Octavia
Encerrada en la oscuridad de mi celda, había perdido la noción del tiempo. El concepto de día y noche se había desvanecido, dejándome en un eterno crepúsculo. Me traían comida dos veces cada cierto tiempo, pero los intervalos eran irregulares, añadiendo a mi sensación de desorientación.
No quería comer, pero una parte de mí se aferraba a la vida, una chispa de resistencia que se negaba a extinguirse a pesar de mi desesperación.
La comida en sí misma era insípida, a veces estaba fría y otras veces apenas comestible. La tragaba sin saborearla, y siempre terminaba por vomitarla.
No quería vivir más esta pesadilla. Cada día era un ciclo interminable de soledad y desesperanza, un laberinto de dolor y pérdida del que no veía salida. La ausencia de Darcy era un vacío constante, un agujero negro en mi corazón que nada podía llenar.
Me recostaba en el suelo frío de la celda, abrazando mis rodillas y cerrando los ojos, intentando escapar de mi realidad a través del sueño o la imaginación. Pero incluso allí, en mis sueños, las sombras de mi prisión me seguían, recordándome que no había escape, que cada amanecer traería solo más de lo mismo.
La comida que me traían se había vuelto cada vez más intolerable, no solo por su sabor o su textura, sino por lo que representaba: mi continua existencia en esta pesadilla sin fin. Con cada bocado, mi desesperación crecía, y mis pensamientos se oscurecían más y más, desviándose hacia formas de poner fin a mi sufrimiento.
En un momento de profunda desesperanza, comencé a hurgar frenéticamente entre las pocas pertenencias que tenía, buscando algo, cualquier cosa, que pudiera usar para terminar con todo. Pero entonces, mis dedos tocaron algo inesperado: la mitad del colgante que había servido como llave para abrir las Tierras Sagradas, ese maldito artefacto que había desencadenado esta cadena de horrores.
Sosteniendo el medio sol en mi palma, sentí una oleada de impotencia y culpa. Ese pequeño objeto era un recordatorio de mi papel en este desastre, una prueba tangible de las consecuencias de mis acciones. El dolor en mi pecho se intensificó, una mezcla de arrepentimiento y tristeza que me abrumaba.
Las lágrimas comenzaron a brotar, primero lentamente y luego en un torrente imparable. Lloré por todo lo que había perdido, por todo lo que había causado. Lloré por Darcy, por mi hermana, por Orión, por todos los que habían sufrido por mi culpa. Cada sollozo era un grito de dolor y una súplica de perdón, una liberación de toda la angustia y el remordimiento que había estado reprimiendo.
La voz suave y tranquilizadora que resonó en mi mente parecía intentar ofrecerme consuelo, pero no podía aceptarla.
—No llores, hija del Sol, —susurraba, pero sus palabras no lograban penetrar el muro de dolor y desesperación que me rodeaba. Mis lágrimas seguían cayendo, incesantes, como si con ellas pudiera purgar parte del dolor que sentía.
No presté atención a la voz, convencida de que estaba perdiendo la razón. El peso del remordimiento y la culpa era demasiado, aplastando mi espíritu.
—Todo es mi culpa, —grité con desesperación, necesitando liberar el torbellino de emociones que me consumía por dentro. —¡Soy una maldición para todos, una vergüenza de persona!
Mis gritos y lamentos se hacían eco en las paredes de la mazmorra, un sonido desgarrador que era el reflejo de mi alma rota.
Cada palabra que pronunciaba era como una punzada adicional en mi corazón, un recordatorio de todo el dolor y la devastación que había causado. Sentía que había fallado a todos los que me importaban, que mi existencia había traído solo sufrimiento y desgracia.
En mi desesperación, me acurruqué en un rincón de la celda, abrazando mis rodillas y sollozando sin control. La soledad y el aislamiento solo intensificaban mi agonía. En ese oscuro y frío rincón, me sentí completamente perdida, atrapada en un abismo de desesperanza del que no veía salida.
—Perdóname, Darcy, por favor, —sollocé, sintiendo una herida interna que iba más allá de lo físico. Mi corazón y mi alma parecían desgarrarse con cada recuerdo de Darcy, con cada pensamiento de lo que había perdido. El dolor era tan intenso que sentía como si mi cuerpo mismo no pudiera contenerlo.
En medio de mi desesperación, una imagen inesperada invadió mi mente, una visión tan clara y vívida que por un momento me hizo dudar de mi propia locura. Era Orión, en nuestra habitación, mirándome con un amor y una ternura que parecían trascender el espacio y el tiempo. Sus ojos reflejaban un cariño profundo, una conexión que iba más allá de las palabras, más allá de la realidad misma.
