La paradoja del verdugo

La carcajada histérica de Eloísa estremeció el tímpano derecho de Emma, su mano empuñó con fuerza el celular, hasta hacerlo temblar.

—¿Creías que no iba a hacer nada? —cuestionó Eloísa—. ¿Creías que iba a permitir que me quitaras a mi esposo? —Volvió a carcajear con fuerza—. Ay, Emma, tú siempre has sido tan… ingenua, desde pequeña siempre lo has sido, por más que intentes ser mala, nunca podrás serlo. —Un silencio atrapó la llamada—. Oliver siempre fue mío, pero, como dejó de servirme, pues tuve que matarlo. Así de fácil se tira la basura.

Las lágrimas rodaron silenciosamente por las mejillas de Emma.

Su mundo empezó a mecerse: de un lado a otro. Sentía la vida correr como el tictac de un reloj de péndulo.

Pero no sentía nada…

—¿Qué creías? ¿Que podrías asesinarme y después ocupar mi lugar? —preguntó Eloísa y soltó otra de sus carcajadas estridentes—. Ay, Emma, desde niña has sido tan graciosa.

La sonrisa apareció en el rostro de Emma, ensanchándose cada vez más. Con su mano izquierd
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