«Querido Alejandro:
Ya sé que eres un hombre terco, pero ten por seguro que puedo ser peor que tú. Te escribo para contarte que todos los niños que rescataste en Ayuri están bien, dentro de lo que cabe. Las psicólogas están trabajando el doble con ellos, porque la guerra y el abandono los afectaron mucho.
Me pediste que cuidara especialmente a Tamim, y lo estoy haciendo, aunque ya no se llama así. Cuando por fin pudimos entendernos un poco me preguntó por ti, no sé cómo pero te recuerda, supongo que creaste un gran impacto en él. La cuestión es que ahora solo responde si le decimos Ale. Es un niño muy tímido, no ha socializado bien con los demás chicos del resto del hogar, así que lo tengo conmigo el mayor tiempo posible.
No te sorprenderá saber que con tanto trabajo ya prácticamente vivo en la Fundaci
Alejandro dejó que Scott se encargara de sacar a los niños y llevarlos con Sergio, pero no habían pasado ni diez minutos cuando vio la cabeza rubia del español asomarse por la puerta de descarga del avión.—¡Caramba! Pensé que te estabas escondiendo de mí porque no querías otra carta de Helena… —murmuró Sergio viendo el hilo de sangre que le corría desde un muslo—. Luego Lana casi me muerde por burlarme y me dijo que estabas aquí. ¿No es grave, verdad?Marco negó con una sonrisa mal disimulada. Estaba cansado y la pierna le dolía horriblemente, pero se aguantaba porque no tenía cinco años ni estaba dispuesto a perder la poca dignidad que le quedaba, gritando. Después de todo su trasero había estado a la altura de la cara de Scott cuando había tenido que cargarlo, no podía avergonzarse todavía m
Helena miró por la ventanilla del avión mientras Sergio se mantenía expectante frente a ella. Nunca, en casi cinco años de conocerla, la había visto ponerse tan mal por algo, y lo peor del caso era que no había querido dar ninguna explicación. Simplemente había agarrado su bolsa, había mandado a preparar el avión y se había subido en él sin importarle si él la seguía o no.Suponer que conocía a Alejandro era decir poco, pero Sergio no terminaba de entender aquella situación.Helena cerró los ojos y fingió dormir. Era eso o su amigo le haría alguna pregunta que no estaba lista para responder. Hubiera sido muy hipócrita al decir que hacía años que no pensaba en Marco, al menos cinco minutos de su día, su inconsciente la traicionaba pensando en él. Al principio lo hacía con odio, luego con rencor, lu
La llovizna era fina todavía, pero la velocidad del barco hacía que Helena la sintiera como pequeñas agujas en la cara.—Será mejor que se ponga a cubierto, señorita, esta llovizna es engañosa —escuchó decir al capitán del barco—. En estos meses de primavera y verano la lluvia puede ser torrencial y enferma mucho.La muchacha asintió y fue a pararse junto a Sergio, que miraba la oscuridad del mar con gesto severo. Había volteado la última página del expediente médico de Marco antes de aterrizar en Palermo. Ahora ya no tenía dudas, Marco era Alejandro, y de los dos sabía hasta la última herida y la última debilidad. Había tenido dos horas para llorar con desesperación mientras leía los informes y veía las fotos.Lo que Marco había hecho con ella era innombrable, pero lo que se hab
Cuatro meses despuésHelena subió los primeros escalones de la Fundación, porque no pretendía engañarse fingiendo que vivía en otro lugar, y después de aquella cita lo único que quería era acostarse y dormir doce horas seguidas.—¿No me invitas a un café?Damien llegó junto a ella y le dedicó una de esas sonrisas que eran capaces de derretir a cualquiera. Pasó un brazo alrededor de su cintura e inclinó la cabeza despacio, como si ella fuera un cervatillo asustado. Y probablemente eso parecía, porque después de seis citas este era, literalmente, el primer beso que se darían.Lo esperó con nerviosismo y sintió los labios de Damien unirse a los suyos con delicadeza. Sin mucha invasión, solo la justa para no parecer desesperado, nada de lengua en el primer intento, la técnica era perfect&
Helena asomó la cabeza por el hueco de la escalera, olía a café recién hecho y se le hacía la boca agua. Marco estaba en la cocina, envuelto en una toalla bastante grande, debía admitir, y batallando con las correas del arnés.—¿Necesitas ayuda? —preguntó bajando despacio.Marco la miró envuelta en la manta, que le llegaba a las rodillas y enseguida bajó los ojos.—Parece que la piel se expandió con el agua, no logro sacar una de las correas… —contestó.Helena le dio la espalda, se acomodó la manta alrededor del cuerpo, la anudó de forma que le quedaran las manos libres, y luego se acercó a él.—A ver déjame ayudarte —se ofreció—. Parece que viene trabada desde atrás, espera… —le dio la vuelta y se quedó como hipnotizada viendo s
Helena se sentía perezosa, esa era exactamente la palabra, cansada y perezosa. En cierto punto hubo besos en su cabeza, algo mojado sobre su frente y luego solo sueño. Sintió el cuerpo de Marco envolverla y cubrirla con una manta. Se acurrucó contra él y se dejó llevar por ese sueño y ese cansancio que no sentía desde hacía mucho tiempo.Entonces empezó a soñar, como también hacía tiempo que no soñaba, y se levantó sudorosa y agitada, casi gritando… solo para encontrarse a un Marco espantado y con ojos húmedos arrodillado frente a ella.—…bonita… bonita lo siento… Helena… si yo…—Marco… ¡Marco! —lo interrumpió—. No tiene nada que ver contigo.Lo tomó de la mano y lo jaló hacia ella volviendo a acostarse contra su costado. Respiró hondo porq
¿Conocen el karma? ¿Ese que cuando le tiras una piedra te la devuelve… y luego te derrumba encima la montaña entera para que aprendas a no volver a tirar una maldita piedra en tu vida? ¿Ese karma? Helena lo estaba conociendo esa noche mientras leía el informe que había descargado del servidor de la clínica de la Fundación. Había pasado dos semanas intentando no hablar con Marco. Él tampoco había hecho ningún esfuerzo por comunicarse…La verdad era un razonamiento ilógico, ellos no se comunicaban, Helena no quería hablar con él, no tenía nada que decirle después de lo que le había dicho en la casa de Porto Palo… ¿pero por qué él no la había llamado?Cuando Sergio le había pasado el último reporte de ayuda, Marco ni siquiera le había preguntado por ella, y estaba segura de eso p
—Tienes que comer. —Sergio podía ser muy pesado cuando quería y Helena miró con mala cara el sándwich que le había puesto enfrente.—No me voy a comer un animal muerto —replicó Helena y el hombre arrugó el entrecejo.Sergio le dio una olida al sándwich y luego lo mordió, y no le encontró absolutamente nada de malo.—Helena esto está en perfecto estado.—¡Si lo como lo voy a vomitar!—Entonces tómate la malteada al menos —insistió Sergio—. No sabemos cuánto pueda prolongarse esto, necesitas reponer fuerzas.Empujó el vaso hacia ella y Helena hizo un gesto de agonía antes de tomarlo. No tenía ganas de comer ni beber nada, pero sabía que debía hacer un esfuerzo, de lo contrario Marco se la iba a encontrar en un hospital cuando regresara. Porque &eac