La policía comienza a perseguir a quienes tratan de escapar. Por fin, casi todos los grupos han sido sacados del juzgado. Maximiliano sale con Cristal abrazada, quien mira a Gerónimo desesperada. Él intenta seguirla, pero Coral le pone una mano en el pecho y se lo impide. —Ahora no, primo, ahora no. Guarda el arma o el tío Colombo va a tener que arrestarnos —le dice en voz baja. Todos se marchan cada uno por su lado, sin dejar de vigilarse unos a otros. Filipo se acerca a Gerónimo, a quien su hermano Guido mantiene tranquilo. Quiere decirle a todo el mundo que Cristal es su esposa, tomarla y llevársela. Tiene tanto miedo al ver cómo se aleja con su hermano, que teme perderla y no piensa con claridad. —Primo, mantén la calma —le dice Filipo en voz baja—. Tienes que dar testimonio de lo que pasó a la policía. —¡Pero Filipo, debo ir por mi esposa o me temo que no la volveré a ver! —le dice desesperado Gerónimo—. Deja que vaya por ella, por favor. —Espera, la paciencia es lo que
Coral lo abraza con fuerza y hasta deja escapar un sollozo. Vicencio la deja, y cuando se separa de él, la mira con cariño. Le acomoda el cabello, que, contrario a lo que acostumbra al llevarlo siempre en una coleta, hoy lo trae suelto. La hace ver mucho más hermosa. —Prométeme que te cuidarás muy bien. No vuelvas a esperarme fuera del auto, hazlo dentro —le pide ella nerviosa—. También quiero que, a partir de hoy, traigamos más guardias contigo. —Si hacemos eso, se van a enterar de que andas con el hijo del Greco —le recordó Vicencio. —¡No me importa, te quiero seguro! —respondió ella enseguida. —¿No es aquí donde su mamá le compró el apartamento? —preguntó de pronto Vicencio, mirando hacia el lugar—. Creo que es el que queda al lado del de Maximiliano, o el de la planta baja. —¡Es verdad! —exclamó Coral y tiró de él—. ¡Dale, vamos a ver cuál es! ¡Tengo la llave aquí! Será tuyo. —No será mío, será suyo, y así podrá entrar a este edificio sin que nadie sospeche nada. Tambi
Mientras Maximiliano llegaba a su casa con Cristal, su madre salió corriendo a recibirlos y la abrazó asustada. Estaba muy preocupada por el temor de que Luciano la raptara. Se alegra de verla bien, aunque la revisa para cerciorarse de que no le pasó nada, mientras dice una y otra vez: —¡Gracias al cielo que estás bien, querida, gracias al cielo! —Gracias a Gerónimo, mamá, él me salvó de Jarret y de Luciano —le dice Cristal, todavía temblando del susto que pasó. —¿Tú lo sabías, mamá? —pregunta Maximiliano al escuchar a Cristal contar con naturalidad sobre Gerónimo. Mira a su madre con incredulidad. No puede creer que sea verdad. ¡Ella sabe que son enemigos y que ese es el peor de los Garibaldi! ¿Cómo puede estar de acuerdo? Y ahora empieza a entender por qué dijo q
La expresión de Stavri se iluminó ante la mirada de su hijo, que estaba sorprendido con su actitud. Maximiliano no podía creer lo que escuchaba; su madre, siempre tan correcta y pacífica, ahora hablaba como si formara parte de ese mundo violento que él conocía tan bien. Sus ojos se abrieron con asombro mientras observaba a esa mujer transformada, tan diferente de la dulce señora que siempre había conocido. —¿Es tan bueno así? —preguntó Stavri con admiración, y agregó—: Me alegra saberlo, así nadie se meterá con mi hija. Estará muy segura a su lado, no como ese Luciano, y mucho menos ese tal Jarret. —No digas eso, mamá —le pidió Maximiliano, desconcertado—. ¿Por qué crees que ninguna de las familias de las chicas con las que anduvo se metía con Gerónimo? ¡Porque le te
