Octavia
El tiempo había perdido su significado en esta habitación que sospechaba era de Lucien. Las horas se diluían en días, y los días se fundían en una continuidad indefinida y sombría.
Cada aliento que tomaba era un recordatorio de mi soledad, un eco de la ausencia que me dolía en lo más profundo del alma.
La pérdida de Darcy era una herida abierta en mi ser. Ella no era solo mi loba, era parte de mí, un fragmento esencial de mi existencia.
En esos momentos de soledad, me aferraba a los recuerdos de tiempos mejores, a los momentos en que Darcy y yo éramos una, fuertes y unidas. Pero incluso esos recuerdos se estaban desvaneciendo, dejándome a la deriva en un mar de desesperación y desolación.
En este confinamiento, en esta habitación que se había convertido en mi prisión, la noción del tiempo había perdido todo significado. Lo único que importaba, lo único que persistía, era la agonía de la pérdida y la insoportable soledad que me consumía día tras día.
Lucien venía poco, pero cada una de sus visitas dejaba una huella profunda y dolorosa, tanto en mi piel como en mi espíritu. Había abusado de mí innumerables veces, y cada encuentro era un tormento que iba desgastando lentamente mi fortaleza interior. Con cada visita, sentía cómo se desmoronaba una parte más de mi ser, hasta llegar al punto de rogarle, en momentos de desesperación abrumadora, que terminara con mi sufrimiento.
Cada vez que pronunciaba esas palabras, él se detenía. Se quedaba allí parado, mirándome fijamente con esos ojos en los que una vez deposité mi confianza, y veía algo cambiar en su interior, una lucha interna que no lograba comprender del todo. Era como si, en esos breves momentos, algo dentro de él se revelara contra sus propias acciones, obligándolo a retirarse.
Me quedaba sola después de esas visitas, abrazando mis rodillas y meciéndome suavemente, tratando de encontrar un consuelo o una fortaleza que parecían cada vez más lejanos.
Ese día, la rutina de mi cautiverio tomó un giro inesperado cuando dos guardias vinieron a buscarme. Con brusquedad, me vistieron con un vestido viejo y desgastado. Las cadenas que colocaron en mis muñecas eran frías y pesada.
Me escoltaron por los pasillos del palacio, cuyas paredes parecían observarme con indiferencia. Cada paso era una lucha, no solo contra las cadenas, sino también contra la desesperanza que me consumía. Finalmente, llegamos a una sala donde la Diosa Luna estaba sentada en su trono, una figura de autoridad y poder.
—Hija mía, estás hecha un desastre, —dijo con una sonrisa en sus labios, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos fríos.
No le respondí con palabras. En cambio, le lancé una mirada cargada de todo el odio y el desprecio que había acumulado en mi ser. Mi mirada era un desafío silencioso, un rechazo a su falsa compasión.
Mi desafío no pasó desapercibido. Uno de los guardias, tal vez en un intento de demostrar su lealtad a la Diosa o simplemente por crueldad, me golpeó con tal fuerza que caí al suelo. El impacto contra el frío mármol me dejó aturdida y dolorida.
—Inclínate ante tu Diosa, pedazo de m****a humana —gruñó el guardia con desprecio. Su voz era un latigazo, pero yo no podía moverme, el dolor y la humillación me tenían clavada en el suelo.
La presencia altiva y desapegada de la Diosa Luna dominaba la sala, su mirada condescendiente fija en mí mientras se dirigía a los presentes.
—Compórtate, hija mía, hoy tenemos visitas, —dijo, su voz teñida de falsa dulzura, como si su preocupación por mi bienestar fuera más que una mera actuación.
A mi lado, los guardias se mantuvieron firmes, sus cuerpos rígidos como estatuas, vigilándome con una atención que parecía excesiva dada mi condición actual. A pesar de que había perdido a Darcy y con ella mi conexión con la loba que vivía dentro de mí, me mantenían como si aún fuera una amenaza. Su precaución me parecía irónica; ahora no era más que una humana, desprovista de mis habilidades y fuerzas anteriores.
