La última cita perfecta

"Te amo tanto que no puedo imaginar una vida sin ti"

Paige Gilmore.

El hermoso atardecer estaba iluminado por el cielo anaranjado. Se despliega en un lienzo de tonos cálidos y vibrantes, como si el cielo mismo hubiera sido pintado por una mano de artista celestial. El sol, en su descenso lento y majestuoso, se convierte en un resplandor ardiente que baña el horizonte con un resplandor anaranjado intenso.

Las nubes, ahora transformadas en un color distinto, flotan suavemente en el agua, sus bordes iluminados por el resplandor del sol. A medida que el sol se acerca al horizonte, el cielo se tiñe de un anaranjado profundo que se desvanece en un sutil rosa, dando paso a una calma expectante que precede a la noche. El aire, impregnado de la calidez del día, comienza a enfriarse ligeramente, trayendo consigo una brisa suave que acaricia mi piel, un escalofrio me recorre de pies a cabezas. Chris deja su abrigo en mis hombros. El reflejo del sol sobre el agua transforma el paisaje en un algo brillante, donde cada ola parece dar un brillo dorado encantador.

En este instante mágico al lado de Chris, el mundo parece detenerse para contemplar la belleza del atardecer, como si cada ser viviente se sintiera parte de un espectáculo natural que trasciende las palabras.

La sorpresa me habia encantado, Chris se esforzo en preparar este momento especial.

Mire la mesa que tenia preparada y estaba todas mis comidas favoritas. Postre de chocolate, dos platos de rabioles, una enorme pizza con varios ingredientes y muchos dulces alrededor. Por ultimo, un enorme ramo de peonias adornaban el centro de la mesa.

—En todas las sorpresas que has hecho, en esta te has superado, Chris —me gire para verlo con una sonrisa en su rostro, era distinta, era la primera vez que la veia, era de puro amor, como si fuese la unica mujer en la tierra.

Mis ojos se pusieron borrosos, sacudi la cabeza tratando de no dañar el ambiente con mis lloriqueos.

—Quiero decirte, rubia —se acerco, poniendo un mechon de cabello revelde que por la brisa estaba en mi frente —, mereces el mundo entero, solo le pido al de arriba que me permita estar contigo y hacerte feliz.

Lo abrace con fuerza sobre su cintura,—Gracias por amarme tanto. Yo tambien te quiero, mas de lo que puedo explicar.

Su risa ronca resono en mi pecho pegado a el, —Gracias por dejarme amarte, rubia. Ahora —se separo de mi, para sentarnos en la mesa. Chris saco la silla para poder sentarme.

—Que caballero.

—Para ti, siempre nena.

Los dos disfrutamos un tiempo de la comida y del hermoso paisaje que teniamos a un lado, la sensacion de tenerlo a mi lado era inexplicable, no podia dejar de sonreir. Chris me demostraba que cada dia era distinto y hay nuevas formas de enamorar a la misma persona que tienes a tu lado.

Era hermoso.

Cada dia sentia que lo amaba con mas intensidad. El hacia actos de amor que me permitian ver quien era y lo que sentia por mi.

—¿Eres feliz, rubia?—pregunto Chris de repente mientras ambos disfrutamos de la comida.

—Lo soy —no dude en contestar —, soy muy feliz. ¿Tu lo eres?

—Soy feliz, cuando estoy contigo, no me falta nada, rubia.

—Me siento de la misma forma —dije mientras nuestras miradas no podian apartarse.

Los ojos color esmeralda de Chris brillan con una intensidad cautivadora, como si contuvieran los secretos de un bosque encantado. Cada parpadeo transmite una mezcla de ternura y deseo, invitándome a perderme en su mirada. En el reflejo de esos ojos, el mundo se desvanece, y solo existimos el y yo, rodeados por un aura de complicidad. Hay un destello de alegría y de amor que me hace sentir como si estuviera viendo el más hermoso atardecer, lleno de promesas y nuevos comienzos. Es un momento en el que el tiempo se detiene, y en sus ojos veo el eco de mil historias por contar.

Chris es un hombre perfecto.

No entiendo como algunas personas no aman, como se cohíben de querer. El amor es hermoso, cuando dos personas maduras toman la decisión.

Quizás es porque no saben amar o no les enseñaron a querer. Quizás sus padres no les brindaron ese amor puro que se necesita para poder estar con una persona.

