CAPÍTULO 9

Cuando por fin subieron de nuevo al bote, casi dos horas después, Helena pudo decir que realmente había disfrutado el paseo, en especial porque ningún tiburón se había asomado a mordisquearla.

Se envolvió en una toalla y se sentó con las piernas recogidas, dándose un segundo para admirar a Marco. Sí, “admirar”, no había otra palabra. Tenía la piel bronceada y los músculos definidos, aunque no se veía exageradamente musculoso. Más bien era su tamaño el que impresionaba, las proporciones justas en los lugares adec

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