C I N C O
Había avanzado. El chiquillo se acostumbró a mí. Cada vez que me veía me llamaba Nani, creo que por Fany. No es muy bueno tener a un niño encerrada si fuera por mi jefe estaría en su casa las veinticuatro siete y no es posible sí no es por el niño sería por mí. A demás este niño lo único y aparte de papá lo que sabe es ladrar.
Así que decidí ir por unas galletitas al súper. Me lleve a mi pequeño y con pasos lentos salimos a por unos comestibles.
Entré al negocio y el pequeño se le agrandó los ojos. Se que quería comer de todo. Tomé un carrito y lo metí a él en ese compartimiento pequeño del carrito. Empecé a meter yogures, galletas de todo tipo y aproveche para hacer mi compra. El bebé reía cuando maniobraba el carro a ot
S E I S—Deberás asistir con nosotros. Yo estaré con algunos inversores y tu cuidarás de mi hijo. —asentí— deberás también ponerte algo para la ocasión, un vestido no estaría mal. —lo quedé mirando. ¿Me está aconsejando en modas? Bueno siempre cargo vaqueros y camisetas, miré mi atuendo y pues es obvio que el hombre se avergüence de cómo anda su niñera.—Bien. Entonces mañana vendré con mis cosas hacía acá y aquí me alisto.Me fuí hacia mi casa y no dejaba de pensar en lo que me pondría. Tengo vestidos pero los nervios se suman y mi acomplejado ser no ayuda.—Morey...—grité entrando a la casa— Tengo una urgencia.—El baño está desocupado querida —gritó de vuelta— Todo tuyo.—Mor es un problema... —ella se ha convertido en mi psicóloga. Me escucha, me aconseja y me trata como si fuera parte de su familia, de hecho un día dijo que dejara de pagar la renta que me apreciaba y yo le dije que no que la ayudaría con los gastos.— ¿Donde estás?
S I E T E—No quiero estar muy maquillada. —me quejé.—Estas excelente.—Solo soy la niñera. —me pasó el espejo para ver su obra maestra. Tenía un delicado toque de maquillaje que lucían el color verdadero de mis ojos a través de mis gafas, me había recogido todo el cabello en un peinado simple; el vestido me hacía sentir muy arreglada y ni hablar de los botines.— Espero que no me despidan.—Verás que cuando te vea no querrá que cuides al niño sino a él.—Ariel. —la reté— es mi jefe y así se queda.Ya era la díez de la mañana y mi jefe me estaría esperando. Tenía la costumbre de ir vestida algo informal y descuidada pero con Ariel lo más ordinario es extraordinario.—Como sea, anda a arrasar. —que locura, esta mujer está loca.Me monté en mi auto y manejé hasta la casa de mi jefe. Tendría que alistar al pequeño para luego ir hacia la reunión.Bajé y toqué el timbre. Esperaba no degustar a mi jef
O C H OEstaba corriendo por el parque, no me daba tiempo a ejercitarme y estar sola sin cuidar a mi bebé me ponía maluca en sentido de enferma, así que salí a distraerme, me puse una licra y una camiseta, una coleta alta, música y a correr.Estaba en lo mío cuando el vecino de mi jefe se puso a mi lado haciéndome compañía sin pedírselo.Me detuve sacándome los auriculares y lo enfrenté.—¿Hola?—Stefanía Belmonte ¿Cierto?. Quiroz Belmonte. —lo miré extrañada y asustada, miraba a los lados esperando a que saliera hombres a secuestrarme.—No es muy común que los vecinos de tu jefe sepan tu nombre, y menos te sigan.Eso era muy extraño y producía miedo.—No soy cualquiera —se acercó y yo retrocedí— Te conozco hace tiempo sólo que tú no a mí.—Eso asusta. —retricedí unos pasos dispuesta a correr.—Quizás, eres especial para mí.Ahora correr es la única opción para mí, y el gas pimienta no es un accesorio
N U E V EEl lunes era diferente, ya sabía que el vecino de mi jefe era mi hermano y pues me sentía por un lado acompañada. Había llegado temprano a la casa, el señor iría a trabajar. El tiempo había transcurrido y me había encariñado con el niño y él conmigo. Teníamos una relación como de amigos, un niño de dos años y una mujer de veintiocho años, perfecto, el sabía escuchar mis cosas más locas y no hablaba sólo balbuceaba cuando quería comer, jugar o hacer algo particular. El hombre perfecto.La laptop en la casa era de ayuda. Yo buscaba vídeos en YouTube y recetas faciles de comida y las preparaba y luego le contaba a Morey mis avances en la cocina.Yo hacia lo mío y también estaba pendiente del desayuno de Oliver. Ya saben, las mujeres pueden hacer muchas cosas a la vez.Había un silencio sospechoso y por instinto voltee. Estaba normal, como si no rompiera un plato el niño en su silla. Estaba sospechoso la situación así que fingí voltear