Muchas personas me han dicho que el amor que nos tenemos es demasiado perfecto, ¿no es ese el amor sano? El querer y no lastimar. Estamos tan acostumbrados al amor tóxico que al ver una pareja que se quiere sentimos que hay algo mal, pero no es así, el amor es sano. El no miente y no intenta ser algo que no es, porque solo fluye, pero también se construye cada día.

Nuestros padres nos han criado en un ambiente de amor, de respeto y comprensión, por lo que reflejamos nuestros actos en cada momento, no tenemos vacíos y es la combinación de que ambos somos personas sanas que pueden amar.

Es ridículo eso que llaman casi algo, casi nada, lovebombing. Es como si quisieras amar, pero eres un cobarde y no lo intentas. Sin embargo, no es solo intentarlo, es hacerlo con una persona que esté dispuesta y abierta emocionalmente.

El mundo es un lugar lleno de oportunidades, donde los más valientes son los que encuentran su felicidad.

Desde pequeña siempre he deseado un amor bonito, alguien que me ame y me proteja como si fuese todo para él. Quiero sentir que soy especial para esa persona y que me acepta con mis virtudes y defectos, en especial alguien que me apoye en mis momentos más débiles, eso es lo que siempre he deseado. Hay un gran error cuando las personas dicen que están enamoradas.

En realidad, estar enamorado es sentir que tu corazón pertenece a esa persona, puede destruirlo o cuidarlo, dependes de él totalmente y ¿sabes que es lo peor de todo? Al saber el enorme riesgo que corre tu corazón y que probablemente lo destruyan no te importa nada de eso, solo quieres estar con esa persona y hacerla feliz porque te transmite paz y al solo mirarla puedes sentir que tu corazón está vivo y late por amor.

Lo había encontrado, al amor de mi vida.

—¿Recuerdas cuando fuimos al campamento?

Chris sonrió de inmediato recordando, —Fue cuando nos hicimos novios, teníamos solo diez años. Parece irreal.

Sonreí, —Desde que tenía nueve años no pude ver a nadie más, lo único que podía pensar era en Chris, no dejaba de preguntarme; ¿querrá jugar conmigo o le aburriré algún día después de estar juntos tanto tiempo?

—Cada vez que venías a jugar, me bañaba y me alistaba temprano para poder verte. El día que no ibas, me dormía muy triste.

—No es cierto — agité las manos al aire.

—Lo es —dijo en todo afable.

—Tenemos muchos recuerdos juntos.

—Lo tenemos en realidad.

Chris se levantó de la mesa, —¿Caminamos por la playa?—preguntó, brindando su mano al aire.

—Pensé que nunca lo dirías —entrelace nuestras manos.

La brisa del mar acaricia suavemente mi rostro mientras caminamos juntos por la playa, tomados de la mano. La arena cálida se siente agradable bajo nuestros pies descalzos, cada paso un recordatorio de la conexión que compartimos. El sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla acompaña nuestro caminar, creando una melodía natural que parece hablar de momentos eternos.

Miro hacia el horizonte, donde el sol comienza a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados que reflejan la luz en sus ojos. El roce de nuestras manos es un enlace sutil, como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera, dejando solo este instante entre nosotros.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro mientras el viento acaricia mis mejillas, el cabello de Chris se ondea con la brisa ligera.

Mire hacia arriba para ver sus facciones, Chris miraba hacia las olas perdiéndose en ellas, tomaba bocanas de aire y las soltaba.

Chris se detuvo, dando un paso hacia mí. Acaricia mi labio inferior con su pulgar, provocando pequeños temblores en mi cuerpo.

—Te amo, Paige Gilmore.

Su confesión me dejo paralizada. La sinceridad en su declaración me dejó sin aliento, mis mejillas enrojecen. Nunca nos habíamos dicho esas dos palabras, ambos conocíamos el significado y no podíamos decirlo a la ligera.

—Es la primera vez que me lo dices, Chris —confesé, conmovida.

—Me siento listo ahora, ¿tú te sientes igual?

La inseguridad desapareció de mi pecho en cuanto vi su mirada.

—Te amo, Christopher Warren, siempre lo he hecho.

Ambos sonreímos como dos niños.

Mi corazón está a punto de explotar en mi pecho. Su mirada está llena de ferocidad y pasión, un escalofrío me recorre hasta la medula. Chris levanta sutilmente mi barbilla. En su mirada hay algo que trasmite confianza y decisión.

