Hechizando el amor de una sirena
Hechizando el amor de una sirena
Por: DiegoAlmary
Prólogo.

La ciudad se vistió de gala, vista desde el cielo, se cubrió con un gran manto de lentejuelas, semejando el reflejo de las estrellas en el océano.

La luz de la luna llena se colaba por la ciudad. Los callejones se tiñeron de hilos plateados que al chocar con chimeneas y cornisas dejaban en las sombras ciertos rincones donde se camuflaban las ratas con la oscuridad. Las calles estaban bacías.

Acariciando su orilla, el océano iba y venía dando a la playa toques suaves y sensuales, y con las pequeñas olas la barca oscilaba de un lado para otro. La madera caoba estaba bastante desgastada y los remos colgaban a los lados de esta como dos brazos acariciando el agua.

Con sus ojos azules observaba el cielo. Estaba tirado en el piso de la barca contando las estrellas que acompañaban a la luna en el escenario de la noche. De vez en cuando perdía la cuenta y comenzaba de nuevo.

Sus ropas estaban sucias y desgastadas por el trabajo, Su cabello despeinado le hacía lucir un toque rebelde y sus ojos ávidos le daban a su rosto un carisma peculiar.

Distraído miraba el titilar de una estrella, cuando una mano pequeña y fría cubrió sus ojos. Rio quitando la mano de su rostro, la giró y depositó un beso cursi sobre esta. Se incorporó despacio hasta que quedó sentado observando a su amante: el cabello rubio le caía por la espalda y dos cadejos alcanzaban a cubrir sus pechos desnudos.

El joven se acercó con sensualidad, sus rostros a centímetros de distancia percibieron el calor que producían sus cuerpos. Él acaricio sus labios con su nariz y cuando ella lanzo el mordisco, se retiró haciendo que mordiera el aire.

Sin previo aviso la tomó por debajo de los brazos metiéndola en la barca, se acostó boca arriba poniéndola sobre él sin importar mojarse con su cuerpo húmedo. Su cola sobresalía por la popa de la pequeñísima embarcación.

Se miraron a los ojos por largos minutos hasta que ella depositó un beso casto sobre sus labios y luego reposó su cabeza en el pecho del joven escuchando los latidos de su corazón. Después de varios minutos de reconfortante silencio el joven acarició la espalda desnuda de la sirena.

—Huyamos — le dijo. Su voz era gruesa y apacible. Ella se removió incomoda y lo miró.

—No lo sé — contestó meneando la cabeza.

—Mi madre no me presta atención. Con eso que es científica — le dijo el muchacho —y tú estás acerrada como si estuvieras presa.

—Es la vida que nos tocó —le dijo ella mientras le acariciaba el cabello

—¿Pero no crees que ya es hora de que cambien las cosas? — le insistió el muchacho —huyamos.

—A donde iríamos — le pregunto comenzando a animarse.

—Lejos de aquí. Lejos de tu encierro, de mi soledad.

—No lo sé — Los ojos de ella brillaron en anhelo —¿Y si pasa algo malo?

—Todo va a estar bien — dijo el chico y ella sumergió su cabeza en el hueco que formaba el hombro y su cuello —todo va a estar bien.

Y así pasaron las horas, abrazados como dos enredaderas, dejándose llevar por el amor y el deseo, y para cuando el alba tocó la ciudad, la barca de madera caoba flotaba solitaria observando el amanecer...

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