Caía una llovizna fina el día que llegaron a Marettimo. El ambiente era extrañamente frío, y Helena no lo sintió así sólo por el clima, sino que parecía que toda la isla estaba envuelta en ese ambiente de misterioso recogimiento que precede a los grandes inviernos. Aunque las bajas temperaturas no eran muy comunes en una isla del mediterráneo, las lluvias de los últimos meses del año invitaban a quedarse en casa.
Helena salió a cubierta mientras el Abadon rodeaba la isla.
—¿A dónde vamos? —le preguntó a Marco, que se había detenido a su lado, silencioso.
—A nuestra casa.
—Pensé que estaba en la ciudad —murmuró Helena fijándose en la angosta geografía que se extendía ante sus ojos.
—No. La casa queda al otro extremo de la isla. Es una he
Helena no supo cómo pero terminó de comerse el maldito sándwich, porque ya Marco le había arruinado la noche, no podía quedarse con hambre además. Lo escuchó subir la escalera a tropezones y se dijo que era mejor así, que durmiera la borrachera y al día siguiente tendrían los dos una plática muy interesante.Debía estar cerca la medianoche cuando decidió por fin subir a dormir, pero se encontró la puerta de la habitación cerrada. Forcejeó con la cerradura un par de veces pero parecía obvio que Marco no tenía intención de dormir con ella. entró en la habitación contigua y se arrebujó debajo de una manta, sin embargo no logró dormir hasta que la madrugada avanzó mucho, porque las preguntas eran demasiadas y no tenía ni una sola respuesta para el comportamiento de Marco.¿Sería as&iacut
Marco no se había afeitado la barba en dos días. Lo tenía sin cuidado su aspecto y no se miraba al espejo porque estaba seguro de que parecía un loco.Había estado sentado en el tercer peldaño de la escalera, escuchando a Helena gritar hasta que se había quedado ronca. Luego había ido por una botella de whisky o de vodka, ya no sabía ni qué tomada, y se había quedado dormido y borracho junto a la alberca.De eso habían pasado ya dos noches.Se acercó a la despensa y sacó pan y un poco de queso, hizo un sándwich como pudo y lo puso en un plato. Llegó a la cima de la escalera y abrió la puerta con el mayor silencio que pudo.Helena estaba hecha un ovillo junto a la ventana. El estómago se le hizo un nudo cuando la vio, pero apretó los dientes porque no podía darse el lujo de exteriorizar esas
Se metió debajo de la ducha para aclararse las ideas pero no había nada que aclarar: Marco había pasado casi dos años pensando en ese momento perfecto en que comenzaría la tortura de la hija de Antonio Lleorant. Había sacrificado su vida, su nombre, su posición y al resto de su familia solo para cobrar venganza, pero valdría la pena.Era su mantra. Todo valdría la pena con tal de vengar la muerte de su hermana. Sangre por sangre. Dolor por dolor. Antonio Lleorant pagaría con un sufrimiento inimaginable por ele resto de sus días cuando recibiera el cuerpo de su hija en un ataúd… en el mismo tipo de ataúd en que le había mandado a su hermana…El problema era que en esa venganza, en esos planes, en esa fantasía que lo mantenía andando, la hija de Antonio Lleorant era un cuerpo sin rostro, sin identidad, sin sentimientos… &eacut
Helena cayó sobre sus rodillas con un golpe seco, pero no se movió ni un milímetro hasta que sintió la puerta cerrarse. Sacó de los bolsillos de sus pantalones dos paquetes pequeños de galletas destrozadas y los apretó contra su pecho, le importaba poco que estuvieran hechas añicos, al menos era algo para comer hasta el día siguiente.Sin embargo fue poco lo que pudo ingerir sin devolverlo. No había cosa que se metiera en la boca que no vomitara a los pocos segundos.«Probablemente son los nervios», se dijo.Tenía suerte de no estar completamente en shock después del episodio de los perros.Los perros… los malditos animales habían comido más que ella ese día. Marco sólo quería humillarla, ella hubiera podido cocinar como Ferrán Adriá y él igual habría tirado su comida.Esa noche apenas
Helena no podía abrir los ojos, pero sabía que marco estaba allí. A lo mejor era sólo una alucinación, pero podía jurar que lo escuchaba llorar a su lado, así que estiró como pudo su brazo hacia la alucinación y llegó a su mano. Los sonidos pararon de repente. El silencio se extendió por la habitación y por su cerebro y sólo fue consciente del beso lleno de lágrimas que Marco dejaba en su palma.Marco estaba sufriendo tanto como ella, pero ¿por qué? ¿Qué era eso tan terrible por lo que estaban pagando los dos? ¿Por qué de repente aquel odio? ¿Por qué aquel ensañamiento? Estaba demasiado débil como para pensar, así que prefirió simplemente dejarse ir. Era imposible hacer cualquier gesto o levantarse. Le dolía el cuerpo y le dolía el alma, y no podía hacer nada con
Marco no sabía si dormía o despertaba. Su paso por aquella casa era una nebulosa en su cerebro. Pasaba la mitad de las noches fuera del ático, sentado en la escalera, escuchándola llorar y gritar… hasta que un día Helena dejó de hacerlo. Al siguiente, Marco se encontró la botella de agua en el mismo lugar frente a la puerta, y al siguiente por fin encontró el valor para mirar adentro.Helena estaba sentada frente a la ventana, sin parpadear, sin mover un solo músculo. Con su brazo derecho se rodeaba las rodillas, que tenía pegadas al pecho, y el brazo izquierdo estaba inmóvil cruzado sobre su estómago.El olor dentro del ático le dio arcadas, pero Helena no parecía notarlo. No parecía notar nada, ni siquiera a él. Se acercó y se dio cuenta de que el olor provenía de ella también.Hizo el gesto habitual y la levantó po
Helena tropezó con una rama y se fue de bruces contra el suelo. Se sostuvo el pecho mientras respiraba con dificultad. Se había vuelto loca, completamente loca llenando la comida de sedantes. Si Marco se la hubiera comido… ¡lo habría matado!... pero hizo exactamente lo que hacía siempre: tirarla para que los mastines se la comieran.Era una forma muy particular de humillarla, dándole a los animales que la torturaban, una comida que ni ella se podía llevar a la boca. Pero ella se había aprovechado de esa humillación y él había caído derecho en la trampa.Sin embargo escapar era más difícil de lo que había pensado. Estaba débil y muerta de hambre, pero al menos no tenía cuatro perros persiguiéndola. Ya era algo.Se obligó a levantarse y siguió corriendo, el bosque se iba abriendo cada vez más hasta dar con una veg
Esperaba un exabrupto emocional, gritos, golpes… cualquier cosa menos aquella calma que se había apoderado de pronto de la muchacha.Helena se había hecho un ovillo, con la cabeza entre las manos y la frente pegada a las rodillas. Lloraba, eso era evidente, pero lo hacía en un silencio tan profundo, que Marco se detuvo a pensar en su propia forma de afrontar la muerte. Él era igual, llevaba el sufrimiento en silencio, él no sabía descargar su dolor, sólo acumularlo y convertirlo en algo espantoso… como una venganza.¿Helena también sería así? ¿También intentaría vengarse por la muerte de su padre?Valía decir que era una vil mentira. Antonio Lleorant estaba vivito y coleando. ¿Si no qué sentido hubiera tenido todo aquello? Su venganza era contra Antonio, Helena sólo era un triste medio para lograr un fin. Pero Marco necesita