Miró a su alrededor, buscando aferrarse a cada detalle. Las velas parpadeaban delicadamente, bañando todo el espacio con una luz cálida. Los pétalos de rosa formaban un corazón impecable en el suelo donde estaban parados, y los globos rojos flotaban como guardianes discretos de su momento. Pero más allá de todo ese decorado perfecto, lo que realmente la impactó fue el amor que fluía desde Gerónimo, el hombre que había transformado su vida.
No pudo detenerse. Con lágrimas rodando por sus mejillas y una sonrisa que casi dolía de lo amplia, extendió su mano temblorosa hacia él. —¡Sí quiero! ¡Quiero, amor! —exclamó, dejando que esas palabras salieran sin filtros, tan honestas como su corazón palpitante. La mirada de Gerónimo brilló con una felicidad que pocas veces había mostrado. Tomó la mano de Cristal con reverencia y deslizó el anillo en su dedo, como si aquel gesto simbolizara la unión eterna de sus almas. Se puso de pie con agilidad, envolEscucharla decir aquello fue como alimentar un fuego en el alma de Gerónimo, un calor que ascendía hasta cada rincón de su ser. Una especie de plenitud quemaba en la profundidad de sus ojos. Sentía que en sus manos tenía todo lo que había imaginado alguna vez: una mujer que encajaba en cada rincón de sus sueños, alguien que era suya en cuerpo, mente y corazón. Gerónimo la miró como un hombre que contempla una joya única, sabiendo que nunca nadie podría arrebatarle ni comprender. Detuvo sus besos por un momento, recorriendo cada ángulo de su rostro, memorizando cómo la luz danzaba sobre su piel. Respiró profundamente, como si intentara grabar en su memoria aquel instante donde todo en su universo parecía alinearse antes de decir: —Desnúdate para mí, cielo. —Me da pena —dijo ella, cubriéndose con sus manos. Se veía tan adorable que Gerónimo no pudo resistir la necesidad de sonreír. La estrechó nuevamente entre sus brazos, como si q
Ella, al escucharlo, termina de quitarse el short para luego avanzar contoneándose hasta estar muy cerca. Se gira en el último momento, tensa sus piernas al tiempo que se inclina hasta el piso, dejándole ver la hermosa vista de su bien formado trasero. —¡Rayos, cielo! —exclama sin poder contenerse—. ¿Quién te enseñó a hacer eso, mi cielo? Me estás volviendo loco. Cristal ríe satisfecha de lo que ha logrado con su esposo. Gerónimo intenta ir hasta donde ella se encuentra, pero de pronto ella arquea su cintura y se pone de pie, alejándose. Luego se pone en cuatro patas y avanza como una felina a su encuentro, sin dejar de mirarle y pasar su lengua por sus labios. Llega, le saca su miembro del bóxer ante su completa sorpresa. Se suponía que la iba a enseñar, y ella ha demostrado que no es tan ingenua como él pensaba. Cristal comienza a lamerlo como si fuera el mejor helado que existe, pero enseguida se da cuenta de su inexperiencia, por lo que él empieza a guiarla. La ay
Coral se despierta en medio de un terror que le roba el aire. Todo está oscuro, como si la noche misma se hubiera apoderado de la habitación y la envolviera con sus garras sombrías. Está desorientada, con el corazón latiendo frenético, perdido entre las tinieblas que nublan su mente. Se sienta en la cama con movimientos torpes, se abraza intentando encontrar consuelo en sí misma, una protección que no consigue. Mientras su respiración se convierte en jadeos desesperados, busca a alguien entre las sombras, alguien que debería estar allí pero no está. —¡Vicencio...! ¡Vicencio...! ¿Dónde estás...? ¡Vicencio...! —El grito desgarrador rompe el silencio y llena la habitación de eco, como si llamara a un fantasma. Coral lo llama una y otra vez, en un espiral que parece ahogarla desde la esquina de su cama. Su voz carga un dolor crudo, una desesperación que no entiende. De repente, la puerta se abre con rapidez. Una figura se mueve en la penumbra y viene corriendo hacia ella, los pasos ap
