OctaviaDesperté justo cuando el sol comenzaba su descenso, tiñendo el cielo con tonos de naranja y rosa. Aún bajo la luz del sol, estábamos bien cubiertos bajo el gran árbol que habíamos decidido ocupar mientras dormíamos. Las ramas se entrelazaban en lo alto, formando un techo natural que nos protegía.Me levanté al tiempo que me desperezaba, estirando cada músculo de mi cuerpo. Había una sensación de frescura en el aire que rejuvenecía. Miré a mi alrededor y noté la ausencia de Lucien.Tal vez habría ido a buscar más comida, pensé, mientras una ligera preocupación se asomaba en mi mente.Recogí la ropa seca que estaba en las ramas de los árboles, sintiendo la textura áspera del tejido bajo mis dedos. La estaba doblando y guardando cuando el sonido de algo cayendo en el lago llamó mi atención. Me acerqué lentamente, con pasos cautelosos, para ver las ondas moverse en la superficie del agua, confirmando que algo había caído.Estaba cerca del agua cuando una figura masculina emergió,
Orión—¡Alfa! Despierta Alfa —la voz urgente de mi guerrero me sacudió, arrancándome de la oscuridad densa y abrumadora en la que estaba sumido. La sensación de haber estado flotando en un vacío sin fin se desvanecía lentamente. Me habían dado una gran dosis de acónito, y el veneno aún latía dolorosamente en mis venas, haciendo que cada respiración fuera una lucha.—¿Qué ocurre? —Pude balbucear con esfuerzo, moviéndome sobre la punta de mis pies. Mis manos seguían atadas al techo, y cada pequeño movimiento enviaba oleadas de dolor a través de mis brazos y hombros, agudizando el dolor en mis huesos.—Diosa santísima, has dejado de respirar por un momento... —Exhaló él un suspiro aliviado, y pude escuchar en su voz una mezcla de temor y alivio que resonó en el aire cargado de la celda.Cada vez que el peso de mi sufrimiento amenaza con arrastrarme hacia el deseo de un descanso eterno, la imagen de Octavia surgía como un faro, reavivando mi voluntad de luchar. La idea de que ella pudiera
Orión Comencé a descender lentamente por su cuerpo, dejando una senda de besos desde su mandíbula hasta su cuello. Mordí suavemente la marca que había dejado allí hace tiempo, un gesto que era tanto una reafirmación de nuestro vínculo como un acto de amor apasionado. Bajé aún más, encontrándome con sus pechos. Los tomé en mis manos, masajeándolos con ternura y reverencia. Observé las reacciones de su cuerpo bajo mi tacto, cada suspiro, cada temblor, cada pequeño arco de su espalda. En ese momento, bajo la luz suave del sol que se filtraba por la ventana, con el canto de los pájaros del bosque como música de fondo, todo lo demás se desvaneció. Solo existíamos Octavia y yo, envueltos en un mundo de amor y deseo que nos pertenecía solo a nosotros dos. Mi boca se llenó con uno de sus pechos, provocando que ella despegara la espalda de la cama y se aferrara a mi cabello con intensidad. Su olor y su sabor, la reacción de su cuerpo ante mis caricias y besos, eran un deleite que me llevaba
Samantha El sol apenas comenzaba a teñir de dorado el horizonte cuando me desperté, inquieta por las pesadillas agitadas que habían perturbado mi sueño. La fresca brisa de la mañana acariciaba mi piel mientras me dirigía hacia el centro de la ciudad, a la casa de la manada, donde Lucas estaba por dirigirse a los demás miembros del consejo. A pesar de las circunstancias, una dulce sensación de vida crecía dentro de mí, recordándome mi embarazo de tres semanas. Caminaba por los pasillos de la gran casa de la manada, sintiendo la madera antigua crujir suavemente bajo mis pasos. Los pasillos estaban decorados con tapices que narraban la historia de nuestra manada, cada hilo un recuerdo de victorias y pérdidas pasadas. A medida que me acercaba a la sala de reuniones, el murmullo de voces se hacía más claro. A pesar del peso de la situación, una sensación de pertenencia me llenaba; este era mi hogar, y estas personas, mi familia extendida. Lucas se paró con autoridad frente a los miembro
