Orión
El bosque bajo mis pies era un borrón de sombras y destellos de luz lunar, mis sentidos completamente vivos, mientras corría. Cada paso era una explosión de hojas secas y ramas quebradizas, resonando en el aire fresco de la noche. No había miedo en mi corazón, solo una sed insaciable de adrenalina que me impulsaba hacia adelante, más rápido, siempre más rápido.
"Solo déjame salir," gruñó Ciro, su voz una vibrante presencia en mi mente.
"Aún no, no llegamos todavía," le respondí con determinación, empujando a mis piernas a un ritmo aún más vertiginoso. Sentía cada músculo tensándose y liberándose en una danza perfecta de fuerza y agilidad, mi respiración sincronizada con cada movimiento.
El olor húmedo de la tierra mezclado con el aroma dulce y picante de las hojas de pino llenaba el aire, estimulando mis sentidos aún más. Los sonidos del bosque, el susurro de las hojas, el lejano aullido de un animal, se entrelazaban con el ritmo de mi corazón latiendo fuerte en mis oídos.
A lo lejos, el monstruo que me seguía emitía un rugido bajo y gutural, un sonido que habría helado el alma de cualquier otro, pero en mí, solo avivaba la llama de mi audacia. No era miedo lo que sentía, sino una excitación electrizante, una danza con el peligro que me hacía sentir más vivo que nunca.
"Están a salvo," resonó la voz calmada de Lucas en mi mente, su enlace mental tan claro como si estuviera a mi lado. "Están trabajando con los cables."
Al escuchar esas palabras, una ola de alivio momentáneo me recorrió. Ahora, con mi mente liberada de la preocupación por la seguridad de los demás, podía concentrarme en la bestia que acechaba ante mí. Este enfrentamiento se había convertido en algo más que una simple caza; lo sentía mi revancha personal, hace más de un mes tuve que dejar de pelear con estas criaturas cuando...
No, no iba a pensar en eso ahora, no era el momento de dejarse arrastrar por recuerdos oscuros y pensamientos dolorosos.
Con un giro ágil y preciso, me enfrenté al Umbra. La criatura, un abismo de oscuridad y malicia, estaba a apenas unos metros, sus ojos brillando con una sed de sangre que reflejaba la mía. En ese instante, dejé que Ciro tomara el control, cediendo a su fuerza y ferocidad.
Su toma del mando fue como una tormenta desatándose dentro de mí, poderosa e incontrolable. Sentí cómo mi cuerpo respondía con una precisión depredadora, cada músculo y cada fibra listos para el ataque. Con un rugido que parecía sacudir el mismo aire, Ciro se lanzó hacia adelante, sus garras apuntando con una precisión letal al cuello del Umbra.
La bestia gruñó, un sonido grave y amenazador, pero ya era demasiado tarde. Ciro, con un movimiento rápido y brutal, arrancó la garganta del Umbra, su sangre oscura y espesa goteando de nuestra boca. La bestia cayó al suelo con un golpe sordo, su cuerpo enorme yace inerte, un testamento de nuestra victoria feroz. Pero la satisfacción del triunfo fue efímera, interrumpida por un aullido familiar que cortó a través del silencio del bosque.
Mi cabeza se giró instintivamente hacia el origen del sonido, mis ojos buscando frenéticamente en la penumbra del bosque. El reconocimiento del aullido de Jake encendió una urgencia nueva en mí. Sin perder un segundo, corrí con la agilidad de un depredador, mis pies apenas tocando el suelo mientras me movía entre los árboles.
La escena que encontré encendió un fuego ardiente de rabia en mi pecho. Jake, un compañero y amigo, estaba atrapado bajo la garra descomunal de otro Umbra, su rostro torcido en una mezcla de dolor y desafío. Sin dudarlo, y sin permitirme pensar en las consecuencias, me lancé al ataque.
Ciro, aún al mando, se movió con una precisión letal. Nos abalanzamos sobre el Umbra, nuestras garras apuntando hacia sus vulnerabilidades, cada golpe un reflejo de nuestra determinación de no perder a otro ser querido a manos de estas criaturas despiadadas. El aire se llenó con el sonido de nuestra lucha, un duelo feroz bajo la luz tenue de la luna.
El grito de advertencia de Jake, cargado de urgencia, me sacudió justo a tiempo.
"¡Alfa! Cuidado atrás," exclamó, pero ya era demasiado tarde para esquivar completamente el ataque. Un tercer Umbra, surgido de las sombras como una pesadilla viviente, se lanzó sobre mí con una velocidad aterradora. Sus garras, afiladas como cuchillas, se hundieron en la carne de mi costado, arrancando un aullido de dolor que resonó en el bosque nocturno.