Cuando los visitantes entraron, supe inmediatamente quiénes eran. La voz de Samuel me golpeó antes de que pudiera ver su rostro.
—Tú deberías estar muerta, —dijo, su tono llevando una mezcla de sorpresa y algo que no supe interpretar. Mi respuesta fue instintiva, una mezcla de desafío y amargura.
—¿Acaso no me ves bien, imbécil? —Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera contenerlas, impulsadas por un deseo de mostrar que no estaba completamente quebrada, a pesar de todo lo que había sufrido.
Sin embargo, mi resistencia verbal fue recibida con una nueva dosis de violencia. Uno de los guardias me golpeó de nuevo, con una fuerza que me hizo caer al suelo. El dolor del impacto se mezcló con la humillación, pero me negué a mostrar cualquier signo de debilidad. En el suelo, levanté la mirada hacia Samuel y los demás, manteniendo una chispa de desafío en mis ojos. Si Samuel estaba aquí, definitivamente no era por nada bueno.
La Diosa Luna, con su voz fría y autoritaria, me reprendió frente a sus invitados, reforzando mi posición humillante.
—La mascota de mi comandante no debería hablar, —dijo, y sus palabras hicieron que Lucien se acercara a mí.
Lucien, con una expresión de desdén en su rostro, me agarró con fuerza y me levantó del suelo. Su agarre era implacable, y podía sentir cómo sus dedos se clavaban en mi brazo, enviando oleadas de dolor a través de mi cuerpo. Traté de mantenerme firme, a pesar del dolor y la humillación, pero era difícil no mostrar mi incomodidad.
A pesar de todo, intenté mantener la cabeza alta, rehusando dejar que la situación me quebrara por completo. Cada fibra de mi ser gritaba en protesta, pero sabía que cualquier signo de debilidad solo serviría para darles más poder sobre mí.
—Ahora dime, pequeño cachorro, ¿qué hacen un lobito, una vampira y una bruja aquí? —su voz resonaba con una mezcla de curiosidad y desprecio.
Samuel, en un gesto de sumisión que parecía extraño en él, se inclinó sobre una rodilla y bajó la cabeza.
—Estamos aquí para ofrecerle nuestra ayuda, Diosa, —dijo, su voz un murmullo de deferencia.
La risa de la Diosa, que siguió a su declaración, fue tan cargada de maldad y triunfo que me hizo estremecer. Era el sonido de alguien que disfrutaba del control absoluto sobre aquellos a su alrededor.
—¿Y qué podrían hacer por mí ustedes? —preguntó, claramente escéptica sobre la utilidad de sus visitantes. Fue entonces cuando la mujer mayor detrás de Samuel habló.
—Sabemos que aún no ha podido llegar al territorio de las brujas, yo puedo ayudarla, —dijo, su voz confiada. La Diosa Luna, sin embargo, no parecía impresionada.
—¿Y tú crees que no te he olvidado? —gruñó, su tono cargado de rencor. —Tú y tu maldito Alfa me encerraron aquí, —continuó, extendiendo una mano hacia la mujer.
En un instante, la bruja, Ría, fue arrastrada hacia el trono, su cuerpo moviéndose a través del espacio como si fuera arrastrado por una fuerza invisible.
—Mis hijos y yo hemos sufrido mucho estando aquí encerrados por tu culpa, la magia que usaste para mejorarlo a él, fueron usadas en mi contra, Ría, —dijo la Diosa, su voz helada como el invierno. Ría, visiblemente asustada, apenas pudo articular una respuesta.
—Yo... Yo... No... Sabía... —balbuceó, intentando defenderse. Pero la Diosa Luna no mostró piedad.
—Eso no importa ahora, tú no importas, —susurró con frialdad, cerrando su mano en un puño.
En ese momento, Ría comenzó a desintegrarse, su cuerpo deshaciéndose como si fuera cristal rompiéndose bajo una presión insoportable.
