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Angustia en la casa real.

Por la mente de Guillermo pasaban varios escenarios, en los que su amada hija era maltrata, secuestrada e incluso asesinada.

Ella era su adoración, por eso siempre había cuidado muy bien de ella, ahora debía darle la noticia a su esposa, quien era el doble de protectora que él.

— Cariño, por favor, despierta— le dijo Guillermo, lo más calmado que pudo.

— ¿Qué sucede? Por favor déjame dormir un poco más— dijo ella girando para darle la espalda.

— Genoveva, esto es urgente—le dijo Guillermo.

Ella al escuchar que la llamaba por su nombre se sentó casi de un brinco, ella sabía que él solo la llamaba por su nombre cuando algo serio ocurría.

— ¿Qué ha pasado? — pregunto ella.

— Abigaíl, ha escapado—soltó sin pensar.

Genoveva abrió los ojos como plato, acaso ¿había escuchado mal?, se preguntó, sin poder articular palabras, su rostro palideció y se desmoronó en la cama. Guillermo se acercó a ella aún más angustiado, quizás había sido un poco brusco al darle la noticia.

— ¿Se puede saber que es lo que pasa? ¿Por qué hay tanto alboroto en la casa? —preguntó Gilberto, cuando ingreso a la habitación de su hijo.

— Papá, ayúdame—fue la respuesta de su hijo.

Gilberto vio que su nuera está inconsciente en brazo de su hijo, por lo que corrió a ver que era lo que pasaba.

— Se ha desmayado—le dijo su hijo.

— Pero, ¿por qué?— preguntó el anciano.

Guillermo no supo que responder, pues tenía que él también se alterara y terminara desmayado como su esposa.

— Me vas a decir— dijo el hombre en un tono molesto.

— Le he dicho que Abigaíl ha escapado—dijo él, pero su padre no reacciono.

— Ya veo.- fue la respuesta del mayor— Sabía que esto podía pasar.

— Como que sabías que esto podía pasar—le dijo su hijo.

— Ahora no es el momento.- dijo el hombre.- Tu esposa estará bien, el desmayo fue producto del shock.

Guillermo se calmó un poco, al escuchar a su padre y acomodo a su esposa en la cama.

— Tomaré una ducha rápida, por favor cuida de ella— le dijo Guillermo a su padre.

— Ve tranquilo—le dijo él.

Después de diez minutos Guillermo volvió ya totalmente vestido, su esposa seguía inconsciente, así que le dijo a su padre, que lo acompañara al despacho.

—¿Qué piensas hacer? — le pregunto Gilberto a su hijo.

— Como que, qué pienso hacer, debo buscarla papá— le contestó Guillermo a su padre—El jefe de seguridad ya viene, así que pondré a todo el personal en su búsqueda.

Gilberto iba a hablar, pero la puerta del despacho fue abierta abruptamente, por ella entro una Genoveva, descalza y en pijama.

— ¿Dime donde está mi hija? ¿Ya la encontraste? — decía llena de miedo, sus ojos están ligeramente hinchados y rojos.

Guillermo se acercó a ella rápidamente y la abrazo, él sabía lo sobré protectora que era su esposa.

— Cariño, todo estará bien, prometo encontrarla rápidamente— la consoló su esposo.

— Mi niña Guillermo, si algo le pasa a mi niña, yo me muero— dijo ella envuelta en llanto.

Guillermo la llevo hasta un sofá de cuero fino para que se sentara, él la abrazó un largo rato hasta que ella se calmó.

Gilberto, quien estaba parado mirando por el gran ventanal, que daba vista aparte del lago, recordó la conversación que había tenido con su nieta la noche anterior, él sabía que ella no era feliz y que se sentía abrumada, pero nunca imagino que tomaría tan drástica decisión.

— Deben calmarse, Abigaíl estará bien—dijo el hombre rompiendo el silencio—Ella no es una niña.

— Como podemos calmarnos padre, mi hija nunca ha salido sola al mundo, cualquiera se puede aprovechar de su inocencia—le dijo Guillermo.

— Es hay donde está el detalle, la han sofocado tanto, que no le enseñaron enfrentarse al mundo, nunca le dieron un respiro— dijo el hombre sin dejar de mirar por la ventana.

— Que quiere decir con eso, suegro— pregunto Genoveva limpiando sus lágrimas.

— Abigaíl ha llevado la vida con la que toda niña o mujer quiere—agrego Guillermo.

— En eso te equivocas, ella ha llevado la vida, que ustedes han querido que ella lleve, o dime alguna vez le has preguntado a tu hija, si en realidad quiere ascender al trono—Gilberto Se giró para ver a su hijo a la cara—No verdad, por tú ya decidiste que era eso lo que debía hacer con su vida.

— Pero padre, ella es mi primogénita, su deber es ese— argumento Guillermo.

— Una vez más estás equivocado Guillermo, si tú estás sentado en estos momentos en el trono, no fue porque yo lo considerara tu obligación, sino porque al preguntarte que era lo que deseabas, tú me dijiste que ascender al trono era tu meta—le dijo el hombre lleno de seriedad y Guillermo agacho la cabeza.

Él nunca pensó que su hija odiara esa vida, tenía todo lo que una mujer quería, ropa, joya, zapatos, viaje, la mejor comida.

— No pensé que ella no quisiera esto—dijo mirando a su alrededor.

— Hijo, sé que esto sonara doloroso para los dos, pero de igual manera debo decirlo— el hombre suspiro—ustedes en el afán de llevar a Abigaíl al trono, le robaron cada etapa de su vida, mientras otras niñas de ocho años jugaban con muñecas, ustedes tenían a Abigaíl, en clases de etiquetas intensivas, mientras otras niñas jugaban con arena, lleva debía aprender todo sobre las leyes de la realeza— el hombre hizo una pausa—y que paso cuando cumplió sus quince, ya la tenían estudiando negocios, el resto sé que lo recuerdan, mi pobre nieta, no disfruto de su niñez, y mucho menos de su adolescencia.

— Nunca lo vi de esa manera—dijo Guillermo envuelto en llanto.

Para Guillermo era doloroso, saber que la vida que pensó que a su hija le gustaba, no le había causado más que amargura y sufrimiento, ahora deseaba más encontrarla para retribuirle todo el daño que le había causado.

Debía darle la libertad y confiar que ella supiera decir que hacer con su vida, así a él le costara el tener que soltar, pues la realidad era una sola y esa era el que ya su amada hija era una mujer hecha y derecha.

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