No pude quitarme el asunto de la cabeza en todo el día. ¿cómo podía persuadir a la persona más testaruda y adicta a la adrenalina del mundo que no arriesgara su vida? Era una batalla casi pérdida, como la vez que lo quise convencer de que no corriera esa carrera con el chico nuevo y terminó rompiéndose la clavícula contra un poste de luz, creo que le dolió más pagar las reparaciones de su moto que el hueso roto.
Walter se iría para el extranjero con sus padres, se quedaría allí, y temía que ellos no le permitieran volver. Aunque era un hombre adulto consciente y capaz, dependía de la ayuda monetaria que le daban. Según él, acabaría su carrera de medicina y trabajaría para pagar su residencia, para no depender de ellos.
Cientos de veces le había tratado de convencer para que se fuera con sus padres, allá tendría más oportunidades de abrirse camino en el mundo, pero siempre me había dicho que no, que amaba su tierra y no la quería dejar. Pero en el fondo yo sabía que había otra razón, algo más grande, más fuerte. no creo que fuera yo, sus padres me tenían aprecio y sé que podría visitarlo cuantas veces quisiera. Entonces, suponía yo, que, al tener miedo de no volver, tenía miedo también de perder la única oportunidad de ver una sirena, era la única razón que mi mente despistada de ese entonces podía encontrar.
Entré en mi cuarto después de la cena con mi abuelo y mi hermano. Hablamos de todo y nos reímos un rato, como siempre. La cenas con el abuelo eran divertidas, y guardé cada una en miente como el tesoro más preciado.
me tiré en la cama boca abajo apretando la almohada y respirando su olor, olía a sudor, entonces hice una nota mental para lavar las sábanas al siguiente día y recordé a la chica del parque, ¿Cómo es que nunca la había visto? La ciudad era pequeña y poco habitada, nadie quería vivir cerca del mar, y mucho menos en uno donde estuvieran las sirenas, ¿por qué no la había visto antes? Me pregunté a mi mismo de nuevo, ¿por qué no había sacado el valor de hablarle? Pensé que tal vez los traumas de mi pasado me detenían.
Mi abuela había muerto hacía unos diez años en un accidente de tránsito junto con mis padres. El suelo estaba húmedo y el auto perdió el control. Entonces mi hermano y yo tuvimos que vivir con mi abuelo. No era malo, pero perder de la nada a la familia era un golpe fuerte y más para un niño.
Vivíamos de la tienda de libros del abuelo, en una ciudad tan chica como esa, las personas casi no compraban libros, preferían ir a la biblioteca, ver películas o jugar al fútbol, pero las pocas personas que lo hacían nos ayudan mucho.
Siempre nos turnábamos para estar al pendiente. Mi hermano, que es un año menor que yo, estaba en la tienda en las tardes, mi abuelo en la mañana y yo en la noche, excepto los fines de semana en los cuales me quedaba desde la mañana hasta casi el atardecer por que mi hermano trabajaba y el abuelo se quedaba en casa.
—¿qué tal tu día? — preguntó mi hermano sentándose bruscamente en la cama haciendo que me sobresaltara.
—Un día Excitante — dije con sarcasmo —y ¿cómo va la librería? — pregunté mirándolo por el rabillo del ojo.
No nos parecíamos casi en nada; su cabello era rubio y sus ojos impresionantemente verdes iguales a los de mamá; mientras que yo era castaño y tenía los ojos del abuelo, de un color miel intenso.
—Bien — dijo después de un gran suspiro —Hoy vendí un par de ejemplares de esa novela erótica tan famosa, se vende bien— Su mirada se perdió en los pliegues de mi cama, sus dedos juguetearon con la funda de la almohada y se mordió el labio. Me quería decir algo. Lo conocía como a mí mismo y no me equivoqué cuando su mirada se posó sobre la mía y lo soltó —Ray. Tengo que decirte algo
—¿Que? — Me acomodé en el cabecero de la cama y crucé las manos.
—Te quieren ver en el Anidado —dijo en un hilo de voz y no me moví. ¿qué querrían de mi allí?
