Toda la vida había visto a Emma como una persona ajena a él, es decir, no como lo que sus padres decían que eran. Jamás estuvo de acuerdo con que ella fuera su hermana, que compartieran cosas lindas juntos como una familia feliz y que él fuera el típico «hermano mayor». A medida que iba creciendo, su atracción por Emma iba desarrollándose junto a él, aunque le hubiera molestado sentir eso toda la vida. Y no, no hablaba de que siempre tuvo intereses insanos por ella. Emma era simplemente Emma, no era su hermana. No lo era. O era, quizás, eso que se prometieron de niños: mejores amigos.
Y ¡cómo no sentir esa atracción por ella ¡, si esa mujer se había convertido en un pecado andante. No se refería a que fuera ridículamente voluptuosa o de una belleza despampanante que deslumbrara a cualquiera, no: su belleza era singular, ingenua ya la vez tan ardiente. Era simplemente perfecta. Emma lo era.
Debido a que todo el tiempo les había quedado claro que no eran hermanos, ambos crecieron con esa idea en la cabeza, cómplices y sin calcular consecuencias. A través de su adolescencia, Enzo protegió a Emma como su más grande tesoro y la primera vez que sintió unos celos horribles al verla aceptar las cartas de un mequetrefe de su escuela, supo que las cosas se le habían salido de las manos. Y entonces empezó a desearla. Su cuerpo bellísimo de quinceañera parecía querer a gritos ser rozado apenas con la yema de sus dedos, aportando delicadeza a la piel nívea. Emma lo miraba como si el infierno estuviese ardiendo en sus ojos, pero ninguno de los se atrevía a ir más allá.
Hasta que él decidió atreverse. Su técnica de seducción comenzó con cosas pequeñas como los brazos y las piernas, luego de eso, la excitación había ido incrementándose con el tiempo y ya no era suficiente tocarla de esa manera. Necesitaban más. Ambos lo querían, era algo que podía sentirse a kilómetros, pero la transición fue lenta y padecían el terrible pecado de desearse siendo hermanos. Tenía miedo de que ella se asustara cuando la lujuria lo consumiera y fuera más allá, ¿y si Emma no quería eso realmente? ¿Y si aceptó sus caricias como un juego o un simple experimento? ¿Y si ella estaba confundida? Tenía que estar seguro de ambos y dejar atrás el pánico, romper la barrera de lo abominable, por eso quería ser sutil.
Aunque estaba jodidamente mal.
Incestuosamente mal.
Cuando por fin pudo besarla en los labios, se aventuró a tocarle los senos, palpando con delicadeza la extensión de piel firme. Lo que desató sus deseos animales, fue que su hermana guio la mano hasta su glúteo derecho, pidiéndole en un susurro que hiciera con ella lo que deseara. Entonces él supo que realmente le correspondía y su cuerpo estalló.
Él era un hombre, un hombre con deseos, con fantasías, hambriento y sediento de ella. Si desperdiciaba esa oportunidad de oro que había estado deseando con tal vehemencia esos meses recientes, es que estaba loco. Y así fue como empezó todo.
—¿No podías esperar hasta que mamá y papá salieran? —Ahogó el gemido de placer, moviendo las caderas al compás que marcaba su hermano. Sentía los cabellos negros masculinos enredados en sus dedos y los sonidos de su fricción volverla loca.
—Fuiste tú quien me provocó, Emma. Lo sabes —le recordó, asiéndola de la cintura en zigzag para que aumentara el ritmo. Se ponía como un animal cuando ella hacía eso y desafiaba al mismo diablo por estar con él—. Mira que sentarte en mis piernas para «estudiar Geografía».
La chica rio, echando la cabeza hacia atrás, olvidando completamente que estaban a una planta de sus padres y cualquier sonido fuera de lugar los alarmaría de inmediato. Que todo se fuera a la m****a: follar con su hermano Enzo era lo más placentero que había experimentado en la vida —aunque tampoco podía comparar con alguien más— y aunque sonara enfermo y asqueroso, estaba enamorada de él.
Le valía un rábano lo que dijeran los demás, lo que pensaran sus propios padres… Enzo mismo se había encargado de enamorarla, desde pequeños hacerla sentir que eran todo menos hermanos y la poca cordura que podría tener, se había ido al caño cuando la besó por primera vez.
—¡Enzo, Emma! —Les alarmó el grito de su madre y pararon al acto—. ¡Bajen a almorzar! ¡¿Qué están haciendo!? —Escucharon preguntar desde la planta baja.
—¡Estoy «estudiando Geografía», mamá! —Volviendo a moverse, Emma quiso que su voz pareciera lo más natural posible y que su madre no sospechara que estaba desfigurada por el placer.