Cuando Cristal entra en su apartamento, se encuentra con la casa oscura y revuelta, y a Gerónimo sentado en el sofá, con el arma en la mano y la cabeza apoyada en ella. Corre hacia él y lo abraza con fuerza. —¡Cielo, mi Cielo! —es lo único que logra decir Gerónimo, mientras suelta el arma, la estrecha con fuerza contra su pecho y la besa en la cabeza—. Pensé que no iba a verte tan pronto; me estaba muriendo de desesperación sin saber qué hacer. —Perdón, amor, perdóname —balbucea ella, sin dejar de llorar y besándolo. —¿Por qué me pides perdón? —pregunta Gerónimo, que la abraza feliz. Le parece mentira que ella haya logrado regresar a él. Por eso la sostiene con todas sus fuerzas, como si temiera que se la volvieran a arrebatar. —No lo sé, siento que debo
Cristal niega con la cabeza, sin tener idea de que en el mundo de la mafia, apuntar con armas a la esposa de un capo es una de las ofensas más graves que existen. Las familias, especialmente las esposas, son territorio sagrado e intocable. Hacer una emboscada así es una declaración directa de guerra, un insulto que solo puede lavarse con sangre. —Es una sentencia de muerte —susurra Cristal, comprendiendo finalmente la gravedad de la situación. —Eso, cariño, fue una clara provocación afirma con seriedad Gerónimo. — Y ahora estamos obligados a responder para demostrar nuestra supremacía. —No entiendo, si solo se apuntaron. Ustedes también lo hicieron —dice ella, con inocencia. —Sé que no entiendes, mi ángel —responde él, estrechándola contra sí, sintiéndose culpable por involucrarla en esta vida. —Los Garibaldi somos conocidos por nuestra brutalidad a la hora de vengar ofensas contra los nuestros, y que alguien se haya atrevido a amenazar a la esposa de uno de nosotros significa que
Ellie miraba a Cecil con rabia y seguía negando la verdad con vehemencia; estaba furiosa porque ella conociera toda esa información. —¡Seguro que se inventó esa esposa porque estaba molesto con sus padres! —dice, tratando de explicar lo que hizo Gerónimo. —¿Por qué dices eso? —pregunta Cecil, quien se crió con ambos chicos y les cree. — Guido me dijo que su hermano había encontrado a su alma gemela, y que era muy linda; él no tiene por qué mentirme. —¡No es cierto, te lo digo, Cecil! —vocifera frustrada Ellie—. Será como todas las demás, ya verás. —No sé qué decirte —responde Cecil, volviendo a recostarse en su silla—. Es la primera vez que escucho que Gerónimo presenta a una chica, y no solo eso, la presentó como su esposa. Las palabras de Cecil flotaban en el aire, llenas de una tensión palpable que ninguna de las dos estaba dispuesta a romper. Ellie cruzó los brazos, queriendo fulminar con la mirada a la joven, y luego miró al suelo, buscando entender lo que, a su parecer, era
La vieron alejarse sin mirar una sola vez hacia atrás. Luego Asiri se gira para mirar a Ellie, que está roja de la molestia, y la escucha decir:—¿Quién se cree que es ella? —resopla, irritada porque nada salió como había planeado—. Piensa que porque los Garibaldi le pagan buenas escuelas, es igual a nosotros.—Ellie, los Garibaldi no le pagan nada —dice Asiri, también poniéndose de pie—. Sus padres, que son muy buenos trabajadores, lo hacen.—Ja, ja, ja —ríe a carcajadas Ellie—. No seas tonta, Asiri. ¿De verdad piensas que ella estaría en la mejor universidad si ellos no le pagaran la matrícula?Asiri la mira, realmente molesta. Saca el dinero para pagar lo que consumió y le dice con seriedad a Ellie que está muy equivocada. Cecil estudió mucho y se ganó una beca. Aún está estudiando y es la mejor de su clase. Los Garibaldi no le pagan nada, ella se lo ha ganado con su esfuerzo.—Pero dejemos de hablar de ella y concentremos en lo que me trajo aquí. ¿Así que me hiciste escarbar en la