Sentí cómo el mundo a mi alrededor se desvanecía en el momento en que nuestras miradas se encontraron. Fue un instante suspendido en el tiempo, donde el latido de mi corazón resonaba en mis oídos. Me acerqué, y el aire se volvió espeso, cargado de una anticipación que vibraba entre nosotros.

Cuando nuestros labios se encontraron, fue como si una chispa encendiera una hoguera en mi interior. Sus labios eran cálidos y suaves, y se movían al unísono con los míos, creando una danza de sensaciones que me hizo perder el aliento. El roce de nuestras lenguas, tímido al principio, se volvió voraz, profundo, como si cada caricia estuviera buscando desvelar secretos guardados en lo más íntimo de nuestro ser.

La pasión se apoderó de mí y cada beso se tornó más intenso, intensificando el deseo que había estado latente. Sentí su mano deslizarse por mi espalda, atrayéndome hacia él con fuerza, pero con la delicadeza que lo caracterizaba, mientras el mundo exterior se desvanecía. Me aferré a su camisa envolviéndome en él. En ese momento, solo existíamos nosotros dos, perdidos en un torbellino de emociones, como si el tiempo se hubiera detenido y el universo entero se condensará en la calidez de nuestros cuerpos. No había prisa, cada segundo era un regalo, una oportunidad para explorarnos.

Me derrito en sus brazos.

En el momento en que nuestros labios se separaron, Chris me abrazó con fuerza, temiendo que desapareciéramos.

—Eres la única mujer que me hace sentir como el hombre más afortunado del planeta.

No pude articular palabras, el aroma de Chris me tenía completamente perdida.

—Cada vez que estamos juntos es como si fuesen dos universos diferentes que se acercan y causan una explosión.

—Así es, rubia —afirmo —, ¿quieres bailar?

—No tenemos música —cuestione.

Chris sacó su teléfono, poniendo "i wanna be yours", dejando el teléfono sobre la arena.

Se inclinó, —¿Me permite esta pieza, señorita?

—Por supuesto, caballero.

Siento la arena cálida bajo mis pies descalzos, y el sonido suave de las olas rompiendo en la orilla crea una melodía perfecta para lo que está por venir. Miro hacia él, y sus ojos brillan con una complicidad que me hace sonreír. Al ritmo de la canción, se acerca, extendiendo su mano hacia mí. Sin pensarlo, coloco la mía en la suya y, en un instante, soy levantada del suelo. Su risa suena como música, y me encuentro rodeada por su fuerte abrazo mientras giramos suavemente, como dos almas danzando al compás del universo.

Sosteniéndome en sus brazos, siento su calidez envuelta en el suave roce de la brisa marina. La sensación de estar en las nubes me inunda, mientras él me mira con una ternura que me transforma el corazón. A medida que nos movemos, el mundo a nuestro alrededor no existe; solo existimos nosotros, la arena y el sonido del mar. Con cada paso, me acerca más a su pecho, y nuestras risas se mezclan con el eco de las olas.

—Esa canción es para ti, rubia —dijo, danzando en la melodía —, soy tuyo.

—Y yo soy tuya.

—Debo haber hecho algo muy bueno en mi vida pasada.

—Quizás es porque eres un buen hombre.

—Soy el hombre más afortunado del mundo.

La brisa y el sonido de las olas se llevaron las risas profundas que compartimos. Solo existíamos los dos.

En el mundo existían millones personas, pero en ese momento nos sentíamos los únicos del planeta tierra.

—Chris, yo estoy lista.

—¿Lista para qué?—él me miró desconcertado.

—Para unirnos en un solo cuerpo.

Chris se separó de mí, atónito.

—¿De verdad?—entreabrió sus labios, sorprendido.

—No quiero esperar más. Quiero estar contigo.

—No te sientas presionada, rubia, no tengo ninguna prisa. La intimidad es solo un accesorio para unir más el amor, pero no es necesario e indispensable.

—Ya lo sé. Lo he pensado, quiero ser tuya por completo. En mente, corazón, alma y cuerpo.

La respiración se torna irregular en Chris y tiene ligeras gotas de sudor en las sienes.

—Nunca imagine que lo hubieras estado pensando.

Nos miramos el uno al otro y casi podía tocar la tensión en el aire que había entre nosotros.

La brisa acariciaba suavemente mi piel y el sonido de las olas rompía rítmicamente en la orilla, creando una melodía envolvente que parecía invitar a dejarse llevar por el momento. Chris agarró mi mano, llevándome donde había preparado una manta de suave algodón, que se extendía sobre la arena todavía tibia, y los atisbos de nervios y emoción danzaban en el aire.

