_ ¿Voy a ir así a todos lados? _ Helena se rio, rodeando el cuello de Marco con los brazos mientras él la bajaba del bote.
El puerto de Cádiz estaba deliciosamente bullicioso a aquella hora de la mañana, como si estuviera despertando, y la muchacha sonrió ante las infinitas posibilidades que comenzarían con aquel primer paso.
_ Bonita, si tú me dejas, pienso tener tus piernas enredadas a mi alrededor durante muuuucho tiempo. _ Marco la depo
Helena se dejó caer en el sofá del privado del salón de modas y se llevó la pequeña copa de champaña a los labios. Le habían buscado una modelo de su peso y talla aproximados y estaba viendo caminar a la chica de un lado a otro de la pasarela mientras elegía una cantidad considerable de atuendos para los próximos… ¿meses? Se le escapó una carcajad
—Ok, esto es lo que va a pasar… —anunció Marco como siempre y Helena le rodó los ojos porque parecía que estaba a punto de ahogarse con sus palabras de un momento a otro—. Te vas a quitar ese vestido, te voy a quitar esas bragas que espero que lleves debajo, y la inauguración se puede ir al demonio.Helena se acercó a él despacio, contoneando las pequeñas caderas con zalamería. Sabía que el vestido era elegante y provocativo a partes iguales, pero ella tenía casi veinte años, no iba a cubrir su juventud solo para que Marco no se muriera de celos.
PRIMAVERA EN ASIASí, Helena había estado una vez en Hong Kong, pero eso no significaba absolutamente nada en comparación con todo lo que vio junto a Marco Santini. Caía una llovizna fina el día que llegaron a Marettimo. El ambiente era extrañamente frío, y Helena no lo sintió así sólo por el clima, sino que parecía que toda la isla estaba envuelta en ese ambiente de misterioso recogimiento que precede a los grandes inviernos. Aunque las bajas temperaturas no eran muy comunes en una isla del mediterráneo, las lluvias de los últimos meses del año invitaban a quedarse en casa.Helena salió a cubierta mientras el Abadon rodeaba la isla.—¿A dónde vamos? —le preguntó a Marco, que se había detenido a su lado, silencioso.—A nuestra casa.—Pensé que estaba en la ciudad —murmuró Helena fijándose en la angosta geografía que se extendía ante sus ojos.—No. La casa queda al otro extremo de la isla. Es una heCAPÍTULO 19
Helena no supo cómo pero terminó de comerse el maldito sándwich, porque ya Marco le había arruinado la noche, no podía quedarse con hambre además. Lo escuchó subir la escalera a tropezones y se dijo que era mejor así, que durmiera la borrachera y al día siguiente tendrían los dos una plática muy interesante.Debía estar cerca la medianoche cuando decidió por fin subir a dormir, pero se encontró la puerta de la habitación cerrada. Forcejeó con la cerradura un par de veces pero parecía obvio que Marco no tenía intención de dormir con ella. entró en la habitación contigua y se arrebujó debajo de una manta, sin embargo no logró dormir hasta que la madrugada avanzó mucho, porque las preguntas eran demasiadas y no tenía ni una sola respuesta para el comportamiento de Marco.¿Sería as&iacut
Marco no se había afeitado la barba en dos días. Lo tenía sin cuidado su aspecto y no se miraba al espejo porque estaba seguro de que parecía un loco.Había estado sentado en el tercer peldaño de la escalera, escuchando a Helena gritar hasta que se había quedado ronca. Luego había ido por una botella de whisky o de vodka, ya no sabía ni qué tomada, y se había quedado dormido y borracho junto a la alberca.De eso habían pasado ya dos noches.Se acercó a la despensa y sacó pan y un poco de queso, hizo un sándwich como pudo y lo puso en un plato. Llegó a la cima de la escalera y abrió la puerta con el mayor silencio que pudo.Helena estaba hecha un ovillo junto a la ventana. El estómago se le hizo un nudo cuando la vio, pero apretó los dientes porque no podía darse el lujo de exteriorizar esas
Se metió debajo de la ducha para aclararse las ideas pero no había nada que aclarar: Marco había pasado casi dos años pensando en ese momento perfecto en que comenzaría la tortura de la hija de Antonio Lleorant. Había sacrificado su vida, su nombre, su posición y al resto de su familia solo para cobrar venganza, pero valdría la pena.Era su mantra. Todo valdría la pena con tal de vengar la muerte de su hermana. Sangre por sangre. Dolor por dolor. Antonio Lleorant pagaría con un sufrimiento inimaginable por ele resto de sus días cuando recibiera el cuerpo de su hija en un ataúd… en el mismo tipo de ataúd en que le había mandado a su hermana…El problema era que en esa venganza, en esos planes, en esa fantasía que lo mantenía andando, la hija de Antonio Lleorant era un cuerpo sin rostro, sin identidad, sin sentimientos… &eacut
Helena cayó sobre sus rodillas con un golpe seco, pero no se movió ni un milímetro hasta que sintió la puerta cerrarse. Sacó de los bolsillos de sus pantalones dos paquetes pequeños de galletas destrozadas y los apretó contra su pecho, le importaba poco que estuvieran hechas añicos, al menos era algo para comer hasta el día siguiente.Sin embargo fue poco lo que pudo ingerir sin devolverlo. No había cosa que se metiera en la boca que no vomitara a los pocos segundos.«Probablemente son los nervios», se dijo.Tenía suerte de no estar completamente en shock después del episodio de los perros.Los perros… los malditos animales habían comido más que ella ese día. Marco sólo quería humillarla, ella hubiera podido cocinar como Ferrán Adriá y él igual habría tirado su comida.Esa noche apenas