Ilusiones Perdidas
Ilusiones Perdidas
Por: Victoria Park
Capítulo 1

Seúl, año 2015.

Era una mañana de lunes muy brillante, augurio de un día cálido y soleado. Elizabeth revisaba de nuevo su portafolios, haciendo un inventario mental de las cosas que debía llevar; nada podía faltarle. Era su primer día de trabajo en Grant Technology. Conseguir ese puesto le había costado varias entrevistas, recomendaciones y sus mejores notas; todo debía ser perfecto.

Llevaba uno de sus mejores vestidos; no era de diseñador ni de alguna marca reconocida, pero estaba impecablemente limpio y planchado. Confeccionado en una bonita tela color azul imperial, se ajustaba a su medida, realzando sus curvas y haciéndola lucir un poco mayor de lo que en realidad era. Con solo veintidós años, sus facciones hermosas y delicadas siempre la hacían parecer más joven.

A veces, eso le gustaba, pero ahora quería verse profesional; necesitaba dar una buena primera impresión, especialmente a su nuevo jefe, conocido por ser implacable. El hijo mayor y heredero de la familia Grant, un alfa arrogante y engreído, veía a todos los demás como inferiores y ya había despedido a tres asistentes en medio año. Nadie lograba cumplir con sus altos estándares.

Elizabeth se había prometido a sí misma que ella sería la excepción. Trabajaría muy duro porque esa era la mejor oportunidad de su vida. Ni siquiera se había graduado de la universidad; cuando estaba buscando desesperadamente dónde hacer su pasantía, su prima Regina le contó sobre una vacante en la empresa donde ella trabajaba como recepcionista. Nadie dentro de la compañía quería ser reasignado a ese cargo, así que buscaban a alguien externo, y ella encajaba casi por completo en el perfil.

Solo había dos piezas faltantes: el título profesional y el no ser omega. Si le preguntaban a ella, ambos formaban parte del mismo círculo vicioso de discriminación que perpetuaba esa sociedad. Hasta ahora, no había conseguido que le dieran la oportunidad de trabajar solo por pertenecer a la casta considerada débil y problemática para una oficina. Para este trabajo solicitaban a una beta, debido a la exigencia y al predominio de alfas en el lugar.

Elizabeth no estaba de acuerdo. Ella era tan capaz como cualquiera y necesitaba que alguien le permitiera demostrarlo. Tenía las mejores calificaciones de su generación, y si fuera alfa, le lloverían las ofertas de las mejores empresas del país. Su madre le enseñó toda la vida, a través del ejemplo, que una omega podía ser incluso más eficiente gracias a su sensibilidad y dedicación, así que no pensaba darse por vencida. Sabía que podía compensar sus carencias con trabajo duro.  

Para ser asistente del Gerente de Operaciones de la empresa de tecnología más importante del país, se requería experiencia, y ella no la tenía. Aun así, se consideraba una persona muy disciplinada, eficiente y organizada, y no le tenía miedo al reto. El salario era excelente, el triple de lo que ganaría en cualquier otro lugar, y, si le iba bien, podría aspirar a ser directora de algún departamento en unos años.

Ese trabajo era su boleto dorado hacia un buen desarrollo profesional, y se aferró a la ínfima posibilidad de ser seleccionada. Afortunadamente, el jefe de su madre era amigo cercano de la familia Grant y accedió a recomendarla. Esa fue su tabla de salvación, aunque según su prima, se rumoreaba que el señor Grant había despedido a todas las aspirantes el primer día. Y gracias a eso, estaba a minutos de comenzar con su trabajo soñado.

Ningún alfa gritón y arrogante la alejaría de su camino. Un niñito mimado que no sabía lo que era el trabajo duro no iba a llamarla inepta. No señor. Si algo le había enseñado la educación tan disciplinada que le dio su madre, era precisamente a ser la mejor en todo. Era su responsabilidad dejar sin argumentos a cualquiera que pretendiera menospreciarla por ser omega.

—¡Lizzie! ¿Estás lista? ¡Ya me voy! —exclamó Regina desde la puerta de su casa. Era momento de salir.

