Una pelea

Se miró las uñas, intentando desesperadamente evitar el aura tan incómoda que asía de ella y su hermano. Sus ojos recorrieron el paisaje de la ventanilla, distrayéndose momentáneamente de la incómoda situación.

—Emma, sabes que detesto el silencio. —Y más si tenía a su pequeña hermana tan cerca sin ni siquiera poder tocarla. No despegaba la mirada de la vía y podía ver el sol brillante iluminar la calzada—. Di algo.

—Nada. —Su ira quizá podía medirse en litros, en abundantes litros que la estaban ahogando—. ¿Cómo puedes ser tan posesivo, Enzo?

Él curvó los labios, casi sonriendo. Instintivamente, Emma jadeo, mordiéndose el labio inferior para evitar el gran deseo de besarlo. Y, oh, por Dios, estaba tan decepcionada de sí misma al darse cuenta que el concepto «hermano» no estaba en su diccionario mental. Estaba tan enojada consigo, que casi se daba de golpes contra el vidrio de la ventana. Pero es que estaba tan irresistible…

«Tranquilízate, tonta», se reprendió mentalmente, con la mirada en otro lado.

—¿Por qué lo haces? —Gruñó, con la expresión neutra. Controló los cambios del jaguar —que no era suyo— y bajó extremadamente la velocidad. Eso alarmó a Emma sobremanera.

«Oh, sí, Emma. Si es que el caso amerita que te folle en este auto…»

—¿El qué? ¿Por qué bajas la velocidad? ¿Vas a parar a hacer algo? —Sus ojos relampaguearon con pánico, dándose cuenta de su grandísimo error.

—No me cambies el tema, Emma. —En ningún momento la miró, estaba tratando de controlar la neblina y tensión sexual que se estaba formando precisamente ahí, entre ellos. Iban a traicionar el voto de confianza que sus padres le habían dado al dejarlos ir juntos. Saira se encontraba buscando departamento, así que no pudo ir con ellos y eso, Enzo lo agradecía a mares—. ¿Por qué lo haces? —Hizo un grave, gravísimo esfuerzo por tener bajo su dominio racional las hormonas, que como años atrás, le habían fregado la vida.

Pero es que era tan difícil sentir ese embriagador aroma de Emma y no ponerse duro. Resopló, mentalmente.

—¿Hacer qué, Enzo? —Replicó ella, exasperada por tantas preguntas.

Ortega paró el auto en seco, sorprendiendo a su hermana.

—Morderte el labio, maldita sea —esta vez, sus orbes sí se posaron sobre la azabache. Emma soltó su labio al acto, no estaba muy consciente de lo que estaba haciendo, con unas inmensas y extrañas ganas de pedirle disculpas—. Te muerdes labio cuando quieres besarme, Emma.

Oh.

El cinismo de Enzo llegaba a niveles impensables, según Emma, quien sostuvo la mirada ceñuda con la de él, sin darle opción a reclamos. Los segundos fueron pasando. Oh, por Dios, era tan detestable.

—Madura de una vez, Enzo. —Soltó con suficiencia.

«Sigue siendo realmente un estúpido posesivo. ¿Qué se cree?»

Al acto, Emma rompió cualquier aura que los haya estado rodeando. Insultó a su hermano, no fue nada más. Enzo abrió los ojos lo más que pudo, incrédulo por las palabras, ¿Qué madurara? ¿Pues qué m****a…?

—¿Qué m****a has dicho, Emma? —Y viniendo de él, no es que la vulgaridad haya sido inusitada, pero…

—Simplemente no soy la misma tonta a la que te cogías, quiero decir, soy tu hermana, no es como si solo fuera cualquier puta. —¿Desde cuándo Emma era tan grosera? Se había prometido a sí misma no dejarse desarmar por Enzo y eso era lo que estaba haciendo.

Que se fuera todo al carajo, estaba harta de ser la niña buena.

—No digas tonterías, Emma —siguió mirándola, con los nervios a flor de piel. A su hermana se le estaba yendo la boca—. Y no digas que te cojo, porque sabes bien que no es así.

—Ah, ¿no? —Se indignó—. ¿Y qué es lo que se puede sentir por su propia sangre? ¿Amor romántico?

