Emma siguió tecleando el documento en Word, dando casi por terminado el artículo. A veces se preguntaba cuándo sería capaz de sacar a la luz sus cuentos románticos. Algún día quería publicar un libro… no toda la vida trabajaría en aquella editorial.
—…sin embargo, es increíble que aún no se dé cuenta de algo tan obvio. —Comentó con parsimonia, llevándose un pedazo de pan a la boca y masticándolo con delicadeza.
—No hagas que me sienta peor, Alba —Emma cerró su laptop, volviéndose a su vieja mejor amiga, colega y actual compañera de piso—. Saira es mi amiga. Nuestra amiga —aclaró.
—Por eso mismo, Emma —comentó la castaña, con aire preocupado—. Han pasado cinco años y un tanto más de meses y esa atracción enfermiza que hay entre tú e Enzo no ha desvanecido ni siquiera un poco. —Emma agachó la mirada, sintiéndose asquerosa—. Ha incrementado, ese es el punto.
Ortega se incorporó, dándole la espalda a su amiga para poder reflexionar: no había podido evitarlo. Cómo evitar no ser amiga de una persona tan especial como Saira —no culpaba a su hermano por haberse enamorado de una mujer tan pura, sin pecados tan grandes y viles como ella: una mujer normal. Oh, cómo le dolía—. Anderson era casi como Alba, aun así, no podía ocupar su lugar por dos razones. Primera: conocía a Wright desde que tenía memoria y a Saira no. Segunda: se tiraba al novio de la muchacha —que a la vez era su hermano, además—, lo que se traducía como un problema enfermizo y algo de lo que avergonzarse.
Pero tampoco quería echar abajo la imagen que Anderson tenía de los Ortega. Incluyéndola. Le dolería demasiado perder a Enzo y que se casara con ella, era verdad, aunque le diera asco aceptarlo —y, por Dios, era ella quien tenía que acostumbrarse a saber que su hermano tuviera una vida y que ella, por muy no-sé-qué que estuviera de él, debía aceptar las cosas y no sentir eso que sentía. ¡Ella era la maldita incestuosa, no Saira! ¡Ellos eran los del problema! Porque los hermanos no follaban, maldita fuera—. Le dolería, sí, pero mucho más le dolería que alguien a más de sus padres la miraran con repulsión, y menos Saira, su única segunda amiga.
—Ya pasará. Enzo y yo no nos desearemos toda la vida —resolvió nerviosa, tirándose al sofá.
Alba resopló, enojada.
—Todavía pienso que ni siquiera ha comenzado la tormenta.
—Lo dices por nuestro jefe, ¿no? Quién iba a pensar que es primo de Saira. —Ironizó con una sonrisa, bajando la mirada al acto.
—¡Y que alguna vez me pretendió! —Y aunque no debió escandalizarla, había cosas que se le hacían imposibles a Alba Wright.
Ese problema había llegado más allá, Enzo y Emma habían traspasado la barrera de lo aceptable…Conocía a Enzo, ese hombre era como su hijo: estaba celoso, pero no de esa clase de celoso que quiere hacer berrinchitos por el que pretende a su chica, sino de esa clase de celoso que es capaz de molerlo a golpes si es que se le ocurre ponerle las manos encima a Emma.
Oh, demasiado tarde.
—¿Por qué pones esa cara? —Inquirió Emma, roja de vergüenza. Ya sabía en qué estaba pensando su amiga.
—Exactamente —corroboró Wright, sonriendo maliciosa y asintiendo con lentitud.
—¿Qué? Oh, por favor —desvió la mirada, sacándose la chaqueta café de cuero que le había protegido del frío en la calle esa tarde—. No.
—¿Piensas seguir jugando con él? —La acosó con tantas preguntas, azorándola.
—Sólo hemos salido un par de veces, es todo. —Aún no alcanzaba a mirar a Alba a la cara, porque eso se estaba pasando los límites de lo que su vergüenza le permitía.
