La expresión de Stavri se iluminó ante la mirada de su hijo, que estaba sorprendido con su actitud. Maximiliano no podía creer lo que escuchaba; su madre, siempre tan correcta y pacífica, ahora hablaba como si formara parte de ese mundo violento que él conocía tan bien. Sus ojos se abrieron con asombro mientras observaba a esa mujer transformada, tan diferente de la dulce señora que siempre había conocido.
—¿Es tan bueno así? —preguntó Stavri con admiración, y agregó—: Me alegra saberlo, así nadie se meterá con mi hija. Estará muy segura a su lado, no como ese Luciano, y mucho menos ese tal Jarret. —No digas eso, mamá —le pidió Maximiliano, desconcertado—. ¿Por qué crees que ninguna de las familias de las chicas con las que anduvo se metía con Gerónimo? ¡Porque le teCuando Cristal entra en su apartamento, se encuentra con la casa oscura y revuelta, y a Gerónimo sentado en el sofá, con el arma en la mano y la cabeza apoyada en ella. Corre hacia él y lo abraza con fuerza. —¡Cielo, mi Cielo! —es lo único que logra decir Gerónimo, mientras suelta el arma, la estrecha con fuerza contra su pecho y la besa en la cabeza—. Pensé que no iba a verte tan pronto; me estaba muriendo de desesperación sin saber qué hacer. —Perdón, amor, perdóname —balbucea ella, sin dejar de llorar y besándolo. —¿Por qué me pides perdón? —pregunta Gerónimo, que la abraza feliz. Le parece mentira que ella haya logrado regresar a él. Por eso la sostiene con todas sus fuerzas, como si temiera que se la volvieran a arrebatar. —No lo sé, siento que debo
Cristal niega con la cabeza, sin tener idea de que en el mundo de la mafia, apuntar con armas a la esposa de un capo es una de las ofensas más graves que existen. Las familias, especialmente las esposas, son territorio sagrado e intocable. Hacer una emboscada así es una declaración directa de guerra, un insulto que solo puede lavarse con sangre. —Es una sentencia de muerte —susurra Cristal, comprendiendo finalmente la gravedad de la situación. —Eso, cariño, fue una clara provocación afirma con seriedad Gerónimo. — Y ahora estamos obligados a responder para demostrar nuestra supremacía. —No entiendo, si solo se apuntaron. Ustedes también lo hicieron —dice ella, con inocencia. —Sé que no entiendes, mi ángel —responde él, estrechándola contra sí, sintiéndose culpable por involucrarla en esta vida. —Los Garibaldi somos conocidos por nuestra brutalidad a la hora de vengar ofensas contra los nuestros, y que alguien se haya atrevido a amenazar a la esposa de uno de nosotros significa que
Ellie miraba a Cecil con rabia y seguía negando la verdad con vehemencia; estaba furiosa porque ella conociera toda esa información. —¡Seguro que se inventó esa esposa porque estaba molesto con sus padres! —dice, tratando de explicar lo que hizo Gerónimo. —¿Por qué dices eso? —pregunta Cecil, quien se crió con ambos chicos y les cree. — Guido me dijo que su hermano había encontrado a su alma gemela, y que era muy linda; él no tiene por qué mentirme. —¡No es cierto, te lo digo, Cecil! —vocifera frustrada Ellie—. Será como todas las demás, ya verás. —No sé qué decirte —responde Cecil, volviendo a recostarse en su silla—. Es la primera vez que escucho que Gerónimo presenta a una chica, y no solo eso, la presentó como su esposa. Las palabras de Cecil flotaban en el aire, llenas de una tensión palpable que ninguna de las dos estaba dispuesta a romper. Ellie cruzó los brazos, queriendo fulminar con la mirada a la joven, y luego miró al suelo, buscando entender lo que, a su parecer, era
La vieron alejarse sin mirar una sola vez hacia atrás. Luego Asiri se gira para mirar a Ellie, que está roja de la molestia, y la escucha decir:—¿Quién se cree que es ella? —resopla, irritada porque nada salió como había planeado—. Piensa que porque los Garibaldi le pagan buenas escuelas, es igual a nosotros.—Ellie, los Garibaldi no le pagan nada —dice Asiri, también poniéndose de pie—. Sus padres, que son muy buenos trabajadores, lo hacen.—Ja, ja, ja —ríe a carcajadas Ellie—. No seas tonta, Asiri. ¿De verdad piensas que ella estaría en la mejor universidad si ellos no le pagaran la matrícula?Asiri la mira, realmente molesta. Saca el dinero para pagar lo que consumió y le dice con seriedad a Ellie que está muy equivocada. Cecil estudió mucho y se ganó una beca. Aún está estudiando y es la mejor de su clase. Los Garibaldi no le pagan nada, ella se lo ha ganado con su esfuerzo.—Pero dejemos de hablar de ella y concentremos en lo que me trajo aquí. ¿Así que me hiciste escarbar en la
El Greco observa cómo Maximiliano se lleva a su hermana Cristal, que tiembla. Mira en silencio a Fabricio Garibaldi, quien apenas lo saluda antes de darle la espalda y caminar hacia su hijo Filipo para luego marcharse. Busca con la mirada a los hombres de Luciano. ¿Cómo se atrevió a apuntarle con un arma a su preciosa hija? ¿Quién en su sano juicio haría algo así? Piensa mientras observa a su alrededor.—Tú —señala a uno de los hombres, que se acerca de inmediato—, cuéntame qué ocurrió aquí con lujo de detalles.—Pues, señor —comienza a hablar el hombre—, nosotros llegamos justo cuando Gerónimo Garibaldi le disparaba a ese tipo que estaba amenazando a su hija.—¿No era Luciano? —pregunta, tratando de entender.—No, señor. Había un tal Jarret, creo que así le llam&oac
El Greco se encuentra atrapado en una mezcla de furia y determinación. Las palabras de Anastasío golpean su conciencia, pero la imagen de Luciano amenazando a Agapy domina sus pensamientos y atenúa cualquier rayo de duda. No hay vuelta atrás. La decisión está tomada y es irrevocable.Mientras Fabrizio Garibaldi llega al negocio, espera a que su hijo Filipo entre. Lo ve llegar y cerrar la puerta.—¿Puedes explicarme ahora, Filipo, qué está pasando? ¿Por qué movilizaste a todos los hombres? —pregunta de inmediato.—Era necesario, papá. Gerónimo estaba en peligro —responde Filipo, sentándose frente a él.—¿En peligro? ¿Por qué? —Fabrizio mira a su hijo, esperando que le aclare todo lo sucedido—. Filipo, ¿te diste cuenta de lo que se inició hoy?—Sí, papá, lo s&ea
Filipo miró a su padre, levantando los hombros. No le gustaba hablar de lo que no sabía, pero estaba seguro de que no se quedaría tranquilo.—De acuerdo, papá, ya lo mandé a investigar —dice Filipo, inclinándose—. Por lo poco que entendí, parece que él era el ex prometido de Cristal, porque gritaba que ella era de él.—Vaya, la esposa de Gerónimo es una situación complicada —observa Fabrizio—. ¿Estás seguro de que es una buena mujer? ¿No se está burlando de Gerónimo?—No lo sé, papá —contesta su hijo con sinceridad—. Pero Guido dice que es una buena e inocente chica.—Llama a tu primo y dile que venga a verme —le ordena de inmediato. Necesita saber en qué se han metido y por qué van a la guerra antes de tomar alguna acción.Filipo asiente, con
El bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá! —¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no p