La voz de un hombre interrumpe su conversación, y ellas se giran para ver llegar a un hombre algo grueso, que se acerca con los brazos abiertos, con la intención de abrazar a Cristal. Esta se esconde detrás de su madre.
—¡Buenos días, Luciano! —lo saluda Stavri, alargando su mano y protegiendo a Cristal. —Mi suegra, ¡qué gusto me da verlas aquí! No podía creer a mis ojos. Agapy, soy yo, Luciano —dice sonriendo un robusto joven que no deja de sonreír. —Hola, Luciano —saluda Cristal, sin salir de detrás de su madre. —Tremenda suerte he tenido de encontrarte aquí —habla sin dejar de intentar alcanzar a Cristal, que hace girar a su madre para no dejar que él la alcance. —¿Suerte o nos estabas siguiendo? —pregunta Stavri, molesta y decidida a proteger a su hija. &Gerónimo miró fijamente a su esposa en medio de una pareja muy conocida y odiada para él. Ella no sabía qué hacer: le dijo "perdón" con los labios y tiró de sus padres, dejándolo helado en el centro del pasillo mientras la veía alejarse con ellos, sin poder creerlo. Ahora entendía por qué ella no le había dicho nada. Aún no podía asimilarlo; su linda esposa realmente era hija de unos enemigos de su familia. Y no de cualquier enemigo.—¡Gerónimo, Gerónimo!— El llamado de las chicas vendedoras lo sacó de su ensimismamiento. Avanzó todavía sin saber cómo reaccionar.—Díganme, chicas —preguntó, sin dejar de mirar por donde se habían ido.—Tu esposa dejó sus compras aquí. Dijo que tú las pagarías y llevarías a casa. Que se van a encontrar all&aa
Cristal lo miró admirada ante la exclamación y, aunque estaba asustada al ver la furia en sus ojos, sabía que tenía que decirle todo. —Pero no solo fue Luciano, amor. Jarret me vio en el mercado y me llamó —le confesó, realmente asustada. —¿Jarret? ¿Tu ex prometido te encontró? —preguntó ahora con más atención; Luciano era una cosa, pero Jarret le parecía muy peligroso. —Sí, me encontró —confesó Cristal, y se apresuró a añadir—. Pero los hombres de papá no lo dejaron acercarse. Mamá y yo nos escapamos y fuimos a hacer eso. Ella le pagó al hombre de allí para que me los hiciera hoy. Por favor, cariño, dijiste que tu abogado podía casarnos en un día. Llámalo. —No tienes que tener miedo, Cielo mío —d
Coral había ido a ver a Maximiliano. Quería saber qué era eso que él había averiguado tan importante. Llegó y entró sin llamar; sabía la clave, y lo encontró en su estudio de pintura.—Hola, Gatito —lo saludó con una sonrisa cálida que iluminó el lugar. —Hola, Thea mu —Maximiliano levantó la mirada de la pintura—. ¿Estás bien? —Sí, estoy bien —respondió Coral sinceramente—. Gracias por lo que hiciste por mí. —No es nada, Thea mu —sonrió Maximiliano—. ¿Qué haces aquí? —Recordé que me dijiste que averiguaste algo —dijo Coral mientras se acomodaba en una silla. —Sí, espera un momento —Maximiliano se puso de pie, dejando que el aroma del óleo y el lienzo impregnara el aire. Acomodó los pinceles con precisión—. Deja que lave mis manos.Coral se levantó, atraída por la obra en progreso. Se quedó contemplando la pintura, que aún estaba en proceso; era una mujer. —¿Quién es? ¿A quién pintas? —preguntó mientras observaba la pintura en detalle—. ¿No es Fiorella? —A ti, Thea mu, a
Otra vez Coral se queda admirando a Maximiliano, el hombre que se transforma en un león cuando se trata de defender a alguien a quien ama. Pensaba en si algún día ella tendría a alguien que la amara de esa manera, aparte de su familia y Vicencio. Su mirada bajó, sintiendo celos de las personas a las que él amaba así, con un amor visceral y penetrante. —Pues Gatito, no podemos dejar que se nos escape. Tenemos que atraparlo. Pondré a mi gente a rastrearlo. ¿De acuerdo? —dijo enseguida, decidida a atrapar a Jarret, la determinación grabada en cada palabra. Ha decidido que puede confiar ese asunto a Maximiliano. Está tan interesado o más en descubrir quién fue el que mató a sus abuelos. Y no es que necesite un aliado, pero le gusta la colaboración con él. Por su parte, Maximiliano la observaba serio; no se le había escapado cómo ella, al parecer, lo había aceptado y va a confiar en él. No sabe por qué, pero le agrada eso, un eco de confianza en el caos que los rodeaba. —Está bien