Además, sí, era verdad que estaba pasando el rato con su jefe, era un hombre apuesto y agradable, sí, pero no había nada más porque a pesar de que Alex ya le había dicho que ella le gustaba, no le interesaba en lo más mínimo dejar que le ponga las manos encima. Conocía a Enzo y estaba segura de que la idea no le agradaría ni un poco.
«—No me interesa siquiera que vaya a casarme con Saira. —Pegó la erección contra su vientre, haciéndola jadear luego del beso—. Tú eres mía, Emma. Mía, no de ese imbécil que quiere cogerte»
Se le endurecieron los pezones ante el recuerdo. Esas palabras eran las que le había dicho luego de haberla besado como no lo hacía en años, cuando conoció a su jefe el día en que Saira los presentó. Enzo no había esperado nada, se la había llevado pidiendo un «permiso para platicar con su hermana» y cuando se dio cuenta, ya estaba acorralada entre él y una pared, solos, en un pasillo casi intransitado de la empresa que daba al departamento de archivos; besándose con ansias, sin importarles que alguien los viera: a Enzo le valía una m****a.
—Emma, Enzo está…
—Sí, lo sé —se mordió labio, casi desesperada—. Pero eso no debe importarme, Alba —arrugó el ceño, mirándola con determinación—. Él va a hacer su vida con Saira. Anderson es su prometida —declaró con voz firme, omitiendo el doloroso nudo que se le formaba en la garganta—. Y yo haré mi vida junto a otra persona, que puede ser tanto mi jefe como algunos de mis compañeros de trabajo o quien sea.
—¿Cómo pudiste haberte enamorado de tu propio hermano, Emma? —Alba sentía pena, le dolía ver a su amiga con esos sentimientos y esa confusión. Enzo le hacía daño. Enzo la estaba acabando.
—No digas tonterías, Alba —se tragó las lágrimas. ¡Estaba en extremo confundida! Miró a la castaña, con los ojos ensombrecidos por la tristeza, el enojo, la repulsión y los sentimientos contradictorios que tenía en sí—. No es nada más que follar.
El número solicitado no se encuentra en servicio.
Por favor, intente su llamada más tarde.
Era la novena vez que marcaba y nada. Masculló por lo bajo, sentándose en la cama y mirando su reloj de alarma: 02: 12 de la madrugada. ¡Maldición! Claro, no le había bastado pelearse con Emma esa tarde después de que Alba por fin se consiguiera el trabajo en la misma empresa que su hermana, sino que ahora tenía que Saira estar encabronada con él. Algo tenía que hacer.
Saira Anderson al habla, deja tu mensaje.
Saludos.
Abrió el centro de mensajes, dejándole uno:
«Lo siento, ¿de acuerdo? Fui un imbécil. Llámame en cuanto puedas»
Dejó el celular a un lado, resoplando por lo bajo, con toda la ira sobre sí. Las cosas no le estaban saliendo bien, las cosas estaban cada vez más complicadas, estaba más confundido. ¡Es que, maldición! ¿Cómo de que no podía sacarse a Emma de la cabeza?, ¿cómo de que tenía a una novia que quería muchísimo y aun así no podía ir y decirle: «Oh, Saira, debo confesarte que me tiro a mi propia hermana y de hecho soy un psicópata sexual»
Solo por ella.
Si se había peleado con Saira era por el hecho de que había querido saber el porqué de su relación tan extraña con Emma y la antipatía tan grande que sentía por el jefe de su hermana desde que lo conoció. Y es que ese infeliz hombre quería meterse en la cama de Emma para calentarla con todo, eso era algo que se les notaba a leguas. Y le valía una m****a si ese animal era el primo de Saira; la única cosa que tenía clara era que ese imbécil estaría cerca de Emma todo el día y eso lo enfermaba.
Por eso quería entrar a trabajar ahí. Hablaría con Arthur, después de todo, la concesionaria en donde trabajaban actualmente era provisional. Su mejor amigo no había querido regresar a casa de sus padres para trabajar con ellos, así que estaba bien para él volverlo a tener cerca.