—Originalmente, la había pensado en acostarnos y ver las estrellas. Parece que va a tener otra función —los dos sonreímos, cómplices de nuestra travesura.

Éramos solo nosotros dos, rodeados por el misterio de la noche que se acercaba. En el ambiente se sentía una comunión mágica, como si el universo se hubiera alineado para ofrecerme esa experiencia. Miré a sus ojos y vi en ellos un brillo especial, una chispa que iba más allá de la atracción física; era un reflejo de complicidad y de un deseo compartido de vivir el momento sin reservas.

Me sentía segura y confiada. No hay otra persona en este mundo en la que piense, más que en él.

Si todas las chicas conocieran a un hombre que las hicieran sentir las más hermosas del mundo, sería un lugar hermoso en el cual vivir.

Nos sentamos sobre la manta, riendo suavemente al recordar momentos compartidos, mientras nuestras manos se entrelazaban, creando una conexión aún más fuerte. Con cada risa, la atmósfera se volvía más íntima, y la brisa se mezclaban con el latido acelerado de nuestros corazones. A medida que el sol comenzaba a ocultarse, el cielo se tornó en un lienzo vibrante y las estrellas podían ver nuestro tierno momento juntos, no pude resistir la tentación de acercarme más a él. Fue un movimiento sutil, casi instintivo.

Nuestros ojos se encontraron de nuevo, y en ese breve instante, el mundo se desvaneció a nuestro alrededor. Todo lo que existía era la energía entre nosotros, una mezcla de deseo y ternura que crecía con cada latido. Me incliné hacia él, y nuestros labios se encontraron con suavidad, como si el universo estuviera aplaudiendo este momento.

Un susurro de risas se asomó entre nuestros besos, mientras nuestros cuerpos se acercaban, aun bajo la cálida luz del atardecer. Aquel beso, cargado de dulzura y promesas, me llenó de una calidez que se expandía desde el centro de mi pecho. La arena era un lecho inesperado, pero en aquel escenario, se sentía mágicamente perfecto. Nuestros cuerpos se acomodaron en la manta, y la sensación de la arena entre nuestros dedos era un recordatorio de nuestro entorno, mientras el murmullo del mar nos envolvía en su abrazo. Me perdí en la calidez de su mirada, en la forma en que su mano acariciaba mi piel con la misma suavidad con la que las olas acariciaban la orilla.

Era un toque que decía más que mil palabras, un roce que alimentaba la chispa entre nosotros. El tiempo parecía suspendido, y cada segundo era un regalo que deseábamos prolongar eternamente. Con cada beso, el mundo se desdibujaba aún más; solo existíamos nosotros, conectados en un baile silencioso de intimidad y cariño. La mantita se convertía en nuestro refugio, un santuario donde todo era posible, donde los miedos y las inseguridades se desvanecían bajo el brillo de las estrellas que comenzaban a encenderse en el cielo. En aquel instante tan sutil, cada latido parecía sincronizarse con el sonido del mar, cada suspiro se convertía en un verso de poesía que solo nosotros podíamos comprender.

Chris envolvió su cuerpo con el mío, entrelazando nuestras manos. Mientras la brisa jugaba con nuestros cabellos, le prometí en silencio que nunca olvidaría aquella experiencia, ese momento de descubrimiento y conexión pura. La gloria de esa primera vez en la playa se grabaría en mi memoria, un capítulo dulce en nuestra historia, una promesa de más atardeceres juntos, de más risas, de más besos en la orilla del mar. Y así, entre caricias y susurros, el día se desvaneció en la noche, mientras los dos navegábamos en un océano de emociones, inmersos en la magia de lo sencillo, de lo auténtico, de un amor que apenas comenzaba a florecer. Fue lento, dulce, comprensivo y una decena de emociones en mi cuerpo.

Ambos nos sentíamos más cerca del otro que nunca. Después de ese magnífico momento, nos ayudamos mutuamente a vestirnos, me recosté sobre el pecho de Chris descansando, con nuestras manos entrelazadas. Miramos el hermoso cielo que nos rodeaba y la cálida brisa que acariciaba nuestros cuerpos.

—Si las estrellas no se pueden contar, es así mi amor por ti.

—Qué hermoso, Chris.

—Te amo, rubia.

—Te amo, guapo.

Éramos dos almas entrelazadas y dos corazones que latían como uno solo.

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