El grito de Samuel llenó la sala, un sonido de terror y desesperación que resonó en las paredes del palacio. Yo, aún en manos de Lucien, observaba la escena con una mezcla de horror y desamparo, consciente de que estábamos en presencia de un poder que nos superaba en todos los sentidos.
La Diosa Luna, imperturbable ante el horror que acababa de desatar, se dirigió a Samuel con una calma escalofriante.
—Ahora, pequeño Alfa, —dijo, como si el acto de destruir a Ría hubiera sido algo trivial, —¿Qué tienes para mí, aparte de este pequeño regalo que me trajiste?
Samuel, aun claramente conmocionado por el destino de Ría, logró reunir suficiente compostura para responder.
—Sé que Orión y sus Alfas están planeando atacar, puedo decirte sus escondites, llevarte a ellos, —dijo con voz temblorosa.
Al escuchar sus palabras, sentí que mi sangre se congelaba. La traición de Samuel era completa, dispuesto a entregar a Orión y a los demás para salvar su propia piel. Una ola de furia y desprecio se apoderó de mí; deseaba hacerle pagar por su cobardía y traición.
La Diosa Luna, sin embargo, pareció restarle importancia a su información.
—Ese otro pequeño Alfa no me preocupa, puede intentar lo que quiera, su final está cerca también, —dijo con una frialdad que helaba el alma. —Agradezco el presente que me trajiste, solo por eso, te daré a ti y a tu compañera unos valiosos segundos antes de que los mate... —Se puso de pie, emanando un aura de poder y peligro.
—30… —comenzó a contar, su voz tranquila pero cargada de un significado mortal.
—29… —Samuel, finalmente comprendiendo la gravedad de su situación, se dio la vuelta y salió corriendo de la sala, dejando atrás a Adriana en su apresurada huida.
—28… —continuó la Diosa, impasible.
Adriana, tardando un momento en reaccionar, finalmente salió disparada tras él, su figura desapareciendo en la penumbra del pasillo.
La risa de la Diosa Luna, llena de triunfo y desdén, llenaba la habitación, haciendo eco en los rincones oscuros del palacio. Su risa era como una melodía siniestra, un sonido que se me clavaba en el corazón y me recordaba mi impotencia en esta situación.
Un guardia, impulsado por la euforia del momento, preguntó ansiosamente:
—¿Vamos a por ellos? —Su voz estaba cargada de anticipación, como si anhelara la persecución y el conflicto. Sin embargo, la Diosa Luna, con un gesto despreocupado de su mano, descartó la idea.
—Déjalos, ahora no tienen a dónde ir, se matarán entre ellos, —dijo con indiferencia. Su tono era frío, calculador, como si estuviera hablando de piezas en un tablero de ajedrez en lugar de vidas humanas.
A mi lado, Lucien, cuya postura había permanecido tensa y alerta, hizo una pregunta que parecía haber estado reteniendo.
—¿Por qué has traído a Octavia aquí? —Su voz llevaba un atisbo de curiosidad, quizás una preocupación oculta. La Diosa Luna se giró hacia él, su mirada destilando veneno.
—Tu mascota, querrás decir, —replicó, sus palabras impregnadas de desprecio. —Simplemente vino de espectadora, tal vez este pequeño Alfa le informe a su compañero e intentarán venir a rescatarla, serían un blanco fácil, —dijo con una sonrisa cruel.
Su respuesta me heló el alma. Era evidente que estaba siendo utilizada como cebo, un mero peón en su juego retorcido. La idea de que mi vida, y potencialmente la de mi compañero y sus aliados, pudiera ser tan trivial para ella era aterradora.
Me quedé allí, paralizada por un momento, sintiendo cómo el peso de mi situación se asentaba sobre mí con una fuerza abrumadora.