Enzo sonrió. ¿Qué clase de «Geografía» podría estar estudiando su dulce hermana ahí, ¿cabalgándolo? Mientras la tuviera así toda la vida, le valía una m****a que estudiara o no aquella molesta cátedra.
—¡¿E Enzo? —Roló los ojos ante la pregunta. No se detuvieron, ya estaban acostumbrados a ese tipo de interrupciones, sus cuerpos lo pueden soportar.
«¡Teniendo el mejor sexo del mundo, mamá!» se contuvo en gritar.
—¡Estoy ayudándole a Emma! —Mintió descaradamente, cogiendo aire para que su voz sonara normal, igual que la de su hermana. La tomó de la cintura para que parara solo un segundo o lo volvería loco antes de poder responder una sola pregunta más.
—Ayudándome a terminar antes que tú —saltó por última vez, con el sudor mojándole la ropa y la cara, sintiendo un orgasmo latente dentro. Besó a su hermano con vehemencia una vez hubo terminado y él la correspondió, pasional.
—¡No demoren en bajar! —Fue lo último que dijo la mujer antes de que la escucharan alejarse del pie de las escaleras.
Ellos respiraron con alivio. Tomó a Emma de la nuca para volver a besarla, marcándole un paso más posesivo y apasionado, disfrutando del sabor tan dulce de su hermana. Pronto se iría a estudiar la universidad a New York y necesita con todo su corazón tener un recuerdo de ella, lo que fuera. Y recordar el sabor de sus labios luego de hacer el amor era lo que más lo marcaba, lo que más le gustaba.
No dejar a su pequeña, no quería perder sus ojos chocolates y su sonrisa hilarante que solía volverlo loco a plena luz del día. No era como si en el fondo no le martillara que fuera su hermana, pero la quería desde todo el tiempo y no estaba dispuesto a perderla por los miserables estudios.
—Ven conmigo a New York —propuso, sin aire, mirándola con intensidad. Quería un sí o un no, pero que fuera rotundo.
– ¿Que locura dices? —No había esperado que su hermano le propusiera tal cosa, dado que a ella aún le faltaba un mes para graduarse y Enzo estaba a dos de irse—. No podría…
—No importa, Emma —espetó, medio cabreado. En realidad, se sintió nervioso, ¿es que no deseaba estar cerca de él? No sabía si estaba haciendo bien en proponerle tal cosa—. ¿Quieres o no venir conmigo? —La pregunta era inequívoca e Enzo esperaba una respuesta del mismo calibre.
La muchacha lo miró intensamente por unos segundos, acostumbrada, de alguna manera, a las peticiones sinceras y repentinas de Enzo. No podía negarse a esos maravillosos ojos dorados.
—Si me llevas, yo voy contigo —aceptó, sin rastro de dudas.
La sonrisa que los invadió fue jovial, llena de un sentimiento casi inexplicable. ¿Podría salirles bien lo que esperaban?
La comida les había trascurrido con normalidad, sin ánimos desesperados —aunque Emma sintiera los nervios de punta a cada segundo—. ¿Cómo decirles a sus padres que deseaba irse a estudiar con su hermano a New York, así, sin razón aparente y tan repentino? Pasó delicadamente su mano derecha por la pierna izquierda de Enzo, dándole a entender que estaba lista para cualquier cosa: era hora de hablar.
—Padre, Emma y yo… —la verdad era que estaba nervioso. Era la primera vez que propondrían algo de convivir juntos y, si era sincero, sonaba muy extraño, considerando que jamás se vio como hermanos realmente unidos. Los padres miraron a sus hijos, expectantes—. Quiero que Emma se venga conmigo a New York.
La propuesta quedó como en el aire y por unos largos e interminables segundos nadie se atrevió a decir palabra, ¿cómo que vivir juntos? Emma todavía sintió el corazón a mil por segundo, ¡estaba tan nerviosa! Deseaba desde lo más hondo estudiar y vivir con Enzo; después de todo, era su hermano y siempre la protegía. El caso era que sus padres dijeran que no y todo se le fuera a la m****a.
Porque, claro, no sospecharían que ellos… eso.
—Enzo, la propuesta es extraña —Álvaro dispara a sus hijos con desconfianza, como si en verdad sospechara algo. El ambiente se hizo bastante incómodo. Julia se removió inquieta en el asiento al lado de su marido—. ¿Por qué llevarte a Emma? Sabes que tu hermana aún no se gradúa. —Les recordó.