—¡Sí, voy corriendo!

—¡Qué bonita estás! ¿Vas a trabajar o a conseguir novio?

—Cállate, Gina, una pareja es lo último en mi lista de prioridades; hay demasiado que quiero conseguir primero.

—Qué bueno, porque dudo mucho que el señor Grant te deje siquiera respirar. Ese alfa es un adicto al trabajo.

—Perfecto para mí; las horas extra las pagan muy bien.

Regina se rio y abrazó a su prima. La pobre no tenía ni la menor idea de lo que le esperaba. El señor Grant no era el niño mimado que ella imaginaba; era un hombre exigente porque él mismo era excelente en todo y pocos lograban seguirle el ritmo. Estaba cruzando los dedos para que la sabelotodo y obsesiva de Lizzie estuviera a la altura del trabajo.

Las dos chicas subieron al pequeño y viejo auto de Regina, que se sentía como una limusina para ellas. No tener que ir en autobús o metro en plena hora pico era el mayor de los lujos que podían darse dos chicas de clase baja como ellas.

Llegar al enorme y moderno edificio de Grant Technology envío un estremecimiento por todo el cuerpo de Elizabeth. Su vida iba a cambiar a partir de ese día, aunque todavía no podía imaginarse la magnitud real de ese pensamiento.

Tras el registro de rutina, fue dirigida a su puesto de trabajo: un enorme escritorio angular rodeado de archivadores. En un primer momento, no entendió por qué necesitaría tres computadoras solo para ella, pero tras la explicación de sus labores, pensó que incluso eso podría no ser suficiente. ¡Por la Luna! Tenía que ocuparse de muchas más cosas de las que esperaba.

La peor parte era que no contaba con su predecesora para explicarle en detalle su trabajo ni con alguna guía preexistente. La persona encargada de Recursos Humanos que le daba indicaciones simplemente le mencionó “las funciones” de la anterior asistente, pero Elizabeth debía acordarlas directamente con el señor Grant.

Lo único útil que encontró en su escritorio fue el directorio telefónico y la agenda de su jefe, así que se dedicó a estudiarlos y memorizarlos en los pocos minutos que tenía antes de que él llegara. Los nervios empezaban a consumirla; siempre tuvo confianza en sí misma, sabía que era una chica lista, pero ahora no estaba tan segura de poder cumplir con las expectativas de ese cargo. No iba a ser una secretaria común, había mucho más que hacer y mucho más en juego.

Su cerebro sufrió un pequeño corto circuito cuando las puertas del elevador se abrieron y de este salieron dos hombres enormes y terriblemente apuestos. Vaya, siempre pensó que su primo Logan era el alfa más guapo de la ciudad, pero ahora no estaba tan segura; esos dos hombres altos, con cuerpos fornidos y bien construidos, rostros esculpidos por los dioses y esa aura poderosa, le hicieron abrir la boca sorprendida. Especialmente el más alto de los dos.

Él traía el ceño ligeramente fruncido, en una expresión más de concentración que de enojo, y su cabello castaño oscuro peinado casualmente a los lados acentuaba sus perfectos y masculinos rasgos. Tenía grandes ojos oscuros y almendrados, repletos de pestañas espesas y ligeramente rizadas que le daban profundidad a su mirada, nariz recta y labios carnosos. La línea de su mandíbula cuadrada se marcaba como la de los actores famosos, y ella tuvo que tragar saliva porque se sentía un poco abrumada.

Ni hablar de ese lujoso traje azul marino que llevaba; era obvio que había sido confeccionado a la medida, porque se ajustaba majestuosamente a su enorme cuerpo. Podían notarse un poco los musculosos brazos que seguramente se escondían bajo la tela, junto con unos hombros anchos y cuadrados tan masculinos que a Elizabeth se le hacía agua la boca de solo verlo.

El otro hombre era un poco más bajo, de cabello negro, barbilla definida y afilada, ojos más pequeños y una expresión amable; se veía guapísimo también, aunque un poco más delgado y joven. Entonces, su cerebro volvió a funcionar asumiendo que ellos eran los dos señores Grant, los hijos del dueño de la compañía. Uno de ellos era su jefe, y por descarte debía ser el más alto, el mayor.