LucienArrastré a Octavia de vuelta a mi habitación, mis dedos apretados alrededor de su brazo con una fuerza que no pretendía disimular. La resistencia que ella ofrecía era mínima, como si su espíritu hubiera sido erosionado por el constante maltrato y la desesperación.Mi habitación, un lugar que había sido testigo de innumerables actos de crueldad, se había convertido en un santuario personal de tortura y dominación. Las paredes, desnudas y frías, estaban impregnadas de los ecos de su sufrimiento. Cada vez que entraba aquí con ella, un oscuro placer me invadía, disfrutando de su dolor y sometiéndola a mi voluntad.Aunque me deleitaba en la tortura y el abuso, una parte de mí no podía evitar sentir una especie de fascinación retorcida por Octavia. Su resistencia, aunque cada vez más débil, era una llama que, por alguna razón, no podía extinguir del todo. La forma en que su cuerpo se estremecía bajo mi toque, la mezcla de miedo y desafío en sus ojos; todo en ella despertaba en mí una
Orión Sentado en la sala que ahora servía como comedor comunal, me encontraba sumido en pensamientos profundos, tratando de planificar nuestro próximo movimiento. El espacio, iluminado tenuemente por unas cuantas luces parpadeantes, estaba lleno del murmullo de las conversaciones y el sonido de los utensilios contra los platos. A pesar de estar rodeado de mi manada, un sentimiento de soledad e inquietud me envolvía, como una densa niebla que no lograba disipar. Una de las lobas del grupo, que ayudaba en la cocina, se acercó a mí con paso vacilante. Su expresión era tensa, una mezcla de preocupación y respeto. —Alfa, nos estamos quedando sin alimentos para todos, —murmuró en voz baja, casi como si temiera perturbar el frágil equilibrio que manteníamos. Sus palabras me sacaron de mis reflexiones, recordándome una de las muchas realidades crudas que enfrentábamos en nuestro refugio subterráneo. —Bien, haremos una salida especial para traer recursos, —le respondí, tratando de manten
OctaviaEncerrada en la oscuridad de mi celda, había perdido la noción del tiempo. El concepto de día y noche se había desvanecido, dejándome en un eterno crepúsculo. Me traían comida dos veces cada cierto tiempo, pero los intervalos eran irregulares, añadiendo a mi sensación de desorientación.No quería comer, pero una parte de mí se aferraba a la vida, una chispa de resistencia que se negaba a extinguirse a pesar de mi desesperación.La comida en sí misma era insípida, a veces estaba fría y otras veces apenas comestible. La tragaba sin saborearla, y siempre terminaba por vomitarla.No quería vivir más esta pesadilla. Cada día era un ciclo interminable de soledad y desesperanza, un laberinto de dolor y pérdida del que no veía salida. La ausencia de Darcy era un vacío constante, un agujero negro en mi corazón que nada podía llenar.Me recostaba en el suelo frío de la celda, abrazando mis rodillas y cerrando los ojos, intentando escapar de mi realidad a través del sueño o la imaginació
OriónLa voz de Lucas, tensa y urgente, llegó a mis oídos en el momento exacto en que cerramos la puerta del búnker detrás de nosotros.—Código rojo en el búnker del sur, —anunció, sus palabras cargadas de una gravedad que inmediatamente me puso en alerta.—¿Qué está pasando? —grité, mi voz elevándose sobre el murmullo de la manada que se agitaba con la alarma de Lucas. Podía sentir la tensión en el aire, una mezcla de miedo y urgencia que me empujaba a la acción.Fue Sam quien respondió, su voz tensa pero controlada.—Unos Elegidos de la Diosa interceptaron a unos lobos que habían ido a buscar comida, —informó. Su semblante reflejaba la seriedad de la situación, y supe que teníamos que actuar rápido.Rápidamente entregamos las mochilas llenas de suministros a unos miembros de la manada que pasaban por allí, dándoles instrucciones de llevarlas a la cocina y a la sala médica. Sin perder un segundo, me dirigí a la pared cerca de la puerta y tomé algunas armas. La necesidad de acción inm