El Anidado era el nombre de la empresa textil más grande del país, y allí trabajaba mi hermano, haciendo aseo en los corredores los baños y unos cuantos mandados. La dueña era una ponzoñosa anciana de unos ochenta años de edad, era cruel y humillativa. Amelia Pétricor.
Mi abuelo le había pedido un préstamo un tanto gordo para remodelar la librería. No era tanto. Pero para un anciano de ochenta y uno y dos adolescentes, era más que suficiente para preocuparnos.
mi hermano se ofreció a trabajar en su empresa los fines de semana y un porcentaje de lo que poco que ganaba era abonado a la deuda.
—Vamos, Alexander dime quien — le acosé y él se removió incómodo.
—Doña Amelia quiere hablar con Tigo — como si de un resorte me tratase, me puse de pie y luego caminé hasta la ventana, necesitaba aire fresco. Miré a mi hermano con cara de terror para encontrarme con la misma situación, su cara daba más miedo que la idea de ir a ver la viejita esa.
—¿Para qué? — pregunté tragando saliva —sabes que esa señora me eriza la piel.
—Quiere hablar sobre la deuda — No podía ser. Miré por la ventana y dejé que el aire fresco de la noche golpeara mi cara con fuerza, lo necesitaba. Me empezaba a hogar. ¿por qué? Todavía faltaba para que se cumpliera el plazo que le dio a mi abuelo.
—¿Por qué yo? — pregunté rascándome el cuello —la deuda es con mi abuelo no conmigo.
—Yo qué sé —mi hermano se encogió de hombros — yo solo soy el mandadero. Creo que es porque ya cumpliste los dieciocho.
—¿Cuándo? — no quería escuchar la respuesta, pero debía.
—El lunes en la noche — contestó mi hermano, bajó la mirada y respiró profundo —pienso que no es sólo la deuda.
—¿A qué te refieres? — Me alejé de la ventana y me senté a su lado.
—Aún falta mucho. Más de seis meses para que se cumpla el plazo —pienso que te quiere para otra cosa.
—No me acostaré con ella — dije tratando de soltar una sonrisa que se transformó en una mueca de angustia.
—No. No creo que sea eso — hizo énfasis en la palabra creo —desde hace días me ha estado preguntando cosas raras respecto a ti.
—¿Cómo qué?
—Cosas, si tienes novia, qué te gusta hacer. Una vez me preguntó si tu serias capaz de morir por un ser querido. Obvio sonó tan casual que apenas noté que fue algo raro.
— ¿Qué le contestaste? — pregunté inclinándome hacia él.
—Que si... sé que lo harías.
—Si, lo haría — él hizo una mueca de desagrado y continuó.
—Me pregunto si eras cobarde, pero eso sí fue una pregunta directa nada que se camuflara con la conversación —Eso me asustó un poco, para qué necesitaba saber esa señora si yo era cobarde.
—¿Y qué dijiste? — pregunté, aún recuerdo lo alarmada que sonaba mi voz.
—Le dije que no sabía. Entonces ella se puso extraña y me pidió que te dijera que quería verte. Yo le pregunté para qué y me dijo que era sobre la deuda.
—bueno — respiré resignado —tendré que hacerlo
Vi el reloj después de que él se fuera, era temprano. Recosté mi cabeza en la almohada y miré por la ventana, el mar se veía desde mi casa, estaba tormentoso, la luz de la luna lo golpeaba con delicadeza y él le devolvía el toque con olas gigantes capaces de arrasar cualquier navío para enviarlo directo a las garras de tan hermosas criaturas.
La imagen de Walter golpeó mi cabeza como un bumerang que no vi llegar, tenía miedo de lo que pudiera pasar al siguiente día en la noche. Muy claros los avisos decían que debíamos estar a cien metros de distancia, no quería ir, no. No lo haría, esperaba que Walter no se enojara conmigo, no creía que se enojara por no querer que me comieran a mordiscos unas chicas sexis... aunque no sonaba tan mal diciéndolo así. También tenía que ver a la anciana malvada. Y ¿si quería que pagara la deuda de otra manera? No me quería acostar con una anciana, preferiría morir mordisqueado por sirenas y no aplastado por los pliegues arrugados de la señora Amelia. Si lo decía así sonaba peor.
Esa noche soñé con la chica del cabello negro.
