Capítulo 2

Internamente, Elizabeth agradeció todos los regaños de su madre, que siempre decía que el té y el café eran un arte. Al ser secretaria durante toda su vida, ella también debía complacer a un exigente jefe y le había enseñado muchas recetas de deliciosos cafés. Podría lucirse con un espectacular cappuccino, pero no tenía tiempo, así que le prepararía el mejor americano que el señor Grant haya probado en su vida, y en tiempo récord.

La pequeña cocina del piso tenía equipamiento para un café de alta gama, era genial; Elizabeth pensó que su madre sería muy feliz en un lugar así. Tardó apenas diez minutos en preparar una jarra con un delicioso y humeante café negro y lo llevó a su escritorio, esperando la llamada para entregarlo, cosa que no ocurrió y tuvo que seguir con sus labores. Aprovechó para llamar a su madre y averiguar cualquier dato respecto a la campaña.

—Mamá, necesito un pequeño favorcito.

—Hola, cariño, estoy ocupada, ¿podemos hablar en el almuerzo?

—No, mamá, es urgente. Solo necesito que me digas cuál es el producto que está por lanzarse; sé que tu jefe lleva la campaña de publicidad.

—Elizabeth, sabes perfectamente que eso es información confidencial, no puedo decirte nada.

—Pero, mamá, es mi trabajo ahora. No hubo nadie que me entregara el cargo, tengo que adivinar y ya busqué en todas partes, pero no sé cuál es. Solo dime el nombre o la referencia y yo buscaré aquí lo demás.

—Por la Luna, qué desorden tienen allá. Bien, es un smartphone de alta gama, el Universe 5, la campaña de expectativa sale la próxima semana y la preventa debe empezarse a finales del mes, es todo lo que sé.

—Es suficiente, gracias, mamá, te amo.

—Yo igual, bebé, mucha suerte.

Perfecto, con esos datos encontró la carpeta con información. No había muchos detalles, pero al menos ahora sabía de qué se trataba. Si había algo que odiaba en la vida era sentirse ignorante; que le preguntaran algo y ella no tuviera la respuesta le generaba un sentimiento de insuficiencia que la agobiaba por días y le causaba una terrible ansiedad.

La naturaleza le había regalado una mente prodigiosa: aprendía rápido, tenía excelente memoria y funcionaba muy bien bajo presión. Lo menos que podía hacer era aprovechar al máximo sus capacidades. Su madre trabajó muy duro toda la vida para que ella tuviera una buena educación y una mejor vida que la suya, así que su mayor motivación era poder recompensarle todo ese esfuerzo.

Cerca de media hora después, salió el joven Joseph y esta vez sí reparó en su persona.

—Hola, ¿eres la nueva asistente?

—Buenos días, señor Grant, así es, soy Elizabeth Wang —respondió la chica poniéndose de pie.

—¿Wang? Es un apellido chino, ¿verdad?

—Sí, señor, mi familia es originaria de allá, pero yo nací aquí en Seúl.

—Ya veo. ¿Y esos documentos? —preguntó Joseph señalando el reporte que tenía Elizabeth en sus manos—. Si entiendes mandarín será muy útil para el trabajo.

—A la perfección, mi madre se encargó de eso.

—Genial, asegúrate de que Benjamin lo sepa, solemos tener problemas en la documentación de proveedores que viene en mandarín y los tecnicismos son difíciles de entender.

—Por supuesto, así lo haré.

—Bueno, Elizabeth, bienvenida y mucha suerte, espero que rompas el récord de tres meses de tu predecesora.

—Muchas gracias, señor Grant, yo espero lo mismo.

Joseph le regaló una bonita sonrisa y se marchó. Al menos uno de los Grant era muy amable. Ahora el corazón se le aceleró por el nerviosismo de enfrentarse a su jefe cuando el intercomunicador sonó.

—Señor Grant…

—Karla, tráeme el café y la agenda de la semana, no olvides el reporte de Xuan Tech.

Eso fue todo antes de colgar. Gracias a los dioses que no se había quedado quieta en esos minutos, pero no tenía el mencionado reporte, los papeles en su mano eran de semanas atrás. Rebuscó como loca y lo encontró en una carpeta con una notita que decía “solicitar traducción”, tarea que obviamente no se hizo. ¡Diablos!

