OctaviaCuando la comida llegó una vez más a mi celda, extendí la mano para tomar la bandeja, notando cómo mi cuerpo había cambiado durante mi cautiverio.Mis dedos se sentían más delgados, frágiles casi, y mi piel parecía más pálida bajo la tenue luz que se filtraba en la celda. Mis dedos recorrieron mi piel, notando cómo la falta de una nutrición adecuada había dejado mi cuerpo notablemente más delgado.Las costillas eran ahora más evidentes bajo la piel, y mis brazos y piernas se sentían frágiles, como si la fuerza que una vez poseían se hubiera esfumado. Cada hueso parecía más prominente, cada curva menos definida.Luego, mis dedos se deslizaron hasta la marca de Orión en mi cuello. Con un suspiro, recordé el momento en que esa marca fue hecha, un símbolo de un vínculo que creí eterno.A pesar de los esfuerzos de Lucien por borrarla, la cicatriz parecía intacta. Era como si, a pesar de todo, la conexión con Orión se negara a ser eliminada.Al tocar la marca, una oleada de emocione
OriónLa pérdida de Robert era una sombra que pesaba sobre mi corazón, una carga de culpa y remordimiento que me acompañaba en cada paso que daba. Sabía, en lo más profundo de mí, que su muerte había sido mi culpa. Mi necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que sacudiera el frío y la apatía que se habían asentado en mi interior desde la pérdida de Octavia, me había llevado a arriesgarme imprudentemente. Había buscado la adrenalina, un atisbo de emociones, sin medir completamente las consecuencias de mis acciones.Y eso había costado la vida de Robert. Después de asegurarme de que todos en el búnker del Sur estaban a salvo, tomé la dolorosa decisión de regresar con el cuerpo de Robert. Lo llevaba sobre mi hombro, un peso físico y emocional que me recordaba constantemente mi responsabilidad en su muerte.En el camino de regreso, Jake y otros lobos se unieron a mí, ayudándome a llevar el cuerpo de Robert. Cerca de nuestro búnker, encontramos un lugar para enterrarlo. Aunque no podíamos
HeiderEse día, me encontraba en la sala de comunicación cuando Lucas logró establecer el primer contacto con otro de los Alfas. La tensión que había impregnado el aire durante días se disipó por un momento, reemplazada por un rayo de felicidad y alivio palpable. Era como si una carga colectiva se hubiera levantado de los hombros de todos en la sala.—Beta Lucas soy Alfa Zane, —resonó una voz fuerte y clara a través del altavoz. La voz de Alfa Zane, llena de autoridad y experiencia, captó inmediatamente nuestra atención.—Alfa Zane, ¿cómo están las cosas por ahí? —preguntó Lucas, su voz reflejando la preocupación que todos sentíamos.La respuesta de Zane no tardó en llegar, aunque no era lo que esperábamos oír.—Hemos perdido a varios, tenemos tres búnkeres con nuestra gente, hemos podido hablar con otros Alfas y la situación es similar. —Su tono era sombrío, y cada palabra parecía pesar en la sala.—Mierda... —murmuró Lucas, un eco de lo que todos sentíamos en ese momento. La graveda
SamanthaEra muy tarde en la noche cuando nos convocaron a la sala de comunicaciones para discutir y tomar decisiones sobre la propuesta de los otros Alfas. La atmósfera estaba cargada de tensión y preocupación, especialmente cuando nos enteramos de lo que se esperaba de mi hermano Orión.—Es una locura que quieran que vayas, ¿no es suficiente con que mandes un audio o algo así? —pregunté, incapaz de ocultar mi ansiedad. La idea de enviar a Orión en una misión tan peligrosa me llenaba de temor.—Así no funcionan las cosas, Sam. —intervino Lucas, que estaba a mi lado. Su voz intentaba ser tranquilizadora, pero no lograba disipar mi miedo. Incapaz de contener mi frustración, repliqué con sarcasmo:—¿Entonces qué? ¿Alfa Orión simplemente va como una princesa en su carruaje a saludar a todos? —No podía creer que estuviéramos considerando seriamente esa propuesta.—Algo así, sí, —bromeó Orión, pero su humor no alivió mi preocupación.—Esto no es gracioso. ¿Vas a arriesgar tu vida? —lo repr
