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Queriendo escapar.

Abigaíl.

Amaba a mi abuelo, él siempre me rescataba del asco de vida que llevaba, ese día dormí hasta cerca de las tres de la tarde, pedí que me creyeran de comer, luego me metí a la tina y me relaje mientras veía a los árboles moverse, deseado que todo acabara. A las cinco de la tarde llegaron las empleadas a ayudarme a vestirme, para mi supuesta celebración.

Esta vez el diseñador había hecho un hermoso vestido color verde esmeralda, con corte de sirena, iba cubierto hasta el cuello, con la espalda descubierta, era realmente hermoso, mi cabello fue peinado en un moño, para que así pudieran apreciar el hermoso diseño del vestido.

— Su majestad, esto fue enviado, por su majestad Gilberto— la empleada me entrego un pequeño cofre.

Lo recibí y luego lo abrí, en él encontré unos hermosos pendientes en forma de lágrima, que combinaban a la perfección con mi vestido, ya que las piedras era unas esmeraldas.

— Gracias, podrías ayudarme— le dije a la empleada.

— Claro su majestad— la empleada tomo el cofre y me coloco los pendientes.

Abigaíl se paró en frente del espejo y aprecio lo hermosa que se veía, trato de sonreír, pero ya no podía hacerlo, pues la felicidad se esfumaba de las manos.

Cuando estuvo lista fue acompañada hasta el salón de eventos en donde ya todos la esperaban, su llegada fue anunciada como en cada ocasión.

— Con ustedes, la princesa heredera—dijo él porta voz.

Abigaíl, ingreso al gran salón, todos la miraban, ella lucia hermosa como siempre, los camarógrafos iniciaron su trabajo.

— Feliz cumpleaños princesa— le dijeron todos cuando estuvo enfrente de la mesa en donde estaba su familia.

— Muchas gracias—dijo ella con una sonrisa fingida.

Todos se divertían, entre baile y comida estuviera, Abigaíl en ningún momento se levantó de la mesa, solo observo todo en silencio. No fue hasta que un hombre de unos cincuenta años se acercó a hablar con sus padres.

– Buenas noches, sus majestades—dijo el hombre con elegancia.

— Buenas noches, conde Derby—respondieron los padres de Abigaíl.

— Muy linda celebración—dijo el hombre mirando su alrededor y deteniéndose en Abigaíl—Quería aprovechar la ocasión, para hacerle saber mis intenciones de ofrecer a mi hijo Eliot en matrimonio.

Abigaíl estaba sentada no muy lejos de sus padres, por lo que pudo escuchar con claridad lo que aquel elegante señor acaba de decir, sintió su cuerpo se tensó, y sus manos temblar.

¿Matrimonio?, ella no quería casarse, no ahora y menos en un matrimonio arreglado.

— Es bueno escuchar eso, conde— contesto el padre de Abigaíl.

— Estaríamos encantados de conocer a su hijo— agrego Genoveva.

— Para mi hijo será un placer— dijo el hombre.

Abigaíl no quería seguir escuchando, odiaba a sus padres, ellos estaban aceptando a ese hombre sin antes conversarlo con ella. Sin que nadie la vieran, salió del salón, ella corrió por los largos pasillos, ante la mirada de los empleados que no entendía que era lo que le ocurría.

Ella corrió y corrió hasta llegar a un hermoso lago que estaba en la parte trasera de la propiedad, una vez estuvo en frente de él, grito lleno de dolor.

— Odio esto— dijo y se dejó caer sobre el pasto bien podado— Solo quiero una vida normal.

A unos cuanto paso de ella, se encontraba Agustín, el hijo de unos de los empleados de la familia, el chico de unos veintiocho años había salido a fumar un cigarro, él estaba agotado, ya que estaba de mesero ayudando a sus padres.

Él vio a Abigaíl, quiso acercarse y preguntarle que le ocurría, pero prefirió mantener la distancia, puesto que sus padres le habían prohibido acercarse a cualquier integrante de la familia real, así que solo la miro de lejos.

— ¿Qué le ocurre? —dijo Agustín mientras inhalaba de su cigarro— Lo tiene todo, pero al parecer no es suficiente para ella.

Agustín estuve observándola hasta que vio, que Gilberto, el abuelo de ella, llegaba, así que regreso a su trabajo.

Abigaíl ya no aguantaba más, si seguía así había la posibilidad que terminara lanzándose por unos de los balcones.

Estaba cansada tanto física, como mentalmente, debía escapar, era lo que su mente gritaba.

— ¿Te encuentras bien? —dijo su abuelo a su espalda.

Con rapidez limpia sus lágrimas y se gira para verlo.

— Lo estoy— le dijo con una sonrisa.

— Sé que no es así— Gilberto, sé sentándose a su lado.

— No es nada, solo me siento agotada—Abigaíl recostó su cabeza en hombro de su abuelo.- Solo deseo unas vacaciones.

— Pues tomate el tiempo que desees—dijo él.

Se escuchaba tan fácil, pero ella sabía que no podía, él también lo sabía, no podía escapar de esta vida, porque era su deber.

— ¿Debería? —pregunto ella.

— De vez en cuando es bueno escapar de lo que no nos hace feliz— dijo él.

Abigaíl no sabía como debía tomar las palabras de su abuelo, pero de lo que me dijo, la palabra escapar, quedo grabada en su mente.

— Volvamos—le dijo ella—Mis padres deben estar buscándome.

Él asintió y se fueron de nuevo al gran salón, en donde estuvieron hasta pasadas la media noche. Todo el tiempo que estuvo ahí, sentada, estuvo pensando en una manera de escapar, hasta que una ida vino a su mente.

Abigaíl fue a su habitación a descansar, ella sabía que todo estaban agotados y que lo más seguro era que cayeran rendido, era ahí donde ella debía aprovechar, en vez de colocarse su pijama, ella se colocó un conjunto de ropa deportiva, luego busco un pequeño morral en donde pudiera empacar un poco de ropa, algunas joyas y el poco dinero que guardaba.

Estaba nerviosa y a la vez emocionada de escapar de esa vida en la que no era feliz, buscar un nuevo comienzo se había convertido en su meta.

Cuando estuvo lista salió de su habitación, ella tenía claro que debía tener cuidado, ya que la vigilancia era extrema, pero por suerte la mañana siguiente llegaba el camión recolector de basura, era en ese momento en que debía escapar. Abigaíl recorrió la propiedad teniendo encuesta los puntos ciegos de las cámaras, la ventaja que tenía era que conocía todo el lugar a la perfección.

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