D I E ZEra tarde y la puerta tronó al cerrarse así que corrí escaleras abajo.—¿Señor? —se tambaleaba de un lado a otro.—Borracho.—¿Que dijo?. —estaba desalineado y el olor a alcohol tocó el lugar.—Que lo ayudo —me acerqué y lo ayudé a subir las escaleras hacía su habitación.— debe bañarse para que se le pase la borrachera.—No estoy borracho. —se rió, no se en donde estaba el chiste.—Si que lo está. —pesaba el condenado. Le pesaba los pies al caminar.—¿Tu crees?.—No. Estoy segura. —se rió otra vez y empezó a quitarse la camisa botón por botón. entrando a la habitación. Era grande. No había entrando por invitación aunque la curiosidad me decía que entrara.—Creo que un baño me ayudaría —seguía riendo y se quitó el pantalón quedando casi desnudo. Miré al techo para no verle la cara y me dije: baja la vista eres muy obvia; y lo hice y después me arrepentí: no la bajes tanto. Estaba como quería el
O N C ELlegué cansada a la casa. Cuidar de un niño es agotador. No sabía que hacer si bañarme o dormir o quizás comer. Me lancé en el sofá y allí quedé casi muerta.—¿Que tenemos aquí? —me levanté al oír a Ethan con Mora en brazos.—Pensé que tardarían en regresar —me levanté y lo saludé y aproveche para cargar a Mora de un añito de edad.— ¿Tu no piensas caminar? —la bebé sonreía.—Es muy floja, no se compara con Mariel, ella a su edad ya corría.Me fuí a la cocina y estaba allí Ariel con su hija mayor y su madre.—No sabía que vendrían. —le dije a ella. Tomé asiento en uno de los taburetes.—Sí. Vamos a venir muy seguido. —Ariel me vió la cara— ¿Todo bien?—Un poco cansada. —le dije— Un niño de dos años puede ser agotador.—Dímelo a mi que me vuelvo loca con estas dos y más el padre que vale por tres.—Te escuché —gritó Ethan desde la sala.—Te amo —le regresó el grito.— tenemos una fiesta mañana. Me dier
D O C ETenía el antifaz, ni yo me reconocía. Estaba como siempre quise verme, especial y como en un cuento de hadas.Mi vestido beige me hacía una figura espectacular, ajustado completamente, en la parte alta con un corte de corazón, mostrando mis modestos senos en una linda forma, toda la parte superior lo cubrían piedrerias doradas, era de tiros. Y en la falda del vestido algo ajustado mostrando mi figura de cuerpo de guitarra, en la pierna derecha tenía una abertura que terminaba en el muslo y al caminar dejaba ver el deseado calzado alto dorado y con el antifaz y el buen maquillaje ocultaban mi desagradable marca.Ariel llevaba un vestido negro corto y Ethan un traje elegante.Llegué a la fiesta y me sentía en otro mundo, como Cenicienta en una historia. Las miradas de hombres, y no cualquier mirada sino la de seducción, deseo y no de asco o repudio.—Vamos reina. Este es tu noche. —me dijo Ariel, asentí, el antifaz ocultaba mi vergüenza
T R E C EEstaba feliz, asustada, extasiada... una mezcla de emisiones que hacía ebullición dentro de mí y sólo me provocaba gritar.Llegué a casa desvistiendome, me quité el maquillaje y me puse la ropa de siempre. Guardé dentro de una caja de zapato mis cosas valiosas y entre ellas la máscara robada de mi jefe.Con ayuda de Morey monté a Oliver al carro y me fuí a la casa donde debería estar.Lo recosté en su habitación y con las ganas que tenía de dormir me lancé a un lado de él.Soñé, sí que soñé con un hombre moreno que vestía un traje elegante y en su rostro una máscara negra, era un sueño tan vivo y real. Me levanté de la cama flotando, no tocaba el suelo y se sentía de maravilla.Besó mis cicatrices y mi corazón lo supo y estalló. Así quiero que bese las cicatrices de mi corazón.Me lavé el rostro y bajé las escaleras, Oliver no estaba conmigo.En la cocina había un niño en su silla desayunando feliz.