Octavia
La noche se cernía sobre nosotros en un silencio inquietante, las nubes grises conspiraban para ocultar la luna llena, que luchaba desesperadamente por iluminar nuestro camino. El viento, que antes apenas susurraba, aumentaba su furia, advirtiendo la tormenta que se avecinaba con una intensidad palpable.
Patrullábamos en la penumbra, cerca del territorio de la Tierra Sagrada, y el aire se volvía denso, cargado de una energía que chispeaba en el ambiente como electricidad estática. Cada paso resonaba en la oscuridad, acompañado por el crujir de hojas secas y un escalofrío que recorría mi espina dorsal.
Un sonido grave rompió la quietud, emergiendo desde detrás de árboles imponentes, cuyas sombras se alargaban en la penumbra. A pesar de que el temor se apoderaba de mí, una extraña compulsión me impulsó hacia el origen del sonido.
Mis sentidos se vieron asaltados cuando una ola de putrefacción y muerte invadió mis fosas nasales. Mis ojos, ajustándose a la oscuridad, se encontraron con una visión macabra: cuerpos colgando de los árboles, presencias completas, pero indudablemente desprovistas de vida. La ausencia de color en ellos, como si la última gota de sangre hubiera sido extirpada, añadía un toque sobrenatural a la escena, intensificando la angustia que ya se apoderaba de mí.
—Heredera... —resonó una voz masculina, evocando recuerdos de cómo me llamaban las brujas. Mis ojos escudriñaron el entorno en busca de la fuente de ese susurro. Entre los árboles que investigaba, lo vi.
Unos ojos, profundos y antinaturales, me observaban desde la distancia, hipnóticos en su intensidad. Eran rojos como la sangre que había abandonado los cuerpos suspendidos en las ramas de los árboles.
—Ven a nosotros, te estamos esperando —susurró la voz, llevando consigo una invitación cargada de un aura misteriosa. La tormenta estalló sobre mí, las gotas de lluvia cayendo con furia, mientras las nubes en el cielo se retorcían y adquirían un matiz rojo rubí.
Volví la mirada hacia mi pelaje, solo para descubrir que no era agua lo que lo empapaba; era sangre. La lluvia escarlata caía, mezclándose con la oscura noche, y la realidad se tornaba cada vez más surrealista mientras me sumía en un mundo donde los elementos naturales se retorcían y se fundían con lo sobrenatural.
Desperté abruptamente, el grito aún resonando en mis oídos, y la oscuridad de la habitación reemplazaba el escenario surrealista de mi sueño. Buscando a tientas el calor reconfortante de mi compañero, me enfrenté a la cruda realidad del vacío frío a mi lado.
Derramé una sola lágrima, una única muestra de debilidad, antes de levantarme e ir al baño. Cada paso resonaba en la habitación, y el eco de mi propio dolor reverberaba en las paredes. Al llegar al espejo, me encontré con mi reflejo, con ojos enrojecidos que revelaban la tormenta emocional que se agitaba dentro de mí.
Dejé que el agua corriera en el lavabo, una mezcla de fría realidad y ardiente desesperación. Mis manos temblaban mientras intentaba controlar el temor que se extendía como una sombra en mi interior. La vida, tan frágil como una lágrima solitaria, se aferraba a mí, y yo luchaba por mantener mi fortaleza en medio de la tormenta.
Mis dedos se aferraron al borde del lavabo, como si pudieran anclarme a la realidad. La imagen en el espejo mostraba un rostro marcado por la tristeza, pero también por la determinación. No podía permitirme desmoronarme, no cuando la vida exigía que enfrentara la adversidad con valentía.
Limpié mi rostro, eliminando cualquier rastro visible de vulnerabilidad. La única lágrima que se permitió escapar se convirtió en un símbolo de resistencia, una gota que contenía todo el peso de las emociones que luchaba por controlar.
