LucienOctavia estaba paralizada en el lugar cuando el Umbra se nos abalanzó. Su rostro reflejaba pánico, sus ojos se abrieron como platos, y su cuerpo se tensó como si fuera incapaz de moverse. Pude sentir su miedo en el aire, una tensión palpable que se mezclaba con el aroma a tierra húmeda y musgo del bosque circundante. Sus manos, frías y temblorosas, se aferraron instintivamente a su ropa mientras luchaba por encontrar el coraje para reaccionar.Salté en el mismo momento en que lo hizo la criatura, moviéndome con una rapidez impulsada por la adrenalina. Atrapé a Octavia en mis brazos y la saqué bruscamente de la trayectoria del Umbra. Rodamos por un pequeño barranco, las hojas crujieron bajo nosotros mientras nos estrellábamos contra un árbol. Mi cuerpo, protector sobre el suyo, llenaba mi mente con imágenes inapropiadas para este momento, pero no podía permitirme distraerme.—Vamos, cielo, tenemos trabajo que hacer —intenté sacarla de su aturdimiento, mi voz urgente y llena de d
LucienCon manos ligeramente temblorosas, saqué el arma de la cintura de mi pantalón y apunté al domador. Luego, volví la mirada hacia Octavia, que estaba a unos pocos pasos de ellos, mirándome. Le hice un gesto afirmativo con la cabeza para que supiera que la estaba cubriendo. Con una mano, le indiqué que esperara un momento.Apunté nuevamente al domador y disparé directamente a su cabeza. La bala lo dejaría inmóvil en el suelo durante un buen rato. Al oír el golpe sordo de su cuerpo cayendo, un escalofrío me recorrió la espina dorsal. El Umbra, alarmado, se puso de pie, buscando entre los árboles con sus ojos salvajes y desorientados.En ese momento crucial, Octavia emergió de detrás de él y clavó su espada en su costado. La criatura, con un grito que retumbó por el bosque, se retorció violentamente hasta liberarse de la espada y lanzó a Octavia unos cuantos pasos atrás con un movimiento brusco. Al verla levantarse con la espada en mano, un suspiro de alivio escapó de mis labios.Co
OctaviaLa sangre del Umbra, pegajosa y densa, se adhería a mi ropa, marcándome con un recuerdo sombrío de la batalla. Sentía su peso coagulado, un recordatorio constante del encuentro cercano con la muerte, y una urgencia creciente por liberarme de este olor férreo y metálico.Caminamos por horas en el bosque, donde el suelo crujía bajo nuestros pies y el aire fresco contrastaba con la tensión en mis músculos. Sin rastros de civilización, solo la melodía tranquila del viento entre las hojas. A lo lejos, el sonido del agua corriendo me dio esperanza; me giré hacia él, guiada por el sonido hasta encontrar un lago pequeño con una cascada cayendo sobre él.—Necesito sacarme este olor de encima —dije a Lucien, evitando su mirada, sintiendo cómo mi voz reflejaba mi agotamiento y ansiedad.Me acerqué al lago, lanzando una piedra para asegurarme de que estuviera libre de peligros. Lucien estaba recostado contra un árbol, con los brazos cruzados y una sonrisa atrevida que me irritaba y atraía
OctaviaDesperté justo cuando el sol comenzaba su descenso, tiñendo el cielo con tonos de naranja y rosa. Aún bajo la luz del sol, estábamos bien cubiertos bajo el gran árbol que habíamos decidido ocupar mientras dormíamos. Las ramas se entrelazaban en lo alto, formando un techo natural que nos protegía.Me levanté al tiempo que me desperezaba, estirando cada músculo de mi cuerpo. Había una sensación de frescura en el aire que rejuvenecía. Miré a mi alrededor y noté la ausencia de Lucien.Tal vez habría ido a buscar más comida, pensé, mientras una ligera preocupación se asomaba en mi mente.Recogí la ropa seca que estaba en las ramas de los árboles, sintiendo la textura áspera del tejido bajo mis dedos. La estaba doblando y guardando cuando el sonido de algo cayendo en el lago llamó mi atención. Me acerqué lentamente, con pasos cautelosos, para ver las ondas moverse en la superficie del agua, confirmando que algo había caído.Estaba cerca del agua cuando una figura masculina emergió,
