Algún día, Alba se casaría con Arthur, ella lo sabía. Sonrió ante la posibilidad.
Ellos estaban enamorados y siempre lo estuvieron, eso se les notaba a leguas. Esperaba que Alba ayudase a Arthur, su también amigo, a superar el terrible problema de mujeriego pervertido que tenía. Había aprendido a conocer en ese poco tiempo a White y sabía cuáles eran sus puntos débiles, sin embargo, era una persona muy fuerte y sabia en quien ella podía confiar. Entendía por qué era el mejor amigo de su hermano. Además, se llevaba bien con todo el mundo.
Pero el mujeriego nunca cambiaba.
Sin embargo, Alba…
Ya sabía que no era la primera vez que Arthur trataba de tener algo con ella, porque en Inglaterra estuvo a punto de ser novio de Wright, pero su estupidez lo privó, y es que la chica lo hab
Marcando el paso con elegancia y asombrosa precisión a pesar de sus tacones, se arregló la falda sin dejar de caminar presurosa por la vereda de su barrio, con el inminente hecho de llegar tarde a su trabajo.—Maldita sea —masculló por lo bajo, mirando su reloj de muñeca, quien le indicaba que, si no llegaba en por lo menos quince minutos, su inmaculada puntualidad perecería.Escuchó un auto detenerse tras ella, helándola por algunos segundos, ¿y si era un ladrón? Paró en seco, esperando no encontrarse con un delincuente. Preparó su mejor arma: un codo puntiagudo que, seguramente, no haría más que estorbar. Sabía que sería peor si se le ocurría echarse a correr. Bien, le daría su cartera, no sin antes sacar su pen drive llena de información.—Tienes alrededor de quince minutos pa
Se le ocurrían tantas cosas por decir en ese momento. Su mente maquinó rápido y pensó que todas esas opciones eran estúpidas.«¿Actualmente me acuesto con tu primo?»No, no, eso era mentira.«Me las tomo por rutina»En su mente, eso todavía sonaba mucho más imbécil.«Son buenas para el cutis»Ese extraño dato lo había leído por ahí, pero ni siquiera tenía la certeza de que fuera real. Bufó internamente.«En realidad, me estoy acostando con mi hermano»Claro que eso último era una completa locura.Miró para cualquier lado de la habitación, que en ese momento era mucho, mucho más interesante que observar a Enzo dormir des
Con todo el alboroto de la separación de Enzo y Saira, no estaba segura de que pudiera mantenerse demasiado concentrada en su propia vida.Tenía a Saira sobre ella martillándola a veces, con extrañezas acerca de que vigilara a su hermano, con inseguridades, con celos pasivos, con desconfianza, rara … a veces tenía miedo de ser evidente, de que Saira realmente sospechara y por eso estaba tan pendiente de ella acerca de Enzo, pidiéndole razones sobre la supuesta «amante» de su hermano. Tragó duro, poniéndose pálida.—Y eso que ella cree que las pastillas anticonceptivas son mías —soltó Alba, riendo relajadamente en el sofá—. Aunque las necesitaré para mi tratamiento —les informé, viendo las pastillas de reverso. Ambos asintieron, dándole la razón.Era irónico el h
«Ya sé que follas con tu hermano…»Por supuesto, esa era la típica frase de un superior cuando llama a sus trabajadores para reclamarles algo en su despacho. Siempre sucedía.¡No, maldición!—¿Debo repetirle que no tengo ni idea de lo que me está hablando, licenciado? —Guardó compostura y puso la diplomacia por delante. Maldita sea, que no iba a aceptar por nada del mundo semejante atrocidad… No ahora. No ese momento. ¡Menos frente a su jefe, por todos los cielos!Alex sonrió, con una arrogancia que por un instante efímero le caló la intimidad a Emma. Mierda, que sí era un hombre a mares guapo. ¿Y por qué le causaba tanto asco si quiera pensar en besarlo?«Porque eres mía, Emma. Mi pequeña… »
Dejó caer su cartera en la mesa del comedor y se secó las lágrimas a palma abierta. Se sentó despacio en la silla y deshizo su cuerpo en un mar de lágrimas.Pero por supuesto que no iba a dejar que Alex la tocara. No, no sin que ella lo consintiera. Pero es que no podía hacer nada; no podía dejar que Saira se enterara de aquello, que Alba, aun sabiéndolo todo, pudiera decirle a Arthur y él, a Enzo. Todo se iba a ir a la mierda y sería su culpa. No podía llamar a sus padres, no podía hablar con nadie, maldita fuera.Agarró el celular e instintivamente marcó el número de su hermano. No pasaron ni siquiera dos timbres y él le contestó.¡¿Emma?! —Gritó por el auricular. Ella se contuvo en hablar y las lágrimas seguían rodando—. ¡Respóndeme, mal
El desorden llamó su atención inmediatamente. Corrió hasta el velador, con cuidado de no caer entre las velas y el papel, pálida, el champagne derramado y la copa rota en el suelo. Su corazón se aceleró y el pecho le subía y bajaba a un ritmo desesperante. Atinó a evaluar los signos vitales de Alex. Y qué bien que lo hizo, porque estaban desaparecido.—Ay, por Dios… —susurró aterrorizada.La vida prácticamente la había obligado a moverse de ciudad. Después de la preparatoria, después de toda esa mierda, lo único que le quedó fue trabajar como una miserable mesera en un bar de mala muerte, ya veces de otras cosas. De esas cosas que no se dicen en voz alta. Y ahora estaba ahí, sin nada, sin nadie y con una maleta que pesaba menos que un bebé. No tenía nada.No tenía
—Qué asco. —Se secó la saliva con un pedazo de papel.—¿Otra vez? —Lo oyó decir desde la cama.Ella solo atinó a aclararse la garganta, le dolía de tanto vomitar. Otro mareo la invadió y la obligó a doblarse a la taza del baño y vomitar de nuevo. Él se levantó inmediatamente y llegó hasta ella, poniendo la mano sobre el hombro femenino.—Ten agua. —Alba la tomó, agradecida. Su novio la ayudó a levantarse despacio—. ¿Estás bien, Alba?—Mejor. Parece que este fue el último vómito del día —bromeó, sonriendo.Pero Arthur no estaba igual.—Alba, me preocupas mucho —la tomó delicadamente por los hombros, viéndola directamente— hace días
No había podido dormir en toda la noche, o, bueno, lo que había restado de ella. Y cómo hacerlo, si estaba encerrada en una cárcel como un animal, como una vil ratera. Aquella celda era fría. No sabía describir bien los sentimientos que la embargaban en ese momento, pero la mayoría eran malos; tampoco había vuelto a ver a sus amigos, a Alba, a Enzo…Estando sola en esa celda, se puso a meditar acerca de muchísimas cosas, entre esas, lo que iba a hacer con Enzo. Enzo era su hermano mayor y nadie iba a cambiar eso nunca. Ella, Emma Ortega Brown, estaba enamorada de su hermano. Así es, lo acababa de aceptar abiertamente, de forma madura y consciente después de esos cinco años de ausencia, ¡estaba realmente enamorada de su hermano mayor! Y estaba también harta de esa situación. Pensó que al salir de ahí y estabilizarse un poco, sería el