Al salir del baño, llevaba conmigo la carga de una pérdida que se manifestaba en mi andar, pero también la fuerza de quien elige seguir adelante a pesar del dolor. Cerré la puerta detrás de mí, dejando atrás el refugio momentáneo del baño, y me enfrenté al mundo exterior con la determinación de superar la tormenta, una lágrima a la vez.
Rápidamente me vestí para la jornada, optando por unos jeans desgastados y una camiseta negra que se ajustaba a la sombría atmósfera que envolvía mis emociones. Añadí una chaqueta de cuero negra, no solo para combatir el ligero frescor de la mañana, sino también como un reflejo externo de las emociones turbias que me consumían.
Darcy llevaba días sin hablarme, su silencio era un eco doloroso que resonaba en cada rincón de nuestro espacio compartido. La sombra de su dolor se cernía sobre nosotros, una barrera invisible que me dejaba incapaz de penetrar en su mundo de sufrimiento.
Caminé hacia la puerta, el chirrido familiar de la bisagra rompiendo la quietud que se había instalado en la habitación. Mi reflejo en el espejo antes de salir mostraba un rostro endurecido por las circunstancias, con la chaqueta de cuero como una coraza que intentaba ocultar las grietas de mi propio dolor.
El día se extendía ante mí, pero la nubosidad emocional persistía. Cerré la puerta con cuidado, consciente de que cada sonido resonaba en el espacio que compartíamos, un recordatorio constante de las palabras no dichas y las distancias emocionales que nos separaban.
Caminé con pasos firmes hasta la oficina de Orión. Desde el día en que proclamé mi liderazgo como Luna de la manada, me había instalado allí, a pesar de que legalmente no ostentaba ese título. Afortunadamente, nadie se opuso. Sabía que, aunque las formalidades legales no respaldaran mi liderazgo, la manada necesitaba una guía, y estaba dispuesta a asumir ese papel.
La puerta de roble se alzaba imponente ante mí, un umbral que representaba el poder y la autoridad que había asumido. Al empujarla, revelé el interior de la oficina, decorada con elementos que reflejaban la herencia de la manada y mi compromiso con su bienestar.
Me senté en el escritorio, donde papeles y mapas delineaban los desafíos y responsabilidades que acompañaban mi papel como líder. Aunque la manada había aceptado mi liderazgo, también sabía que debía ganarme su lealtad continuamente.
Con la mirada fija en la puerta, me preparé para el día que se extendía ante mí. Cada decisión que tomara, cada desafío que enfrentara, sería una prueba de mi capacidad para liderar y proteger a aquellos que habían confiado en mí para guiarlos.
Mi principal objetivo era encontrar a Orión. Sabía que estaba vivo porque nuestro vínculo de compañeros seguía palpando en el centro de mi corazón. Lucas me había explicado que, si Orión estuviera muerto, lo habría sentido en lo más profundo de mi ser. Me describió la sensación como lo más desgarrador que un lobo podía experimentar, llevándolo, en algunas ocasiones, a la muerte misma.
Estaba sumida en la lectura de unos papeles cuando descubrí algo que hizo que mi mente explotara. La magnitud de la realidad en la que me había sumergido el día que decidí que Orión me marcara se volcó ante mí. Me sentí desfallecer al entender las implicaciones de lo que había descubierto. Las náuseas amenazaban con hacerme vomitar sobre el escritorio mientras mi cabeza daba vueltas.
—¡Lucas! —grité mientras hojeaba un diario que había encontrado en el primer cajón del escritorio de Orión.
—¿Qué ocurre? —preguntó aterrorizado al entrar en la oficina, escudriñando el entorno.
—¿Me puedes explicar qué m****a es esto? —le entregué el diario entre mis manos.
—Es un recuento de nuestros distritos —dijo, enarcando una ceja —¿Por qué?
—Pensé que Orión era el único Alfa, aparte del Alfa enemigo... —mi voz reflejaba la confusión que crecía en mi interior.
—En nuestro territorio hay muchos distritos, cada uno con su propio Alfa y Beta, responsables de la ciudad y pueblos de la zona. Todos responden directamente a Orión.
