Cuando abrió los ojos, Helena no estaba allí. Era una ausencia insoportable, como si le hubieran arrancado el aire del cuerpo junto con la silueta de Helena y esa mano que al menos por un rato estaba entre las suyas. Parecía imposible que estuviera viva, parecía imposible que no lo reconociera… pero después de cinco años de arrastrar su alma y su corazón por un abismo de culpa, muy poco quedaba del magnate que había gobernado el Imperio Di Sávallo.
Intentó ponerse de pie y se le escapó la consabida mueca de dolor. Ya estaba tan acostumbrado que no se desesperaba por eso.
La sala estaba tan vacía como cuando había llegado, aunque ya habían pasado por allí al menos una docena de pacientes para revisión. Habían pasado dos noches desde que alguien que no conocía lo había dejado herido y abandonado como un perro en las pue
Cuando Marco se acercó al mostrador de recepción de la Fundación, la muchacha que estaba detrás le sonrió como si lo conociera, y le extendió el teléfono con seguridad cuando él le indicó que quería usarlo.Pasaron menos de veinte minutos desde su llamada hasta que un sedán oscuro bastante discreto se estacionó frente a la entrada de cristal y un chofer se bajó para abrirle la puerta. Marco agradeció que solo estuviera allí para verlo la chica de recepción, porque un indigente con chofer era probablemente algo que hubiera dado de qué hablar al instante.El sedán lo llevó directamente al aeropuerto, donde ya tenía un vuelo privado esperando por él. Ni el capitán ni las azafatas dijeron una palabra sobre su aspecto, gente más rara debían haber visto seguramente. Para la una de la tarde, ya estaba atravesan
—¿Loan?Hacía más de seis años, después de una llamada a ese mismo número, la vida de Marco Di Sávallo se había ido al demonio. Pero Loan no era el culpable. Loan era un facilitador, y uno muy bueno por cierto. Su especialidad era conectar gente, transferir información, poner cada pieza en el lugar donde cumplían mejor su propósito.—¿Marco? —El bretón se incorporó en la cama, porque era ya media noche donde estaba… y donde estaba era muy clasificado.Hacía años que no escuchaba hablar de Marco Di Sávallo, él había puesto sus hermanos sobre aviso de lo que estaba sucediendo con él, pero después de eso la familia había mantenido su vida y su paradero en completo secretismo.—Sí, soy yo. Necesito de tus servicios —dijo Marco yendo directo al grano. No tení
Helena vio que Sergio atravesaba corriendo la estancia circular del primer piso, y entraba a su oficina con el rostro desencajado. Apenas podía respirar y Helena no se molestó en preguntarle porque sabía que pasarían algunos minutos antes de que pudiera decir dos palabras seguidas.Sólo lo interrogó con la mirada y por toda respuesta Sergio le mostró su celular, donde en letras bien legibles aparecía aquel pequeño mensaje:«Faro del Albir, playa La Mina. Mañana a las 8:00 pm. Llevo carga preciosa. Alejandro»Abrió mucho los ojos, entendiendo por fin la causa de la prisa de Sergio.—¿Qué es esto? —casi balbuceó Helena—. ¿Es de…?—¡Sí… del indigente internacional! —contestó Sergio, solo para ganarse una mirada severa de parte de la muchacha.—¡Ya te dije
Helena quería gritar, llorar, desmayarse, saltar de alegría, todo a la vez. Se dedicó completamente a los niños y las mujeres, los llevaron a las habitaciones que había preparado en el piso de Atención a la Infancia, y varias de las psicólogas y trabajadoras sociales de la Fundación llegaron a ayudar enseguida.La atención fue completa y eficiente, y para las tres de la madrugada, ya estaban por fin descansando en sus habitaciones, con más tranquilidad y seguridad de la que habían tenido en años.Cuando el último niño se durmió, Helena arrastró a Sergio, que tenía la expresión del hombre que está a punto de quedarse dormido incluso estando de pie, y lo llevó a su oficina. Le sirvió un whisky cargado, sin hielo, para que se despabilara, y lo obligó a contarle absolutamente todo lo que había pasado.Sergio
—Tamim… —Marco lo palmeó en la espalda con suavidad un par de veces para despertarlo—. Tamim, despierta.Sabía que el niño de tres años no podía entender una sola palabra en español, pero de alguna forma tenía que despertarlo y entregárselo a Sergio, que venía casi corriendo desde que había visto aterrizar el avión.—¡Elize! —Sergio llegó junto a él, tomó al niño en brazos y se lo entregó a la enfermera, que había insistido en acompañarlo en este viaje. Le entregó al pequeño Tamim, se aseguró de que el resto de los niños junto a la maestra fueran guiados en la dirección correcta y luego se giró hacia él, y esta vez sí lo abrazó.Marco se quedó un poco tieso, porque no esperaba aquel gesto, pero le devolvió el abrazo con
«Querido Alejandro:Ya sé que eres un hombre terco, pero ten por seguro que puedo ser peor que tú. Te escribo para contarte que todos los niños que rescataste en Ayuri están bien, dentro de lo que cabe. Las psicólogas están trabajando el doble con ellos, porque la guerra y el abandono los afectaron mucho.Me pediste que cuidara especialmente a Tamim, y lo estoy haciendo, aunque ya no se llama así. Cuando por fin pudimos entendernos un poco me preguntó por ti, no sé cómo pero te recuerda, supongo que creaste un gran impacto en él. La cuestión es que ahora solo responde si le decimos Ale. Es un niño muy tímido, no ha socializado bien con los demás chicos del resto del hogar, así que lo tengo conmigo el mayor tiempo posible.No te sorprenderá saber que con tanto trabajo ya prácticamente vivo en la Fundaci
Alejandro dejó que Scott se encargara de sacar a los niños y llevarlos con Sergio, pero no habían pasado ni diez minutos cuando vio la cabeza rubia del español asomarse por la puerta de descarga del avión.—¡Caramba! Pensé que te estabas escondiendo de mí porque no querías otra carta de Helena… —murmuró Sergio viendo el hilo de sangre que le corría desde un muslo—. Luego Lana casi me muerde por burlarme y me dijo que estabas aquí. ¿No es grave, verdad?Marco negó con una sonrisa mal disimulada. Estaba cansado y la pierna le dolía horriblemente, pero se aguantaba porque no tenía cinco años ni estaba dispuesto a perder la poca dignidad que le quedaba, gritando. Después de todo su trasero había estado a la altura de la cara de Scott cuando había tenido que cargarlo, no podía avergonzarse todavía m
Helena miró por la ventanilla del avión mientras Sergio se mantenía expectante frente a ella. Nunca, en casi cinco años de conocerla, la había visto ponerse tan mal por algo, y lo peor del caso era que no había querido dar ninguna explicación. Simplemente había agarrado su bolsa, había mandado a preparar el avión y se había subido en él sin importarle si él la seguía o no.Suponer que conocía a Alejandro era decir poco, pero Sergio no terminaba de entender aquella situación.Helena cerró los ojos y fingió dormir. Era eso o su amigo le haría alguna pregunta que no estaba lista para responder. Hubiera sido muy hipócrita al decir que hacía años que no pensaba en Marco, al menos cinco minutos de su día, su inconsciente la traicionaba pensando en él. Al principio lo hacía con odio, luego con rencor, lu