Cuando se enteró de que Emma estaba aceptando su primera propuesta de trabajo luego de graduarse de la universidad, quiso saber a qué clase de mundo laboral iba a internarse esa necia, sin paracaídas, totalmente ingenua de todo —porque él ya era un profesional, sabía cómo defenderse—. Emma, de lo contrario, era una completa novata, a quien no le importaron sus esfuerzos por ayudarla —y protegerla, por Dios— de cualquier cosa. Le ofreció su ayuda, sin embargo, ella se le negó argumentando que tenía edad suficiente para dejarse golpear por la vida y aprender un poco, que Alex ya la había contratado antes de que él llegara y no sabía qué más estupideces.
Tonta.
Solo bastó verle la cara y aquella mirada lujuriosa para darse cuenta de lo que mal parido deseaba. Lo único que le reconfortaba era saber que ya le había dejado las cosas muy claras a Emma con ese beso que le había dado. Ese maldito beso… se le habían alborotado las hormonas sólo con sentir la calidez de los labios de su hermana, esos brazos que lo recibían como fuego puro: el infierno en el propio paraíso.
Agarró su celular, importándole muy poco si es que despertaba a Emma a esa hora de la madrugada.
—Maldito el día en que Alba te pasó mi número, Enzo —recibió como respuesta, en tono enojado, luego de cuatro timbradas.
—¿Aún no te duermes? —Inquirió cabreado, ¿qué hacía perdiendo el sueño? Era obvio que estaba despierta, su voz enérgica lo decía todo. Aunque también le sonó estúpido preguntarle eso cuando lo que quería era que le respondiera sin importar la hora.
—Por si no te enteras, tengo trabajo y necesito conservarlo —aclaró con el mismo tono que su hermano, resoplando por lo bajo. La verdad era que no había podido dormir nada por estar pensando en él y su llamada la estaba desconcertando aún más—. ¿Qué quieres, Enzo?
—Hablar contigo sobre tu trabajo —confesó seguro de sí, sin dejar su tono enojado de lado.
—¿Algún problema con mi rendimiento laboral? —comentó socarrona, riendo al instante. Él ni siquiera trabajaba ahí, así que el comentario era tonto.
—Qué graciosa —gruñó, aún más cabreado, deseando estar allá y dejarle claro quién era el socarrón allí—. Ese cabrón de tu jefe ha seguido molestándote, ¿verdad? Saira me lo comentó hoy.
—…
Hubo un silencio prolongado en la línea. Emma estaba mordiéndose el labio, sin saber qué decir. Cada vez que peleaba con su hermano disfrutaba de verlo enojado, pero no en ese sentido de cavernícola encelado y cegado por el machismo. Enzo no estaba de ánimos para soportar muchas bromas y menos que no le contestara en el momento indicado, así que antes de que protestara, Emma contestó.
—Así es, pero me quedó muy claro lo que piensas al respecto —se sonrojó furtivamente, al recordar cómo se lo había dicho.
—Pero qué cinismo de tu parte, Emma —la cólera lo estaba consumiendo, ¿cómo de que la seguía molestando y ella lo aceptaba? Inaudito—. ¿Estás declarándome la guerra, Ortega?
—¿De qué guerra hablas, Enzo? —se exasperó la azabache, manteniendo firmemente el auricular e incorporándose de la cama—. ¡Eres un maldito posesivo!
Él curvó los labios, triunfante.
—No te quiero ver con él —sentenció, como ultimátum.
—Oye, espera un momento, es mi vida —recordó ella, saliendo de la dominación/sumisión auditiva de la que era presa—. Tú vas a casarte y yo no te impido que hagas tal cosa, ¿quién te crees que eres?
Touché.
—Deja de desafiarme, Emma —advirtió, ignorando olímpicamente la confusión que el comentario le había causado—. Dijiste que sabías lo que opino al respecto —se animó a atenderla.
—Sin embargo, no me interesa demasiado, Enzo —lo atacó, sintiendo la adrenalina correr con brío por sus venas.
—¿Qué m****a…?
—Me gusta mi jefe, Enzo. No hay nada más qué hacer —habló con voz cansada, rendida.