Las sombras que creyó dejar lejos ahora parecen acechar cada rincón de Roma. Maximiliano, con su mirada seria, le representa la verdad en su forma más cruda. La historia que parecía oculta bajo varios velos de normalidad comienza a desenredarse, y Coral entiende que debe mantenerse alerta, pues todo lo que creía seguro se tambalea peligrosamente. Coral había comenzado a caminar rumbo a la salida para ir donde Vicencio, y al escuchar aquello se detuvo. Quiere saber de dónde sacó toda esa información, temiendo que sea para engañarla. Lo mira con desconfianza. Maximiliano, al notarlo, toma todo un expediente y se lo da. —Toma, este es el hombre que me lo dijo. Pero si vas a hacer algo en su contra, quiero que me lo digas y me dejes ayudarte —le pide, realmente preocupado por su seguridad.—No puedo creerlo, ¿estás seguro de que es él? —pregunta, al ver la foto y todo lo que dice. —Sí, Coral, no tengo dudas —asegura Maximiliano mirándola fijamente—. Sé que lo consideras un buen amigo
Cristal está muy asustada y envía un mensaje a su mamá explicando todo lo que está ocurriendo mientras permanecen en el auto. No han pasado diez minutos y comienzan a llegar diferentes vehículos llenos de hombres, todos vestidos con impecables trajes, que se miran entre sí con desconfianza. Filipo y Guido rodean el auto de Gerónimo y los obligan a bajar. Al ver a Cristal, algunos hombres que estaban apostados tratan de acercarse, pero son repelidos por los hombres de Flavio, que llega en ese momento. Al fin logran entrar en la sala, pero se encuentran con que todos los implicados están amenazados. Jarret se adelanta y grita: —¡Cristal, si no quieres que mate a todos, acércate! ¡Te casarás conmigo hoy! Amenaza mientras le apunta con un arma a una mujer que llora asustada y lo mira suplicante. Pero antes de que ella responda, Gerónimo se adelanta, saca su arma y sin pestañear le dispara a Jarret, hiriéndolo en un brazo. Esto hace que Jarret suelte el arma que estaba apuntando a la m
La policía comienza a perseguir a quienes tratan de escapar. Por fin, casi todos los grupos han sido sacados del juzgado. Maximiliano sale con Cristal abrazada, quien mira a Gerónimo desesperada. Él intenta seguirla, pero Coral le pone una mano en el pecho y se lo impide. —Ahora no, primo, ahora no. Guarda el arma o el tío Colombo va a tener que arrestarnos —le dice en voz baja. Todos se marchan cada uno por su lado, sin dejar de vigilarse unos a otros. Filipo se acerca a Gerónimo, a quien su hermano Guido mantiene tranquilo. Quiere decirle a todo el mundo que Cristal es su esposa, tomarla y llevársela. Tiene tanto miedo al ver cómo se aleja con su hermano, que teme perderla y no piensa con claridad. —Primo, mantén la calma —le dice Filipo en voz baja—. Tienes que dar testimonio de lo que pasó a la policía. —¡Pero Filipo, debo ir por mi esposa o me temo que no la volveré a ver! —le dice desesperado Gerónimo—. Deja que vaya por ella, por favor. —Espera, la paciencia es lo que
Coral lo abraza con fuerza y hasta deja escapar un sollozo. Vicencio la deja, y cuando se separa de él, la mira con cariño. Le acomoda el cabello, que, contrario a lo que acostumbra al llevarlo siempre en una coleta, hoy lo trae suelto. La hace ver mucho más hermosa. —Prométeme que te cuidarás muy bien. No vuelvas a esperarme fuera del auto, hazlo dentro —le pide ella nerviosa—. También quiero que, a partir de hoy, traigamos más guardias contigo. —Si hacemos eso, se van a enterar de que andas con el hijo del Greco —le recordó Vicencio. —¡No me importa, te quiero seguro! —respondió ella enseguida. —¿No es aquí donde su mamá le compró el apartamento? —preguntó de pronto Vicencio, mirando hacia el lugar—. Creo que es el que queda al lado del de Maximiliano, o el de la planta baja. —¡Es verdad! —exclamó Coral y tiró de él—. ¡Dale, vamos a ver cuál es! ¡Tengo la llave aquí! Será tuyo. —No será mío, será suyo, y así podrá entrar a este edificio sin que nadie sospeche nada. Tambi