La chica sirvió el café a toda prisa y se encaminó hacia la oficina, luchando para que sus manos no temblaran, con la carpeta y su libreta bajo el brazo. Respiró profundo para infundirse valor y abrió la puerta de la oficina.

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Benjamin no había empezado el día de buen humor. En el desayuno, su padre lo bombardeó con indicaciones sobre el trabajo; cómo odiaba que le dijeran qué hacer. Él lo sabía mejor que ellos. Había supervisado esa nueva línea desde el diseño, era su bebé, el primer modelo que planeaba y dirigía de principio a fin.

Y para rematar, Joseph tenía "nuevas ideas" para la campaña, como si a estas alturas todavía pudieran hacer cambios. Su hermanito era brillante, pero le faltaba mucho por aprender sobre la realidad del negocio.

Tenía muchas cosas que hacer ese día antes de bajar a la planta de producción, y le hacía mucha falta un buen café. Ese liquido amargo y viscoso que Karla llamaba café no era la gran cosa, pero era mejor que el café reposado de la cafetería que le producía gastritis. Si fuera un poco más sensato, tomaría té o alguna infusión de hierbas relajantes, y no una sobrecarga de cafeína que lo ponía más ansioso e hiperactivo de lo que ya era; pero claro, él no era precisamente alguien reflexivo.

Cuando la puerta se abrió, levantó la vista para gritarle a su lenta asistente que se apresurara, pero entonces la visión de un ángel apareció ante sus ojos. Una omega pequeñita, de cuerpo delgado pero curvilíneo, piel blanca de porcelana, cabello lacio muy rubio, y los ojos más azules y hermosos que hubiera visto en su vida. Su rostro era perfecto: facciones delicadas, una nariz pequeñita, y labios abultados y rosados que brillaban muy provocativos.

Definitivamente, no era Karla. Benjamin la miró de pies a cabeza sin disimulo. Ella llevaba un vestido sencillo pero elegante, no tan ajustado como para parecer provocador, pero lo suficiente para marcar su fina cintura y redondas caderas, apenas un par de centímetros por encima de la rodilla y sin escote. Sus tacones, perfectamente lustrados, vacilaban mientras caminaba con algo de timidez hacia él, y, hasta ahora, no lo había mirado a la cara.

Como si su belleza no fuera suficiente para robarle el aliento a cualquiera, la chica despedía un aroma delicioso, muy dulce, a fresas y vainilla o algo similar. Era el mejor ejemplar de omega que había tenido la suerte de conocer, encajaba perfectamente en todos sus gustos; solo le cambiaría la ropa por una más favorecedora.

Entonces se dio cuenta de que no se suponía que una omega estuviera trabajando en su oficina, precisamente para evitar que él se quedara idiotizado mirándola o que su cuerpo reaccionara con ese dulce aroma. Además, estaba seguro de que no era la primera vez que la veía. Tenía esta sensación de que sus ojos ya habían contemplado esa belleza antes. Recordó, levemente, que ella estaba el sábado en ese club al que fue con Joseph. ¡Demonios! Esta era esa chica que lo había dejado hipnotizado.

Esa noche no había dejado de observarla mientras bailaba y se reía con sus acompañantes. Aunque lucía muy diferente esa vez, con unos pantalones ajustados que delineaban sus curvas y una blusa roja vaporosa que dejaba sus hombros y ombligo al descubierto. Era hermosísima, sin duda; con lo que fuera que vistiera llamaría la atención de cualquier alfa que tuviera ojos.

Lo comprobó claramente esa noche y, por eso, no se acercó. Ella no estaba sola. Aunque no podía asegurar que ese alfa a su lado fuera su pareja, tampoco podía estar seguro de que no lo era, y prefirió contemplarla de lejos.

Ahora, ella estaba enfrente suyo. Sería su nueva asistente y debía ser profesional. La chica vino recomendada por el mejor amigo de su padre y socio de negocios; no podía arruinar las cosas por un momento de calentura. Además, viéndola ahora con esa ropa ejecutiva y los documentos temblando en sus manos, tal vez no duraría mucho en el trabajo, y él podría acercarse una vez que saliera de la empresa.