A pesar del dolor lacerante, mi enfoque nunca vaciló. Vi cómo Jake, recuperando su fuerza y ferocidad, tomó el control de su agresor, su cuerpo moviéndose con una determinación implacable. Al mismo tiempo, dos lobos de nuestra manada, alertados por el combate, se unieron a la lucha, lanzándose sobre el Umbra que me había herido.
"M****a," gruñí internamente, sintiendo cómo la sangre caliente se deslizaba por mi piel. Pero incluso con el dolor quemando en mi costado, no permití que me detuviera. Ciro y yo, en una simbiosis perfecta de hombre y lobo, luchamos con una rabia renovada, cada movimiento guiado por la necesidad de proteger a los nuestros.
Los Umbra, a pesar de su ferocidad y fuerza sobrenatural, no eran rivales para nuestra determinación. Con cada zarpazo y mordida, los obligamos a retroceder, hasta que finalmente, los dos monstruos yacían inertes a nuestros pies, sus cuerpos un testimonio de nuestra resistencia y fuerza.
La transformación de vuelta a nuestra forma humana fue un proceso doloroso, exacerbado por la herida en mi costado. A medida que mi piel se reformaba y las garras se retraían, el dolor agudo de la herida se hizo más presente.
Al recuperar mi forma humana, mis ojos se encontraron con los de Jake. En su mirada había una mezcla de alivio y reproche, como si quisiera reprenderme por el riesgo que había tomado. Pero antes de que pudiera articular palabra, lo corté con un gruñido bajo.
—Ni se te ocurra decir nada, —dije, mi voz ronca por el esfuerzo y el dolor. No había tiempo para reproches o discusiones; había sobrevivientes que necesitaban nuestra ayuda y una misión que completar.
Con un esfuerzo, volví sobre nuestros pasos, cada movimiento enviando olas de dolor a través de mi cuerpo. A lo lejos, la aldea, donde Lucas y Sam trabajaban incansablemente, comenzaba a materializarse entre los árboles. Estaban allí rescatando a los sobrevivientes y finalizando la reparación de unos cables esenciales para nuestra comunicación con las otras manadas.
La preocupación en el rostro de Sam era evidente cuando examinó mi herida.
—Diosa santísima, esa herida está horrible, —susurró, sus manos temblorosas sosteniendo unos rollos de cables y una caja que, a pesar de su condición, cargaba con determinación. Sin dudar, tomé los objetos de sus manos, aliviando su carga. Mi mirada se desvió hacia Lucas, fría como el hielo.
—¿De verdad piensas hacer cargar estas cosas a tu compañera embarazada? —le gruñí, mi voz cargada de reproche.
Sam intervino antes de que Lucas pudiera responder.
—Sabes que no le pasará nada a Ellie, —dijo con una firmeza que me sorprendió, —el escudo que Octa... ella colocó aún está en su lugar.
La mera mención de Octavia era como un golpe directo al corazón, haciendo que mi sangre se enfriara en las venas. Pero no podía permitirme perderme en esos pensamientos ahora.
—¿Todo listo? —pregunté, desviando rápidamente el tema. La tensión dentro de mí era una bestia que necesitaba ser contenida.
—Si, con esto reparado podremos comunicarnos con los demás Alfas, —respondió Lucas, su voz seria mientras colocaba las últimas herramientas en la caja que yo sostenía.
Era hora de partir.
—Debemos volver ahora, no falta mucho para que los Elegidos de la Diosa comiencen su patrulla, —dije con firmeza, dando media vuelta y encaminándome hacia los búnkeres que se habían convertido en nuestro refugio temporal.
Al llegar al búnker, me invadió una sensación de sobriedad. Este lugar, que se había convertido en nuestro refugio y fortaleza durante más de un mes, era un constante recordatorio de la dura lucha que habíamos emprendido. Recordé la casi ejecución de mi padre y Lucas, un evento que había marcado un punto de inflexión para nosotros. Después de aquello, la manada se había unido bajo mi mando para expulsar a los Elegidos de la Diosa de la ciudad, liberándonos de su opresión.
Era evidente que nuestras acciones habían atraído la atención indeseada de la Diosa, y por seguridad, había tomado la decisión de dispersarnos. Los búnkeres distribuidos por la ciudad nos ofrecían refugio y la posibilidad de mantenernos ocultos y seguros. Antes de entrar en nuestro propio refugio, me tomé un momento para contactar a todos los Alfas, instándolos a tomar medidas similares para proteger a sus manadas.
