Libre.

Abigaíl.

El camión hizo una para después de salir de la propiedad de mi familia, salir de él fue mucho más fácil que cuando ingrese, era la primera vez que recorría las calles de Londres, todo era realmente hermoso y bullicioso, el clima era frío, así que saque de mi mochila un pequeño abrigo. Ya estaba afuera, ¿ahora que debía hacer?, lo primero era buscar la manera que nadie me reconociera, como la noche anterior había sido mi fiesta de cumpleaños, los diarios tenían mi rostro en todas las portadas, cosa que me dificultaba el poder camuflarme.

Sin pensarlo, fui a una farmacia y compre un tinte para pelo y unas tijeras, quería ser libre, así que debía empezar por cambiar alguno de mis rasgos característico y si hay algo que mi familia reconocería a metros, eso es mi cabellera rubia.

Aún era temprano, por lo que la mayoría del comercio estaba cerrado, debía buscar un lugar en donde pudiera refugiarme en lo que pudiera movilizarme con más tranquilidad.

Un hotel no era opción, pues sería el primer lugar en donde irían por mí, así que al salir de la farmacia tome un taxi que me llevo directo a un motel, le pedí al conductor que me llevara a uno que quedara lo más lejos posible de la casa real.

El hombre condujo por cerca de una hora, hasta llegar a un motel en una zona tranquila de la ciudad, pero lo suficientemente lejos de la casa real.

El lugar era hermoso, adornado con unos pinos en la parte de al frente, al ingresar vi a un chico de unos treinta años o menos en el mostrador.

— Buenos días— le dije al encargado del lugar.

Él me miró de arriba a abajo, luego se centró en mi rostro, yo llevaba unos lentes de sol y un gorro que cubría mi cabellera.

— En que te puedo ayudar—me pregunto.

— Quisiera una habitación—le dije.

— ¿Para pasar el rato?

— No, para pasar un par de días—le contesté.

Él me volvió a mirar de arriba abajo, luego me entrego un juego de llave.

— Ya que estarás por unos días, recuerda mi nombre, es Benjamín—él salió detrás del mostrador.

— Mucho gusto, Benjamín—le dije.

Sabía que debía presentarme, pero no podía decirle mi nombre y al no tener uno que se me ocurriera, preferí no presentarme, él me guio por un pasillo poco iluminado, mientras caminábamos a lo que sería mi habitación por los próximos días, podía escuchar ruidos obscenos que provenían de las otras habitación.

He vivido en una bola de cristal, pero sabía que ocasionaba esos ruidos, mis mejillas se ruborizaron de solo imaginarme, lo que podían estar haciendo esas personas.

— En la habitación encontrarás todo lo que necesitas, si necesitas algo, solo levanta el teléfono—dijo Benjamín antes de irse.

La habitación, lucia bien, muy organizada y limpia, había una cama lo suficientemente grande, una tele enorme y un baño con tina.

Era cómodo aunque poco acogedor, me deje caer en la cama con cansancio, deseaba dormí un poco, pero sabía que primero debía organizar mis ideas, luego tendría el tiempo necesario para dormir.

Abigaíl, tomo su mochila, y se fue directo al baño, debía dar el primer paso y ese era teñir y cortar su cabello, hacerlo le costó mucho, pues ella amaba su cabello.

Al terminar se miró en el espejo, su larga cabellar había desaparecido, ahora le llegaba sobre los hombros, y era de un tono oscuro, no negro exactamente, era un tono chocolate.

— Bien, ya está hecho— dijo con una lágrima bajando por su mejilla.

Después de verse al espejo un largo rato, volvió a la cama, en donde busco en la mesa de noche unos periódicos, debía buscar un lugar en donde vivir, luego un trabajo.

Había muchos lugares en los que podía vivir, el costo era bajo, pero en todos exigen mucha documentación y ella no podía mostrar la suya, además no la había traído con ella, estuvo buscando y buscando, pero no logro hallar uno en el que no pidieran tanta documentación.

— Esto va a hacer difícil—dijo dejándose caer sobre la cama, quedándose dormida casi al instante.

Mientras en la casa real.

El sol entraba a través de la ventana, golpeando el rostro de Genoveva, ella frunció la frente por la molestia que eso le causa. El día anterior, había sido un día agitado, así que se sentía agotada, ella deseaba dormir a hasta tarde.

Pero un golpe en la puerta, la hizo saltar de la cama, su esposo, Guillermo, la tomo de la mano para que se tranquilizara.

— Querida— le dijo el hombre aún somnoliento.-Ese debe ser Pedro, yo iré a ver que pasa, tú sigue durmiendo.

Guillermo se levantó de la cama y fue a mirar a ver qué era lo que ocurría, ya que los golpes en la puerta eran insistente.

— ¿Qué es lo que ocurre?— dijo con molestia.

— Lo siento, majestad—dijo pedro con nerviosismo—Lamento interrumpir su descanso.

— No te preocupes pedro, pero dime que es lo que ocurre— Guillermo cambió su tono de voz a uno más amable.

— Majestad, se trata de la princesa— dijo Pedro sin ocultar lo nervioso que se encontraba—No la encontramos por ningún lado.

— ¿Cómo que no la encuentran? — pregunto Guillermo.

— Su majestad, esta mañana fui a su habitación para avisarle que el profesor había llegado, pero ella ya no estaba—le contó pedro.

Guillermo ingresó a la habitación y se cubrió con una bata y volvió a salir

— Revisaron en las caballerizas— pregunto mientras cerraba la puerta de su habitación.

— Lo hemos hecho, señor, ya recorrimos toda propiedad, tengo al personal buscándola, pero no tenemos señal de ella— dijo Pedro.

Guillermo caminó por los pasillos y se dirigió a su despacho seguido por Pedro, al llegar fue directo a la computadora, en ella busco el registro de las cámaras.

— Ha escapado —dijo Guillermo con evidente angustia, llevándose las manos al rostro.

— Está usted seguro, majestad—dijo Pedro lleno de preocupación.

— Si pedro, Abigaíl ha escapado—Guillermo se paró de su escritorio y sé en camino a la salida— Llama al jefe de la guardia real.

— Como ordene su majestad— dijo Pedro caminando detrás de él.

Guillermo volvió a su habitación, él estaba terriblemente angustiado, Genoveva aún dormía, ajena a lo que estaba pasando.

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