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La entrada de Alba había sido muy diferente a la de Saira. Pero mucho. Tanto, que los presentes pestañearon varias veces.

Nadie lo podía creer. Absolutamente nadie. Emma no quitaba su expresión de asombro mientras las lágrimas comenzaban a mojarle la cara. Entre tanto, se le escapó una risa casi muda de felicidad y estupefacción, sintiendo que las piernas le fallaban.

—Alba… —susurró Arthur, pálido como una hoja. Su corazón latía fuerte y no pudo moverse ni un centímetro. Paula le puso la mano en el hombro, dándole fuerzas. Sabía lo mucho que le impactaba verla allí.

—Alba… —era lo único que podía decir, recordando por un momento su conversación de hacía unos días.

Enzo sintió como si una llama de esperanza se encendie

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