Las sombras que creyó dejar lejos ahora parecen acechar cada rincón de Roma. Maximiliano, con su mirada seria, le representa la verdad en su forma más cruda. La historia que parecía oculta bajo varios velos de normalidad comienza a desenredarse, y Coral entiende que debe mantenerse alerta, pues todo lo que creía seguro se tambalea peligrosamente. Coral había comenzado a caminar rumbo a la salida para ir donde Vicencio, y al escuchar aquello se detuvo. Quiere saber de dónde sacó toda esa información, temiendo que sea para engañarla. Lo mira con desconfianza. Maximiliano, al notarlo, toma todo un expediente y se lo da. —Toma, este es el hombre que me lo dijo. Pero si vas a hacer algo en su contra, quiero que me lo digas y me dejes ayudarte —le pide, realmente preocupado por su seguridad.—No puedo creerlo, ¿estás seguro de que es él? —pregunta, al ver la foto y todo lo que dice. —Sí, Coral, no tengo dudas —asegura Maximiliano mirándola fijamente—. Sé que lo consideras un buen amigo
Cristal está muy asustada y envía un mensaje a su mamá explicando todo lo que está ocurriendo mientras permanecen en el auto. No han pasado diez minutos y comienzan a llegar diferentes vehículos llenos de hombres, todos vestidos con impecables trajes, que se miran entre sí con desconfianza. Filipo y Guido rodean el auto de Gerónimo y los obligan a bajar. Al ver a Cristal, algunos hombres que estaban apostados tratan de acercarse, pero son repelidos por los hombres de Flavio, que llega en ese momento. Al fin logran entrar en la sala, pero se encuentran con que todos los implicados están amenazados. Jarret se adelanta y grita: —¡Cristal, si no quieres que mate a todos, acércate! ¡Te casarás conmigo hoy! Amenaza mientras le apunta con un arma a una mujer que llora asustada y lo mira suplicante. Pero antes de que ella responda, Gerónimo se adelanta, saca su arma y sin pestañear le dispara a Jarret, hiriéndolo en un brazo. Esto hace que Jarret suelte el arma que estaba apuntando a la m
La policía comienza a perseguir a quienes tratan de escapar. Por fin, casi todos los grupos han sido sacados del juzgado. Maximiliano sale con Cristal abrazada, quien mira a Gerónimo desesperada. Él intenta seguirla, pero Coral le pone una mano en el pecho y se lo impide. —Ahora no, primo, ahora no. Guarda el arma o el tío Colombo va a tener que arrestarnos —le dice en voz baja. Todos se marchan cada uno por su lado, sin dejar de vigilarse unos a otros. Filipo se acerca a Gerónimo, a quien su hermano Guido mantiene tranquilo. Quiere decirle a todo el mundo que Cristal es su esposa, tomarla y llevársela. Tiene tanto miedo al ver cómo se aleja con su hermano, que teme perderla y no piensa con claridad. —Primo, mantén la calma —le dice Filipo en voz baja—. Tienes que dar testimonio de lo que pasó a la policía. —¡Pero Filipo, debo ir por mi esposa o me temo que no la volveré a ver! —le dice desesperado Gerónimo—. Deja que vaya por ella, por favor. —Espera, la paciencia es lo que
Coral lo abraza con fuerza y hasta deja escapar un sollozo. Vicencio la deja, y cuando se separa de él, la mira con cariño. Le acomoda el cabello, que, contrario a lo que acostumbra al llevarlo siempre en una coleta, hoy lo trae suelto. La hace ver mucho más hermosa. —Prométeme que te cuidarás muy bien. No vuelvas a esperarme fuera del auto, hazlo dentro —le pide ella nerviosa—. También quiero que, a partir de hoy, traigamos más guardias contigo. —Si hacemos eso, se van a enterar de que andas con el hijo del Greco —le recordó Vicencio. —¡No me importa, te quiero seguro! —respondió ella enseguida. —¿No es aquí donde su mamá le compró el apartamento? —preguntó de pronto Vicencio, mirando hacia el lugar—. Creo que es el que queda al lado del de Maximiliano, o el de la planta baja. —¡Es verdad! —exclamó Coral y tiró de él—. ¡Dale, vamos a ver cuál es! ¡Tengo la llave aquí! Será tuyo. —No será mío, será suyo, y así podrá entrar a este edificio sin que nadie sospeche nada. Tambi