Por un instante, la visión de Orión me proporcionó un destello de calidez, un respiro en medio del frío y la oscuridad que me rodeaban. Me aferré a esa imagen, a esa sensación de ser amada y protegida, aunque solo fuera una ilusión, una fantasía creada por mi mente desesperada por encontrar algo de consuelo.
Con las lágrimas aun corriendo por mis mejillas, respiré hondo, tratando de absorber algo de la fuerza y el amor que esa imagen de Orión me ofrecía. Aunque estaba atrapada en esta celda, esa visión me había dado un rayo de esperanza, un recordatorio de que, aunque Darcy ya no estaba conmigo, todavía había personas que me amaban, que me esperaban.
—Lo siento tanto, mi amor, —susurré, mientras la imagen de Orión se acercaba a mí en mi mente. Cada palabra era un lamento, un reconocimiento de la tragedia que nos había envuelto. —Lamento todo esto, —dije, sintiendo que mis palabras eran insuficientes para expresar el torbellino de emociones que me agitaba por dentro.
—Shh, mi amor, tú no has hecho nada malo, —respondió él, su voz un bálsamo en medio de mi tormento. En ese instante, cuando me envolvió en sus brazos, el contacto se sintió increíblemente real. Podía sentir la calidez de su abrazo, el consuelo de su presencia, aunque sabía que no era más que una ilusión de mi mente.
Era como si, por un momento, toda la soledad y el dolor se disiparan, reemplazados por una sensación de seguridad y amor que había creído perdida. Cerré los ojos, permitiéndome sumergir en esa sensación, en ese breve respiro del dolor que me asediaba.
En sus brazos, aunque imaginarios, encontré un refugio, un recordatorio de los momentos felices que habíamos compartido. La visión de Orión me recordó que, a pesar de todo lo que había sucedido, todavía había amor en mi vida, un amor que trascendía las circunstancias actuales.
—Te amo tanto, mi amor, te extraño mucho, —susurró la imagen de Orión en mi mente, depositando un beso suave en mi cabeza. Cada toque, aunque imaginario, parecía inyectar un poco de calor en mi corazón congelado, un bálsamo para mi alma herida.
—He perdido a Darcy... —sollocé, desahogando el dolor acumulado que había estado guardando en mi interior. Me apreté contra su pecho, buscando consuelo en su presencia, aunque fuera solo una ilusión. Las lágrimas continuaban fluyendo, cada una llevando consigo fragmentos de mi dolor y mi desesperanza.
—Lo sé, mi amor, pero juntos saldremos de esto, —me aseguró, su voz llena de una firmeza y ternura que me reconfortaba. Sentía sus manos acariciando mi espalda, un gesto tranquilizador que me hacía sentir protegida y cuidada, a pesar de la realidad de mi soledad.
Me permití creer en sus palabras, permití que la esperanza floreciera, aunque fuera ligeramente, en mi pecho. Su presencia, aunque fuera solo en mi mente, me recordaba que aún había algo por lo que luchar, que a pesar de la oscuridad que me rodeaba, todavía había luz y amor en algún lugar esperando por mí.
La voz que resonó en mi mente me sacudió, alejándome bruscamente de la alucinación reconfortante de Orión.
—Todo esto puede pasar, hija del Sol, no te rindas aún, —dijo, sonando más clara y distintiva esta vez. Era como si, de alguna manera, hubiera una presencia real en la habitación conmigo, no solo una voz en mi cabeza.
Me quedé quieta, sorprendida y confundida por la nitidez con la que la voz se había manifestado. Miré a mi alrededor, medio esperando ver a alguien en la celda conmigo, pero estaba tan sola como siempre. Sin embargo, la sensación de que alguien o algo estaba presente era ineludible.
—¿Quién está ahí? —pregunté en voz baja, casi temerosa de romper el silencio que llenaba la celda. La atmósfera parecía cargada de una expectativa, como si la celda misma estuviera esperando una revelación.
La voz no respondió de inmediato, dejándome en un estado de incertidumbre. Sentía que algo estaba cambiando, que tal vez no estaba tan sola como había pensado. La mención de "hija del Sol" estaba en mi mente, trayendo consigo una serie de preguntas sin respuesta. ¿Era posible que aún hubiera algo de magia dentro de mí, a pesar de la pérdida de Darcy? ¿O era simplemente mi mente intentando encontrar una manera de sobrellevar la soledad y la desesperación?
Recordé entonces a Alice que me había llamado de la misma manera. Aunque en aquel momento no comprendí plenamente el significado de esas palabras, ahora resonaban en mi mente con una nueva importancia. Me envolvieron en una especie de calidez, un contraste con el frío y la desolación de mi celda.