La revelación de Lucas resonó en mi mente, chocando contra mis preconcepciones y desgarrando la realidad que había construido en torno a la manada. La idea de múltiples líderes en nuestro territorio, todos bajo la autoridad de Orión, era desconcertante.
—¿Es como un Rey Alfa? —pregunté, sin entender del todo.
Lucas se volvió hacia mí, su expresión juguetona iluminada por la luz tenue que se filtraba desde la lámpara sobre el escritorio de Orión.
—Algo así... —respondió con una sonrisa bailando en su rostro. —¿No te lo había dicho?
La sorpresa se mezcló con mi confusión mientras procesaba la información. ¿Más Alfas? ¿Una jerarquía más compleja de lo que jamás imaginé? La incredulidad se reflejó en mis ojos mientras intentaba asimilar la realidad recién descubierta.
—¿Crees que estaría así de confundida si lo hubiera hecho? —pregunté con sarcasmo, mis cejas frunciéndose ante la ironía de la situación.
Lucas rio, su risa resonando en la oficina como una melodía discordante. El sonido, mezcla de complicidad y misterio, aumentaba mi inquietud.
—Espera... Si hay más Alfas, me imagino que hay más Lunas, ¿verdad? —mi voz llevaba consigo la sombra de una revelación que amenazaba con cambiar mi comprensión del mundo.
Lucas asintió con solemnidad, colocando una mano en su barbilla mientras evaluaba mi reacción con ojos brillantes.
—Así es —confirmó, su mirada pícara revelando que disfrutaba de mi desconcierto.
La noticia resonó en mi mente, abriendo un abismo de posibilidades y desafíos. Más Lunas significaba más complejidades, más lealtades entrelazadas en la red de la manada. Mis pensamientos eran un torbellino de emociones, desde la incertidumbre hasta la anticipación.
—¿Eso en qué me convierte? —observé cada uno de sus movimientos mientras sopesaba mi pregunta, consciente de que mi destino se forjaba en las respuestas que seguirían.
La sonrisa burlona que curvaba los labios de Lucas revelaba un conocimiento que parecía gustarle mantener en la penumbra.
—Pues... tú serías la Reina Luna... —sus palabras flotaron en el aire, cargadas de implicaciones que apenas comenzaba a comprender.
La magnitud de mi posición, la responsabilidad y poder que conllevaba, se abría ante mí como un vasto territorio desconocido. La sensación de ser una pieza crucial en un juego más grande, una revelación que reverberaba en mi ser, me hizo estremecer. La oficina, antes un refugio seguro, ahora parecía más pequeña, como si las paredes se cerraran sobre mí.
—¿Por qué nunca me habló de esto antes? —pregunté, sintiendo una mezcla de incredulidad y enojo.
Lucas suspiró, como si cargar con un peso antiguo.
—Has pasado por tantas cosas, Octavia, creo que él nunca tuvo realmente la oportunidad de hablarte de esto... —Lucas se acercó a mí, abrazándome con amor de hermano. La calidez de su abrazo era reconfortante, un ancla en medio de la tormenta que se desataba en mi interior. Sentí su corazón latir en sintonía con el mío, una conexión que iba más allá de las palabras.
Las emociones se agolpaban en mi pecho, una mezcla de confusión, tristeza y una chispa de ira. Orión, el hombre al que amaba y en quien confiaba, me había guardado secretos. Me sentía como una pieza en un tablero de ajedrez, moviéndome inconscientemente en un juego del que no entendía las reglas.