Desperté despacio y con calma. Había olvidado cerrar la ventana en la noche y la brisa marina entraba en la habitación llenándola de un aire salado. La mañana era soleada, el océano estaba calmado y en silencio, como una planta carnívora esperando el momento en que su presa cayera en la trampa y fuera borrada para siempre.Me levanté de la cama rascándome los ojos, aún era temprano, casi las seis. La librería se abría a las ocho, así que tendría de las ocho hasta las seis de la tarde para idear un plan y convencer a Walter de no ir al mar, pensé decir que me dolía el estómago o algo así.Después de darme una ducha, desordené por completo mi closet buscando ropa cómoda y bajé las escaleras casi arrastrando los pies por los escalones de madera antigua que rechinaban ante mi peso como una tétrica casa del terror.Entré en la cocina, mi abuelo estaba parado en frente de la estufa, con la mano puesta en la perilla y los ojos bien abiertos, esperando el momento en que la leche hirviera para
Me despedí del abuelo y caminé con Walter hasta la calle, sentía un vacío en el estómago y me temblaban las manos. Walter caminaba delante de mí con paso decidido.—No voy a ir — dije interponiéndome en su camino —ni tu tampoco.—Claro que voy — me esquivó y siguió caminando —si no quieres ir, pues ya no vas y punto.—Es peligroso, por favor, no lo hagas — Comencé a seguirlo mientras le seguía hablando, pero él me ignoró —¡No!— mi grito resonó por la calle e hizo eco haciendo que Walter frenara en seco —morirás — añadí, él se dio la vuelta despacio hasta quedar en frente mío. Sus ojos azules brillan con la luz del sol que se desvanecía lentamente dejando una estela naranja en el cielo y dándoles un brillo peculiar.—No moriré, tendré cuidado, estás siendo un exagerado —se cruzó de brazos—Con tal de salvar tu vida estaría dispuesto hasta a pelear contigo y que me dieras una paliza — dije caminando hacia él —¿si me vez herido no irías?—Que bien me conoces — contestó irónico —por desgr
Tantas fueron las veces que había querido estar en el océano, contemplando las estrellas y las olas que golpeaban con suavidad las embarcaciones como dando un saludo suave sobre la superficie oxidada por la sal. Pero jamás me imaginé que mi primer acercamiento al mar terminaría como término esa noche, como me cambió la vida después de eso es algo que me marcó para siempre.El silencio y el miedo se apoderaron de mí mientras flotaba en el agua. Las nubes comenzaron a formarse alrededor de la luna opacado su brillo. La oscuridad y el frío del agua me empezaron a sofocar, una niebla espesa comenzó a formarse alrededor de mis ojos impidiendo que lograra ver más allá de mi nariz.Ni siquiera el mar parecía vivo, pero de repente, las olas comenzaron a agitarse más rápido de lo que yo creía normal. Un fuerte relámpago palpitó sobre la tierra sacándome de mi ensimismamiento.Ya no había nada que yo pudiera hacer en ese momento, Walter no estaba, y sabía que era en vano buscarlo yo solo. De re
El policía puso de nuevo las manos en la mesa fría de metal que estaba en frente mío.—Y... ¿Se lo llevaron así, sin más? — volvió a preguntar. Observé la habitación de interrogatorios, típica: gris, una mesa en la mitad, dos sillas, y el espejo que me devolvía una imagen horrorosa de mí mismo: mis ojos estaban hinchados, la tenue luz del bombillo acentuaba aún más la palidez de mi rostro, y las ojeras, más que cansancio, denotaban dolor, miedo y frustración.—Ya te dije que si — conteste secante —sólo se lo llevo y ya, no pude hacer más — Jack levantó la mirada y sus ojos se clavaron en Los míos.—Ray... te conozco desde que eras un bebé, sé que eres muy detallista y observador, y también sé que es un día duro para ti, pero tienes que contarme cada detalle — hablaba despacio y con calma, como si creyera que saldría corriendo si levantaba el tono.—ya lo hice — contesté —todo fue tan rápido que no hay más detalles, Walter murió por mi culpa al igual que mi abuelo — Jack tomó su silla
