—¿No te parece que este día está muy perfecto? —Sus cabellos castaños largos se movieron al son del vaivén de la pieza que estaban tocando y una enorme sonrisa le iluminaba el rostro.
—Déjame pensar —volvió a poner la mano en la cintura femenina y siguió danzando—, ¿lo dices porque nuestras gemelas están tranquilas por aquí cerca de su nana, nos casamos hace dos años y ahora mismo estamos bailando en la boda de nuestros dos mejores amigos?
Alba soltó una carcajada, abrazándose mucho a él.
—No lo sé —bromeó, cerrando los ojos, con un regocijo que le inflaba el pecho.
—Sí, no me queda muy claro —también la estrechó, compartiendo el sentimiento.
Dicen que las grandes familias es
Toda la vida había visto a Emma como una persona ajena a él, es decir, no como lo que sus padres decían que eran. Jamás estuvo de acuerdo con que ella fuera su hermana, que compartieran cosas lindas juntos como una familia feliz y que él fuera el típico «hermano mayor». A medida que iba creciendo, su atracción por Emma iba desarrollándose junto a él, aunque le hubiera molestado sentir eso toda la vida. Y no, no hablaba de que siempre tuvo intereses insanos por ella. Emma era simplemente Emma, no era su hermana. No lo era. O era, quizás, eso que se prometieron de niños: mejores amigos.Y ¡cómo no sentir esa atracción por ella ¡, si esa mujer se había convertido en un pecado andante. No se refería a que fuera ridículamente voluptuosa o de una belleza despampanante que deslumbrara a cualquiera, no: su belleza era singular, ingenua
Pestañeó confundida, mirando para su amiga, con la boca abierta.—¿Es en serio? —Luego de casi un minuto de silencio, Emma fue capaz de articular un comentario cohesionado al tema de conversación. El corazón le hincó con fuerza y sintió dolor, dejándola sin aire por un pequeño lapso de tiempo—. ¿Por qué, Alba?La aludida agachó la vista, con el mismo sentimiento.—Si sigues así, Emma… —articuló la joven castaña, observando con tristeza el semblante pálido y perdido de su mejor amiga—. Mis padres me están obligando a hacer esto, Emma.—Pero, pero… puedes decirles que no —su rostro se desfiguró de desespero por un momento, sin opción a treguas. Wright negó con tristeza—. Alba, eres como mi hermana
Mojó sus labios de nuevo, nerviosa por la presión de la prueba. Jamás pensó que quien fue el prospecto prometido de su mejor amiga le hiciera una pregunta como esa.—Mi vida privada no es de dominio público, señor Stanford —susurró, más para sí que para el moreno en frente suyo.Stanford alzó las cejas, perturbado, ¿cómo que de «dominio público»? Ah, con que la señorita Ortega no hablaba mucho de su vida privada, le importaba demasiado la exposición de sus «eventos íntimos». Él pensó que no era para tanto y se sintió realmente excitado: ninguna mujer en la vida se atrevía a desafiarlo o negarle algo que él deseara y ahora ella se rehusaba de esa forma. Sonrió, complacido y extasiado.—Está contratada, señorita Orte
Se miró las uñas, intentando desesperadamente evitar el aura tan incómoda que asía de ella y su hermano. Sus ojos recorrieron el paisaje de la ventanilla, distrayéndose momentáneamente de la incómoda situación.—Emma, sabes que detesto el silencio. —Y más si tenía a su pequeña hermana tan cerca sin ni siquiera poder tocarla. No despegaba la mirada de la vía y podía ver el sol brillante iluminar la calzada—. Di algo.—Nada. —Su ira quizá podía medirse en litros, en abundantes litros que la estaban ahogando—. ¿Cómo puedes ser tan posesivo, Enzo?Él curvó los labios, casi sonriendo. Instintivamente, Emma jadeo, mordiéndose el labio inferior para evitar el gran deseo de besarlo. Y, oh, por Dios, estaba tan decepcionada de sí misma al darse cuent
Emma siguió tecleando el documento en Word, dando casi por terminado el artículo. A veces se preguntaba cuándo sería capaz de sacar a la luz sus cuentos románticos. Algún día quería publicar un libro… no toda la vida trabajaría en aquella editorial.—…sin embargo, es increíble que aún no se dé cuenta de algo tan obvio. —Comentó con parsimonia, llevándose un pedazo de pan a la boca y masticándolo con delicadeza.—No hagas que me sienta peor, Alba —Emma cerró su laptop, volviéndose a su vieja mejor amiga, colega y actual compañera de piso—. Saira es mi amiga. Nuestra amiga —aclaró.—Por eso mismo, Emma —comentó la castaña, con aire preocupado—. Han pasado cinco años y un tanto más de meses y esa at
Se secó las lágrimas de un tirón, con la manga derecha de su abrigo de dormir.—Esto es estúpido —se ahogó los propios insultos y exclamaciones dañinas de odio puro hacia Enzo, prometiéndose mentalmente no volver a dejar que él le pusiera las manos encima—. Que se folle a una rata si eso le complace más.Aunque no estaba tan segura de que eso realmente llegara a pasar.Pasó su lengua por el lóbulo de la oreja de la pelinegra y ambos suspiraron. Todo era tan diferente, tan fino e incluso, se atrevía a decir, mucho menos cansado. Hacer el amor con Saira era transportarse, eran tener sensaciones muy contrarias a las que podrían haber sentido con otras mujeres. En determinado caso, cuando estaba con su novia, se sintió tranquilo, la verdad es que se quedó satisfecho, pero con las fuerzas suficientes para
Algún día, Alba se casaría con Arthur, ella lo sabía. Sonrió ante la posibilidad.Ellos estaban enamorados y siempre lo estuvieron, eso se les notaba a leguas. Esperaba que Alba ayudase a Arthur, su también amigo, a superar el terrible problema de mujeriego pervertido que tenía. Había aprendido a conocer en ese poco tiempo a White y sabía cuáles eran sus puntos débiles, sin embargo, era una persona muy fuerte y sabia en quien ella podía confiar. Entendía por qué era el mejor amigo de su hermano. Además, se llevaba bien con todo el mundo.Pero el mujeriego nunca cambiaba.Sin embargo, Alba…Ya sabía que no era la primera vez que Arthur trataba de tener algo con ella, porque en Inglaterra estuvo a punto de ser novio de Wright, pero su estupidez lo privó, y es que la chica lo hab
Marcando el paso con elegancia y asombrosa precisión a pesar de sus tacones, se arregló la falda sin dejar de caminar presurosa por la vereda de su barrio, con el inminente hecho de llegar tarde a su trabajo.—Maldita sea —masculló por lo bajo, mirando su reloj de muñeca, quien le indicaba que, si no llegaba en por lo menos quince minutos, su inmaculada puntualidad perecería.Escuchó un auto detenerse tras ella, helándola por algunos segundos, ¿y si era un ladrón? Paró en seco, esperando no encontrarse con un delincuente. Preparó su mejor arma: un codo puntiagudo que, seguramente, no haría más que estorbar. Sabía que sería peor si se le ocurría echarse a correr. Bien, le daría su cartera, no sin antes sacar su pen drive llena de información.—Tienes alrededor de quince minutos pa