Octavia —Lucas, ¿cómo pude no saberlo? —mi voz temblaba con una vulnerabilidad que rara vez mostraba. Levanté la mirada hacia él, buscando respuestas en sus ojos comprensivos. —La estructura de nuestra manada es compleja, y Orión quería protegerte de la carga de liderazgo. No quería que te sintieras abrumada antes de la ceremonia de Luna —explicó con sinceridad, apartándose para sostenerme el rostro entre las manos. —Pero ahora estoy abrumada por la incertidumbre, por no conocer la verdad. ¿Cuántas cosas más me ocultaba? —mis preguntas resonaban en el aire, como un eco de mi propia confusión. Lucas suspiró, su mirada reflejando compasión. —No lo sé, Octavia. Pero estoy aquí para apoyarte, para ayudarte a entender y afrontar lo que sea que descubras. Eres fuerte, y juntos superaremos esto. Asentí con gratitud, agradeciendo la presencia reconfortante de Lucas en ese momento de desgarradora revelación. La tormenta en mi interior no se apaciguaba, pero al menos no enfrentaba la temp
LucasMe retiré de la oficina de Orión con un nudo en el estómago, dejando a Octavia en una posición de liderazgo que no le correspondía completamente, pero que, sin embargo, aceptó con valentía. La responsabilidad pesaba sobre sus hombros, y aunque estaba orgulloso de ella, no podía evitar preocuparme por lo que podríamos descubrir sobre la desaparición de Orión.Caminé por los pasillos de la casa de la manada, con sus paredes de vidrio que dejaban entrar la luz de la mañana, iluminando el espacio con tonos cálidos. El cielo despejado brillaba a través de las ventanas, y el contraste con la inquietud que sentía en mi interior era abrumador.Al entrar en mi oficina, cerré la puerta detrás de mí, sumiéndome en el silencio que reinaba en el espacio. La habitación estaba impregnada con el aroma a madera fresca y el sutil olor a tierra después de la lluvia de la madrugada anterior. Me dejé caer en mi silla, sintiendo la tensión en mis músculos.Mis pensamientos dieron vueltas en espiral m
LucasEl ambiente en la oficina se volvió más íntimo y personal cuando quedé solo con Sam. Me acerqué a ella, envolviéndola en un abrazo que transmitía tanto la necesidad de consuelo como la celebración de un momento especial. Hundí mi rostro en su cuello, inhalando profundamente. Fue entonces cuando la grata sorpresa me envolvió.—Ya puedo olerla —dije emocionado, mis palabras resonando con una mezcla de asombro y alegría. Nuestra cachorra, fruto de nuestra unión, crecía en el vientre de mi compañera, y este era el primer contacto sensorial que tenía con ella.Sam correspondió al abrazo con calidez, y su risa resonó en la habitación.—¿En serio ya puedes olerla? —preguntó con una mezcla de emoción y asombro.Asentí, con una sonrisa que reflejaba la felicidad que sentía en ese momento. La conexión con la vida que crecía dentro de Sam era una experiencia única, y cada pequeño detalle, como el aroma que comenzaba a identificar, hacía que la realidad de ser futuros padres se volviera más
OctaviaLa luz del sol acariciaba mi piel con su cálido abrazo, y su resplandor me obligó a entrecerrar los ojos para poder apreciar mi entorno. El fulgor era tan intenso que sentí el impulso de alzar la mano para protegerme de su radiante presencia. Sin dudas, me encontraba en el bosque, pero algo en él no me resultaba completamente familiar.Ajusté la mirada, entrecerrando los ojos en un intento por discernir los detalles que mi visión inicial no revelaba. Fue entonces cuando lo noté: estaba en el límite del territorio con las Tierras Sagradas, un lugar impregnado de misticismo y respeto entre los lobos de la manada y las brujas.El aroma fresco del bosque se entrelazaba con la esencia única que emanaba de las Tierras Sagradas, creando una atmósfera cargada de reverencia. Cautelosamente, di un paso hacia adelante, sintiendo el crujir de hojas secas bajo mis pies. Un escalofrío recorrió mi columna, una mezcla de anticipación y respeto ante la proximidad de un lugar tan significativo.