Orión—¡Alfa! Despierta Alfa —la voz urgente de mi guerrero me sacudió, arrancándome de la oscuridad densa y abrumadora en la que estaba sumido. La sensación de haber estado flotando en un vacío sin fin se desvanecía lentamente. Me habían dado una gran dosis de acónito, y el veneno aún latía dolorosamente en mis venas, haciendo que cada respiración fuera una lucha.—¿Qué ocurre? —Pude balbucear con esfuerzo, moviéndome sobre la punta de mis pies. Mis manos seguían atadas al techo, y cada pequeño movimiento enviaba oleadas de dolor a través de mis brazos y hombros, agudizando el dolor en mis huesos.—Diosa santísima, has dejado de respirar por un momento... —Exhaló él un suspiro aliviado, y pude escuchar en su voz una mezcla de temor y alivio que resonó en el aire cargado de la celda.Cada vez que el peso de mi sufrimiento amenaza con arrastrarme hacia el deseo de un descanso eterno, la imagen de Octavia surgía como un faro, reavivando mi voluntad de luchar. La idea de que ella pudiera
Orión Comencé a descender lentamente por su cuerpo, dejando una senda de besos desde su mandíbula hasta su cuello. Mordí suavemente la marca que había dejado allí hace tiempo, un gesto que era tanto una reafirmación de nuestro vínculo como un acto de amor apasionado. Bajé aún más, encontrándome con sus pechos. Los tomé en mis manos, masajeándolos con ternura y reverencia. Observé las reacciones de su cuerpo bajo mi tacto, cada suspiro, cada temblor, cada pequeño arco de su espalda. En ese momento, bajo la luz suave del sol que se filtraba por la ventana, con el canto de los pájaros del bosque como música de fondo, todo lo demás se desvaneció. Solo existíamos Octavia y yo, envueltos en un mundo de amor y deseo que nos pertenecía solo a nosotros dos. Mi boca se llenó con uno de sus pechos, provocando que ella despegara la espalda de la cama y se aferrara a mi cabello con intensidad. Su olor y su sabor, la reacción de su cuerpo ante mis caricias y besos, eran un deleite que me llevaba
Samantha El sol apenas comenzaba a teñir de dorado el horizonte cuando me desperté, inquieta por las pesadillas agitadas que habían perturbado mi sueño. La fresca brisa de la mañana acariciaba mi piel mientras me dirigía hacia el centro de la ciudad, a la casa de la manada, donde Lucas estaba por dirigirse a los demás miembros del consejo. A pesar de las circunstancias, una dulce sensación de vida crecía dentro de mí, recordándome mi embarazo de tres semanas. Caminaba por los pasillos de la gran casa de la manada, sintiendo la madera antigua crujir suavemente bajo mis pasos. Los pasillos estaban decorados con tapices que narraban la historia de nuestra manada, cada hilo un recuerdo de victorias y pérdidas pasadas. A medida que me acercaba a la sala de reuniones, el murmullo de voces se hacía más claro. A pesar del peso de la situación, una sensación de pertenencia me llenaba; este era mi hogar, y estas personas, mi familia extendida. Lucas se paró con autoridad frente a los miembro
Samantha El nuevo día amaneció con un silencio tranquilo, roto solo por los suaves sonidos de la naturaleza despertando. Al abrir los ojos, noté inmediatamente la ausencia de Lucas a mi lado. Girando, encontré una nota en su lugar, escrita con su característica letra firme y clara. Decía que había ido a recibir a los Alfas que llegaban ese día y que me esperaba para desayunar con ellos en la casa de la manada. La idea de conocer a los Alfas que jugarían un papel crucial en los próximos eventos me llenó de una mezcla de anticipación y nerviosismo. Me levanté, sintiendo una oleada de energía a pesar de la inquietud. Elegí un vestido largo hasta las rodillas, suelto y de un suave color pastel que me hacía sentir cómoda y, de alguna manera, elegante. Antes de salir de la habitación, me detuve frente al espejo. Me quedé mirando mi reflejo, colocando una mano sobre mi vientre. —Pronto, —susurré, con una sonrisa llena de esperanza y un poco de ansiedad. —Pronto te mostrarás, pequeña. Co