A pesar de nuestros esfuerzos, la triste realidad era que no habíamos podido llegar a todos los habitantes del territorio. Muchos aún estaban ahí fuera, vulnerables y solos. Por ello, todos los días, salíamos en busca de sobrevivientes, una misión peligrosa pero necesaria para asegurar la seguridad de todos los que podíamos. Cada vida que salvábamos era un pequeño triunfo en esta guerra desgarradora, una chispa de esperanza en la oscuridad que nos rodeaba.
Teníamos un problema técnico con los búnkeres. Construidos con gruesas paredes de hierro, estos refugios eran eficaces para mantenernos a salvo de las amenazas externas, pero al mismo tiempo, obstaculizaban la comunicación vital con nuestros lobos y el enlace telepático entre nosotros. Esta limitación nos dejaba en una desventaja significativa, especialmente en tiempos donde la coordinación rápida y efectiva era crucial.
La reparación de las radios en cada búnker se había convertido, por lo tanto, en una prioridad. La misión de hoy había sido un paso esencial hacia ese objetivo. Entrando al búnker, sabía que aún quedaba mucho trabajo por hacer. Pero con cada acción, con cada pequeña victoria, nos acercábamos más a nuestro objetivo final: la libertad y la seguridad de nuestra manada y de todos aquellos a quienes juramos proteger.
SamuelLa espera había sido larga y tensa, escondidos en las sombras, observando cada movimiento de Octavia y su acompañante. La atmósfera estaba cargada de una anticipación eléctrica mientras nos manteníamos al borde del territorio donde las Tierras Sagradas se encontraban con el dominio de los Cazadores Sagrados. Adriana, siempre la más impaciente, se movía inquieta a mi lado, sus ojos centelleantes reflejando la luz de la luna.—¿Cuánto tiempo más? —susurraba ella ocasionalmente, su voz una mezcla de deseo y frustración. Yo, por mi parte, me mantenía concentrado, mis ojos nunca abandonando a Octavia, casi sin respirar, vi cómo se acercaba al muro. Era un espectáculo cautivador; la forma en que se movía con tal determinación, como si estuviera destinados a desbloquear los secretos de aquel lugar prohibido. En mi pecho, un sentimiento de ansiedad crecía.La aparición del muro fue tan súbita como sorprendente, materializándose ante nuestros ojos para luego desintegrarse en un espectác
OctaviaEl tiempo había perdido su significado en esta habitación que sospechaba era de Lucien. Las horas se diluían en días, y los días se fundían en una continuidad indefinida y sombría.Cada aliento que tomaba era un recordatorio de mi soledad, un eco de la ausencia que me dolía en lo más profundo del alma.La pérdida de Darcy era una herida abierta en mi ser. Ella no era solo mi loba, era parte de mí, un fragmento esencial de mi existencia. En esos momentos de soledad, me aferraba a los recuerdos de tiempos mejores, a los momentos en que Darcy y yo éramos una, fuertes y unidas. Pero incluso esos recuerdos se estaban desvaneciendo, dejándome a la deriva en un mar de desesperación y desolación.En este confinamiento, en esta habitación que se había convertido en mi prisión, la noción del tiempo había perdido todo significado. Lo único que importaba, lo único que persistía, era la agonía de la pérdida y la insoportable soledad que me consumía día tras día.Lucien venía poco, pero ca
LucienArrastré a Octavia de vuelta a mi habitación, mis dedos apretados alrededor de su brazo con una fuerza que no pretendía disimular. La resistencia que ella ofrecía era mínima, como si su espíritu hubiera sido erosionado por el constante maltrato y la desesperación.Mi habitación, un lugar que había sido testigo de innumerables actos de crueldad, se había convertido en un santuario personal de tortura y dominación. Las paredes, desnudas y frías, estaban impregnadas de los ecos de su sufrimiento. Cada vez que entraba aquí con ella, un oscuro placer me invadía, disfrutando de su dolor y sometiéndola a mi voluntad.Aunque me deleitaba en la tortura y el abuso, una parte de mí no podía evitar sentir una especie de fascinación retorcida por Octavia. Su resistencia, aunque cada vez más débil, era una llama que, por alguna razón, no podía extinguir del todo. La forma en que su cuerpo se estremecía bajo mi toque, la mezcla de miedo y desafío en sus ojos; todo en ella despertaba en mí una