OriónEl amanecer apenas se insinuaba en el cielo, las nubes permanentes que lo cubrían teñían todo de una oscuridad sombría y persistente. Caminábamos con cautela, nuestros pasos medidos y silenciosos, conscientes de que cualquier ruido podía atraer a los Elegidos de la Diosa o a alguna de las criaturas que ahora acechaban estos parajes.El aire estaba frío y húmedo, y sentía cómo la bruma matutina se pegaba a mi piel. A pesar de la opresiva atmósfera, manteníamos un ritmo constante, moviéndonos con un propósito claro.Llegamos al Búnker del sur en poco tiempo. Al entrar, me reuní con los consejeros que habían quedado a cargo del lugar. Sus rostros mostraban una mezcla de alivio y preocupación al verme. La tensión era palpable, cada uno de ellos consciente de la gravedad de la situación.Les informé sobre mi misión, explicándoles los detalles y el objetivo de visitar los otros búnkeres. Era crucial que entendieran la importancia de esta tarea, no solo para nuestra manada, sino para t
OctaviaAllí, de pie frente a mí, había un niño que no llegaba ni a mis hombros. Observé con asombro cómo cada detalle de su apariencia parecía meticulosamente arreglado: no tenía ni una sola marca en su piel y su ropa estaba tan prolija y limpia que parecía haber salido de una pintura, más que de la cruda realidad de nuestro mundo. Su presencia en aquel lugar sombrío y desolado era tan inesperada que por un momento dudé de su realidad.—¡Perfecto! Las alucinaciones han llegado, —me burlé de mí misma, mi voz cargada de ironía. La idea de que mi mente estuviera jugándome una mala pasada en aquel momento crítico parecía plausible, dada la tensión y el estrés que había estado soportando.Pero entonces, el niño habló con una voz que sonaba tan pura y serena, tan inesperadamente angelical, que me hizo cuestionar mis propias palabras. —No son alucinaciones, hija mía, —dijo, y su tono estaba lleno de una sabiduría que no parecía corresponder a su joven edad.Me quedé mirándolo, completament
LucienLa oscuridad de la noche era un reflejo perfecto de la tormenta que se agitaba en mi interior. Me había obligado a no ver a Octavia durante días, intentando de alguna manera superar estas emociones que me consumían. Como vampiro, la despiadada sed de sangre era mi naturaleza, pero desde que Octavia entró en mi vida, había algo más, una lucha interna entre lo que era y lo que sentía por ella.Había salido a patrullar más seguido, intentando encontrar algún consuelo en la tortura de otros. Cada grito, cada súplica de mis víctimas era un intento vano de acallar la confusión y el deseo que Octavia había despertado en mí.Justo ahora, mi grupo y yo estábamos persiguiendo a unos lobos que se habían atrevido a merodear cerca de las fronteras de las Tierras Sagradas. Corríamos a través del bosque, el viento frío rozando mi rostro, la excitación de la caza bombeando adrenalina a través de mis venas. Pero incluso en ese momento de pura persecución vampírica, mi mente se desviaba hacia el
OctaviaAiden se había desvanecido hace dos comidas. La soledad y el silencio habían vuelto a envolver mi celda, dejándome sumida en mis pensamientos. Estaba recostada en el suelo, tratando de encontrar algún tipo de comodidad en el frío y duro suelo de piedra, cuando de repente la puerta se abrió de golpe.Lucien estaba parado en el umbral, su imponente figura recortada contra la luz que se filtraba desde el pasillo. Al verlo, un escalofrío recorrió mi espina dorsal, y me puse en alerta inmediatamente. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una luz de esperanza que me desconcertó. ¿Qué estaba haciendo aquí?—Octavia, —susurró, y juro que en su voz se escuchó un matiz del Lucien que yo recordaba, el que en algún momento había mostrado un destello de humanidad. Era como si, por un breve instante, el hombre que había conocido antes de que su naturaleza vampírica se impusiera estuviera de vuelta.Me levanté lentamente, manteniendo la distancia entre nosotros. —¿Qué qu