— ¡Eso es lo que quiero…! ¡Justo eso!
Helena no podía aguantar los gemidos. Su cuerpo parecía a punto de romperse de tan tenso que estaba. Marco era un dolor penetrante y un placer insoportable que la sacudía con cada embestida y la llevaba al límite. Necesitaba terminar otra vez, saborearlo dentro y fuera de ella, disfrutar de aquella sensación de no poder respirar si no era sobre su boca.
Arqueó la espalda en un intento de acom
Era pequeña y curvilínea como el más exquisito de los violines. Estaba acostada sobre el lado derecho, con el brazo debajo de la almohada y medio abrazada a la mitad de la manta que le había quitado a Marco mientras dormía. El cabello oscuro se regaba sobre las sábanas blancas y una sola pierna, torneada y deliciosa se escapaba enredándose en los pies del italiano. En cualquier otra circunstancia, si se hubieran conocido por motivos diferentes, Marco no hubiera dudado un segundo en reconocer que era un hombre con mucha suerte… pero no era el caso. Helena dormía plácidamente prendida de su cuer
— ¿Estás loco? — Helena le lanzó lo primero que tenía a la mano, que resultó ser uno de sus sombreros de playa — ¡Cúbrete!Marcó se rio con verdaderas ganas, pero no se cubrió. — ¿Por qué? No es como si jamás me hubieras visto desnudo y la verdad ya va siendo hora de que en esos bocetos tuyos aparezca yo. — reclamó Marco.
Helena sintió que se le hacía un nudo en la garganta cuando vio aparecer a lo lejos las luces de Gibraltar. Había salido a ver el amanecer, más porque el insomnio era insoportable que por la espiritualidad o la belleza del acto. Que amaneciera o atardeciera la tenía sin cuidado, pero estar acostada junto a Marco, abrazada a él, sabiendo que en algunas horas todo acabaría… le destrozaba el alma.Era estúpido negar que se había enamorado de él. ¿En un par de semanas? Sí, señor, en un par de semanas. Era muy difícil no enamorarse de un hombre como Marco Santini,
_ ¿Voy a ir así a todos lados? _ Helena se rio, rodeando el cuello de Marco con los brazos mientras él la bajaba del bote. El puerto de Cádiz estaba deliciosamente bullicioso a aquella hora de la mañana, como si estuviera despertando, y la muchacha sonrió ante las infinitas posibilidades que comenzarían con aquel primer paso._ Bonita, si tú me dejas, pienso tener tus piernas enredadas a mi alrededor durante muuuucho tiempo. _ Marco la depo
Helena se dejó caer en el sofá del privado del salón de modas y se llevó la pequeña copa de champaña a los labios. Le habían buscado una modelo de su peso y talla aproximados y estaba viendo caminar a la chica de un lado a otro de la pasarela mientras elegía una cantidad considerable de atuendos para los próximos… ¿meses? Se le escapó una carcajad
—Ok, esto es lo que va a pasar… —anunció Marco como siempre y Helena le rodó los ojos porque parecía que estaba a punto de ahogarse con sus palabras de un momento a otro—. Te vas a quitar ese vestido, te voy a quitar esas bragas que espero que lleves debajo, y la inauguración se puede ir al demonio.Helena se acercó a él despacio, contoneando las pequeñas caderas con zalamería. Sabía que el vestido era elegante y provocativo a partes iguales, pero ella tenía casi veinte años, no iba a cubrir su juventud solo para que Marco no se muriera de celos.
PRIMAVERA EN ASIASí, Helena había estado una vez en Hong Kong, pero eso no significaba absolutamente nada en comparación con todo lo que vio junto a Marco Santini. Caía una llovizna fina el día que llegaron a Marettimo. El ambiente era extrañamente frío, y Helena no lo sintió así sólo por el clima, sino que parecía que toda la isla estaba envuelta en ese ambiente de misterioso recogimiento que precede a los grandes inviernos. Aunque las bajas temperaturas no eran muy comunes en una isla del mediterráneo, las lluvias de los últimos meses del año invitaban a quedarse en casa.Helena salió a cubierta mientras el Abadon rodeaba la isla.—¿A dónde vamos? —le preguntó a Marco, que se había detenido a su lado, silencioso.—A nuestra casa.—Pensé que estaba en la ciudad —murmuró Helena fijándose en la angosta geografía que se extendía ante sus ojos.—No. La casa queda al otro extremo de la isla. Es una heCAPÍTULO 19