El funeral de mi abuelo trascurrió sin ningún contra tiempo. Las lágrimas escaparon de mis demacrados ojos cuando su ataúd se empezó a sumergir en la tierra. Las palas cubrieron el cajón de madera, dejando atrás todo recuerdo tangible de lo que alguna vez fue.No pude evitar que el alma se me partiera en dos cuando me volví hacia Alex, cientos de fragmentos rodaron por el césped del cementerio cuando sus ojos se clavaron en los míos; no tenía ninguna expresión en el rostro, pero sus ojos demostraron todo el dolor que contenía su espíritu. Ni una lágrima, ni un gesto, escasamente desvío la mirada que se clavó de nuevo en los hombres que seguían llenando el agujero. Hasta que lo cubrieron por completo.Más de doscientas personas nos acompañaron en el funeral, unos que nunca había visto, otros con los que nunca había hablado, unos cuantos vecinos y compañeros de colegio. Muchas sonrisas hipócritas y pésames cargados de palabras vacías.Todo fue diferente en el homenaje que preparamos par
Tomé un trago más grueso de café con leche para que pasara el nudo que tenía en la garganta al ver a mi hermano al otro lado de la mesa en la condición que se encontraba. Solo se limitaba a mirar los spaghettis y llenar una y otra vez la taza de café negro.La casa estaba en tinieblas, solo nos alumbraba la tenue luz del candelabro que colgaba sobre la mesa de una cadena oxidada que amenazaba con romperse. Y ya era usual, desde que murió Walter y mi abuelo, a mi alrededor sólo había silencio, un silencio que me condenaba a recordar una y otra vez lo sucedido. Miré el candelabro.—Hay que bajar eso de ahí — dije para que mi hermano se dignara siquiera a mirarme.—El abuelo lo había dicho toda la semana — sonrió —"la cadena esta oxidada, Alexander deberíamos bajarla — añadió imitando la voz del abuelo. Reímos por un poco con nostalgia.—¿Por qué no fuiste a estudiar hoy? — me preguntó después de que alfin decidiera probar la comida que con tanto tanto esfuerzo logré preparar. Tal vez te
Sé valiente, Riley.Desperté con la frase en la mente, me senté en la cama y sequé unas lágrimas fugaces.—No lágrimas — me repetí. Me incorporé despacio. Había dormido varias horas y me encontraba somnoliento, me estiré desalojando todo rastro de pereza de mi cuerpo y miré por la ventana, la misma ventana que observaba el día en que murieron mis padres. Bajé las escaleras y reprimí una sonrisa al ver el candelabro clavado aún en la mesa.La noche había caído con fuerza y una estela oscura cubría todo el cielo excepto la mancha plateada de la luna menguante que parecía una sonrisa maliciosa vigilando mis pasos. Apreté la mochila contra mi hombro, solo contenía el libro, pero sentía que el peso me hundía y que cada paso era más y más pesado, hasta que sin darme cuenta estaba de pie frente al hueco de la alambrada por donde se llegaba a la playa. Recordé con tristeza la última vez que lo crucé, y un nudo se formó en mi estómago. Crucé por el hueco casi por inercia, como instintivamente,
—No puedo creer que me convencieras de hacer esto — alegó por lo bajo Jefferson mientras fingía leer el prólogo de algún libro, Tenía tanta impaciencia que no se había percatado que lo traía al revés.—Eres como Walter. Fácil de persuadir —le dije —además, agradece que cierran muy tarde o hubiéramos tenido que entrar como dos ladrones.—Lástima que no te hubiera funcionado persuadir a Walter el día que murió — soltó, y tarde se dio cuenta de lo que había dicho, hizo ademán de disculparse, pero cambié de tema radicalmente.—¿Será buena idea entrar con alguien aquí? —señalé con la boca al chico que leía algo en el computador detrás del mostrador.—Esta librería es grande y moderna. No me extrañaría que tuviera un lujoso sistema de seguridad. Sería peligroso, así que es mejor ahora — asentí, tenía lógica —¿y como piensas averiguar lo del incendio?—Buscaré gasolina o así —sonrió de medio lado.—Que pruebas tan irrefutables.—¿Y cómo piezas hacerlo? — pregunté tomando otro libro. El chico