Lástima que las omegas hermosas no solían ser muy inteligentes; la naturaleza les daba una cosa, pero no la otra, y él no necesitaba una modelo, sino una secretaria eficiente. Ahora recordaba que Karla se había marchado y las otras candidatas eran tan inútiles que prefería hacer las cosa por sí mismo que perder el tiempo tratando de enseñarles. Sin embargo, estaba en medio de un lanzamiento, con demasiadas cosas encima como para quedarse sin ayuda. De nuevo.

—Buenos días, señor Grant. Soy Elizabeth Wang, su nueva asistente. Aquí está su café, espero que sea de su agrado. —La voz de la chica sonó segura, pero el plato tembló un poco en su mano cuando lo dejó en el escritorio y sus mejillas se tiñeron de color.

—Elizabeth Wang. Trataré de recordar tu nombre. Siéntate, vamos a hablar.

Elizabeth asintió y se sentó organizando lo que llevaba sobre el escritorio. Benjamin, por su parte, pensaba en la bonita y dulce voz de la chica, que combinaba perfecto con toda ella. Si no fuera su empleada, la invitaría a salir sin pensarlo. Finalmente, miró la taza de café, olía delicioso y se animó a probarla.

¡Por todos los dioses! Era el mejor café que había probado en su vida. Bien, si ella resultaba ser una inútil en lo demás, la contrataría solo para prepararle café todo el día. Al fin y al cabo, las omegas eran excelentes en ese tipo de labores. Debió pensarlo antes, en lugar de padecer con las asquerosidades que preparaban las otras.

—Esto está delicioso, ¿qué tiene?

—Un poco de vainilla, supuse que podría gustarle.

Ahí estaba la sonrisa más hipnotizante del mundo. Diablos, Benjamin olvidó hasta en qué planeta vivía mientras la observaba.

—Pues sí, me gustó. Gracias —el alfa dio un nuevo sorbo, intentando concentrarse en ese cálido liquido glorioso que estaba deleitando a sus papilas. Un sonido de puro placer se le escapó y alcanzó a notar el precioso rubor que cubrió las mejillas de la chica, con más intensidad que antes—. ¿Qué traes ahí?

—La agenda que me pidió. Lamentablemente, no pude coincidir con Karla, pero encontré los datos en el escritorio. Hoy tiene dos reuniones en la tarde y mañana hay programado un almuerzo con algunos distribuidores. Confirmaré la cita con los asistentes, si le parece bien.

—Sí, son importantes, no puede faltar ninguno.

—Entendido. Este es el reporte que pidió, no está traducido aún, lo lamento. Lo acabo de encontrar, pero si me lo permite, puedo hacerlo ahora, no tardaré.

—¿Sabes leer mandarín?

—Sí, señor Grant. Mi familia materna es de allá y lo aprendí desde niña.

—Perfecto. Léeme las especificaciones de los componentes y el diagnóstico de los peritos.

Elizabeth procedió a hacer lo que se le pidió, traduciendo cada detalle que veía en las hojas, mientras Benjamin degustaba su café y miraba fijamente el movimiento de esos bonitos labios, prestando total atención a cada palabra que pronunciaba esa dulce voz.

Su humor cambio de repente, este era un buen día, parecía que por fin le sonreía la fortuna y había encontrado a la asistente perfecta. A medida que pasaban las horas, se dedicó a evaluar el trabajo de Elizabeth de la manera más imparcial posible; no pensaba dejarse cegar por su belleza.

No encontró reparos. Ella, de hecho, se adelantaba a las cosas que necesitaba, encontró los documentos que pedía en ese desorden de Karla y le preguntó lo que deseaba almorzar con tres opciones cerradas de platillos, una estrategia muy típica de negociación cuando se deseaba que alguien no vacilara con una pregunta abierta. Eso le gustó.

Quedó maravillado al notar que Elizabeth identificaba las personas de las que le hablaba para llamadas o citas. Sus otras asistentes habían tardado semanas en aprenderlo, preguntándole mil veces lo mismo; con ella no era necesario. Esa belleza impresionante venía acompañada de neuronas muy capaces y manos agiles. Estaba eufórico.

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