Mientras Maximiliano llegaba a su casa con Cristal, su madre salió corriendo a recibirlos y la abrazó asustada. Estaba muy preocupada por el temor de que Luciano la raptara. Se alegra de verla bien, aunque la revisa para cerciorarse de que no le pasó nada, mientras dice una y otra vez: —¡Gracias al cielo que estás bien, querida, gracias al cielo! —Gracias a Gerónimo, mamá, él me salvó de Jarret y de Luciano —le dice Cristal, todavía temblando del susto que pasó. —¿Tú lo sabías, mamá? —pregunta Maximiliano al escuchar a Cristal contar con naturalidad sobre Gerónimo. Mira a su madre con incredulidad. No puede creer que sea verdad. ¡Ella sabe que son enemigos y que ese es el peor de los Garibaldi! ¿Cómo puede estar de acuerdo? Y ahora empieza a entender por qué dijo q
La expresión de Stavri se iluminó ante la mirada de su hijo, que estaba sorprendido con su actitud. Maximiliano no podía creer lo que escuchaba; su madre, siempre tan correcta y pacífica, ahora hablaba como si formara parte de ese mundo violento que él conocía tan bien. Sus ojos se abrieron con asombro mientras observaba a esa mujer transformada, tan diferente de la dulce señora que siempre había conocido. —¿Es tan bueno así? —preguntó Stavri con admiración, y agregó—: Me alegra saberlo, así nadie se meterá con mi hija. Estará muy segura a su lado, no como ese Luciano, y mucho menos ese tal Jarret. —No digas eso, mamá —le pidió Maximiliano, desconcertado—. ¿Por qué crees que ninguna de las familias de las chicas con las que anduvo se metía con Gerónimo? ¡Porque le te
Cuando Cristal entra en su apartamento, se encuentra con la casa oscura y revuelta, y a Gerónimo sentado en el sofá, con el arma en la mano y la cabeza apoyada en ella. Corre hacia él y lo abraza con fuerza. —¡Cielo, mi Cielo! —es lo único que logra decir Gerónimo, mientras suelta el arma, la estrecha con fuerza contra su pecho y la besa en la cabeza—. Pensé que no iba a verte tan pronto; me estaba muriendo de desesperación sin saber qué hacer. —Perdón, amor, perdóname —balbucea ella, sin dejar de llorar y besándolo. —¿Por qué me pides perdón? —pregunta Gerónimo, que la abraza feliz. Le parece mentira que ella haya logrado regresar a él. Por eso la sostiene con todas sus fuerzas, como si temiera que se la volvieran a arrebatar. —No lo sé, siento que debo
Cristal niega con la cabeza, sin tener idea de que en el mundo de la mafia, apuntar con armas a la esposa de un capo es una de las ofensas más graves que existen. Las familias, especialmente las esposas, son territorio sagrado e intocable. Hacer una emboscada así es una declaración directa de guerra, un insulto que solo puede lavarse con sangre. —Es una sentencia de muerte —susurra Cristal, comprendiendo finalmente la gravedad de la situación. —Eso, cariño, fue una clara provocación afirma con seriedad Gerónimo. — Y ahora estamos obligados a responder para demostrar nuestra supremacía. —No entiendo, si solo se apuntaron. Ustedes también lo hicieron —dice ella, con inocencia. —Sé que no entiendes, mi ángel —responde él, estrechándola contra sí, sintiéndose culpable por involucrarla en esta vida. —Los Garibaldi somos conocidos por nuestra brutalidad a la hora de vengar ofensas contra los nuestros, y que alguien se haya atrevido a amenazar a la esposa de uno de nosotros significa que