Eso golpeó a Enzo como una fuerte corriente de aire en el pecho, ¿en serio le gustaba ese tipo de hombres? ¡Le gustaba otro cabrón que no era él, maldita fuera! Un nudo muy grande se apoderó de su garganta, pasando del coraje al dolor, ¿qué había dicho Emma? No, seguramente estaba jugando con él.
—¿Estás jugando?
Le sorprendió haber sonado tan estúpidamente lastimero, dejando sus sentimientos al descubierto. Y Emma se dio cuenta de ello.
—No, hablo en serio —no se compadeció ni siquiera un poco. La verdad era que estaba jugando con él, a quien quería tener encima, a quien quería sentir, a quien quería besar, tocar, amar… Sólo a él.
—…
Esta vez, el silencio en la línea fue protagonizado por Enzo, quien tenía un montón de sentimientos encima que lo estaban torturando y todos dolían, todos dolían mucho. Así que Emma no estaba jugando, así que de verdad le importaba muy poco lo que él pensara al respecto. ¡Así que le valía una m****a saber que era capaz de rechazar a Saira sólo por ella! Porque era suya, porque no sabía qué diablos sentía por ella, porque era su hermana, porque a diario pasaba en su mente y porque no importaba como estuviera: la deseaba con la misma intensidad dañina de siempre.
No le importaba nada.
—¿Enzo? —Emma temió por la respuesta de su hermano. Se maldijo internamente por ser una tonta y hablar demás.
—Hermana, llamaba para que fueras la primera en enterarte que voy a vivir desde mañana mismo junto a Saira.
—Oh.
Continuará…
Se secó las lágrimas de un tirón, con la manga derecha de su abrigo de dormir.—Esto es estúpido —se ahogó los propios insultos y exclamaciones dañinas de odio puro hacia Enzo, prometiéndose mentalmente no volver a dejar que él le pusiera las manos encima—. Que se folle a una rata si eso le complace más.Aunque no estaba tan segura de que eso realmente llegara a pasar.Pasó su lengua por el lóbulo de la oreja de la pelinegra y ambos suspiraron. Todo era tan diferente, tan fino e incluso, se atrevía a decir, mucho menos cansado. Hacer el amor con Saira era transportarse, eran tener sensaciones muy contrarias a las que podrían haber sentido con otras mujeres. En determinado caso, cuando estaba con su novia, se sintió tranquilo, la verdad es que se quedó satisfecho, pero con las fuerzas suficientes para
Algún día, Alba se casaría con Arthur, ella lo sabía. Sonrió ante la posibilidad.Ellos estaban enamorados y siempre lo estuvieron, eso se les notaba a leguas. Esperaba que Alba ayudase a Arthur, su también amigo, a superar el terrible problema de mujeriego pervertido que tenía. Había aprendido a conocer en ese poco tiempo a White y sabía cuáles eran sus puntos débiles, sin embargo, era una persona muy fuerte y sabia en quien ella podía confiar. Entendía por qué era el mejor amigo de su hermano. Además, se llevaba bien con todo el mundo.Pero el mujeriego nunca cambiaba.Sin embargo, Alba…Ya sabía que no era la primera vez que Arthur trataba de tener algo con ella, porque en Inglaterra estuvo a punto de ser novio de Wright, pero su estupidez lo privó, y es que la chica lo hab
Marcando el paso con elegancia y asombrosa precisión a pesar de sus tacones, se arregló la falda sin dejar de caminar presurosa por la vereda de su barrio, con el inminente hecho de llegar tarde a su trabajo.—Maldita sea —masculló por lo bajo, mirando su reloj de muñeca, quien le indicaba que, si no llegaba en por lo menos quince minutos, su inmaculada puntualidad perecería.Escuchó un auto detenerse tras ella, helándola por algunos segundos, ¿y si era un ladrón? Paró en seco, esperando no encontrarse con un delincuente. Preparó su mejor arma: un codo puntiagudo que, seguramente, no haría más que estorbar. Sabía que sería peor si se le ocurría echarse a correr. Bien, le daría su cartera, no sin antes sacar su pen drive llena de información.—Tienes alrededor de quince minutos pa