—Sí, papá, pero…
—Quiero que Enzo me cuide, papá —prorrumpió Emma, dejando estáticos a todos—. Tengo apenas dieciocho años, ¿cómo vas a permitir que enfrente sola la universidad? —Excusó, con mucha estrategia, aprovechando el hecho de que su padre era tan sobreprotector con ella—. Además, en un mes salgo de la preparatoria —cerró los ojos, llevándose un bocado de comida a la boca.
—Emma tiene razón —apoyó Julia—. Álvaro, ella necesita que su hermano la cuide —Enzo se mantuvo en silencio, disfrutando internamente la decisión de sus padres—. Enzo no es muy cariñoso, pero sabemos que la protegida.
El señor Ortega meditó la cuestión. Aunque le parecía buena idea, ¿cuándo Emma aprendería a protegerse sola?
Pero no era solo eso, existía una cuestión que lo inquietaba: solía encontrarlos estudiando en la misma habitación a menudo y hasta altas horas de la noche. Eso era algo que no le agradaba mucho, porque si su hijo nunca había considerado a Emma como su hermana —o eso era lo que siempre había dicho desde pequeño—, ¿con qué clase de ojos la miraba, entonces? Notaba que las veces que solían pelear, en vez de parecer hermanos, lucían como una pareja. Y en ese momento, de la nada, aquella repentina necesidad de llevarla con él… Si conocía bien a su hijo, es que podía asegurar que algo andaba mal.
Sin embargo… no, no, estaba desviando las cosas y lo sabía.
—De acuerdo —concordó, con la mano en la barbilla. Su familia lo miró con una expresión de duda en el rostro— ¿Qué? —Alzó las cejas y soltó una risilla leve, mientras con sus manos hacía gestos de extrañeza—. Julia siempre logra convencerme, no sé qué les parece tan extraño.
La sonrisa de Emma se ensanchó.
—Muchas gracias, papá.
Enzo sintió que un gran peso le salía de encima. ¡Por fin! Había esperado que su padre se pronunciara en contra de eso y le impidiera llevarse a Emma, después de todo, él era un año mayor y —su padre pensaba que— tenía los pies bien puestos sobre la tierra, mientras que su hermana todavía estaba muy pequeña. De cualquier manera, en Nueva York —porque sus padres nunca mencionaron a Chiba y lo agradecía. Allá sí que los reconocerían por los negocios— debería tener la libertad de pasearse con ella, ya que no pensaba que a alguien le importara sus apellidos, si lo único que tenían en común era el cabello color ébano.
Del resto eran completamente distintos.
Y bien, si he podido pasar por sobre sus padres, ¡se comerían el mundo! Les valía una m****a si los juzgaban, ¡ellos nunca han sido hermanos! Se miraron cómplices, como toda la vida, estableciendo una conexión especial en ese momento: estarían juntos siempre, aunque sonara a demasiado tiempo.
Era una promesa.
Aunque los hermanos no se amaban, no de esa manera.
Pestañeó confundida, mirando para su amiga, con la boca abierta.—¿Es en serio? —Luego de casi un minuto de silencio, Emma fue capaz de articular un comentario cohesionado al tema de conversación. El corazón le hincó con fuerza y sintió dolor, dejándola sin aire por un pequeño lapso de tiempo—. ¿Por qué, Alba?La aludida agachó la vista, con el mismo sentimiento.—Si sigues así, Emma… —articuló la joven castaña, observando con tristeza el semblante pálido y perdido de su mejor amiga—. Mis padres me están obligando a hacer esto, Emma.—Pero, pero… puedes decirles que no —su rostro se desfiguró de desespero por un momento, sin opción a treguas. Wright negó con tristeza—. Alba, eres como mi hermana
Mojó sus labios de nuevo, nerviosa por la presión de la prueba. Jamás pensó que quien fue el prospecto prometido de su mejor amiga le hiciera una pregunta como esa.—Mi vida privada no es de dominio público, señor Stanford —susurró, más para sí que para el moreno en frente suyo.Stanford alzó las cejas, perturbado, ¿cómo que de «dominio público»? Ah, con que la señorita Ortega no hablaba mucho de su vida privada, le importaba demasiado la exposición de sus «eventos íntimos». Él pensó que no era para tanto y se sintió realmente excitado: ninguna mujer en la vida se atrevía a desafiarlo o negarle algo que él deseara y ahora ella se rehusaba de esa forma. Sonrió, complacido y extasiado.—Está contratada, señorita Orte