Enzo tomó el rostro de Emma, completamente confundido por la reacción reciente. ¿Amor? No estaba muy seguro, pero creía que eso era lo que sentía por Saira. Lo único que tenía claro, era que habían pasado cinco años, varias mujeres por su cama —incluyendo a su novia— y Emma seguía tan latente, que solo el hecho de imaginarla jadeando en sus brazos, lo ponía a sudar.

—No eres mi hermana. —Declaró, sin opción a reclamos—. Y eres mía cuando yo quiera.

—Sí, lo soy: tu hermana —aclaró—. Y no voy a ser tuya cuando quieras. —Sacudió la cabeza, logrando que él la soltara, pero no por mucho, su solo tacto la enloquecía. No quiso demostrarlo, pero le dolió el estómago al oírlo llamarla suya. Un dolor agradable.

«Oh, Emma, ¿por qué te empeñas a ir contra la corriente? Eres mía, y siempre lo serás»

—Lo eres: mía. Y sabes que es más que simplemente follarte, Emma porque no eres mi hermana —enfatizó como ultimátum mientras se relamía los labios, ansioso—. Dios, te deseo tanto que me avergüenza sentir eso por ti ahora mismo. —Emma bajó la mirada hasta el eminente bulto que le asomaba en los pantalones a su hermano.

Un amargo recuerdo se le vino por eso, cinco años atrás.

—No han bastado cinco años, ¿verdad? —Enzo sonrió, complacido, haciendo mella en la cuestión—. Maldito.

«Está muy equivocado si piensa que le voy a dejar tan fácil que solo me folle»

Desvió la mirada, desesperada por sacarse el deseo de encima o lanzarse sobre él, abrirle los pantalones y sumergirse como en la adolescencia. Oh, qué buenos tiempos aquellos. Enzo dejó de mirarla y la soltó, prendiendo nuevamente el jaguar para comenzar con la marcha. Suspiró frustrado, pensando en una manera coherente de sacarse una dolorosa erección de encima. No, Emma sí era su hermana, no iba a hacerse más el tonto. ¿Cómo podía entonces sentir eso por ella? No se saciaba y le jodía tanto que no le remordiera desearla como si fuera una mujer completamente ajena de su familia.

Oh, y le estaba siendo infiel a Saira.

¿Qué demonios se suponía que iba a hacer con toda esa m****a? Estaba deseando con infinitas ganas cogerse a su propia hermana —de nuevo—, tenía una novia, no podía llevar un compromiso con Saira y simplemente seguir acostándose con Emma. Por otro lado, estaban sus padres.

¿Qué era Emma en su vida, después de todo? Sin darse cuenta, su excitación había bajado considerablemente para ser reemplazada por estrés y desespero. Eran dos cosas: u olvidaba a Emma y comenzaba a aceptar que de verdad era su hermana, o mandaba al carajo a sus padres, a la sociedad y a su compromiso con Saira, raptaba a Emma, se la llevaba a otro continente, se cambiaba el apellido y la hacía su mujer para siempre. Había que escoger.

—Todavía no sé quién es tu amigo que vamos a recoger al aeropuerto y por qué es que insististe en traerme contigo. —Reclamó colérica por el montón de sentimientos que traía encima—. Y más, por qué mis padres permitieron que me trajeras contigo. Ah, y que tu novia haya cedido de lo más fresca —un tono de recelo se instaló en su voz, lo que Enzo detectó como celos. Conocía a Emma lo suficiente como para saber lo que estaba sintiendo.

El aludido volvió a emprender la marcha, negando con la cabeza y poniendo sus sentidos al volante.

—No sospecharía que follo con mi hermana. —Dijo en tono irónico.

—¡Y que me lo digas! —Se exaltó por el tono que usó—. Y, por favor: «follabas», coloca el término en pasado —corrigió—. Razonable. Si fuera yo, pensara lo mismo, ya que generalmente, los hermanos no follan. —Cabreada, miró para la ventanilla con serias ganas de abalanzarse por un puente.

—Vamos a recoger a Arthur, que llega de Inglaterra. —Informó, ignorando el comentario de su hermana.

—¿Por fin? ¿Arthur White, tu mejor amigo? —Se interesó en preguntar, mirándolo con una sonrisa grata.

—El mismo. —No despegó la vista de la vía—. Y por si te interesa, en este momento vamos camino al aeropuerto también, para recibir a Alba Wright, tu mejor amiga.

—¡¿Qué?!

Continuará…

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