraparía de inmediato a su mejor cliente, lo que la llevaría a ganar mucho dinero.

—¿Estás lista? —inquirió y la chica asintió, aunque en realidad quería salir corriendo—. Ven, acércate. 

Avery tomó ambos lados de su vestido y se acercó a la mujer. Ivanna era intimidante, tenía una mirada cargada de malicia y perversión que no pasaba desapercibida. 

—Eres muy bella —alabó—. Quedarán encantados contigo, no tengo ni la menor duda de eso. 

—Sra. Ivanna, me gustaría saber cómo está mi hermano —ignoró las palabras de la mujer, pues si había que lanzarse a la boca del lobo, necesitaba saber cómo estaba su hermano. 

— Las quimioterapias han sido intensas y no han sido tan favorables como esperábamos. El doctor me dijo que, si su cuerpo seguía rechazando el tratamiento y no se realizaba la operación a tiempo, él podría...

—Entiendo —zanjó la chica, luciendo una entereza que no sentía—. De ser una de las elegidas, ¿cuánto dinero ganaría esta noche?

—El suficiente para costear la operación a tu hermano y vivir como una reina por el tiempo que el cliente lo dictamine. 

—Perfecto. 

Cerró los ojos, y luchando contra sus propios principios y valores, deseó ser una de las elegidas. No lo pedía por gusto, sino porque su hermano la necesitaba y ella no iba a permitir que esa enfermedad se lo llevara tal cual sucedió con su madre. Si en sus manos estaba la posibilidad de salvarlo, no le importaba lo que tuviera que hacer. 

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