Se le ocurrían tantas cosas por decir en ese momento. Su mente maquinó rápido y pensó que todas esas opciones eran estúpidas.«¿Actualmente me acuesto con tu primo?»No, no, eso era mentira.«Me las tomo por rutina»En su mente, eso todavía sonaba mucho más imbécil.«Son buenas para el cutis»Ese extraño dato lo había leído por ahí, pero ni siquiera tenía la certeza de que fuera real. Bufó internamente.«En realidad, me estoy acostando con mi hermano»Claro que eso último era una completa locura.Miró para cualquier lado de la habitación, que en ese momento era mucho, mucho más interesante que observar a Enzo dormir des
Con todo el alboroto de la separación de Enzo y Saira, no estaba segura de que pudiera mantenerse demasiado concentrada en su propia vida.Tenía a Saira sobre ella martillándola a veces, con extrañezas acerca de que vigilara a su hermano, con inseguridades, con celos pasivos, con desconfianza, rara … a veces tenía miedo de ser evidente, de que Saira realmente sospechara y por eso estaba tan pendiente de ella acerca de Enzo, pidiéndole razones sobre la supuesta «amante» de su hermano. Tragó duro, poniéndose pálida.—Y eso que ella cree que las pastillas anticonceptivas son mías —soltó Alba, riendo relajadamente en el sofá—. Aunque las necesitaré para mi tratamiento —les informé, viendo las pastillas de reverso. Ambos asintieron, dándole la razón.Era irónico el h
«Ya sé que follas con tu hermano…»Por supuesto, esa era la típica frase de un superior cuando llama a sus trabajadores para reclamarles algo en su despacho. Siempre sucedía.¡No, maldición!—¿Debo repetirle que no tengo ni idea de lo que me está hablando, licenciado? —Guardó compostura y puso la diplomacia por delante. Maldita sea, que no iba a aceptar por nada del mundo semejante atrocidad… No ahora. No ese momento. ¡Menos frente a su jefe, por todos los cielos!Alex sonrió, con una arrogancia que por un instante efímero le caló la intimidad a Emma. Mierda, que sí era un hombre a mares guapo. ¿Y por qué le causaba tanto asco si quiera pensar en besarlo?«Porque eres mía, Emma. Mi pequeña… »
Dejó caer su cartera en la mesa del comedor y se secó las lágrimas a palma abierta. Se sentó despacio en la silla y deshizo su cuerpo en un mar de lágrimas.Pero por supuesto que no iba a dejar que Alex la tocara. No, no sin que ella lo consintiera. Pero es que no podía hacer nada; no podía dejar que Saira se enterara de aquello, que Alba, aun sabiéndolo todo, pudiera decirle a Arthur y él, a Enzo. Todo se iba a ir a la mierda y sería su culpa. No podía llamar a sus padres, no podía hablar con nadie, maldita fuera.Agarró el celular e instintivamente marcó el número de su hermano. No pasaron ni siquiera dos timbres y él le contestó.¡¿Emma?! —Gritó por el auricular. Ella se contuvo en hablar y las lágrimas seguían rodando—. ¡Respóndeme, mal
El desorden llamó su atención inmediatamente. Corrió hasta el velador, con cuidado de no caer entre las velas y el papel, pálida, el champagne derramado y la copa rota en el suelo. Su corazón se aceleró y el pecho le subía y bajaba a un ritmo desesperante. Atinó a evaluar los signos vitales de Alex. Y qué bien que lo hizo, porque estaban desaparecido.—Ay, por Dios… —susurró aterrorizada.La vida prácticamente la había obligado a moverse de ciudad. Después de la preparatoria, después de toda esa mierda, lo único que le quedó fue trabajar como una miserable mesera en un bar de mala muerte, ya veces de otras cosas. De esas cosas que no se dicen en voz alta. Y ahora estaba ahí, sin nada, sin nadie y con una maleta que pesaba menos que un bebé. No tenía nada.No tenía