Octavia—Es una pesadilla, despierta —siguió gritando Lucas, su llamado como un faro que me guiaba de vuelta a la cordura. Me esforcé por abrir los ojos, luchando contra las sombras que aún amenazaban con atraparme.—Lucas... —susurré, mi propia voz temblorosa, mientras sus brazos se convertían en mi refugio. Me aferré a él como si temiera que el sueño pudiera arrancarme de su abrazo en cualquier momento.—Estás a salvo, Octavia. Solo fue una pesadilla —susurró Lucas, sus manos acariciando mi espalda con una suavidad reconfortante. Cerré los ojos, permitiendo que sus palabras actuaran como un bálsamo en medio de la tormenta.Pasaron varios minutos, mi respiración agitada finalmente cedió ante el consuelo de su presencia. Mis dedos se aflojaron de la tensión que aún persistía en mi piel, y me permití sumergirme en la certeza de que estaba a salvo, lejos de las garras de aquella pesadilla cruel.—¿Estás bien? —preguntó Lucas, su preocupación palpable en cada palabra.—Fue tan real, Luca
LucienMi camino a través del Territorio de Los Cazadores Sagrados era un avance lento y calculado. Cada paso que daba estaba marcado por la precaución, mi cuerpo se movía en sintonía con la danza de sombras proyectadas por la densa vegetación. Las patrullas de lobos se deslizaban como espectros entre los árboles, sus sentidos agudos alertas a cualquier intruso.El aroma a bosque impregnaba el aire, mezclado con la tensión palpable que fluía entre las hojas crujientes bajo mis pies. El desafío estaba en avanzar sin dejar una huella olfativa que pudiera ser rastreada por los lobos vigilantes. La astucia y la paciencia se volvieron mis aliadas mientras sorteaba cada rincón de este territorio.Mis sentidos se agudizaban ante el sonido de ramas quebrándose a lo lejos. Me detuve, mi cuerpo tenso como un arco listo para ser disparado. Las patrullas se desplazaban en grupos compactos, una danza coordinada de la manada que debía evitar a toda costa. Avancé con sigilo, respirando con la menor
LucienUna sonrisa juguetona se instaló en mis labios, a pesar de la hostilidad que flotaba en el ambiente. Ahora estaba más interesado en poner mis labios en los suyos... y algunas partes más.—Creo que han sido tus hombres quienes me han traído aquí, y no puedo creer lo mal educados que son... ni siquiera me preguntaron qué hacía en ese lugar —respondí audazmente, desafiando la tormenta que se cernía en sus ojos.Ella me miró con una mezcla de incredulidad y desdén.—Si piensas, por un segundo, que voy a disculparme, hoy no es tu maldito día de suerte —gruñó entre dientes, y sentí cómo mi pulso se aceleraba ante la intensidad de sus palabras. La tensión se acumuló, y una corriente eléctrica pareció recorrer el aire entre nosotros.—Cuanta rudeza, Luna —murmuré, dejando que mis palabras flotaran con un tono juguetón. —Ese es tu nombre, ¿no? —La provocación estaba en el aire, un desafío silencioso que esperaba su respuesta.Se acercó a mí con una gracia felina y se sentó sobre la mesa
OctaviaSalí de las mazmorras después de mi visita al nuevo prisionero, con Lucas pisándome los talones. La húmeda penumbra del lugar se disipaba lentamente mientras ascendía por la escalinata de piedra, dejando atrás los lúgubres recuerdos que se albergaban en las celdas oscuras.La charla con el prisionero fue más que informativa; sus revelaciones resonaban en mi mente como notas musicales, dando una estructura sólida al plan que había gestado días atrás. Mis pensamientos se alineaban como las piezas de un rompecabezas, encajando con precisión y revelando un panorama que antes parecía difuso.Al salir a la luz del día, el sol acarició mi rostro, desencadenando una mezcla de sensaciones. Un cálido escalofrío recorrió mi columna, como si la luz misma llevara consigo secretos que solo se revelaban a quienes estaban dispuestos a ver más allá.Lucas me seguía de cerca. Su presencia, aunque reconfortante, no podía disipar la inquietud que me embargaba. El aire fresco del exterior contrast