Elizabeth se puso de pie con rapidez, acomodó disimuladamente su vestido y se paró muy firme junto a su escritorio para saludar, pero fue completamente ignorada. Los alfas iban discutiendo entre ellos y ninguno de los dos le prestó la menor atención. Ella apenas pudo sentir la estela de sus masculinos y atrapantes aromas cuando pasaron a su lado.

—No, Joseph, la producción no puede esperar para modificaciones tan pequeñas. Habla con Isaac, la campaña debe estar lista la próxima semana…

Eso fue todo lo que alcanzó a escuchar antes de que se cerrara la puerta de la oficina, dejándola sola nuevamente y con más dudas que respuestas.

Bien, dejando de lado lo que esa voz grave y profunda le había hecho a sus nervios, Elizabeth podía sacar algunas conclusiones. Primero, efectivamente ese alfa enorme era su jefe. Segundo, el otro era el joven Joseph, el hermano del medio de la familia Grant y, según le informó Regina, trabajaba en el área de mercadeo. Tercero, había una producción lista para salir y la campaña de publicidad la llevaba la empresa en la que trabajaba su madre. Eso podía serle útil.

Respiró despacio para recomponerse, y por primera vez en su vida entendió a lo que se referían los prejuicios que tanto odiaba cuando decían que una omega era demasiado susceptible a la presencia de un alfa. Nunca había conocido alguno que le hiciera sentir el estómago apretado y el corazón acelerado con su mera presencia. Así que sacó de su bolso el pastillero con los supresores y tomó una dosis extra. Lo último que necesitaba era que su jefe percibiera sus feromonas alteradas. Eso jamás.

Revisó profundamente en la agenda, encontrando reuniones con nombres aún desconocidos para ella, por lo cual, tomó el directorio y abrió la página corporativa; rápidamente imprimió un organigrama y creó su propio directorio con fotos y reseñas de las personas que tenían contacto directo con su jefe. Debía aprenderse sus nombres y la implicación de cada uno en el trabajo del señor Grant cuanto antes.

Luego, buscó archivos que le dieran alguna luz sobre la producción en puertas. Sabía de memoria la información disponible en la página web sobre los productos de la empresa, pero obviamente no tenía idea del dispositivo más próximo a lanzarse. No encontró nada que le ayudara, así que hizo una nota mental para organizar los archivadores con su propio método más tarde.

Lo único bueno fue que, en su búsqueda, encontró una pequeña libreta con anotaciones en una letra no muy clara, donde había un listado de las comidas preferidas de su jefe y algunas notas al margen sobre detalles de gustos y disgustos respecto a los platillos.

Subrayado con resaltador amarillo estaba en letras grandes un "NO OLVIDAR EL CAFÉ". Rayos, era un poco tarde para ese dato, aunque su jefe acababa de llegar. Tal vez, cuando su hermano saliera de la oficina, le pediría el café que no tenía. Corrió a buscar a su compañera más cercana, una bonita rubia de nombre Claudine, para preguntarle dónde solían pedir el dichoso café.

Su compañera la miró con algo que Elizabeth interpretó como compasión y luego le dijo con voz muy amable:

—Debes prepararlo tú misma, Elizabeth, al señor Grant no le gusta nada de la cafetería, sus comidas las prepara un chef solo para él, y el café lo debe hacer su asistente porque le gusta tomarlo recién hecho. Sé que pide al menos dos en el día y que Karla nunca pudo complacerlo, aunque fuera solo un americano. Te ayudaría a prepararlo, pero el señor Grant padre ya me asignó una tarea. Lo siento mucho.

Claudine contrajo su rostro en una genuina mueca de remordimiento, así que Elizabeth solo pudo sonreírle y mover su mano para restarle importancia al asunto.

—Tranquila, ya me ayudaste mucho, saber que quiere un americano facilita mucho las cosas; lo prepararé de inmediato.

           

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