Orión Sentado en la sala que ahora servía como comedor comunal, me encontraba sumido en pensamientos profundos, tratando de planificar nuestro próximo movimiento. El espacio, iluminado tenuemente por unas cuantas luces parpadeantes, estaba lleno del murmullo de las conversaciones y el sonido de los utensilios contra los platos. A pesar de estar rodeado de mi manada, un sentimiento de soledad e inquietud me envolvía, como una densa niebla que no lograba disipar. Una de las lobas del grupo, que ayudaba en la cocina, se acercó a mí con paso vacilante. Su expresión era tensa, una mezcla de preocupación y respeto. —Alfa, nos estamos quedando sin alimentos para todos, —murmuró en voz baja, casi como si temiera perturbar el frágil equilibrio que manteníamos. Sus palabras me sacaron de mis reflexiones, recordándome una de las muchas realidades crudas que enfrentábamos en nuestro refugio subterráneo. —Bien, haremos una salida especial para traer recursos, —le respondí, tratando de manten
OctaviaEncerrada en la oscuridad de mi celda, había perdido la noción del tiempo. El concepto de día y noche se había desvanecido, dejándome en un eterno crepúsculo. Me traían comida dos veces cada cierto tiempo, pero los intervalos eran irregulares, añadiendo a mi sensación de desorientación.No quería comer, pero una parte de mí se aferraba a la vida, una chispa de resistencia que se negaba a extinguirse a pesar de mi desesperación.La comida en sí misma era insípida, a veces estaba fría y otras veces apenas comestible. La tragaba sin saborearla, y siempre terminaba por vomitarla.No quería vivir más esta pesadilla. Cada día era un ciclo interminable de soledad y desesperanza, un laberinto de dolor y pérdida del que no veía salida. La ausencia de Darcy era un vacío constante, un agujero negro en mi corazón que nada podía llenar.Me recostaba en el suelo frío de la celda, abrazando mis rodillas y cerrando los ojos, intentando escapar de mi realidad a través del sueño o la imaginació
OriónLa voz de Lucas, tensa y urgente, llegó a mis oídos en el momento exacto en que cerramos la puerta del búnker detrás de nosotros.—Código rojo en el búnker del sur, —anunció, sus palabras cargadas de una gravedad que inmediatamente me puso en alerta.—¿Qué está pasando? —grité, mi voz elevándose sobre el murmullo de la manada que se agitaba con la alarma de Lucas. Podía sentir la tensión en el aire, una mezcla de miedo y urgencia que me empujaba a la acción.Fue Sam quien respondió, su voz tensa pero controlada.—Unos Elegidos de la Diosa interceptaron a unos lobos que habían ido a buscar comida, —informó. Su semblante reflejaba la seriedad de la situación, y supe que teníamos que actuar rápido.Rápidamente entregamos las mochilas llenas de suministros a unos miembros de la manada que pasaban por allí, dándoles instrucciones de llevarlas a la cocina y a la sala médica. Sin perder un segundo, me dirigí a la pared cerca de la puerta y tomé algunas armas. La necesidad de acción inm
OctaviaCuando la comida llegó una vez más a mi celda, extendí la mano para tomar la bandeja, notando cómo mi cuerpo había cambiado durante mi cautiverio.Mis dedos se sentían más delgados, frágiles casi, y mi piel parecía más pálida bajo la tenue luz que se filtraba en la celda. Mis dedos recorrieron mi piel, notando cómo la falta de una nutrición adecuada había dejado mi cuerpo notablemente más delgado.Las costillas eran ahora más evidentes bajo la piel, y mis brazos y piernas se sentían frágiles, como si la fuerza que una vez poseían se hubiera esfumado. Cada hueso parecía más prominente, cada curva menos definida.Luego, mis dedos se deslizaron hasta la marca de Orión en mi cuello. Con un suspiro, recordé el momento en que esa marca fue hecha, un símbolo de un vínculo que creí eterno.A pesar de los esfuerzos de Lucien por borrarla, la cicatriz parecía intacta. Era como si, a pesar de todo, la conexión con Orión se negara a ser eliminada.Al tocar la marca, una oleada de emocione
OriónLa pérdida de Robert era una sombra que pesaba sobre mi corazón, una carga de culpa y remordimiento que me acompañaba en cada paso que daba. Sabía, en lo más profundo de mí, que su muerte había sido mi culpa. Mi necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que sacudiera el frío y la apatía que se habían asentado en mi interior desde la pérdida de Octavia, me había llevado a arriesgarme imprudentemente. Había buscado la adrenalina, un atisbo de emociones, sin medir completamente las consecuencias de mis acciones.Y eso había costado la vida de Robert. Después de asegurarme de que todos en el búnker del Sur estaban a salvo, tomé la dolorosa decisión de regresar con el cuerpo de Robert. Lo llevaba sobre mi hombro, un peso físico y emocional que me recordaba constantemente mi responsabilidad en su muerte.En el camino de regreso, Jake y otros lobos se unieron a mí, ayudándome a llevar el cuerpo de Robert. Cerca de nuestro búnker, encontramos un lugar para enterrarlo. Aunque no podíamos