Samantha El nuevo día amaneció con un silencio tranquilo, roto solo por los suaves sonidos de la naturaleza despertando. Al abrir los ojos, noté inmediatamente la ausencia de Lucas a mi lado. Girando, encontré una nota en su lugar, escrita con su característica letra firme y clara. Decía que había ido a recibir a los Alfas que llegaban ese día y que me esperaba para desayunar con ellos en la casa de la manada. La idea de conocer a los Alfas que jugarían un papel crucial en los próximos eventos me llenó de una mezcla de anticipación y nerviosismo. Me levanté, sintiendo una oleada de energía a pesar de la inquietud. Elegí un vestido largo hasta las rodillas, suelto y de un suave color pastel que me hacía sentir cómoda y, de alguna manera, elegante. Antes de salir de la habitación, me detuve frente al espejo. Me quedé mirando mi reflejo, colocando una mano sobre mi vientre. —Pronto, —susurré, con una sonrisa llena de esperanza y un poco de ansiedad. —Pronto te mostrarás, pequeña. Co
Octavia La ciudad nocturna se desplegaba ante nosotros como un laberinto de sombras, donde cada farola derramaba un halo titilante sobre las aceras húmedas. El aire llevaba el eco de pasos distantes y el murmullo ocasional de conversaciones nocturnas, mientras un aroma a café y asfalto mojado se mezclaba en el ambiente frío. Caminaba junto a Lucien, cada paso que dábamos estaba impregnado de la urgencia de mi búsqueda por Orión, cuya ausencia era un vacío constante en mi corazón. Nuestra misión inmediata era simple pero crucial: encontrar alimentos para el viaje y ropa de abrigo para enfrentar el frío implacable de las montañas heladas que planeábamos bordear. El aire frío de la noche mordía mi piel, recordándome la necesidad de prisa. Mientras nos dirigíamos hacia una tienda de ropa, un grupo de guardias apareció de repente en nuestro camino. Su presencia era intimidante, con armaduras que reflejaban la luz de las farolas y miradas sospechosas que se posaron sobre nosotros. —Deté
Octavia Volviendo mi atención a Einar, noté una brecha en su defensa. Me lancé hacia adelante, mis puños golpeando con una precisión que solo podía venir de la pura necesidad de supervivencia. Einar se tambaleó, claramente sorprendido por la ferocidad y habilidad de mi ataque. Con un giro rápido, logré agarrar a Einar por un brazo, usando su propio impulso para lanzarlo hacia un árbol cercano. El impacto lo dejó aturdido, y aproveché ese momento para golpearlo en la sien, dejándolo inconsciente, pero sin daños graves. Lucien, por su parte, había manejado a los otros guardias con igual destreza. Mientras los guardias yacían en el suelo, recuperamos el aliento, conscientes de que habíamos escapado por poco. —Tenemos que irnos, ahora, —dije, mirando a Lucien. A pesar de la adrenalina del combate, mi mente estaba clara, enfocada en nuestro objetivo. Asintiendo, Lucien y yo nos dimos la vuelta y corrimos a través del bosque. El sonido de nuestros pasos se perdía entre el susurro de la
Lucas Aquel día, mientras el sol comenzaba su descenso en el horizonte, me encontré guiando a los Alfas recién llegados a través de las áreas de entrenamiento de nuestra manada. Alfa Declan, Alfa Kael y Alfa Zane caminaban a mi lado, observando con interés a los reclutas que se esforzaban en sus ejercicios. Era un momento crucial, una oportunidad para demostrar la fuerza y la preparación de nuestra manada. —Estos son nuestros reclutas más jóvenes, —les expliqué, señalando un grupo que practicaba técnicas de combate cuerpo a cuerpo. —Aunque aún están en formación, cada uno de ellos posee una determinación que es vital para nuestra supervivencia. Alfa Kael asintió, su mirada azul penetrante evaluando a los jóvenes luchadores. —Impresionante, —comentó. —Pero, ¿cómo se comparan con tus mejores guerreros? Sonreí ante su pregunta. —¿Por qué no lo averiguamos? —sugerí. Era una propuesta atrevida, pero confiaba en las habilidades de mis guerreros. Los Alfas aceptaron el desafío con un