CAPÍTULO 6

Miró el pequeño reloj una y otra vez mientras intentaba decidir qué hacer. El Abadon estaba a treinta metros y por la actividad de la tripulación parecían a punto de zarpar. Faltaban cinco minutos para las seis, pero aunque hubieran faltado cinco horas Helena se habría sentido de la misma manera.

Quería subir; tomar su pequeño bolso de viaje y pasar más de una semana olvidada del mundo, navegando en aquel barco. Pero estaba él. Marco Santini.

Poniendo a un lado el hecho de que la había salvado y que se sentía inusualmente bien a su lado, sabía que la química entre ellos venía desde antes, desde la mañana en que se habían conocido por casualidad. En sus casi veinte años Helena jamás había sentido nada parecido, jamás un hombre le había hecho temblar el alma solo con llamarla “bonita” y no tenía idea de por qué Marco Santini era capaz de hacerlo.

Quizás le faltara experiencia, pero no era estúpida. Sabía que si se subía a aquel barco no iba a hacer un simple viaje de regreso a casa, no con un hombre como él. Entonces recordó la promesa que le había hecho a su madre antes de morir. Helena no estaba segura de cómo aquellas palabras se habían quedado guardadas en su memoria, pero parecía que Marcia Lleorant las había dicho para darle ánimos justo en un momento como aquel.

“Hija, prométeme que vas a tener una vida llena de emociones; viaja por el mundo, ten una gran aventura, vive un gran amor.”

— ¿Vas a subir o quieres que te suba yo?

La voz de Marco tras ella la sobresaltó. Llevaba un blazer color beige claro y sus ojos eran dos océanos oscuros y traviesos.

— Mmmmm… ¿no deberías estar en ese barco? — preguntó.

— No podía irme sin comprar una buena dotación de panecillos. — contestó Marco levantando la bolsa de papel que llevaba en una mano — Creo que desarrollé una debilidad por los dulces de nuestro café.

Era un comentario simple, a excepción que había llamado a aquel café “nuestro café”, como si fuera un vínculo estrecho que los unía o un secreto entre los dos, el lugar donde se habían conocido, el lugar a donde quizás regresarían alguna vez a recordar.

— Veo que te cuesta tomar la decisión, aunque ese bolso parece haberla tomado por ti.

Helena miró el bolso instintivamente y levantó las manos en señal de rendición mientras Marco se apoderaba de él y la empujaba suavemente hacia el barco.

— Te dije que no lo pensaras tanto. No es que yo sea precisamente el lobo feroz.

— Ya sé. Si hubieras querido comerme lo hubieras hecho ayer. — Helena se llevó una mano a la boca instintivamente — ¡Lo siento! ¡Lo siento, qué estupidez, quise decir “lastimarme”! Si hubieras querido lastimarme… ¡Por Dios esto es una mala idea!

— ¡Helena! — Marco la atrapó por la cintura antes de que pudiera dar la vuelta para escapar — Entiendo lo que quisiste decir, no tienes que esconder la cabeza en un hoyo como un avestruz.

¡Se reía! El maldito se reía con una alegría tan natural que la hizo relajarse y echarse a reír también mientras era arrastrada hasta el Abadon. Marco sostuvo su mano todo el tiempo mientras abordaban y le mostraba todo el barco y su tripulación, que por cierto era especialmente reducida para una embarcación de aquel tamaño.

Aparte de Archer, el Capitán; y Zolo, el Primer Oficial, solo había tres personas más: Bobby, que debía tener unos veinte años, Xandro, un griego corpulento y bajito que casi nunca salía de la cocina y Abraham, un hombre que rozaba los cincuenta años y era extremadamente silencioso, así que Helena no pudo descubrir cuáles eran exactamente sus funciones.

Después de la rápida presentación, Bobby la condujo al que sería su camarote, que resultó ser amplio y acogedor… y suyo. Eso era importante, ni Marco se había tomado el atrevimiento de llevarla a su propio camarote ni ella… Un momento. ¿Por qué tendría Marco que ponerla en su propio camarote?

Helena se dio una cachetada mental para dejar de pensar estupideces, a veces ella misma se sorprendía de lo chiquilla que podía llegara a ser todavía, fantaseando como si tuviera dieciséis años.

Se puso un vestido azul oscuro, unas sandalias bajas, y salió a la cubierta de proa, a decirle adiós a Marsella por un buen tiempo. Apreciaba los buenos momentos, pero prefería poner distancia con los malos lo más pronto posible.

— ¿Haciendo castillos en el aire?

Helena giró sobre sí misma y se encontró con Marco, que la miraba hipnotizado. El Abadon comenzaba a moverse lentamente contra las primeras luces del atardecer, y si hubiera sido suficientemente romántico Marco hubiera podido asegurar que se respiraba la magia en el ambiente, pero siendo quien era sólo libraba una lucha interna; una que enfrentaba al hombre que quería su venganza por sobre todas las cosas, contra el hombre que podía perderse en aquellos ojos negros para siempre.

Sacó un mechón de oscuro cabello que se cruzaba delante de su cara y se acercó a ella, hasta dejarla apoyada en el barandal de proa. Estaba inquieta, era un fenómeno recurrente estar nerviosos aunque sabía que de cierta forma le gustaba.

— Me alegro de que hagas este viaje conmigo. — dijo mientras ella levantaba la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Apenas si le llegaba al hombro, y parecía una pequeña hada comparada con el corpachón robusto del italiano. — Debo confesarte que tenía mis dudas. No creí que vinieras.

— Yo también tuve mis dudas. —confesó Helena — Todavía no creo que sea buena idea.

— ¿Entonces por qué estás aquí? —

se inclinó lo suficiente como para que Helena sintiera que debía arquear su cuerpo si quería mantener el equilibrio.

— Cumplo una promesa que le hice a mi madre.

Marco hizo un gesto de curiosidad. Él, que sabía todo sobre ella, que había pasado más de un año estudiándola, no tenía idea de quién era de verdad Helena Lleorant.

— ¿Sabes? Acabo de darme cuenta de que realmente no sé lo que te mueve. — dijo amoldándola a su cuerpo mientras ella respiraba con dificultad — ¡Y maldita sea, quiero saberlo! Quiero saberlo todo de ti.

— Le… le prometí a mi madre que iba a tener una vida llena de emociones, ya sabes… viajar por el mundo, tener una gran aventura, vivir…

“…Vivir un gran amor.” Helena lo hubiera dicho si antes Marco no la hubiera hecho callar con un beso. Tan urgente como esperado, tan cálido que Helena se aferró a sus brazos y olvidó el mundo. Se perdió en su boca y se permitió estar allí, se permitió existir porque quizás y sólo quizás ese era su momento, quizás y solo quizás podía permitirle a Marco Santini convertirse en su gran amor.

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