Aún sin entender completamente qué significaba ser la "hija del Sol", me aferré a esa identidad como un posible hilo de esperanza, una pista hacia algún aspecto desconocido de mi ser o destino. Quizás había más en mí de lo que había percibido, quizás había una fuerza o un propósito que aún no había explorado.
Me envolví en mis propios brazos, cerrando los ojos e intentando imaginar el calor del sol en mi piel. En mi mente, esas palabras se convirtieron en un mantra, una fuente de consuelo y fuerza. Permití que la calidez de la idea me llenara, ofreciéndome un respiro del frío y la desesperación.
Con el corazón latiendo fuertemente en mi pecho, esperé, preguntándome si la voz volvería a hablar. En ese momento de incertidumbre, sabía que algo estaba cambiando dentro de mí, una sensación de que, a pesar de la oscuridad que me rodeaba, todavía había esperanza, un camino hacia adelante que aún no había descubierto completamente.
OriónLa voz de Lucas, tensa y urgente, llegó a mis oídos en el momento exacto en que cerramos la puerta del búnker detrás de nosotros.—Código rojo en el búnker del sur, —anunció, sus palabras cargadas de una gravedad que inmediatamente me puso en alerta.—¿Qué está pasando? —grité, mi voz elevándose sobre el murmullo de la manada que se agitaba con la alarma de Lucas. Podía sentir la tensión en el aire, una mezcla de miedo y urgencia que me empujaba a la acción.Fue Sam quien respondió, su voz tensa pero controlada.—Unos Elegidos de la Diosa interceptaron a unos lobos que habían ido a buscar comida, —informó. Su semblante reflejaba la seriedad de la situación, y supe que teníamos que actuar rápido.Rápidamente entregamos las mochilas llenas de suministros a unos miembros de la manada que pasaban por allí, dándoles instrucciones de llevarlas a la cocina y a la sala médica. Sin perder un segundo, me dirigí a la pared cerca de la puerta y tomé algunas armas. La necesidad de acción inm
OctaviaCuando la comida llegó una vez más a mi celda, extendí la mano para tomar la bandeja, notando cómo mi cuerpo había cambiado durante mi cautiverio.Mis dedos se sentían más delgados, frágiles casi, y mi piel parecía más pálida bajo la tenue luz que se filtraba en la celda. Mis dedos recorrieron mi piel, notando cómo la falta de una nutrición adecuada había dejado mi cuerpo notablemente más delgado.Las costillas eran ahora más evidentes bajo la piel, y mis brazos y piernas se sentían frágiles, como si la fuerza que una vez poseían se hubiera esfumado. Cada hueso parecía más prominente, cada curva menos definida.Luego, mis dedos se deslizaron hasta la marca de Orión en mi cuello. Con un suspiro, recordé el momento en que esa marca fue hecha, un símbolo de un vínculo que creí eterno.A pesar de los esfuerzos de Lucien por borrarla, la cicatriz parecía intacta. Era como si, a pesar de todo, la conexión con Orión se negara a ser eliminada.Al tocar la marca, una oleada de emocione
OriónLa pérdida de Robert era una sombra que pesaba sobre mi corazón, una carga de culpa y remordimiento que me acompañaba en cada paso que daba. Sabía, en lo más profundo de mí, que su muerte había sido mi culpa. Mi necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que sacudiera el frío y la apatía que se habían asentado en mi interior desde la pérdida de Octavia, me había llevado a arriesgarme imprudentemente. Había buscado la adrenalina, un atisbo de emociones, sin medir completamente las consecuencias de mis acciones.Y eso había costado la vida de Robert. Después de asegurarme de que todos en el búnker del Sur estaban a salvo, tomé la dolorosa decisión de regresar con el cuerpo de Robert. Lo llevaba sobre mi hombro, un peso físico y emocional que me recordaba constantemente mi responsabilidad en su muerte.En el camino de regreso, Jake y otros lobos se unieron a mí, ayudándome a llevar el cuerpo de Robert. Cerca de nuestro búnker, encontramos un lugar para enterrarlo. Aunque no podíamos
HeiderEse día, me encontraba en la sala de comunicación cuando Lucas logró establecer el primer contacto con otro de los Alfas. La tensión que había impregnado el aire durante días se disipó por un momento, reemplazada por un rayo de felicidad y alivio palpable. Era como si una carga colectiva se hubiera levantado de los hombros de todos en la sala.—Beta Lucas soy Alfa Zane, —resonó una voz fuerte y clara a través del altavoz. La voz de Alfa Zane, llena de autoridad y experiencia, captó inmediatamente nuestra atención.—Alfa Zane, ¿cómo están las cosas por ahí? —preguntó Lucas, su voz reflejando la preocupación que todos sentíamos.La respuesta de Zane no tardó en llegar, aunque no era lo que esperábamos oír.—Hemos perdido a varios, tenemos tres búnkeres con nuestra gente, hemos podido hablar con otros Alfas y la situación es similar. —Su tono era sombrío, y cada palabra parecía pesar en la sala.—Mierda... —murmuró Lucas, un eco de lo que todos sentíamos en ese momento. La graveda