Vicencio desvía la mirada hacia el suelo, pero su tono no pierde firmeza al responder: —El señor Carlos lo sabe, señora. —La respuesta es pesada, cargada de acusación, y rápidamente levanta sus ojos para observar a Carlos otra vez—. Yo me cansé de llamarlo para decírselo, pero no me creyó, y no sacó a la niña de aquel infierno. Lucía se gira con una velocidad feroz hacia su esposo,con el rostro crispado por una rabia creciente y el terror de lo desconocido. —¿De qué habla, Carlos? ¿Qué es lo que te dijo? ¡¿Qué le hicieron en ese lugar a mi niña, Carlos?! —pregunta llena de furia, mientras lo enfrenta de lleno. Sus manos tiemblan, no de miedo, sino de una furia contenida durante años. Carlos intenta retroceder, pero el peso de sus decisiones lo persigue impla
Y sin embargo, esto solo aviva su convicción. Si Coral lo defiende con tanto fervor, debe haber mucho más en esta historia de lo que está dispuesto a admitir.—¡Quítate del medio, Coral! —grita, levantando de nuevo su arma como si al hacerlo pudiera imponer su lastimada autoridad.—¡No te atrevas a hacerle daño a Vicencio! ¡Él es mío, papá, nadie lo puede tocar! —La voz de Coral, cargada de una intensidad feroz, se eleva sobre el eco de la orden de su padre y rompe el aire como un rugido que silencia a todos los presentes.Por un momento, la fuerza con la que Coral lo enfrenta lo deja desconcertado. La intensidad de su hija lo detiene, incluso lo admira, pero esa chispa de orgullo se ahoga rápidamente bajo una ola de furia que amenaza con salirse de control.—¡¿Qué quieres decir con eso, Coral?! —ruge Carlos, casi temblando por
No hay más palabras. No hay gritos. Lucía simplemente se aleja. La casa parece más fría a medida que su figura se pierde rumbo a la habitación de Coral, dejando a Carlos solo con su propia arma y el vacío que se arremolina en su mente.Al llegar, encuentra a Coral discutiendo con Vicencio. Él, firme pero respetuoso, se niega a acostarse en su cama.—Señorita, yo puedo quedarme aquí, en la silla junto a usted —insiste Vicencio, su voz baja pero cargada de terquedad.—Vicencio, eres mi segundo padre, siempre me has cuidado —dice Coral, intentando convencerlo, su tono más cálido, incluso con un leve temblor de vulnerabilidad que solo él parece notar—. Mandaré a poner una cama aquí mañana, pero por favor duerme conmigo hoy. Me siento muy mal, por favor.Lucía se detiene en el marco de la puerta. Mirando
Cuando amanece, Maximiliano abre los ojos y siente como si estuviera soñando. A su lado, abrazada a su cuerpo y con delicada ropa de dormir, Coral reposa profundamente ajena al mundo. La visión lo desconcierta; ¿cómo es que está aquí? ¿Cómo logró entrar sin que él se diera cuenta? Entonces, con un destello de memoria, recuerda el mensaje que le envió días atrás, su clave de acceso que podría ser la respuesta a aquel misterio. Con cuidado, para no despertarla, se levanta despacio. Sus manos se mueven con casi reverente delicadeza mientras se aleja de ella, como si el más mínimo ruido pudiera romper aquella paz. La mira por última vez antes de salir de la habitación, admirando la tranquilidad de su rostro dormido. La condenada realmente es hermosa, piensa con una sonrisa fugaz, casi culpable. Si no estuviera enamorado de Fiorella, de seg
Al bajar, Coral vio a Vicencio apoyado contra su auto, vigilante y alerta como siempre. Él apenas giró el rostro al verla, reconociéndola con un leve gesto de respeto. Sin emitir palabra alguna, ella ocupó el asiento del conductor, y él rápidamente se ubicó en el auto que solía seguirla como una sombra. Esa rutina, aunque tranquilizadora, también la asfixiaba. Cuando llegó a su casa, estacionó en el garaje y aguardó pacientemente. Sabía que Vicencio no tardaría en aparecer tras ella. Minutos después, él finalmente bajó del auto y se acercó con su andar solemne. Antes de que pudiera decir algo, Coral exhaló con fuerza, dejando escapar las emociones retenidas. —No quiero que te vuelvas a arrodillar delante de mi padre nunca más, Vicencio. Eres un segundo padre para mí, ¿entiendes? —dijo con s