Helena vio que Sergio atravesaba corriendo la estancia circular del primer piso, y entraba a su oficina con el rostro desencajado. Apenas podía respirar y Helena no se molestó en preguntarle porque sabía que pasarían algunos minutos antes de que pudiera decir dos palabras seguidas.
Sólo lo interrogó con la mirada y por toda respuesta Sergio le mostró su celular, donde en letras bien legibles aparecía aquel pequeño mensaje:
«Faro del Albir, playa La Mina. Mañana a las 8:00 pm. Llevo carga preciosa. Alejandro»
Abrió mucho los ojos, entendiendo por fin la causa de la prisa de Sergio.
—¿Qué es esto? —casi balbuceó Helena—. ¿Es de…?
—¡Sí… del indigente internacional! —contestó Sergio, solo para ganarse una mirada severa de parte de la muchacha.
—¡Ya te dije
Helena quería gritar, llorar, desmayarse, saltar de alegría, todo a la vez. Se dedicó completamente a los niños y las mujeres, los llevaron a las habitaciones que había preparado en el piso de Atención a la Infancia, y varias de las psicólogas y trabajadoras sociales de la Fundación llegaron a ayudar enseguida.La atención fue completa y eficiente, y para las tres de la madrugada, ya estaban por fin descansando en sus habitaciones, con más tranquilidad y seguridad de la que habían tenido en años.Cuando el último niño se durmió, Helena arrastró a Sergio, que tenía la expresión del hombre que está a punto de quedarse dormido incluso estando de pie, y lo llevó a su oficina. Le sirvió un whisky cargado, sin hielo, para que se despabilara, y lo obligó a contarle absolutamente todo lo que había pasado.Sergio
—Tamim… —Marco lo palmeó en la espalda con suavidad un par de veces para despertarlo—. Tamim, despierta.Sabía que el niño de tres años no podía entender una sola palabra en español, pero de alguna forma tenía que despertarlo y entregárselo a Sergio, que venía casi corriendo desde que había visto aterrizar el avión.—¡Elize! —Sergio llegó junto a él, tomó al niño en brazos y se lo entregó a la enfermera, que había insistido en acompañarlo en este viaje. Le entregó al pequeño Tamim, se aseguró de que el resto de los niños junto a la maestra fueran guiados en la dirección correcta y luego se giró hacia él, y esta vez sí lo abrazó.Marco se quedó un poco tieso, porque no esperaba aquel gesto, pero le devolvió el abrazo con
«Querido Alejandro:Ya sé que eres un hombre terco, pero ten por seguro que puedo ser peor que tú. Te escribo para contarte que todos los niños que rescataste en Ayuri están bien, dentro de lo que cabe. Las psicólogas están trabajando el doble con ellos, porque la guerra y el abandono los afectaron mucho.Me pediste que cuidara especialmente a Tamim, y lo estoy haciendo, aunque ya no se llama así. Cuando por fin pudimos entendernos un poco me preguntó por ti, no sé cómo pero te recuerda, supongo que creaste un gran impacto en él. La cuestión es que ahora solo responde si le decimos Ale. Es un niño muy tímido, no ha socializado bien con los demás chicos del resto del hogar, así que lo tengo conmigo el mayor tiempo posible.No te sorprenderá saber que con tanto trabajo ya prácticamente vivo en la Fundaci
Alejandro dejó que Scott se encargara de sacar a los niños y llevarlos con Sergio, pero no habían pasado ni diez minutos cuando vio la cabeza rubia del español asomarse por la puerta de descarga del avión.—¡Caramba! Pensé que te estabas escondiendo de mí porque no querías otra carta de Helena… —murmuró Sergio viendo el hilo de sangre que le corría desde un muslo—. Luego Lana casi me muerde por burlarme y me dijo que estabas aquí. ¿No es grave, verdad?Marco negó con una sonrisa mal disimulada. Estaba cansado y la pierna le dolía horriblemente, pero se aguantaba porque no tenía cinco años ni estaba dispuesto a perder la poca dignidad que le quedaba, gritando. Después de todo su trasero había estado a la altura de la cara de Scott cuando había tenido que cargarlo, no podía avergonzarse todavía m
Helena miró por la ventanilla del avión mientras Sergio se mantenía expectante frente a ella. Nunca, en casi cinco años de conocerla, la había visto ponerse tan mal por algo, y lo peor del caso era que no había querido dar ninguna explicación. Simplemente había agarrado su bolsa, había mandado a preparar el avión y se había subido en él sin importarle si él la seguía o no.Suponer que conocía a Alejandro era decir poco, pero Sergio no terminaba de entender aquella situación.Helena cerró los ojos y fingió dormir. Era eso o su amigo le haría alguna pregunta que no estaba lista para responder. Hubiera sido muy hipócrita al decir que hacía años que no pensaba en Marco, al menos cinco minutos de su día, su inconsciente la traicionaba pensando en él. Al principio lo hacía con odio, luego con rencor, lu
La llovizna era fina todavía, pero la velocidad del barco hacía que Helena la sintiera como pequeñas agujas en la cara.—Será mejor que se ponga a cubierto, señorita, esta llovizna es engañosa —escuchó decir al capitán del barco—. En estos meses de primavera y verano la lluvia puede ser torrencial y enferma mucho.La muchacha asintió y fue a pararse junto a Sergio, que miraba la oscuridad del mar con gesto severo. Había volteado la última página del expediente médico de Marco antes de aterrizar en Palermo. Ahora ya no tenía dudas, Marco era Alejandro, y de los dos sabía hasta la última herida y la última debilidad. Había tenido dos horas para llorar con desesperación mientras leía los informes y veía las fotos.Lo que Marco había hecho con ella era innombrable, pero lo que se hab
Cuatro meses despuésHelena subió los primeros escalones de la Fundación, porque no pretendía engañarse fingiendo que vivía en otro lugar, y después de aquella cita lo único que quería era acostarse y dormir doce horas seguidas.—¿No me invitas a un café?Damien llegó junto a ella y le dedicó una de esas sonrisas que eran capaces de derretir a cualquiera. Pasó un brazo alrededor de su cintura e inclinó la cabeza despacio, como si ella fuera un cervatillo asustado. Y probablemente eso parecía, porque después de seis citas este era, literalmente, el primer beso que se darían.Lo esperó con nerviosismo y sintió los labios de Damien unirse a los suyos con delicadeza. Sin mucha invasión, solo la justa para no parecer desesperado, nada de lengua en el primer intento, la técnica era perfect&
Helena asomó la cabeza por el hueco de la escalera, olía a café recién hecho y se le hacía la boca agua. Marco estaba en la cocina, envuelto en una toalla bastante grande, debía admitir, y batallando con las correas del arnés.—¿Necesitas ayuda? —preguntó bajando despacio.Marco la miró envuelta en la manta, que le llegaba a las rodillas y enseguida bajó los ojos.—Parece que la piel se expandió con el agua, no logro sacar una de las correas… —contestó.Helena le dio la espalda, se acomodó la manta alrededor del cuerpo, la anudó de forma que le quedaran las manos libres, y luego se acercó a él.—A ver déjame ayudarte —se ofreció—. Parece que viene trabada desde atrás, espera… —le dio la vuelta y se quedó como hipnotizada viendo s