Helena se sentó en aquel avión con expresión ida, y no dijo ni una sola palabra mientras hacían el trayecto hasta Madrid. Marco se había quedado en Kalamata, Luna tenía que estar en el hospital al menos por otros dos días, y sabía que no iba a separarse de la bebé hasta que Marina dijera que estaba bien para irse.
—…ena… lena… ¡Helena!
Se sobresaltó con la exclamación de Sergio y se giró hacia él con la mirada inquieta.
—Ya aterrizamos.
Helena se aferró a los brazos del asiento sin saber por qué. No quería bajarse.
—¿Estás bien? —Sergio empezó a asustarse cuando la vio así.
Ella negó con la cabeza y el sollozo más desconsolado se le escapó. El español se sentó a su lado, y tomándola de
—¿Eso fue…?El estómago de Helena volvió a rugir y Marco se levantó con ella en brazos.—Voy a tener que contratar un chef para mi mujer embarazada —aseguró con una carcajada—. ¿Tienes hambre?—Mucha.—¿Qué quieres comer?—A ti.Marco volvió a besarla y la depositó en el suelo con suavidad.—Entonces empieza a buscar en estas cajas, ¡porque necesitamos cortinas con urgencia!***Dos meses después.—Te voy a morder —Helena lo anunció como si fuera lo más natural del mundo mientras salían de la clínica del… ¿campamento? ¿pueblo? ¿ciudad? A esas alturas ya no sabían ni siquiera en qué se había convertido aquel rinconcito
Cuatro meses después—¡Pero yo te amo! —gritó Marco recogiendo el anillo y tratando de evitar los empujones de doctores y enfermeras.—¡Dime otra vez que quieres un bebé! —gritó Helena fuera de sí.Marco abrió y cerró la boca un par de veces.—Bueno yo…—¡Aaaagggrrrr! —Helena gritó por otra contracción y a Marco se le puso la piel de gallina solo de imaginarse el dolor—. ¡Cuando salga de aquí te voy a hacer la vasectomía! ¡Con pincitas de manicure y sin anestesiaaaaaaaaaa!Respiró tratando de recuperarse de la contracción y Franco tuvo tiempo de girarse para preguntarle:—¿Estás seguro de que te quieres quedar?Marco sonrió de oreja a oreja y asintió. Volvió a deslizar el anillo en el dedo de
Marco caminó hasta la línea de árboles que separaban el bosque de la antigua casa. No podían verlo allí, y nadie en su familia imaginaba que podía estar tan cerca, pero él veía cada movimiento, cada palada de tierra mientras el ataúd bajaba hasta su eterno descanso.Adentro estaba la niña de sus ojos, su hermana, la persona a la que había amado y habría protegido con su propia vida… si hubiera podido. Pero no. Él, que era el más poderoso de los hombres del Imperio, sólo había alcanzado a rugir su dolor mientras recibía aquella noticia.<
Marco solo necesitó avanzar una decena de metros, guiado por los gritos. No se necesitaba mucha imaginación para saber qué era lo que estaba a punto de suceder, y no estaba dispuesto a permitirlo. En el suelo la muchacha luchaba con todas las fuerzas que tenía, y sobre ella, el maldito bastardo la golpeaba sin poder controlarla. Marco cerró el puño y lo descargó contra la mandíbula, haciendo que el hombre volara un par de metros antes de caer, maldiciendo de dolor. Pudo terminarse ahí, uno noventa y dos de estatura y noventa kilos eran más que suficientes para intimidar y mantener la pelea a raya,
Debían pasar de las cinco de la madrugada cuando Marco dejó atrás el Abadon. Caminó por los muelles aparentemente sin rumbo fijo, mientras su mente divagaba entre el cuerpo lastimado de Helena y cada una de las lágrimas que había derramado entre sus brazos. Era estúpido sentirse así, después de todo no la conocía… al menos no personalmente. Y había resultado ser diametralmente distinta de lo que había esperado. La muchachita mimada se había defendido como una fiera y él respetaba eso.
Helena intentó despertar. Sentía el cuerpo entumecido y muy pesado, como si hubiera estado corriendo durante toda la noche y no tuviera fuerzas para mover ni un músculo. Abrió los ojos despacio y lo primero que vio fue el portillo circular por donde se escurría un poco de luz, y se dio cuenta de que aunque su cuerpo no se hubiera movido ni un centímetro desde hacía horas, su mente se había dormido reviviendo aquella horrible persecución.Lo único que la tranquilizaba, que la anclaba a una realidad donde estaba segura y a salvo, era aquel calor que se extendía contra su espalda. Aquel calor t
— Que no. — dijo ella din dudarlo — Samuel puede ser la peor persona del mundo y se merece todo lo que le pasó… pero no creo que tú te merezcas lo que se sentiría lastimar a otra persona. La expresión de Marco se suavizó sin que se diera cuenta. Había algo tan noble y tan hondo en su preocupación por él, que casi lo hacía sentirse un poco humano.— No, no lo hice. — aseguró tendiéndole la
Miró el pequeño reloj una y otra vez mientras intentaba decidir qué hacer. El Abadon estaba a treinta metros y por la actividad de la tripulación parecían a punto de zarpar. Faltaban cinco minutos para las seis, pero aunque hubieran faltado cinco horas Helena se habría sentido de la misma manera. Quería subir; tomar su pequeño bolso de viaje y pasar más de una semana olvidada del mundo, navegando en aquel barco. Pero estaba él. Marco Santini.
Último capítulo