OctaviaCuando la comida llegó una vez más a mi celda, extendí la mano para tomar la bandeja, notando cómo mi cuerpo había cambiado durante mi cautiverio.Mis dedos se sentían más delgados, frágiles casi, y mi piel parecía más pálida bajo la tenue luz que se filtraba en la celda. Mis dedos recorrieron mi piel, notando cómo la falta de una nutrición adecuada había dejado mi cuerpo notablemente más delgado.Las costillas eran ahora más evidentes bajo la piel, y mis brazos y piernas se sentían frágiles, como si la fuerza que una vez poseían se hubiera esfumado. Cada hueso parecía más prominente, cada curva menos definida.Luego, mis dedos se deslizaron hasta la marca de Orión en mi cuello. Con un suspiro, recordé el momento en que esa marca fue hecha, un símbolo de un vínculo que creí eterno.A pesar de los esfuerzos de Lucien por borrarla, la cicatriz parecía intacta. Era como si, a pesar de todo, la conexión con Orión se negara a ser eliminada.Al tocar la marca, una oleada de emocione
OriónLa pérdida de Robert era una sombra que pesaba sobre mi corazón, una carga de culpa y remordimiento que me acompañaba en cada paso que daba. Sabía, en lo más profundo de mí, que su muerte había sido mi culpa. Mi necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que sacudiera el frío y la apatía que se habían asentado en mi interior desde la pérdida de Octavia, me había llevado a arriesgarme imprudentemente. Había buscado la adrenalina, un atisbo de emociones, sin medir completamente las consecuencias de mis acciones.Y eso había costado la vida de Robert. Después de asegurarme de que todos en el búnker del Sur estaban a salvo, tomé la dolorosa decisión de regresar con el cuerpo de Robert. Lo llevaba sobre mi hombro, un peso físico y emocional que me recordaba constantemente mi responsabilidad en su muerte.En el camino de regreso, Jake y otros lobos se unieron a mí, ayudándome a llevar el cuerpo de Robert. Cerca de nuestro búnker, encontramos un lugar para enterrarlo. Aunque no podíamos
HeiderEse día, me encontraba en la sala de comunicación cuando Lucas logró establecer el primer contacto con otro de los Alfas. La tensión que había impregnado el aire durante días se disipó por un momento, reemplazada por un rayo de felicidad y alivio palpable. Era como si una carga colectiva se hubiera levantado de los hombros de todos en la sala.—Beta Lucas soy Alfa Zane, —resonó una voz fuerte y clara a través del altavoz. La voz de Alfa Zane, llena de autoridad y experiencia, captó inmediatamente nuestra atención.—Alfa Zane, ¿cómo están las cosas por ahí? —preguntó Lucas, su voz reflejando la preocupación que todos sentíamos.La respuesta de Zane no tardó en llegar, aunque no era lo que esperábamos oír.—Hemos perdido a varios, tenemos tres búnkeres con nuestra gente, hemos podido hablar con otros Alfas y la situación es similar. —Su tono era sombrío, y cada palabra parecía pesar en la sala.—Mierda... —murmuró Lucas, un eco de lo que todos sentíamos en ese momento. La graveda
SamanthaEra muy tarde en la noche cuando nos convocaron a la sala de comunicaciones para discutir y tomar decisiones sobre la propuesta de los otros Alfas. La atmósfera estaba cargada de tensión y preocupación, especialmente cuando nos enteramos de lo que se esperaba de mi hermano Orión.—Es una locura que quieran que vayas, ¿no es suficiente con que mandes un audio o algo así? —pregunté, incapaz de ocultar mi ansiedad. La idea de enviar a Orión en una misión tan peligrosa me llenaba de temor.—Así no funcionan las cosas, Sam. —intervino Lucas, que estaba a mi lado. Su voz intentaba ser tranquilizadora, pero no lograba disipar mi miedo. Incapaz de contener mi frustración, repliqué con sarcasmo:—¿Entonces qué? ¿Alfa Orión simplemente va como una princesa en su carruaje a saludar a todos? —No podía creer que estuviéramos considerando seriamente esa propuesta.—Algo así, sí, —bromeó Orión, pero su humor no alivió mi preocupación.—Esto no es gracioso. ¿Vas a arriesgar tu vida? —lo repr