Se miró las uñas, intentando desesperadamente evitar el aura tan incómoda que asía de ella y su hermano. Sus ojos recorrieron el paisaje de la ventanilla, distrayéndose momentáneamente de la incómoda situación.—Emma, sabes que detesto el silencio. —Y más si tenía a su pequeña hermana tan cerca sin ni siquiera poder tocarla. No despegaba la mirada de la vía y podía ver el sol brillante iluminar la calzada—. Di algo.—Nada. —Su ira quizá podía medirse en litros, en abundantes litros que la estaban ahogando—. ¿Cómo puedes ser tan posesivo, Enzo?Él curvó los labios, casi sonriendo. Instintivamente, Emma jadeo, mordiéndose el labio inferior para evitar el gran deseo de besarlo. Y, oh, por Dios, estaba tan decepcionada de sí misma al darse cuent
Emma siguió tecleando el documento en Word, dando casi por terminado el artículo. A veces se preguntaba cuándo sería capaz de sacar a la luz sus cuentos románticos. Algún día quería publicar un libro… no toda la vida trabajaría en aquella editorial.—…sin embargo, es increíble que aún no se dé cuenta de algo tan obvio. —Comentó con parsimonia, llevándose un pedazo de pan a la boca y masticándolo con delicadeza.—No hagas que me sienta peor, Alba —Emma cerró su laptop, volviéndose a su vieja mejor amiga, colega y actual compañera de piso—. Saira es mi amiga. Nuestra amiga —aclaró.—Por eso mismo, Emma —comentó la castaña, con aire preocupado—. Han pasado cinco años y un tanto más de meses y esa at
Se secó las lágrimas de un tirón, con la manga derecha de su abrigo de dormir.—Esto es estúpido —se ahogó los propios insultos y exclamaciones dañinas de odio puro hacia Enzo, prometiéndose mentalmente no volver a dejar que él le pusiera las manos encima—. Que se folle a una rata si eso le complace más.Aunque no estaba tan segura de que eso realmente llegara a pasar.Pasó su lengua por el lóbulo de la oreja de la pelinegra y ambos suspiraron. Todo era tan diferente, tan fino e incluso, se atrevía a decir, mucho menos cansado. Hacer el amor con Saira era transportarse, eran tener sensaciones muy contrarias a las que podrían haber sentido con otras mujeres. En determinado caso, cuando estaba con su novia, se sintió tranquilo, la verdad es que se quedó satisfecho, pero con las fuerzas suficientes para
Algún día, Alba se casaría con Arthur, ella lo sabía. Sonrió ante la posibilidad.Ellos estaban enamorados y siempre lo estuvieron, eso se les notaba a leguas. Esperaba que Alba ayudase a Arthur, su también amigo, a superar el terrible problema de mujeriego pervertido que tenía. Había aprendido a conocer en ese poco tiempo a White y sabía cuáles eran sus puntos débiles, sin embargo, era una persona muy fuerte y sabia en quien ella podía confiar. Entendía por qué era el mejor amigo de su hermano. Además, se llevaba bien con todo el mundo.Pero el mujeriego nunca cambiaba.Sin embargo, Alba…Ya sabía que no era la primera vez que Arthur trataba de tener algo con ella, porque en Inglaterra estuvo a punto de ser novio de Wright, pero su estupidez lo privó, y es que la chica lo hab
Marcando el paso con elegancia y asombrosa precisión a pesar de sus tacones, se arregló la falda sin dejar de caminar presurosa por la vereda de su barrio, con el inminente hecho de llegar tarde a su trabajo.—Maldita sea —masculló por lo bajo, mirando su reloj de muñeca, quien le indicaba que, si no llegaba en por lo menos quince minutos, su inmaculada puntualidad perecería.Escuchó un auto detenerse tras ella, helándola por algunos segundos, ¿y si era un ladrón? Paró en seco, esperando no encontrarse con un delincuente. Preparó su mejor arma: un codo puntiagudo que, seguramente, no haría más que estorbar. Sabía que sería peor si se le ocurría echarse a correr. Bien, le daría su cartera, no sin antes sacar su pen drive llena de información.—Tienes alrededor de quince minutos pa
Se le ocurrían tantas cosas por decir en ese momento. Su mente maquinó rápido y pensó que todas esas opciones eran estúpidas.«¿Actualmente me acuesto con tu primo?»No, no, eso era mentira.«Me las tomo por rutina»En su mente, eso todavía sonaba mucho más imbécil.«Son buenas para el cutis»Ese extraño dato lo había leído por ahí, pero ni siquiera tenía la certeza de que fuera real. Bufó internamente.«En realidad, me estoy acostando con mi hermano»Claro que eso último era una completa locura.Miró para cualquier lado de la habitación, que en ese momento era mucho, mucho más interesante que observar a Enzo dormir des