SamanthaEra muy tarde en la noche cuando nos convocaron a la sala de comunicaciones para discutir y tomar decisiones sobre la propuesta de los otros Alfas. La atmósfera estaba cargada de tensión y preocupación, especialmente cuando nos enteramos de lo que se esperaba de mi hermano Orión.—Es una locura que quieran que vayas, ¿no es suficiente con que mandes un audio o algo así? —pregunté, incapaz de ocultar mi ansiedad. La idea de enviar a Orión en una misión tan peligrosa me llenaba de temor.—Así no funcionan las cosas, Sam. —intervino Lucas, que estaba a mi lado. Su voz intentaba ser tranquilizadora, pero no lograba disipar mi miedo. Incapaz de contener mi frustración, repliqué con sarcasmo:—¿Entonces qué? ¿Alfa Orión simplemente va como una princesa en su carruaje a saludar a todos? —No podía creer que estuviéramos considerando seriamente esa propuesta.—Algo así, sí, —bromeó Orión, pero su humor no alivió mi preocupación.—Esto no es gracioso. ¿Vas a arriesgar tu vida? —lo repr
OriónEl amanecer apenas se insinuaba en el cielo, las nubes permanentes que lo cubrían teñían todo de una oscuridad sombría y persistente. Caminábamos con cautela, nuestros pasos medidos y silenciosos, conscientes de que cualquier ruido podía atraer a los Elegidos de la Diosa o a alguna de las criaturas que ahora acechaban estos parajes.El aire estaba frío y húmedo, y sentía cómo la bruma matutina se pegaba a mi piel. A pesar de la opresiva atmósfera, manteníamos un ritmo constante, moviéndonos con un propósito claro.Llegamos al Búnker del sur en poco tiempo. Al entrar, me reuní con los consejeros que habían quedado a cargo del lugar. Sus rostros mostraban una mezcla de alivio y preocupación al verme. La tensión era palpable, cada uno de ellos consciente de la gravedad de la situación.Les informé sobre mi misión, explicándoles los detalles y el objetivo de visitar los otros búnkeres. Era crucial que entendieran la importancia de esta tarea, no solo para nuestra manada, sino para t
OctaviaAllí, de pie frente a mí, había un niño que no llegaba ni a mis hombros. Observé con asombro cómo cada detalle de su apariencia parecía meticulosamente arreglado: no tenía ni una sola marca en su piel y su ropa estaba tan prolija y limpia que parecía haber salido de una pintura, más que de la cruda realidad de nuestro mundo. Su presencia en aquel lugar sombrío y desolado era tan inesperada que por un momento dudé de su realidad.—¡Perfecto! Las alucinaciones han llegado, —me burlé de mí misma, mi voz cargada de ironía. La idea de que mi mente estuviera jugándome una mala pasada en aquel momento crítico parecía plausible, dada la tensión y el estrés que había estado soportando.Pero entonces, el niño habló con una voz que sonaba tan pura y serena, tan inesperadamente angelical, que me hizo cuestionar mis propias palabras. —No son alucinaciones, hija mía, —dijo, y su tono estaba lleno de una sabiduría que no parecía corresponder a su joven edad.Me quedé mirándolo, completament
LucienLa oscuridad de la noche era un reflejo perfecto de la tormenta que se agitaba en mi interior. Me había obligado a no ver a Octavia durante días, intentando de alguna manera superar estas emociones que me consumían. Como vampiro, la despiadada sed de sangre era mi naturaleza, pero desde que Octavia entró en mi vida, había algo más, una lucha interna entre lo que era y lo que sentía por ella.Había salido a patrullar más seguido, intentando encontrar algún consuelo en la tortura de otros. Cada grito, cada súplica de mis víctimas era un intento vano de acallar la confusión y el deseo que Octavia había despertado en mí.Justo ahora, mi grupo y yo estábamos persiguiendo a unos lobos que se habían atrevido a merodear cerca de las fronteras de las Tierras Sagradas. Corríamos a través del bosque, el viento frío rozando mi rostro, la excitación de la caza bombeando adrenalina a través de mis venas. Pero incluso en ese momento de pura persecución vampírica, mi mente se desviaba hacia el